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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 26 de diciembre de 2024

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Historia mínima de las intenciones educativas del arte dramático

Mucho se habla hoy en día de las capacidades educativas del teatro, atribuyéndole propiedades que pueden ayudar al desarrollo de la personalidad. Y puede que así sea, pero existe en esos discursos teatral-pedagógicos un exceso de retórica y pedantería que viene dado por el dinero o, para ser más claro, por todo aquello que el arte tiene de negocio.

 

Parece la mayoría de las veces que con el simple hecho de hacer teatro la gente va a volverse educada o a despertar una grandeza espiritual inimaginable. Pero para que eso suceda, no basta con coger un texto, llenar un espacio escénico y hacer; se hace necesaria, como para cualquier avance, la reflexión. Por lo tanto, para comprender mejor lo que suponen esas capacidades educativas del teatro, hay que analizar la influencia educativa en base no sólo a la persona que recibe teatro (los espectadores) o en base a la persona que hace teatro (cualquiera que actúe) sino más específicamente, acuñando el término, en base a la persona que experimenta el teatro (aquel que recibe o actúa con reflexión). Esto último puede parecer algo muy contradictorio o muy lógico, según quien lo mire. En la sociedad se da por hecho que el arte, por el simple hecho de ser arte, incita a la reflexión, pero hay muchas personas a las que el arte no les atrae, por no hablar de que hoy en día el arte tiene a veces mucho más de espectáculo que de mensaje; también se da por supuesto que cualquier persona que se dedica profesionalmente a la interpretación es capaz de experimentar el teatro, pero la realidad no es así, porque para que suceda tal experimentación, es necesaria una influencia recíproca entre el teatro y la vida, y para ello, lo primero que tiene que existir es la humildad, un gran valor que no todo el mundo ha querido aprender. Esta ausencia de humildad (cada día más común) conlleva la desaparición del silencio (los pedantes, ya sabéis); si desaparece el silencio, desaparece la reflexión y, por lo tanto, la reciprocidad vida-teatro se hace imposible: no hay experimentación teatral educativa.

Para comprender esto mejor, hay que remontarse a los orígenes. Aunque comunmente se hace saber que los inventores del teatro fueron los griegos, su nacimiento no podría comprenderse sin las influencias de otras culturas. Y es que ya anteriormente a los griegos, las tribus existentes, cuando se reunían, contaban las historias populares a los más jóvenes, con la idea de que no cayesen en olvido aquellos hechos que componían su cultura. Esta práctica oral en estas tribus no es más que teatro, un legado, una trasmisión de conocimientos, que se hacía con la intención de que los más pequeños los aprendiesen. Podemos hablar por lo tanto de conocimiento trasmitido desde mucho antes que existiese la cultura griega. A los griegos, lo que se les debe, es el salto cuantitativo, y cualitativo, de estas historias que conforman la cultura. Los espectadores ya no son la tribu, sino el pueblo, y a la práctica oral, se le suma la escenografía, los efectos, la escritura, la música, el vestuario y las máscaras.

Pese a todo, en la antigua Grecia, el objetivo educativo del teatro no era otro que entretener al populacho con la intención de que se olvidase de las permanentes guerras que tenían lugar y de evitar actitudes reaccionarias y violentas hacia los que gobernaban. Era una manera de tener contento al pueblo. Pero existe un factor muy importante en estos hechos, y es que el teatro se convertía, por inercia humana, en un lugar de socialización, de culto para las masas, en el que los temas más contemporáneos eran expuestos ante el gran público.

Las obras eran tragedias o comedias. En las tragedias se engrandecía la figura de los héroes, tales como Edipo, Antígona, Electra, Polinices, etcétera. Estos personajes eran capaces de aceptar su trágico destino con total dignidad, rezumaban valor y honestidad, grandeza, potencial catártico, y eran estas las cualidades que el pueblo recibía y con las que el teatro intentaba guiar a la sociedad. Cuando se trataba de comedias, la crítica política y social era el tema más recurrente, lo que movía al pueblo a formarse un sentido crítico sobre la realidad en la que vivían, y a darles poder para forjar sus propias ideas de funcionamiento social. Encontramos entonces obras como Lisístrata o Las nubes (en la que se critica a las enseñanzas sofistas), ambas de Aristófanes.

