Madrid, Fragua, 2010
Hay piezas literarias excepcionales que permanecen en el arca a la espera de que alguien las desempolve. Eso es lo que he pretendido realizar con esta primera edición de "el más grande" después de Miguel de Cervantes. El texto Santa Juana de Castilla de Pérez Galdós ha quedado en tierra de nadie para los estudiosos; pero si no queremos ser injustos "desde la verdad", en expresión poética, su voz teatral es imprescindible en la primera mitad del siglo XX.
No podemos recurrir al término obra del pasado; en algún aspecto lo sería, pero, también gravita sobre el tiempo presente. Pérez Galdós no distorsiona la realidad, la trasciende. Lo primordial en el arte es la verdad, no la realidad que aflora; alcanzar la realidad absoluta es imposible; lo fundamental es que alguien sea capaz de decir la verdad.
Esta obra vivificadora se alza como un oasis de otras componendas históricas que no pueden sostenerse por mucho que nos lo repitan, una y otra vez. El inmenso vacío con que se ha tratado al personaje histórico revive en lo literario. La necesaria ósmosis entre drama y realidad cobra todo su valor si entendemos el teatro como vida, como pensamiento que se alza en las tablas.
El Galdós dramaturgo no es como la rosa que cumple años, la hace florecer en el drama sin que pierda su fragancia; no tiene caducidad. Es el teatro de texto, el gusto por la palabra, el que nos inquieta. Pérez Galdós no es de esos que caricaturizaba Vélez de Guevara en El Diablo Cojuelo que pretendían escribir muchas obras teatrales para proporcionarles dinero. Los antigaldosianos pierden siempre ante la defensa de la tolerancia del escritor y de la luz con que nos impregna su pensamiento.
Pérez Galdós, en el prólogo al libro Vieja España, nos recuerda: "No hay drama más intenso que el lento agonizar de aquella infeliz viuda, cuya psicología es un profundo y tentador enigma". Este idea fue el sustrato de la obra dramática diez años después. Pero, en la obra galdosiana sobresale la tríada en la que las personas debemos crecer y ser espejo: libertad, amor y santidad.