Herencia, Edit. Verbum, Madrid, 1999, 116 p.
Poemas dedicados a las distintas regiones españolas; desde luego, representan vivencias y no descripciones, que se encuentran en las guías de turismo.
Introducción
En 1999 decidí que era hora de recoger en una publicación los muchos poemas escritos sobre mi patria, yo que he llamado segunda patria a Colombia, a Chile, a Grecia y aún a Italia, yo que escribí el poema "Patrias" en el que me afirmo español, pero por encima de ello hispanohablante y desde luego ser humano. Pero no me cabe duda de que me siento cada vez más cerca hijo de mis antepasados, de los ser humanos magníficos que España ha nutrido, de su arte, su literatura, su historia y sus costumbres. Ya sé que, lamentablemente, hoy no está ello "de moda" entre ciertas gentes, ciertos grupos, ciertos modos. Bien: yo no quiero renunciar a llamarme y sentirme español, ni a la lengua griega que hablo con mi hija, ni a la cultura latina, ni a los sonetos de Shakespeare, ni a mis amigos en Ankara, en Estocolmo, en Caracas, en Santiago de Chile.
Los poemas, pues, que recoge este libro, junto a mis opiniones en País con islas, por más que escritas bajo el disfraz deFumío Haruyama, forman un todo indisoluble. A veces son contradictorios entre sí, como lo son los españoles muchas veces. Afortunadamente.
De los cincuenta y dos poemas del libro, veinticuatro ya habían aparecido en otras puvblicaciones. Todas las regiones de España están representadas, aunque no todas las conozca perfectamente. Por supuesto, también está la América que habla mi lengua.
Hay bastantes poemas dedicados; ninguna de esas dedicatorias es aleatoria o gratuita..
Diez poemas
Castilla
(1980; fragmento de "El poeta siente en Grecia la llamada de España", Poesía para sobrevivir)
Altiplano español, dura meseta,
doscientos mil kilómetros cuadrados
de obstinación y polvo,
de viña, mies y adobe,
de pueblos en subasta,
de hielos y secano.
El de los pies ligeros,
Aquiles, no hallaría
una meta precisa en tu horizonte.
La cólera de un dios
engendró tus distancias.
Un castigo verían otras gentes
en tenerte por cuna de sus hijos.
Pero, tierra inflexible,
en ti guardo raíces y cadenas.
Tómame.
Hazme ganar a pulso
esa herencia de hierro,
de sed y mediodía.
Que no me sienta débil
y me acomode un sol menos brillante.
Que mi mano castiguen tus ortigas,
mis ojos tus resoles,
mi olfato la acritud de tus establos.
Haz que empape mi boca
el sabor de la hogaza
y acompañe mi tumba
el antiguo silencio de tus noches.
Di, Sebastián
(1988, Herencia)
'San Sebastián', de Berruguete
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Di, Sebastián, que te han herido
la triste estupidez, el frío
de las almas vacías,
el color desvaído y torpe
de tantos siglos de pasiones
sin frenos y sin bridas.
Y dilo recia, netamente
(boca dolida ya de muerte),
mientras apenas rozas
el tronco infame y esos nudos
que casi olvidan ya tu pulso,
ángel hacia la sombra.
Al fin, nada dijiste. Pasas
al reino de los cielos (nada
conoces de San Pablo
ni de sus dogmas inauditos).
Santo inocente, sorprendido
por diez flechas y un árbol.
Patio de Escuelas
(Salamanca, 1988, Herencia)
Digo versos para no llorarlos,
y las gentes pasan sin mirarme.
Rescata mi voz el viejo aljibe
de memorias torpes por la ausencia,
y las gentes pasan sin mirarme.
Pido un solo minuto
a la Historia, y ella me lo niega,
ni Unamuno ni Fray Luis acuden,
o una manta antigua o un abrazo,
ni las gentes que huyen sin mirarme.
Junto a un muro
que el musgo y los vítores soportan
mi guitarra llama tercamente.
Y las gentes pasan sin mirarme.
Madrid, esto y algo más
(1980, fragmento, Poesía para sobrevivir)
ahora no podemos
por mor del chocolate y el chute de caballo
passa tío la vida hay que vivirla
y no voy darle al body hamburguesas indefinidamente
para la bomba y la contaminación
ahora no podemos estar seguros dije digo
de que Madrid sea capital de nada
que con el rollo del cambio y las autonomías
colega ahora tenemos diecisiete
ya ves para escoger
y ningún forastero se queda con la boca abierta
ante nada porque el Retiro es una mugre dicen
y la Casa de Campo sólo para hacer futin
que para piscinas las Martiánez del Puerto de la Cruz
y para enrolle
la calle Salamanca de Valencia
o el Abades de Sevilla
así que los madrileños estamos desconcertados
dicen que lo del garbo y el piropo es de carrozas
y eso que el Alcalde sigue dictando bandos
que hay que estar al loro
que los lees colega y demasié
vamos que alucinas
(me cae bien el Profe de eso sí
que no tienen por ahí fuera)
caramba tronco que me mola
que ya no nos envidien ni nos copien
total ni copirrái ni nada
te digo primo que de centralismo paso
que todos los que vienen de provincias
perdón de comunidades autonómicas
a pasárselo guay
es a lo mejor que también pasan
que está claro vamos digo
que Madrid es eso y algo más.