Esta potencialidad del teatro para educar al pueblo fue aprovechada por las culturas europeas que ha habido a los largo de la historia y sigue estando vigente hoy en día. Como vemos, seguía existiendo la trasmisión de conocimientos, pero podemos sumarle la reflexión acerca de los temas contemporáneos.

Tras los griegos, vinieron los romanos. El teatro romano pierde este sentido crítico que tenía el teatro griego, y el talante educativo se reservó a los grandes espectáculos de gladiadores, fieras, carreras de cuádrigas, etcétera, que tenían mucha más acción y podían mantener al pueblo contento sin incitarle a reflexión. Entre los autores más relevantes del teatro romano tenemos a Plauto, y en sus obras, pese a que cuenta con comedias de altísima calidad, no se aprecia un compromiso social tan fuerte como en los dramaturgos de la antigua Grecia.

Tras la caída del Imperio romano, la producción de literatura teatral es prácticamente inexistente hasta pasada la Edad Media. Uno de los pocos textos que se conservan es el anónimo Auto de los Reyes Magos. Sin embargo, el teatro seguía existiendo como elemento educador de la sociedad. Hablamos de teatro religioso. El teatro era uno más de los recursos que la iglesia tenía para conseguir fieles y evitar rebeldías, para, en definitiva, educar a la prole según sus intereses. Durante muchos siglos, sobretodo fuera de los templos religiosos cristianos, se representaban famosas escenas religiosas reconocidas por el populacho, con mensajes altamente moralizantes, que premiaban a los virtuosos y castigaban a los pecadores. Una de estas representaciones que sigue todavía vigente hoy en día es el famoso Misterio de Elche, que recrea la Dormición, Asunción y Coronación de la Virgen María. La iglesia tampoco pasó por alto al teatro como arte que educa al espectador, es decir, al que lo recibe, y por lo tanto, como arte capaz de determinar unas conductas específicas en la sociedad.

El teatro tuvo que esperar a la aparición de la Commedia dell'arte, a principios del S.XVI, para poder evolucionar. Estas representaciones, difundidas por toda Europa gracias a los cómicos italianos, se basaban en unos canovaccio o guiones estructurados sobre los que los actores improvisaban. Las historias solían ser muy enredadas y tenían numerosos malentendidos que propiciaban la comedia. Las representaciones se llevaban a cabo en lugares públicos a la luz del día, y los personajes de estas comedias estaban estereotipados según algunos tipos sociales de la época, tales como Il Pantalone (viejo verde, rico y avaricioso), Il Capitano (soldado fanfarrón que en realidad es un cobarde) o Il Dottore (encarnación de los pedantes). Con este estilo, el teatro recupera el sentido crítico que tenía en el teatro griego, pero con un gran avance: el teatro no se ofrecía desde un deseo de los gobernantes por entretener al pueblo, sino desde el deseo de compañías independientes, que aparte de entretener, pretendían mover a reflexión sobre las jerarquías y los roles sociales. No podemos hablar, por lo tanto, de una intención educativa de un Estado sobre sus ciudadanos, o de un poder público sobre sus seguidores; debemos hablar de una intención educativa del hombre para con el hombre, entre iguales, que perseguía ofrecer, humildemente, una parte de la felicidad. Una aportación elemental de la Commedia dell'arte al progreso social y a la educación en valores es la existencia de personal femenino en el reparto, cosa novedosa, y que no se daba en el teatro inglés de la época, ni se dió más adelante, en época de Shakespeare.

