Col. La Pérgola Amarilla, Casa del Tiempo, Madrid, 2006.
Continuación del poemario "Sic transit (poemas del instante fugaz)", de 1992, con 13 poemas dedicados al poeta griego Yannis Ritsos, una de las más altas voces poéticas del siglo XX; incluye 22 poemas.
Introducción
Mi interés, mi admiración por la poesía del griego Yannis Ritsos data de cuatro décadas, cuandot tuve la fortuna de conocerlo, de traducirlo... y de que me regalase algunas de las piedras que él encontraba por la playa y decoraba. Un libro mío de 1994, "Sic transit", explica con algún detalle el porqué de mi interés de su poesía, y cómo intenté con mis poemas recrear el cómo, si no el qué, de la obra ritsiana, cómo intentan atrapar la magia, el desencanto, la misteriosa emoción que se esconden muchas veces en ciertos momentos irrepetibles.
Seguí, durante años, subyugado por el extraño poder que emanan muchos de los poemas de Ritsos. Así escribí los veintidós poemas que llenan las páginas de este libro. Pero no sé si, en realidad, esos poemas siguen aquella estela o hace tiempo se perdieron en un sendero propio, por más que nacido de aquella vieja admiración.
Madrid, 2006
Tres poemas
El autobús
(1993)
Él, su familia y cientos de paquetes,
quieren subir al último autobús.
Apresuradamente,
cada cual con lo suyo, se apretujan
en el precario estribo.
Pero quedan, dispersos, esos bultos
que la prisa olvidó.
El autobús ya parte;
él, sin querer abandonar ninguno,
intenta recoger
esta maleta, aquel par de altavoces.
Va cada vez más rápido;
él no consigue sujetarlo todo
bajo sus brazos
y no alcanza a subir.
Ahora corre
tras la traidora máquina, ya lejos,
pero la vieja pierna no responde.
El coche se ha perdido entre el gentío
con su carga preciosa, inalcanzable.
Y él sigue sentado,
rodeado de inútil equipaje,
esperando, con su dolor de ciática,
otro autobús que no llegará nunca.
El icono
(2001)
María de Magdala,
cuya carne ceniza en el icono
apenas cubren los jirones,
mira a su creador llena de angustia.
El monje ¾rubia barba¾
da los toques finales
al celaje, la cueva, los arbustos.
La Magdalena sufre,
quebrado el rictus de su boca,
el dolor de la culpa.
Sube al iconostasio
la pintura Theódoros.
María de Magdala le clava la mirada
pesarosa y doliente.
El monje, en un impulso
y con apenas un par de pinceladas,
cambia en sonrisa el gesto, y se ilumina
la arrepentida pecadora.
Toda la noche sueña
Theódoros el monje
con la radiante hermosa de su icono.
Bamiyán
(2001)
Dinamitaron
los talibán la estatua milenaria.
El excesivo ruido
no consiguió turbar el sueño
de quienes miden su recompensa eterna
en número de huríes.
Más tarde (todo es dólar),
pensaron invitar a los turistas
a contemplar no-estatuas
en un país de no-mujeres.