Antes de empezar esta breve reseña, me gustaría primero reivindicar las colecciones de relatos breves o cuentos. Nunca he entendido muy bien por qué se ha considerado al relato breve un género menor, en comparación con su hermana mayor, la novela. Lejos de ello, el cuento ha de resumir en el microcosmos de unas pocas páginas todo un universo narrativo, muchas veces comparable a la más extensa de las novelas. Condensar una historia de una forma eficaz y amena, requiere una técnica narrativa que no está al alcance de cualquier pluma. Vivimos tiempos en los que, a tenor de los últimos best-sellers, se deduce que lo más valorado por el consumidor literario es el gran tamaño de los libros. Parece que cuanto más gordos sean mucho mejor; pero todos sabemos que no siempre cantidad y calidad van de la mano, y que a veces, un breve relato puede ser en sí una obra maestra. ¿Nos hemos parado alguna vez a pensar en cuánto de paja hay en muchas de esas gruesas novelas de moda? El cuento, por el contrario, libre de la tiranía de la gran extensión, nos ofrece el relato desnudo, en su esencia pura.
"El libro de los amores ridículos", de Milan Kundera, pertenece a este género de colección de cuentos. En concreto, está estructurado en siete historias diferentes, pero todas ellas bajo un hilo argumental común: el amor y la seducción. Escritas entre 1959 y 1968, estos relatos rezuman una despreocupada alegría, que contagia al lector a medida que va pasando de página. Y no es para menos; estas historias salieron de la mente de Kundera en el periodo más feliz de su vida, según reconoció el propio autor, antes de que los tanques del Pacto de Varsovia le aplastaran al pueblo checoslovaco las ansias de libertad y de encontrar un socialismo con rostro humano, durante la efímera Primavera de Praga. Luego vendría la prohibición de la obra de Kundera por parte del poder restaurado por los soviéticos y el posterior exilio de éste a Francia a partir de 1975. Kundera no era un anticomunista acérrimo (había sido militante del partido en su años de juventud), pero era la postura escéptica ante las ideologías y ante todo en general de su madurez, lo que molestaba a un régimen que buscaba la adhesión entusiasta de las masas a su doctrina. En este sentido, su escepticismo me recuerda mucho al de otro gran fabulador de cuentos en su vejez: Jorge Luís Borges.
El libro, como ya he dicho, se va desgranando en siete relatos, en donde sus dos temas principales, el amor y la conquista erótica, son vistos bajo el prisma de un fino humor, que no nos hará que nos desternillemos de la risa, pero sí que esbocemos una sonrisa al terminar cada cuento. Así, en "Nadie se va a reír", el relato quizá más cómico de todos, nos sumergiremos en un absurdo embrollo llevado por sus personajes hasta el patetismo. Otra narración a destacar es "Falso autostop", donde una pareja de jóvenes enamorados durante un viaje deciden prestarse a un peligroso juego: fingir que son dos extraños que acaban de conocerse. En la tierna historia titulada "Que los muertos viejos dejen sitio a los muertos jóvenes", Kundera entona un canto a la madurez y al derecho de los maduros a seguir disfrutando de la vida, a través del casual reencuentro de dos viejos amantes después de muchos años.
Pero quisiera destacar dos historias que sin duda son mis favoritas. La primera es "Symposion", un diálogo entre un grupo de sanitarios -médicos y enfermeras- durante un descanso en la sala de guardia de un hospital. A medida que avanza el coloquio, los distintos personajes se irán "desnudando", mostrando al lector tanto sus grandezas como sus bajezas. Un relato magistral, que bien podría ser adaptado para su interpretación sobre el escenario de un teatro. "Eduard y Dios" es el cuento que cierra este libro y probablemente el que más me gusta. Su protagonista es, como el título indica, Eduard, un joven maestro bastante amoral, escéptico y algo manipulador, que no duda en mentir para alcanzar sus objetivos, ya sea llevar a su puritana novia a la cama o salvarse de la furia inquisitorial de un furibundo comisario del Partido. Una cínica filosofía moral que quedaría reflejada en este breve fragmento pronunciado por el propio personaje:
"Si no le dijeses más que la verdad, lo que realmente piensas de él, establecerías un diálogo en serio con un loco y tú mismo te convertirías en loco. Y así es cómo funciona el mundo que nos rodea. Si insistiese en decirle la verdad a la cara, eso significaría que me lo tomo en serio. Y tomarse en serio algo tan poco serio significa perder la seriedad. Yo, hermano, tengo que mentir si no quiero tomarme en serio a los locos y convertirme yo mismo en uno de los locos".
Y es en este punto por lo que podríamos considerar a este relato como un claro antecedente de la gran obra maestra de Kundera: "La insoportable levedad del ser". Si Eduard actúa de una manera amoral y cínica, es porque, al igual que los protagonistas de la novela, ha comprendido que todo cuanto le rodea está revestido de una total ligereza, de una ausencia de importancia. La vida es un absurdo juego al que le ha de sacar partido, usando todo tipo de artimañas.
En resumen, estamos ante una excelente colección de alegres y amenas historias que están a la misma altura en calidad literaria, a mi entender, que las mejores novelas del autor checo. Por entre sus páginas veremos desfilar a todo un elenco de variopintos personajes: jóvenes, maduros, cínicos, ingenuos, idealistas, escépticos, solitarios, pero todos ellos animados en el fondo por un mismo e innato deseo: el disfrute de la vida en toda su plenitud. Se trata de un libro muy recomendable, tanto para el que no lo haya leído nunca como para al lector que desee reencontrarse con él.
"El libro de los amores ridículos" está editado por Tusquets en su colección Andanzas.