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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 19 de abril de 2024

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La vieja escuela

Cuántas veces habremos oído esa expresión y para cuán diversas situaciones. La escuela de hoy en día poco tiene que ver con la anterior. Donde había pizarras, tizas y borradores, ahora hay diapositivas y proyectores. Se toman apuntes con ordenador, aunque siguen existiendo esos a los que siempre nos ha gustado tenerlo todo en folio y a boli, con títulos de colores. Todo se va modernizando, pero los ilusos confiamos en que no se pierdan las viejas costumbres que hasta el día de hoy tan buenos resultados han dado siempre.

Hablando en primera persona, siempre he estado en la escuela pública, desde el parvulario hasta el bachillerato. Nada de concertar, pagar y vestir de uniforme.Si que es cierto que sentíamos cierta admiración a aquellos que a nuestra edad comentaban aquello de que eran unos privilegiados, que tenían ropa con el logo del cole y el resto no, que les hacían jornadas de convivencias en unos albergues de primera...y que fueron los primeros en tener internet en las aulas. En aquellos momentos algunos teníamos envidia y a otros nos era indiferente.Desde los 4 años nos montaban en un autobús, una hora recorriendo los pueblos donde recogía a un montón de niños más, para llegar por fin a las clases en las que nos metíamos de 25 en 25 o más.

Teníamos las mismas asignaturas que el resto, con el mismo temario, con mejores libros incluso y mucha más tarea para casa eso sí; y algún castigo de vez en cuando, que metidos allí de 10h a 17h alguna travesura te daba por hacer.Crecimos con las canciones de las sumas y las multiplicaciones (que aún recuerdo con cariño), hacíamos concursos de fechas históricas con caramelos como premio, nos sacaban a la tarima para apuntar con el láser a los países que te dictaba el profe de geografía...y después de esas primeras horas te quedabas a comer en el comedor.No recuerdo mejor experiencia, allí te hacías mayor día a día. Los primeros años te dedicabas a decir que no te echaran más porque no te gustaba, o que te guardaran un poco para repetir si se trataba de tortilla o filetes. Luego, la veteranía, te otorgaba ser jefe de mesa, con lo que servías al resto, recogías la mesa y al final de la comida tenías tu recompensa. Todo esto sin dejar de hablar con la gente de la mesa, hacer amigos nuevos, compartir experiencias y sentir una mayor cercanía hacia los profes que como tu se quedaban a comer.

Después de comer tocaba recreo, inimaginable todo lo que aprendíamos en esos ratos de digestión. Bailábamos la peonza, nos cambiábamos hojas con dibujos, jugábamos a la goma, al fútbol, al castro...decíamos a los de fuera que nos trajeran chuches para las clases de por la tarde (el hambre apretaba si lo que había en el comedor no te gustaba)...Las clases de por la tarde siempre eran las mejores, Educación Física y Dibujo o alguna de esas que suele interesarte más o sino, al menos, ser más entretenida. La vuelta en el autobús seguía otra tónica distinta a por la mañana. Por la tarde abundaban los cánticos, peleas y entre esto alguno aprovechaba para hacer los deberes "en equipo".

Cuando llegó el momento de subir al instituto, todos temíamos lo duros que iban a ser los exámenes, los profesores, los madrugones...y fue cierto. En la ESO te acostumbras poco a poco a lo que luego trae consigo el bachillerato, donde ya no se anda nadie con chiquitas. Asignaturas nuevas como física y química que sonaba a conocimientos superiores, otro idioma (francés), tecnología...a la par que sobrepasados por tanto conocimiento nos sentíamos mayores, de los de verdad. Exámenes cada 3 o 4 temas, y los trimestrales que nos hacían venir temblando a clase. Comenzaban los trabajos, las lecturas y resúmenes de una multitud de libros que nos mandaron leer (algunas grandes obras que sin el mandato del profesor hoy no conoceríamos), exposiciones delante de los compañeros de clase, trabajos en equipo y una retahíla de objetivos más que nos ayudaron a cumplir de un modo u otro los profesionales docentes que tuvimos la suerte de encontrarnos a lo largo de la enseñanza secundaria. Durante todo este tiempo te empiezas a enfrentar a problemas con tus amigos y amigas, con tus padres y contigo misma, pero todo aplicado al ámbito del instituto público, al fin y al cabo era donde lo contabas todo a unos o a otros.

En Bachillerato empiezas a darte cuenta de que nadie te va a regalar nada, que se acabaron los redondeos, que un chiste te sacaba al pasillo, que las profesoras de inglés y de francés son bilingües y no tienen ninguna intención de utilizar el español en clase, que la de historia ha estado en Egipto, en todos los museos de París y Londres, que su abuelo la ha contado todo (y subrayo todo) lo que no está escrito en los libros sobre la guerra civil (y que entra en el examen, está claro), que la de biología colabora con la Universidad de no se qué sitio en un super experimento que no nos va a contar, que el de lengua y literatura sabe lo mismo de poesía y biografías que de autores periodísticos actuales que tu en tu vida te has parado a analizar y ni siquiera a leer lo que dicen, y que el de filosofía te está volviendo loca con que lo que es no es, y lo que no es, es.Una vez superado todo esto, y después de haber hecho un viaje sacando tu propio dinero para visitar el extranjero (para muchos la primera vez) y pasarlo bomba con la gente con la que llevas en clase 6 años como mínimo, te mides en la selectividad.

Tres días de apabullante dolor de estómago y de cabeza, de nervios, de repasos, de "posits" en todos los lados, de lamentos, de resoluciones de dudas con los profesores que te acompañan y que ejercen casi de padres y de oraciones para que te la nota para lo que quieres estudiar.Y luego ya está, prueba superada y además entras en la carrera que quieres. Aquí es donde verdaderamente te das cuenta de que nunca has tenido nada que envidiar a aquellos que se reían de ti por que estaban en la privada. Sabes lo mismo o más que ellos, has tenido a profesores igual de buenos y que han sido más cercanos de lo que suponías, que te han ayudado y te han enseñado todo lo que necesitabas para llegar a donde has llegado, tienes tu título que lo has conseguido a base de estudiar, de preguntar, de tutorías y de mil cosas más. Y además, has aprendido de la vida, has hecho los mejores amigos que podías pensar, has conocido los límites en todas las situaciones a las que te has tenido que enfrentar tanto a nivel personal como lectivo y has madurado. Y todo gracias a la enseñanza pública, puesto que a la de pago no hubieras podido acceder. Diecinueve años después de haber entrado en el sistema de educación público, me siento orgullosa de lo que he aprendido, de los profesores que he tenido y de los logros que me han ayudado a conseguir, con lo que espero que el resto de generaciones pueda seguir disfrutando plenamente de lo que yo he tenido durante todo este tiempo para poder empezar a ser alguien el "día de mañana" que por cierto, llega muy rápido.

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