Trastorno por déficit de atención, con hiperactividad añadida, en la edad escolar.
¿Cómo se nos presenta el TDAH., cuando aparece y hasta qué punto alcanza su incidencia?
El trastorno de hiperactividad en la infancia escolar, con déficit de atención y concentración añadido, no es una novedad diagnóstica ya que fue descrito hace ya más de cien años. Pero parece que se nos presentan ahora como una de las realidades más actuales a las que tienen que enfrentarse los padres y educadores de la sociedad de hoy.
No suele ser infrecuente diagnosticar a chicos impulsivos, más que chicas - diez veces más -, que tienen muchas dificultades para atender y permanecer tranquilos en clase, de TDHA. Una de las muchas siglas amenazantes que forman parte del azote de nuestro tiempo. Pero hay que tener cuidado con el diagnóstico que puede oscilar entre un carácter inquieto, bastante normal en la edad escolar, sin otras consecuencias, y un grave trastorno de origen neurológico.
El retrato medio de un chico así etiquetado es el de aquel que por su comportamiento excesivamente inquieto y por su actividad motriz desordenada y constante tiene muchísimas dificultades para mantener la atención necesaria que requieren los procesos escolares de atención, asimilación y aprendizaje. Suele tratarse de alumnos con escasa tolerancia a la frustración. Los psicólogos decimos que presentan una conducta social inmadura y que su retraso en el aprendizaje da lugar a un menor nivel de rendimiento escolar.
Buscan cualquier motivo para distraerse, incordian a los demás, son incapaces de mantenerse en silencio y suponen, por ello, una verdadera tortura para sus profesores. Lo cierto es que tenemos más noticias de su comportamiento en la esfera escolar que en el ámbito familiar, de donde es más difícil obtener una información objetiva y clara.
¿En qué momento del desarrollo suele aparecer y hasta cuando dura?
Sabemos que suele aparecer entre los ocho y los doce años y que va a dificultar el tránsito psicológico a la adolescencia. Y que en términos estadísticos se da - según diferentes análisis - entre un 5% y un 15% en la edad escolar.
No obstante parece bastante claro que sus orígenes iniciales se encuentran en un mal desarrollo psicomotor en la fase preescolar infantil, que es el período más propicio para su prevención y tratamiento mediante programas de educación por el movimiento.
En cuanto a su pronóstico de futuro parece que la entrada en la adolescencia no disminuye su incidencia; incluso, se da cada vez con más frecuencia un incremento de este problema en edades posteriores, afectando tanto a mujeres como a hombres jóvenes, en la fase universitaria de formación que presentan muchas dificultades para mantenerse en silencio y de una manera atenta en las clases. Lo cierto es que cada vez se llega con más inmadurez al período universitario y esta suele ser una de las causas de abandono temprano de las carreras.
¿Cuáles pueden ser las causas que originan este trastorno educativo?
Si supiéramos la causa exacta de las cosas resultaría más fácil limitar sus efectos. Como en tantos otros problemas que nos afectan se desconoce su origen preciso, aunque, como en casi todo, probablemente se trata de más de un factor causante.
Puede haber causas ambientales que afectan a nuestro organismo.
Parece que se han detectado problemas en la comunicación de ciertos neurotransmisores (sustancias químicas que transmiten información bioeléctrica a través de los diferentes circuitos neuronales de nuestro cerebro), ya sea por su bajo nivel o su mala calidad. Con seguridad el aumento de la contaminación ambiental por sustancias tóxicas, como el plomo, perjudica notablemente los mecanismos neurofisiológicos de nuestra conducta y de nuestra capacidad de concentrarnos, pensar y razonar.
También la transmisión genética podría verse afectada.
Tal vez, poco o nada podamos hacer al respecto anterior, excepto mantener una actitud vital ecológica, pero hay también que considerar otras causas psicológicas que sí podemos controlar.
Los tratamientos psicológicos han detectado, en algunos casos, cierta psicopatología familiar relacionada con dificultades, trastornos y problemas de la personalidad en alguno de los progenitores de niños especialmente hiperactivos.
También otras causas sociales podrían ser determinantes.
Pero puede haber otro tipo de contingencia causal que, en mi opinión, no se había valorado suficientemente.
Hablaríamos en este caso de una causa psicoperceptiva.
Desde los dos años, o incluso antes en la práctica mayoría, los niños inician su particular encuentro con el mundo audiovisual y especialmente con el ritmo intenso propio de sus contenidos, mirando la televisión en sus hogares, en un significativo proceso de habituación, durante un mínimo de dos horas al día.
