Casa del Tiempo. Poema dramático de la era que viene (Casa del Tiempo, 1998; Col. El Foro de la Encina, Asoc. El Foro de la Encina, Altorrey Editorial, Madrid, 1999).
Poema dramático representable urdido sobre poemas relacionados con las postrimerías y sobre la idea de un hipotético "juicio" a la Humanidad antes de permitir el paso a la Era de Acuario.
Presentación
Aunque Casa del Tiempo (mi única producción dramática publicada) pertenece al género teatral, la realidad es que fue concebida como un "collage" en el que se integran muchos poemas míos anteriores, casi todos inéditos; seguramente esperaban esta oportunidad para darse a la luz.
Debo reconocer el esfuerzo de varios amigos míos, buenos poetas todos (y luego resultó que también buenos actores) que me han acompañado en el experimento, no sólo con su participación personal en sus varias presentaciones, sino incluso con textos que he incorporado al original.
La preparación, la publicación y, desde luego, laa repetidas representaciones de Casa del Tiempo me hicieron feliz. Aunque un buen corresponsal de allende los mares me escribiese, en respuesta a mi envío del libro: "No entendí ni una palabra".
En los programas de mano aparecía la siguiente reflexión, que sigo haciendo mía:
"El drama simbólico Casa del Tiempo tiene antecedentes tan diversos como la medieval Danza de la Muerte o el musical de Andrew Lloyd Weber, Cats. Como en aquélla, presento el juicio a los humanos; al igual que Cats está compuesto en exclusiva con poemas de T.S. Eliot, en Casa del Tiempo he reunido 83 poemas míos (uno de ellos no inédito), con un dístico de Fumío Haruyama como punto de partida. Y he querido incluir en el texto ocho prosas poéticas de mis compañeros del Octógono, los poetas Juan Calderón, Carmina Casala, Lola Méndez, Ángela Reyes, Jesús Riosalido, Carmen Rubio, Milagros Salvador y Enrique Valle.
La visión apocalíptica que muestra la obra, de una estirpe que no ha conseguido, tras doce mil años de civilización, superar los estigmas de la violencia, el despilfarro y la alienación, permite imaginar muy creíblemente que estemos a punto de desaparecer. Una chispa en la existencia de la Tierra, nuestra historia, frente a la de especies como los dinosaurios que vivieron veinte mil veces más que la humana.
¿Merecemos más que desaparecer? ¿No es mejor dejar que sobre la Tierra se haga otro experimento de seres pensantes, digamos dentro de un millón de años, un instante en la vida del planeta? El Vendedor de Flores o la Vendedora de Libros, la Ermitaña o el Vagabundo o el Soldado, la Ditera o la Peregrina o la Cazadora deberán convencer al Tiempo y a la Tierra de que los seres humanos deben sobrevivir, al menos otra era, la de Acuario."
Soy un huésped, apenas bienvenido,
en la Casa del Tiempo
Fumío Haruyama
(1983, Las trece Puertas del Silencio)
Diez poemas (no incluyo fragmentos de diálogo, que son el tejido conectivo entre los poemas, aunque formen el esqueleto dramático).
¿'Cerrar' los ojos?
No es esa la palabra.
Más bien,
'retroceder', 'negar' toda presencia.
'No-ser' más parte de ese ser humano
que rompe, aterra, mata.
Lees en los periódicos,
oyes noticias, ves
imágenes atroces en la caja-más-tonta.
Y un día, ya no puedes
soportar a esa bestia
que, lo quieras o no, es de tu misma carne.
A no ser
que te quemes la punta de los nervios
con el alcohol, la droga,
el 'pasotismo' a ultranza...
Bueno,
después de todo,
la cosa no es tan seria.
Todavía te quedan el auto deportivo,
tus discotecas favoritas
y una cena elegante
como puerta a la noche con el tipo de turno.
