El domador castigó sus penas con el látigo sutil,
apaciguando sus fluidos vestales
en el lecho:
inconscientes.
Cuál luz alumbró sofisticadas injurias, brotando
la semilla de manzana :
mordida, insuficiente.
Castrando ideas
entre bosques de bestias . Soltando el cabello,
más su alma no encuentra.
Cada paso en vano con el que sustenta:
sabor amargo
clavado entre ladrillos y aceras: señales
de dioses cobardes , inexistentes huellas.
Una aguja es la muerte,
cabalgando entre el verdugo,
sus placeres. Una tumba de desiertos,
los herreros de su nombre. Una pluma se desmalla
ante el firmamento:
esa figura redonda el tormento.
Exiguos orgasmos mentales tropiezan
en frutos prohibidos . Una hilera de humo
andante:
marca el tiempo en sus paredes,
pesa ,en la órbita, las lágrimas con
sus cocodrilos. Cuál será la línea divisoria.
Martillo segando espasmos:
oz amartillando placeres.
Luz que todo lo guía entra en ella
con triste sonrisa. Saludos que saben a poco,
que se van de su vista.
Consuelo cerrando sus ojos y
siempre, quemando heridas. Tóxicas exhalaciones,
ansiedades y codicias.
Los suspiros reservados para
muertos siempre.
Arrepentimiento de los débiles, secuaz
de los borrachos soñadores.
Amigo del desdén , de esos:
no habrá cura y
ese suntuoso mar, al que admira,
caerá con sus redes ,
en miseria pura.
Madre de placeres...
El látigo le aprieta, cada vez,
más fuerte.
El asco le carcome , un gusano
que le lame
dentro más adentro. Pacto sabroso
entre arcángeles.
Un David que no llega
a salvarle
de esa ambrosía celestial . Tiembla el pulso
de sus brazos enjutos :
plumas libres
puntos firmes.
Un sonido del estómago furioso. Una percha
dónde cuelgan menesteres
de su afable pecado.
Ha vuelto a encadenar las letras.
Así, allá, aquí. Leonardo derrumbó
su sonrisa, cuál secreto de mujer.
Respirando una Frida, sufriendo por amor:
hoy, nunca, tal vez.
Silencio, el placer acabó.
Vanora Miranda