El universo multimedia, particularmente las películas de animación de los últimos tiempos, emplea un ritmo estimulador cada vez más rápido para lograr niveles más altos de atracción hacia su imagen. Lo mismo sucederá con los videojuegos, que más tarde los escolares comenzarán a utilizar como un primer recurso lúdico, y que exigirán unas necesidades interactivas de cada vez mayor capacidad de respuesta al exceso de estimulación sensorial que de ellos se desprende. Un ritmo que supondrá un estímulo excesivo, para las áreas cerebrales especializadas en la visualización del movimiento.
Parece que su intenso ritmo audiovisual actúa como un elemento de hiperestimulación en niños que por su inmadurez neurológica poseen un cerebro vulnerable. Y como toda estimulación excesiva, ésta podría crear un especial tipo de psicodependencia de la imagen impactante y acelerada, con fuertes contrastes cromáticos. Un tipo de imagen que actuaría como un estímulo condicionado de la atención perceptivo-emocional desde edades muy tempranas.
¿Hasta qué punto el ritmo impuesto a la emisión de productos multimedia de consumo habitual puede llegar a alterar, desde la infancia temprana, los posteriores tiempos normales de reacción y a condicionar una respuesta hiperactiva que exigirá ya esos elementos de motivación como imprescindibles para captar su atención? He podido comprobar cómo escolares maduros ofrecían una respuesta de ansiedad, inquietud y falta de atención cuando los ritmos audiovisuales se presentaban de una manera mucho más tranquila y pausada.
¿Podrían, en definitiva, los escolares, sometidos a este tipo de excitabilidad extrema y continuada, desde las primeras etapas de su infancia, presentar problemas de impulsividad y de falta de autocontrol?
¿Cuáles pueden ser los métodos más eficaces para el tratamiento del TDHA?
Numerosos estudiantes, hasta entre un 30 y un 40% según diferentes encuestas, podrían recibir una medicación prescrita para tratar los problemas emocionales y conductuales que se desprenden del padecimiento del TDHA. Hay hasta quien sostiene que en las enfermerías escolares de todo el mundo se administra mucha más medicación - concretamente anfetaminas - para combatir este trastorno que para cualquier otro tipo de problema. No sabemos si se trata de exageraciones o de visiones inquietantes de una realidad que nos supera, y que se nos ofrece como una de las más serias epidemias escolares de nuestro tiempo.
Pero, ¿hemos dicho anfetaminas?, ¿no tienen estas un efecto excitante?
Lo tienen en efecto, pero sólo en los adultos, por lo que parece no es así en los niños, en los que, por paradójico que parezca, tienen un efecto calmante, contribuyendo a disminuir su exceso de actividad, su impulsividad, su agresividad y su distracción. En consecuencia contribuyen a mejorar el rendimiento y los resultados escolares en más de un 65% de los casos tratados.
Pero éstas no curan la hiperactividad patológica sólo limitan sus consecuencias a corto plazo, pero a cambio presentan unos más que probables efectos secundarios indeseables: deterioro de la funcionalidad de las capacidades mentales y de la memoria, limitan el crecimiento corporal y del cerebro por la disminución del flujo de sangre a este órgano central, contribuyen a aumentar los trastornos del sueño e incluso podrían llegar a provocar brotes psicóticos en la adolescencia y juventud. Bien es verdad que se están ofreciendo nuevas y mejores medicinas que son más eficaces y presentan menos complicaciones secundarias y que son menos lesivas para el funcionamiento de las capacidades mentales, pero en cualquier caso se desconocen sus efectos a largo plazo.
Creo que hay que estar si ello es posible y el problema no es muy grave, más a favor de tratamientos psicoterapéuticos que abarquen a todo el conjunto familiar y del empleo de técnicas de modificación de la conducta dentro del aula, con reforzamiento positivo inmediato de las respuestas de éxito y con la puesta en marcha de programas coordinados de intervención psicoeducativa con los equipos específicos de orientación que la administración educativa pone al servicio de los centros escolares.
Pero sobre todo sería más que conveniente acudir a solucionar el problema atendiendo también a la base fundamental del trastorno que es el propio cuerpo. Y para ello nada mejor que profundizar en los tratamientos psicomotores y en la danza terapia, tema tratado en el número de febrero de nuestra revista, que es capaz de impulsar aprendizajes de control corporal mediante el ritmo musical y la acción organizada, utilizando el elemento central del trastorno, el movimiento, como un recurso original para su superación.