Y es que en la época de Shakespeare, el teatro seguía teniendo la misma intención de entretenimiento que había tenido hasta entonces, y pierde en cierta manera el sentido crítico educativo de la Comedia dell'arte. No podemos negar la gran calidad del que está considerado mejor dramaturgo de todos los tiempos, pero sí su compromiso social. Sin embargo, las obras de Shakespeare están cargadas de una gran espiritualidad, de una novedosa humanidad, ya que en ellas el protagonista es el hombre, dueño de sus propios actos y sus propios pensamientos, débil y fuerte a la vez, generoso y avaro. Y es precisamente esta muestra del alma humana lo que Shakespeare aporta no sólo al teatro, sino también a la educación, ya que el que recibe, el espectador, puede reconocer en personajes como Hamlet, Macbeth o Lear su propia personalidad, y entender que es desde la reflexión desde donde se forja el conocimiento y el acierto o error de las decisiones que tomamos. Empieza a aparecer, por lo tanto, el concepto de responsabilidad a la hora de actuar, de conocer, de pensar en el futuro. ¿No es esto objeto de la educación contemporánea?

Sin olvidar que Shakespeare hacía teatro para el pueblo, paso ahora a hablar de Molière. Este gran dramaturgo, autor de obras tan conocidas como Tartufo o El avaro, no podía concebir el teatro sin la crítica social. Pese a llevar a cabo representaciones para la corte, las obras de Molière son una sátira tremenda que criticaba diferentes estamentos de la época, como por ejemplo la iglesia. Lo más importante es la conciencia que tenía de estos mensajes, con los que intentaba mover a reflexión acerca de las buenas y las malas costumbres que se daban en la sociedad.

Y así fue evolucionando el teatro, entre historias que eran trasmitidas por puro conocimiento y entretenimiento, historias que pretendían remover la conciencia social e historias que movían a reflexión desnudando el alma humana. Estas tres características, más o menos relacionadas desde siempre en el arte dramático, conforman la base de la educación contemporánea: conocimiento, desarrollo de una conciencia crítica y desarrollo de la propia personalidad. No debemos entender un proceso educativo sin las tres. Esto no es algo novedoso. Ya en la época del Romanticismo, Goethe, en su obra maestra Faust, plantea la necesidad humana de educarse en algo más que en la mera adquisición de conocimientos:

 

FAUSTO- ¡Ah! Filosofía, jurisprudencia, medicina y hasta teología, todo lo he profundizado con más y más entusiasmo y ¡aquí estoy, pobre loco, tan sabio como antes! Es verdad que tengo el título de maestro, doctor, y que aquí, allá y en todo lugar cuento con incontables discípulos que dirijo a capricho; pero no lo es menos que nada logramos saber. Esto es lo que me lastima en lo más hondo. No obstante, sé más que todos cuantos necios, doctores, maestros, clérigos y religiosos se conocen: ningún escrúpulo ni duda me atormentan; nada temo de todo lo que causa espanto a los demás; pero debido a esto mismo, no hay para mí esperanza ni gozo alguno. Siento que no sé nada bueno, ni puedo enseñar a los hombres algo que logre convertirlos o hacerlos mejores. (Goethe, 1808, primera frase de la Primera parte de Fausto).

 

Hasta ahora, las capacidades educativas del teatro a lo largo de la historia han sido tomadas en consideración desde el punto de vista del creador o de los actores, que perseguían hacer llegar un mensaje al espectador. Hablamos por lo tanto de un teatro que educa al pueblo, y con el que los que escriben o actúan persiguen una concienciación concreta. Hay que llegar a finales del S.XIX e introducirnos en las primeras décadas del S.XX para que el arte dramático, el teatro, empiece a tomar viso de lo que representa hoy día para la pedagogía. Con la aparición de los movimientos teatrales del Realismo y el Naturalismo, comienzan a aparecer las primeras escuelas y, lo que es más importante, los primeros métodos de interpretación consolidados. El mayor representante de estos primeros métodos es Konstantín Stanislavski. La aparición de estas escuelas y métodos da pie, a partir de entonces, a que cada vez existan más estudiantes de arte dramático. El teatro, por lo tanto, ya no es únicamente un escenario en el que se representa una obra que reciben unos cuantos espectadores, si no que se ve enriquecido por la inclusión de la experimentación humana en sus mecanismos. Esta experimentación abarca todas las facetas del arte dramático, desde la interpretación a la estética de la escena, desde la escenografía al vestuario, desde el lenguaje verbal al lenguaje corporal, sin olvidarnos de la introducción de las nuevas tecnologías.

