A Julia Lavid López
Ajena a la partida de ajedrez entre el cosmos y la luz
a las crisálidas de la viuda gnómina abandonadas en el jardín
a las pocas palabras desencriptadas en las vértebras de pulpo
ella se untaba con el bálsamo lingüístico obtenido de la profilaxis sustantiva
donde cabía la Guerra Fría entre la subordinada adverbial y la exhortación
la reconquista del adjetivo a la condición de shah textual
el velatorio sin cuerpo presente de las perífrasis verbales
la verdad se revelaba como elefantes botsuanos en procesión
en el desfase químico-sintáctico de la coordinación adversativa y explicativa
en las bailarinas taiwanesas o en las cuadras de la reina de Inglaterra
en la aliteración de los pasos aterrizando en la acera
en las penitencias de corsarios ingleses o en el fascismo imperativo norteamericano
la verdad se revelaba en el pesebre sintáctico quiropráctico
en las albuferas de las costas mediterráneas o en las zarzuelas decimonónicas de Arrieta
en las cartas de la Segunda Guerra Mundial que quedaron sin destinatario
en la gramática funcional de la sacarina del café en los desayunos de Halliday
en el ponche de ácido lisérgico de su tarotista o en la Declaración de la Renta del año 96
la verdad era una anciana pobre que no sabía qué hacer con la Torre de Babel
era un filósofo analfabeto que jamás cogió un libro sobre ontología
la verdad siempre ha sido un camello desorientado en las dunas del desierto.