De las heridas, adarces brotaron. Y en mitad del incesto crepuscular , un ejército de lapiceros marchó veloz a sacarle punta a las olas del océano. Coronaron a la goma de borrar el capitán de sus ancestros.
Edificaron fronteras de algas para evitar las espadas de los zifios. Aglutinaron en bolsitas de arena a los delfines, extirpando de raíz la florescencia de las medusas. El tiempo relegó su pertenencia a los cangrejos...
El plancton dejó leprosa a la conciencia. ¡Conquistó la vida!
De nuestras heridas, acantilados brotaron. Se evangelizaron las palabras como picaduras de mantarrayas. Se extirparon los clítoris del coral. Poseidon pudrió el tridente. Las sirenas menstruaron mudez.
Pero...
Tú y yo... Tú y yo somos picados. La picadura de la mantarraya despierta al lampo en huesos y gargantas.
La picadura de la mantarraya eyaculó nuestra lengua. La espuma transmutó el aborto en hija. Mi hija, apegada siempre al balbuceo. Correteando en el teclado con su chupete neurológico. Pidiendo teta con los dedos.
Sin embargo,
tu hija se ha desprendido de las papillas y pañales. Aflora entre compresas y tampones la huída de la adolescencia, dejando a su cadencia resaltar en senos prominentes.
Vanora Miranda