Recordando las palabras acertadas
de Pizarnik, era, ante todo, Hombre.
Hombre que disfrutaba su agonía poética;
poética, que a su vez, era más exótica
que el Príapo escondido en su bragueta.
Con alto contenido en sangre
de narcisismo Wildiano,
Stephen iba en busca de editoriales,
editoriales con restos de cera.
Disfrutaba, como Rimbaud y Verlaine,
haciendo odas al hueco de mi segunda cueva.
Recuerdo cuando expandimos el verso prohibido
en nuestro imaginado Edén universitario,
Edén donde pareces estar enterrado
y, a la vez, con ese verso, resucitado.
Vanora Miranda