(1990)
cierro los ojos
nube de fuego chispas
la cascada constante
me ahoga caigo
en el vacío
cierro los ojos
nube de fuego chispas
piedras ardientes
arena sequía
niña toda huesos
hambre infinita
cierro los ojos
nube de fuego chispas
ausencia duele
el corazón lágrima
espesa pastosa
tristura mortal
cierro los ojos
nube de fuego chispas...
(transición)
Y pasan años, y años,
y siempre esa pesadilla.
(1992)
cada vez que me ausento de la piedra
rozando sensaciones o releyendo a Kempis
desnortan seriamente mis gaviotas
cómo haré yo que el viento gris antártico
se acune una y otra vez sobre el silencio
y permita al Homúnculo
inclinarse sobre la tierra dura
en el Jardín Real apenas primavera
se veía brillar sobre el Pentélico
espejo incomparable quebrado por Pericles
el mármol día a día que se llevan
a retretes y bares de hoteles pretenciosos
por ejemplo en New Orleans,
donde ruge
marea incontenible
de negros y mulatos
de muchachos muchachas gruesos como toneles
nos empuja y desborda
nos lanza hasta el arroyo sobre flamantes coches
me decía mi madre canta "Dos Arbolitos"
te dejo sin cenar
pero había aprendido aquellos días
el dudoso placer de detrás de las puertas
y nada era importante
ya sólo me quedaba
acompañar triste a mis hermanos
y lo que el cirujano dejara de mi padre
hasta el ángulo norte en la Almudena
le clavé bien la aguja
mi padre nos pidió que lo jurásemos
no quería que lo enterrasen vivo
y luego el humo gris
y el no saber qué hacer con las cenizas
así tras cada noche cada otoño
permanente caída en los pasados
que no quieren seguir bajo olvido y cascotes
hasta que las gaviotas
con su criu-criu innoble e incesante
me obligan a esconderme temblorosa
en las grietas que el tiempo deja abiertas.
(1992)
Hermana, esta es la edad,
la de atlantes o sátiros.
Oscura edad,
en la que alienta
un resquicio de amor, que en el silencio
llega hablando de tiempos inmortales
y olvida que el traidor vuelve su rostro.
De nuevo son estrellas
las culpables;
de nuevo
la caricia
y el desdén absolutos.
Me preguntas:
¿es nuestra sombra ajena
a la luz proyectada?,
¿deben los dioses pausa,
amor los despreciados?
No cesas de acusarme
de amanecer escéptica
tras una ingenua noche.
Pero, hermana,
¡nada es nunca ni nadie!
Para vivir, olvidas,
asistes al declive,
a la muerte minúscula;
si todo fue probado,
es desechable todo.
Cuando la noche acude,
un azulor de labio no es deshonra.
No,
no hay pausas, tú lo sabes.
Y que bajamos dando tumbos
por la maraña de los días,
mientras clava sus uñas
en nuestros vientres desvalidos
el aullido más agrio del futuro.
Un resquicio, me pides.
Quizás. El muro es viejo.
Puede que entre sus grietas
un mundo diferente esté gritando,
pugnando por nacer.
(1995)
¿Nosotros?
Los que suerte acosamos en cupón y quinielas,
negocios instantáneos,
adelanto en rasantes,
cervezas para el niño...
Nosotros,
héroes de sillón blando,
alquimistas de la aliteración:
Virgo, Violencia,
Videocasete, Viajes,
Vivienda de alto 'estandin'...
Nosotros,
juiciosos en política -sin riesgos-,
afanosos de nuestro afán privado,
tarados por el miedo del costo del petróleo,
lamentables esquirlas del consumo...
Nosotros, ¿qué valemos?
¿Qué precio alcanzaría
nuestra mezquina oferta en la Bolsa del Cosmos?
(1990)
Sé de algunos
que perdieron el rumbo
una vez
tras
otra,
pero cuya brújula los arrastraba inexorable
hacia un norte que no abandonarían.
La voz, ronca y ululante,
surgiendo entre la bruma
que cubría las tierras,
los llamaba:
venid,
venid.
