"Ha llegado el momento, es tiempo de acción" afirma Federico Mayor Zaragoza, una de las mentes más brillantes de nuestro país en la portada de su obra "El delito del silencio" (2011).
Tiempo de silencio es, a su vez, una gran novela escrita por el psiquiatra y escritor español Luis Martín-Santos. Fue su única novela ya que siguiendo la misma triste suerte de Albert Camus- también "otro de los nuestros"- murió en un accidente de tráfico en 1964. Pero dejó inacabada Tiempo de destrucción. Ambos títulos nos sirven ahora para relacionarlos con el del ensayo de Mayor Zaragoza. Para pensar en el tiempo de hoy, en nuestro propio tiempo.
Un tiempo en el que la llamada lógica del liberalismo especulador sin límite, alejado tanto de las buenas intenciones como de cualquier sentimiento colectivo, no es otra que la lógica de la dominación global de unos pocos sobre el resto del planeta.
Hemos llegado ya a la pérdida de la democratización de la economía, alejada de la realidad social y productiva, cada vez más distante de la senda necesaria del crecimiento y convertida en un mero juego de intereses especulativos en el que los países, especialmente los del Gran Sur Europeo, son como los dados de dominó de un juego macabro: el que más pueda llegar a tumbar- de los que se dejen- gana. Además se admiten apuestas en las bolsas, mientras se engordan las cuentas de los paraísos fiscales, de las Islas Bermudas y las Islas Caimán - entre otros-; los paraísos de la vergüenza.
La cleptocracia global, que no tiene reparos en mostrarse en sus más esplendorosos y descabellados lujos, eficientemente ventajosa para quienes la dominan y controlan, amenaza realmente con acabar con la democracia e incluso, con la propia humanidad.
Los grandes poderes de quienes comercian a una escala inaccesible con la salud, sin importarles la calidad de vida - mucho menos la enfermedad - de la gente corriente, se esconden secretamente detrás de quienes quieren acabar con los sistemas públicos de salud. Cuando alguien ve sufrir, de cerca, a uno de los suyos daría lo que no tiene por ayudarle: entonces ¿porqué dárselo gratis?
Cuando alguien se desespera por su realidad económica siente más que nunca la tentación engañosa de caer en las trampas del juego de inquietantes manos privadas, de perderse él, y perder a los suyos, en los trastornos psicológicos de la ludopatía. Entre tanto se jalea vergonzosamente a quienes en beneficio, exclusivamente propio- ya nos han contado todos los cuentos-, quieren multiplicar las opciones para arrastrar a los seres débiles a esta circunstancia nefasta. La lotería nacional, saludablemente beneficiosa para el estado y tradicional para los ciudadanos, podría tener los días contados.
¿Aún no habéis leído esa gran obra de Fiódor Dostoievski que se llama "El Jugador (1867)"? Sí, el juego y sus peligrosas deudas, la ludopatía, perjudica gravemente la salud personal y social. ¿Se hará constar?
Loa señores de la guerra (Ver "El señor de la guerra" -2005). Dirigida por A. Niccol y protagonizada magistralmente por Nicolas Cage), entre tanto, siguen disfrutando de sus lucrativos beneficios.
Y mientras, se dibuja un panorama siniestro en Siria, y otros muchos lugares olvidados, en donde las atrocidades no parecen tener fin y, por todas partes, proliferan las demencias fanáticas: verdadero asalto a la razón que impide cualquier diálogo civilizado. Buen negocio para los intereses de esos sujetos, los que les venden las armas de destrucción a buen precio.
El desmantelamiento de los sistemas públicos educativos, para que sólo los elegidos por las viejas y nuevas fortunas puedan acceder a los órganos privilegiados de decisión socio-política, podría ser una buena idea para algunos, pero significa el principio de la destrucción del progreso al servicio colectivo. Estudiar una carrera no significa necesariamente trabajar en sus posibles salidas - muchas de ellas desconocidas para los estudiantes - significa también alcanzar una madurez intelectual que te servirá para salir adelante, comprenderte mejor y entender con más criterio a los demás. Pero el precio actual del conocimiento comienza a cerrar también esta vía.
También puede resultar sugestiva la desmembración de los pueblos ya que cuanto más divididos más débiles. Más sencillo arrancarles su soberanía e imponer la dictadura sin escrúpulos de los "Black Man".
El clamoroso triunfo de los principios moderno-liberales, los de los intereses privados y egoístas sin freno ni límite, abre una nueva era de conflictos sociales en la que incluso la sociedad normal se ve arrinconada, "apaleada" y arbitrariamente maltratada, y todo ellos en un contexto en el que se van perdiendo los derechos (a la salud y a la educación principalmente) y también las libertades duramente conquistadas durante años.
El concepto privatístico, (el de la eufemísticamente llamada "liberalización" de los sectores estratégicos) y la postergación indefinida de la posibilidad de alcanzar algún atisbo de felicidad, sacuden la realidad social de unos pueblos que creían haber alcanzado unos mínimos de seguridad, de ilusión de futuro, de libertad, de independencia, estabilidad colectiva e individual, y - sobre todo - de dignidad.
El irracionalismo liberal internacional-especulador espera una solicitud de "rescate" que nos arrastrará cada vez más hacia la ruina, que se metamorfoseará en crueldad para las gentes y en más violencia social real. Ningún usurero, ¡sabedlo bien!, ha rescatado a nadie de sus penurias.
La restauración de una racionalidad radical al servicio de lo que de más humano hay en la sociedad ha de ser, no obstante una posibilidad auténtica. El objetivo prioritario de la defensa real de nuestro país y de nuestras vidas.
La quimera es lo espantoso; la reconquista progresiva de lo que, no hace mucho, fue realidad y es ahora utopía ha de ser la finalidad de lo esperanzador que no puede ya retrasarse más.
No, no es tiempo de silencio, aunque la voz y la palabra les molesten a algunos y piensen ya en cómo acallarla.
El silencio ahora sería el verdadero delito.