¿Podemos llegar a la psicología por los caminos de la filosofía, el arte clásico o la historia?
Pues sí, o, al menos, ese fue el caso de uno de los primeros discípulos de Freud y que a diferencia de éste no era un científico: Otto Rank, cuya obra principal se tituló: Trauma der Geburt und seine Bedeutung für die Psychoanalyse (1924) (Trauma del nacimiento y su significado para el psicoanálisis) Una obra que le hace distanciarse de su maestro e influyó considerablemente en el grupo "neo analista" de Karen Horney, Sullivam y Fromm.
Para éste, el niño al nacer experimenta una gran angustia ocasionada por el hecho de verse "expulsado" de su seguro refugio uterino en el que se carecía de la conciencia de necesidad. Ese sería el motivo por el que el ser humano sueña inconscientemente con restablecer ese estado paradisiaco de su existencia intrauterina, con retornar, de alguna manera y aunque sólo sea de manera figurada, al seno materno.
También, por otra parte, la depresión postparto de la madre compartiría ese peculiar sentimiento de pérdida, la pérdida de algo que se protegía con el máximo de los cuidados, en el lugar más estratégico, profundo y seguro de una misma.
Según Rank, ese es el motivo por el que el placer proporcionado por el coito represente, al mismo tiempo, la vuelta al útero, al paraíso perdido, - por la parte masculina - y la recuperación compensatoria de lo perdido, en su versión femenina.
La búsqueda incesante de ese refugio feliz y el sufrimiento de no encontrar algo lo suficientemente satisfactorio podría encontrarse, según este autor, en el origen de las neurosis depresivas y de los estados psícóticos.
Pero la separación de la madre es el punto de partida del desarrollo de la libertad individual, sólo el miedo a esa libertad haría resurgir el conflicto ocasionado por la pérdida del espacio básico de seguridad - provocado por un sentimiento de abandono - y ese sería el motivo por el que en cada separación, con sentimiento de abandono, cuando alguien nos deja, se reactualizaría psicopatológicamente el trauma del nacimiento.
Es el miedo de la soledad, el de perder las ataduras, perder la seguridad, el miedo inicial, en definitiva, al fracaso de la individualización y de la autorrealización.
Pero es entonces cuando la voluntad debe de adquirir su papel dirigente, no sólo del mundo exterior sino, y eso es lo más importante, del interior.
Rank descubre en el primitivo negativismo infantil - en el uso reiterado del No, en el negarse a hacer la gracia solicitada por los adultos - el despertar de la individualización y la primera manifestación intensa de la voluntad propia, de la resistencia a la voluntad del otro, aunque esta conlleva también el despertar del primer principio de culpabilidad.
El conflicto se establecerá, a medida en que va despertándose la propia personalidad y a partir de la primera infancia, entre la dialéctica de la voluntad propia y ajena, entre deseo de libertad y el sentimiento de culpabilidad, de aquel que surge por no haber respondido a los requerimientos de quien nos protege.
Sólo más adelante la voluntad integrará la comparación, la emulación o la envidia: poseer o querer hacer las mismas cosas que los otros. Y de ahí, el origen de la rivalidad y de la lucha. Hasta que finalmente se logre encontrar el equilibro entre el deseo personal y el de los adultos educadores, la autodirección guiada por el vínculo de la seguridad del camino bien trazado. Sentirnos guiados con seguridad restablecerá el sentimiento de protección y amparo. Los escolares que no encuentren una guía segura y firme se verán abocados a la neurosis. A la pérdida del control del ambiente que les rodea.