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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 26 de diciembre de 2024

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El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford (The Assassination of Jesse James By The Coward Robert Ford, Andrew Dominik, 2007)

Director: Andrew Dominik

Guión: Andrew Dominik

Reparto: Brad Pitt, Casey Affleck, Sam Rockwell, Sam Shepard, Mary-Louise Parker, Jeremy Renner, Zooey Deschanel, Ted Levine, Paul Schneider, Alison Elliott, Kailin See, Michael Parks, Ted Levine, Nick Cave

País: Estados Unidos

Duración: 160 min

Valoración E-innova: 

 

Estrenada en el año 2007 durante el Festival de Venecia, El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford hizo el suficiente ruido en el circuito cinematográfico independiente de aquel año como para colarse en las quinielas de diferentes festivales y círculos críticos internaciones como una de las cintas favoritas en distintas categorías. Con un sólido reparto encabezado por Brad Pitt y secundado por actores emergentes como Casey Affleck, Sam Rockwell o Jeremy Renner, este moderno y atípico western crepuscular consiguió llamar la atención de un relativamente amplio sector del público que, si bien no acogió la propuesta con incondicional entusiasmo, supo valorarla como el interesante y arriesgado ejercicio fílmico que es. Y todo ello pese a sus dos horas y media largas de metraje (las malas lenguas hablan de un montaje previo de más de cuatro horas de duración), su banda sonora minimalista y su lento e implacable ritmo narrativo.

El director neozelandés Andrew Dominik fue el responsable de escribir el guión y plasmar en imágenes el libro de Ron Hansen, basado en la auténtica vida del criminal americano, en lo que hasta el momento es su segunda película como director tras la australiana Chopper (2000), otro biopic centrado de igual manera en una figura criminal, esta vez de origen australiano. Y, evidentemente, como no podía ser de otra forma, la película narra el proceso que condujo a Robert Ford a asesinar fríamente al famoso Jesse James.

Las reminiscencias del filme hacia uno de los más inmortales westerns de la historia del cine no son para nada casuales. El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford recuerda, ya desde el título, a El hombre que mató a Liberty Valance (The Man Who Shot Liberty Valance, 1960), película que en el número de abril de 2011 ya reseñamos. Las casualidades no existen; y los paralelismos no se terminan en algo tan superficial como el título. Si John Ford, con su obra, desmitificó el relato clásico del western añadiendo varias capas de significación a la historia y proponiendo un modelo en el que, por un lado, la barrera entre los héroes y los villanos desaparecía y, por el otro, los hechos dejaban de ser tales para ser simples pastiches a conveniencia; Andrew Dominik parece querer dar un paso más allá en la deconstrucción del western, estirando el concepto y llevándolo hasta sus mismos confines. Pero, en la línea del western crepuscular post-Liberty Valance, la visión de Dominik es aún más sucia y polvorienta que la de sus predecesores.

Los personajes son un cúmulo de emociones difusas que ni el propio espectador es capaz de desentrañar: no hay buenos ni malos, sino todo lo contrario. Resulta imposible considerar héroe a ninguno de los personajes que se nos muestra. Y, sin embargo, tampoco podemos hablar de villanos: cada uno, invadido por sus motivaciones y preocupaciones, se desenvuelve lo mejor que puede. Porque esa es la cuestión de fondo: el poder. El poder que define lo que se es, lo que se quiere ser, y lo que se quiere evitar ser. Y lo verdaderamente complejo es que ningún personaje parece estar siquiera cerca de poder ser aquello que quiere ser.

La atmósfera que transmite el filme, tan sumamente contaminada de incertidumbre y toxicidad, aleja al espectador de toda empatía o identificación. Ni el asesinado Jesse James, ni el cobarde Robert Ford (del que ya desde el título tenemos por un cobarde, como el futuro asesino del bandido) permiten una fácil (ni difícil) identificación. Sus volátiles reacciones; sus oscuras intenciones y erráticos movimientos; su, en definitiva, infinita opacidad emocional, levantan una infranqueable barrera entre el espectador y ellos mismos que impide la comentada filiación emocional, permitiendo además articular, mediante la crepuscular banda sonora de Nick Cave y Warren Ellis y la apagada fotografía de Roger Deakins, una constante sensación de vacilación que no desaparece ni con el final del relato. Algunas horas y días después, aún se mantiene latente.

Tras la anunciada muerte de Jesse James, en el extraordinario y dilatado epílogo final, Robert Ford se convierte al fin en el protagonista absoluto de la cinta; un protagonista imposible. Durante media hora de convulsa narración, como si de un prolongado episodio de agonía se tratase, Dominik nos muestra con mano maestra el autodestructivo proceso en el que Robert Ford cae. Liquidado su alter ego, su antítesis, su yo, Ford solo consigue dar sentido a su vida a través de una continuada rememoración del cobarde momento de su vil asesinato por la espalda; de un momento en el que, tanto el uno como el otro, eran plenamente conscientes de lo que necesitaban y de lo que iban a hacer, probablemente el primero y último en sus vidas: el uno, morir; el otro, matar. Necesidad y poder.

La obsesión del filme por mostrar unos personajes al borde la desesperación, amorales, envidiosos, cobardes y estúpidos, arroja nueva luz sobre un universo, el del western moderno, cada vez menos mitificador y más encaminado hacia la pura redención de las almas atormentadas que lo pueblan. Los diálogos, mínimos y en su mayor parte accesorios, sirven como un elemento más a través de los que expresar la desolación moral del relato. Los tiroteos, una de las más importantes marcas del género, son reducidos a la mínima expresión: violentos y mortales, pero tan ausentes de épica y trascendencia como lo están los propios personajes. Son, apenas, retazos de dignidad dentro de un mosaico de melancolía infinita; efímeros momentos en que los implicados muestran sus verdaderos rostros, no muy alejados de lo que aparentan ser, y no mucho más valerosos que lo que con todas sus fuerzas desearían no ser, pero que inevitablemente son.

El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford no es una película fácil de digerir. Es lenta, obtusa, intrincada, sombría y áspera, pero allí donde otros muestran sin permitir evocación alguna, Dominik ofrece un complejo retrato del vacío. Donde otros ponen estruendo y épica, este filme propone silencios e incertidumbres. Una obra reflexiva y desesperanzadora que finaliza de manera tan incómoda a como se inicia, quedándole a uno la extraña sensación de no haber presenciado nada de lo que esperaba, pero sabiendo que, más allá de ese explícito título, todo lo demás es tan etéreo que no puede tocarse, y difícilmente se percibe. Y aún así, todo queda impregnado por su aura. Definitivamente, turbadora.

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