La más alta autoridad de la iglesia cristiana nos ha dicho que tal vez sobren del tradicional Belén navideño el burrito y el buey, los cuadrúpedos que plácidamente yacen junto a la cuna del recién nacido para darles el calor de su aliento. Figuras, se dice, que sólo son iconos ingenuos de una arraigada tradición popular que toma fuerza en el artístico renacimiento napolitano.
Tristes navidades, sin figuritas de animales que les den calor, en su particular pesebre, a los dos millones doscientos mil niños (4 de cada 10) que - sólo en España - pasan hambre y son víctimas de la pobreza.
Tristes también para los niños que sufren ahora, y pagan con sus vidas, las consecuencias del fanatismo, del integrismo, de la radicalidad, de la intransigencia y de la violencia sin escrúpulos, todo aquello que los señores de la guerra provocan, en unos y otros bandos, para obtener extraordinarias ganancias con el negocio de las armas- el mejor de todos- que comparten con los que carentes de sentimientos verdaderamente humanitarios se reconocen inmensamente ricos y poderosos.
Un niño de ocho años llevaba una bomba adosada a su cuerpo para atentar contra otras personas, no sabemos si se sentía feliz con su papel de mártir, sólo sabemos que quien es capaz de maquinar un plan semejante no merece considerarse digno de pertenecer a la raza humana. Niños sicarios, niños obligados a convertirse en pequeños soldados para matar, niños utilizados para mendigar o para delinquir, niños enfermos sin recursos para superar su situación, niños en hogares desalentados, niños sin protección.
Las bombas de racimo - especialmente crueles para la población civil - hicieron estragos, el pasado 25 de noviembre, en una escuela de Siria. Sabemos quién las usa pero ¿quién las fabrica? Mejor no indaguéis. También resulta ahora muy rentable fabricar y vender pelotas de gomas que pueden dejar ciegas a las personas en el devenir azaroso de sus trayectorias.
Cuando decíamos que a los seres humanos no les separan las fronteras entre las nacionalidades sino las que existen entre las clases sociales, la realidad viene de nuevo a darnos - desgraciadamente - la razón. Y eso sucede cuando, con toda la desfachatez, se dice que quien tiene dinero para comprarse una gran casa no tiene problemas para adquirir la nacionalidad. De dónde se ha sacado el dinero es lo de menos. Sólo los pobres serán ilegales, sólo ellos no tendrán derecho a la justicia, ni a la sanidad, ni - con el estado actual de las tasas universitarias - a la formación superior. Y mientras se aparenta cambiar y maquillar la imagen más brutal de los desahucios.
Llega la Navidad, una de las ilusione más tradicionales de la infancia de todos los tiempos. Pero esta es la navidad del fin del mundo, espero. El fin del más espantoso de los mundos en el que sólo pueden pasar cosas como estas.
Cuando muchos hombres han perdido ya - incluso - su carácter de mercancía, la conciencia subjetiva de la humanidad se encuentra excesivamente debilitada socialmente para conseguir romper las cadenas que la aprisionan. Es entonces cuando la razón se pervierte a sí misma porque es ya incapaz de aferrarse a lo que de mejor hay en ella.
Tampoco tendremos el consuelo de los magos de oriente y no, no es que también hayan sido considerados irrelevantes en los orígenes de la Historia Sagrada Cristiana, es que la guerra, los cohetes, las represalias constantes, las venganzas ciegas, los bombardeos indiscriminados, el fuego cruzado, han impedido su viaje y se han prestado voluntarios para ayudar a recoger a los niños que han sido muertos o heridos.
En el nublado cielo de las doctrinas imperantes no hay estrellas de navidad. Lo único que queda en las calles es la más cruda afirmación de lo miserablemente existente: el poder absoluto.