Y aún con el nombre más antiguo
sigue el cloroformo atragantándome.
Ya no sé si son las malhechas aceras
que el sueño menos perturbado
se acomoda en las pestañas de la pesadilla.
Alguna que otra resaca de mascarillas,
píldoras de anestesia anticonceptivas,
ideas guillotinadas, prejuicios censurados,
jerenguillazos de absurdismo,
egocéntricos palacios de simplismo.
Hay como escalones, pero sin escalera.
Que me guie la libre por la ciénaga,
cerdos son los que alimentan al granjero.
El sabueso, el huesecito de la boca
con trocitos de carne y esperanza humana.
Las verdades en braguetas sin cremallera,
La sofisticada alineación de transgresores,
algún que otro alfil de contraataque
la inconstante prestación de justicia,
tarjetas de crédito definiendo identidades.
Batidos de chocolate con sirope de sangre.
Caladas tóxicas de cinismo,
algún que otro empujón a la reflexión,
al estudio, a la inflexión...
El sin sentido, el comienzo de saber sin ser.
El autoconsumismo de la adicción,
la plegaria hacia el concepto inventado,
la diarrea verbal atropellada siempre
por el estímulo de la concepción.
Estribos, riendas...caballos y jinetes.
Desayunando con el rescate del arte.
Concebir sorpresas de la nada,
una receta que nunca explica lo absoluto,
retorcer las piezas al máximo,
aplicar que del final siempre hay principios.
¡Qué me explique esto tu hijo, el que
la cura a la humana enfermedad le acompaña!
¿Cómo puede replicar su chirrío en el hueco izquierdo?
Madre de discordia, madre de la magia.
Madre del ser y de la nada.
Vanora Miranda