Y ellos,
color que busca su equilibrio,
hambre insatisfecha,
dolor que se conoce refractario al paliativo,
llegaban
a oleadas,
a empujones de voluntad,
erráticos pero incansables,
aferrados
a una confusa suerte
que conocían lejana.
Pero no cejarían. El mundo
era un ancho pañuelo,
y ellos lo recorrerían
de doblez
a
doblez.
(1994)
Esconder tras excusas
los que la mente sabe golpes de hombre;
desconcertados,
esquivar los ataques que te asedian;
orillar los insultos
que nuestra cobardía recoge mansamente;
vivir, llamamos eso.
Y un día te das cuenta
de que estás aferrado a ese tiovivo
de la abyecta renuncia,
sientes la rebeldía,
quieres huir, saltar
sobre el abismo -¡qué Gran Salto!-
a un futuro sin fin, desconocido...
(¡Desconocido!
Quizás no es tiempo aún,
cuidado,
quién sabe qué hay allí...
Es mejor que lo olvides:
saltar en el abismo es peligroso).
(1982)
Y fue un día, el sexto.
Y entre las bestias que no piensan
(pero sienten, y anhelan, y agradecen),
surgió una nueva,
más terrible que ninguna otra.
Los sumos sacerdotes de cien credos
la hacen hija de los dioses
(una hija rebelde, a buen seguro);
algunos sabios aseguran
que fue obra de una casualidad irrepetible.
Los de esa estirpe,
a veces
nos avergonzamos de nuestra vesania
y de nuestro eterno suicidarnos,
y a veces también
nos sentimos orgullosos de supuestas proezas,
que en pocas generaciones nadie recordará.
(1994)
En la esquina, carteles y banderas,
que te llaman a dividirte en trozos
según edad, color,
lugar de nacimiento de tus padres.
Un arco iris de proclamas
que te ofrecen identidades nuevas,
confortable aislamiento, nichos bien protegidos.
Las escucho, perplejo:
yo, que me siento de Madrid,
digamos, un minuto;
cinco o seis, castellano;
español, cierto que algunas horas.
Pero grecolatino, al menos dos semanas;
como un mes o algo más, un europeo;
hispanohablante, años...
Y ser humano, lleno
de huesos tristes, rojas venas,
angustias y esperanzas,
todo el tiempo, mi dura vida toda,
la que arrastro y me duele y sabe a poco.
Una vida que nadie
-y una proclama, menos-
puede encerrar en límites.
No,
ningún nacionalismo vale un muerto,
una esposa lisiada,
una niña sin piernas.
Así,
no me habléis de la patria
si no es bajo la sombra de una hilera de patrias
más y más frutecidas,
más altas para todos.
Al final de esa larga
avenida de abrazos,
me ciega el brillo de un millón de hombres,
mujeres, viejos, niños.
Con hablas y colores que mi lengua se niega
a llamar extranjeros.
(1992)
Cerca de esos mojones
que limitan tozudos la tierra donde habito
me acoge la alta encina.
Cómo gusto de su pulida sombra,
su presencia amigable, su estatura.
Sólo ella es capaz de sustraerme
a ese monólogo enfermizo que es hijo de los años,
a la conciencia de la soledad,
a la delgada ausencia
que te van construyendo los relojes.
Para la encina -gusto imaginar-
somos viento inconsciente, vagas formas,
ingrávidos testigos de su presencia augusta.
A veces, la ignorancia de nuestro afán salvaje
quizás destruya un tronco, veinte, mil.
No importa. Ella sabe -sigue mi soliloquio-
que cuando sean polvo los huesos de los hombres
y el mundo, muy despacio, se reponga del caos,
aún renacerá, hermosamente sólida.
Mas, ay, esto es apenas el reflejo
de mis ansias, mis posos culturales.
En realidad, y tan seguramente
como el sol sale, y sube, y acaba por perderse
allá al fondo, detrás de las montañas,
esta encina se está pudriendo viva,
el aire entre sus hojas es impuro,
contaminada el agua en sus raíces.
Ella soy yo; apenas aventura
que casi no merece un pie de página.
(1992)