Madrid, Pygmalión, 2013
La poesía, para Emilia Currás, es, fundamentalmente, sentimiento. Mejor dicho, es la expresión literaria de ese sentimiento. Sentimiento, fundamentalmente, amoroso, que ella siente como presencia, incluso en la ausencia. Sus poemas, sencillos pero llenos de armonía, fluyen a partir de su escritura, con ansias de libertad y memoria. Son una estancia llena de vida y sensibilidad. Emilia Currás es, por un lado, una científica notable, una mujer que ha dedicado a la Ciencia -y la Ciencia le ha recompensado con los más altos títulos y galardones- una gran parte de su vida. Pero siempre se ha reservado para ella su deseo de escribir, fuera de fórmulas matemáticas y químicas, lo más íntimo, lo que vuela de su corazón, más allá de la investigación y del trabajo al que ha dedicado tantos años y esfuerzo. Ella, una gran estudiosa y una maravillosa persona, ha llegado a la publicación poética tarde, aunque nunca es tarde para una persona que cree que la palabra es el mayor testigo del Hombre, del ser humano.
Es esta «tarde tibia» de Emilia Currás mucho más que una tarde. Es un transcurso vital y poético que nos deja el sabor amargo y dulce de la tristeza, inmersa en la belleza, de unos poemas llenos de musicalidad y sinceridad, pero no exentos de análisis y pensamiento.
En una tarde tibia hay que leerlo como se escuchan algunos movimientos de algunas sinfonías clásicas. Piano andante, a veces, allegro ma non troppo, otras, pero siempre con la mente abierta y el corazón receptivo a su música.