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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Miércoles, 20 de noviembre de 2024

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Inteligencia emocional de los bebés

La percepción del recién nacido, capaz de oler el amor o el rechazo, es mucho más compleja de lo que en un principio podríamos suponer. Ahora, y a través de experimentos recientes, se constata que los bebés, entre los seis y los doce meses, tienen la capacidad de percibir la bondad, o su ausencia, de quienes les rodean y por ese motivo prefieren la compañía de unas personas a otras. Es el origen evolutivo de los impulsos de amistad.

 

Las afinidades electivas, y lo que podemos entender como el gran valor social de la "amistad", tienen pues un origen temprano. Parece ser una predisposición innata de aprendizaje, un factor más que favorece el instinto de supervivencia social que se desarrollo en ese determinado período crítico, en cuanto a la necesidad de establecer vínculos amigables, del segundo semestre.

La capacidad de lograr discriminar a aquellos seres amables, que te pueden ayudar y beneficiar, de quienes no puedes esperar nada de ellos es esencial para la supervivencia en el mundo social del bebé.

Sin cooperación, en el colectivo humano, no hay posibilidades de supervivencia. Descubrir - en esa especie de primitiva evaluación social - a quienes pueden socorrerte para salir delante, de quienes no, es uno de los primeros y más significativos hallazgos evolutivos. De hecho se ha demostrado experimentalmente cómo las personas apreciadas por el niño le ofrecen muchos mejores modelos de aprendizaje.

Durante su primer año los bebés utilizan sus sentidos para organizar y clasificar sus tempranas experiencias sociales, poco a poco y con tranquilidad ya que se pasan todo el rato observando a su alrededor y notando las diferencias más significativas.

El conjunto de sensaciones tempranas, que proceden del oído, la vista, el tacto, el olfato, el gusto, la percepción intermodal y la coordinación perceptivo-motriz, parece organizarse hacia dos objetivos fundamentales: uno, la optimización de la interacción social y, otro, el principio básico de bienestar.

Por ejemplo, a los seis meses el bebé ha desarrollado la suficiente capacidad interpretativa de los sonidos como para poder distinguir entre los que resultan amables o desagradables, desarrollando una atención selectiva para los primeros e ignorando, o rechazando, los segundos.

En torno a los cuatro meses comienza a interesarse por su propia imagen reflejada en un espejo pero todavía no será capaz de reconocerse, ni siquiera en los primeros planos, en una grabación casera, ya que su imagen hace cosas, en ese momento, diferentes; no obstante sonríe ante su propia presencia, no reconocida en la imagen, o ante la imagen de otros niños que siempre distingue de la de los adultos.

A partir de los cuatro meses, especialmente sobre los seis, se dará ya una capacidad mucho más selectiva en el reconocimiento de los rostros humanos.

En este momento se reacciona con disgusto, temor o rabia, ante las caras de personas desconocidas, ya sea simplemente por miedo o por la frustración que les produce esperar encontrar el rostro que le da afecto y satisfacción y tropezarse, por el contrario, con otro del que no sabe qué esperar, y del que, por ello, no espera ningún tipo de cooperación.

Se trata del principio del miedo, o desconfianza, a los extraños, idea, desarrollada por M. Ainsworth. No obstante parece que el número de adultos con los que un niño se encuentre familiarizado determina su grado de ansiedad ante las personas desconocidas.

También el tacto, a los seis meses, es una magnífica fuente de información sensorial; precisamente una habilidad perceptiva importante es lograr conectar la información visual con la que procede del tacto, las imágenes placenteras se asociarán de inmediato con el suave placer de la caricia amable.

Los olores y los sabores comenzarán también a ser clasificados según su procedencia y las sensaciones que les acompañan.

En general todas las modalidades sensoriales comenzarán a relacionarse eficazmente para transmitir informaciones cognitivas sobre el amor o el rechazo a partir de los cuatro meses, alcanzando a los seis un alto nivel de calidad.

Así pues hasta los seis meses los bebés presentan dificultades para construir representaciones mentales que relacionen las informaciones sensoriales, unas con otras y en relación con el objeto que las motiva. Pero en torno a los seis meses, edad mágica, muestran una capacidad creciente para elaborar ese tipo de conexiones cognitivas.

La experiencia afectiva va a ser, pues, el mejor recurso para el desarrollo de su naciente inteligencia intersensorial y emocional.

Una experiencia tan importante como es el descubrimiento y consiguiente orientación hacia personas afables y amistosas se percibirán, de esta manera, con todos los sentidos a un tiempo.

Todo esto va a permitir que a partir del segundo semestre los niños puedan comenzar, con la ayuda de la coordinación de sus sentidos, a saber lo que es el amor y la amistad, pero también la indiferencia y el rechazo.

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