A una gallega desconocida
(1980, Poesía para sobrevivir)
A Matilde Albert Robatto y Pepa Nieto
Te he visto deslizarte por la Plaza
de Platerías, hija de Santiago,
estéril al abono del halago,
subida a tu tacón, gata de caza.
Mujer que de indolencia se disfraza,
galaico fruto de perfume vago,
turgente y angular, torrente y lago,
destilado soberbio de tu raza.
Pero intuyo que sabes de memoria
tu Tratado de la Jaculatoria.
Que mil refranes usas a tu antojo.
Que, en conjuros, tu cofre está completo.
Que, en fin, para ahuyentar el mal de ojo,
a tu 'meiga' pediste un amuleto.
Sanz y Forés, 2
(1987)
Hay una calle corta, que cada noche pierde
Oviedo entre su niebla. Después, a la mañana,
turistas, visitantes la buscarán de nuevo,
querrán localizarla en los mapas que cubren
manchas de pan y hormigas y aceite y tantos codos.
Hay una calle breve, con una sola casa
que numerara el dedo de un edil que se ha ido
y allí dejó su herencia. Ventanas, escaleras,
cuatro pisos, rincones, gentes que van y vienen,
tiene de todo esto la casa numerada
que olvidan en Oviedo, nadie sabe por qué.
Cuando acaba la búsqueda, y a la casa llegamos,
abres mucho los ojos, y miras en silencio,
asombrado, la casa que nadie reconoce,
fantasma sin alcurnia de presencia imposible,
pañuelo inencontrable, alfiler de corbata
caído tras los pliegues del sillón afelpado.
A la tarde y envuelto por la bruma, desciendes
lentamente a las viejas sidrerías y bares,
y, de pronto, tortura nuestra memoria un hueco,
la angustia de una pérdida, la tristeza 'post coito'
que sientes cuando de algo nos hemos olvidado.
Auditorio del Brocense
(1998)
En memoria de Luis Rosales, en Cáceres
Apenas noche, y ya es Cáceres. Viajeros de la incertidumbre, se nos abre una puerta, apresuramos el abrazo, sorteamos el obstáculo del hambre.
En la fresca penumbra, la piedra es más rosada.
Bajan premoniciones, surtidores de aliento. El rumor es eco secular, la madera huele a cera antigua. Los poetas ofrecen la palabra. La noche se repliega y atrasa su partida.
Un Luis Rosales llora en su recuerdo, y el viejo escalofrío nos invade.
Antiguos muros consiguen el milagro: hacer firmes las voces titubeantes.
Cumplido su deber, las puertas se repliegan y descansan.
A nosotros, sin saber por qué, el aire en la cancela dice amor.
El moro en la Feria de Sevilla
(1998)
Está sentado, hierático, solemne.
Un pañuelo blanquirrojo lo recubre
atado con el beduino cordón negro.
Ha venido al fin a la tierra de Al-Andalus,
la que fuera patria propia siete siglos.
En torno suyo, se agolpan los infieles,
gritan, le piden dinero, se arrodillan
para beber de sus dólares oscuros.
El no los oye. Con la mirada fija
y el odio fijo, los vuelve hacia la Meca
y se augura que pronto, sí, muy pronto,
el Islam ha de cubrir de miel y dátiles
la ciudad donde Averroes escribió,
y han de yacer junto al río en que reinara
los huesos de Al-Mutamid, el rey-poeta.
Hija de la Frontera
(1992)
Para Ángela Reyes
De alba vestida,
crece en adelfas nuevas
cada mañana.
Su correría:
caminos sin retorno,
sendas amadas.
Sabe de encinas
en noches de verano,
sabe de escarchas.
Jimena arriba,
se despeña su fuerza
torrente y gracia.
Ella es la hija
de esas primeras sangres
que hay en España.
Y Andalucía
yace en el blanco fino
de sus palabras.
España
(1997)
Ansia fatal, que ilógica me aplasta,
por esta tierra que mi tierra llamo
sólo porque su gente es mi vecina.
Mas ella guarda el rastro de mi casta
y una lengua me dio. La tierra que amo,
la tierra que me acoge y adivina.