Dejaré de culpar a mis padres
por su trabajo a medio hacer.
Dejaré de culpar a todo eso que omito
por los desastres
por los por qués ajenos.
Dejaré de culpar al orgullo,
a la ira, a la intolerancia.
Dejaré de culpar al verano
por ser verano,
y al invierno por serlo;
al Capitalismo, a la dictadura, a la Iglesia, a la burguesía,
a la burocracia,
a las cárceles, la falta de civísmo,
a este Estado ausente,
a todos los dóciles,
a todos aquellos domesticados
entre los que me encuentro.
Y no tendré más miedo de mi miedo,
ni miedo del tuyo,
ni me asustará mi pereza o incompetencia.
Dejaré de culpar a los descorazonados,
a los materialistas,
a los criticones,
a los envidiosos,
al desamor.
Ya no me asustaré de mi misma
ni de mi calor, mi fiebre o mi frío
o mi templada ignorancia
o verborrea sin sentido
mi miedo a pensar demasiado
a sentir de más,
mi miedo a dejar de pecar algún día.
Dejaré de culpar a la culpa
y a los culpables.
Voy a mirarme a los ojos
y pedirme perdón.