Estas primeras escuelas de teatro estaban frecuentadas por actores y actrices que querían ganarse la vida como tal. El nacimiento del cine había abierto nuevas posibilidades de hacer carrera en el oficio. Con el paso del tiempo, el teatro fue haciéndose un hueco en cada vez más rincones de las sociedades: en nuestros días existen numerosísimos grupos de teatro aficionado por todo el mundo, y cada vez es más común que los niños, en sus escuelas, representen alguna obra simbólica por navidad o a final de curso. Y es que, producto de la experimentación en el teatro, hemos descubierto los beneficios que tal experimentación puede aportar para nuestra personalidad. No es de extrañar, entonces, que hoy en día existan numerosísimas escuelas de teatro, y que muchas de ellas planifiquen cursos para aficionados y para niños. Algunas compañías, incluso, han puesto en escena obras de teatro para bebés, en las que trabajan con olores y grandes objetos de colores. Pero no es la pedagogía teatral con lo niños y niñas lo que me interesa comentar.

Lo que más nos concierne, como futuros maestros o profesores, es cómo la experimentación teatral puede ayudarnos a la hora de cumplir con nuestro trabajo. Existe actualmente una gran oferta de cursos para hablar en público, en los que se ofrece una mejora de la vocalización, del control del gesto, de la mirada... Estos cursos están dirigidos a políticos, maestros y profesores, personas del mundo de los negocios, etcétera. Dentro de este mercado, muchos de los cursos que se ofrecen son, según mi opinión, un negocio con fachada de buenas intenciones. Porque no basta con "hacer" un cursito de teatro para nutrirnos de las virtudes de la experimentación teatral. Hay que reflexionar. Sólo a través de la reflexión somos capaces de comprender, asimilar y poner en práctica actitudes que no conocíamos. Y mientras que la reflexión es individual, estos cursos ofrecen conocimientos generales y no se centran en las dificultades de cada uno.

Sin embargo, experimentando el teatro, podemos encontrar nuevas facetas de nuestra personalidad, y despertar otras que estaban aletargadas, que nos ayuden en nuestro futuro. Yo no parto de la base de que hay que saber hablar en público y de que con eso tenemos el éxito asegurado. Mi punto de inicio es otro: pienso que si la gente no escucha lo que no le interesa, habrá que hacer interesante lo que queremos que la gente escuche. Entonces, para mí, la cuestión es: ¿cómo lo hago interesante? Ahí es donde puede ayudarnos el teatro, donde podemos marcar la diferencia entre los demás y nosotros, los demás que no hacen interesante lo que dicen y nosotros, que sí seremos capaces de hacerlo. Sólo con la verdad adquieren las cosas interés. El teatro, experimentado, nos ayuda a encontrar la verdad, y esta verdad supone comunicación directa y sincera. Por muchas cosas que aprendamos, las cosas no pueden decirse de verdad hasta que no sentimos realmente lo que se está diciendo. Lamentablemente, hay gente que utiliza el camino de la farsa. Esto puede valer para la política y los negocios, pero no para nuestra futura profesión. Porque no podemos olvidar que un maestro puede ocupar hasta tres roles en el desarrollo de su oficio: el de educador, el de enseñante y el de tutor. Sin embargo, estos cursos que se ofrecen hoy en día a lo que nos enseñan es a hablar en público. Esta cualidad, que debemos trabajar, es clave para nuestro rol de enseñante, incluso (aunque en menor medida) para el de educador, pero no compete a la totalidad de lo que ha de ser nuestra labor docente.

El teatro, por lo tanto, debe ayudarnos a experimentar sobre diferentes facetas personales con la intención de que seamos capaces de mejorarlas:

 

-No podemos conformarnos con la oratoria y el discurso vacío, sino que debemos llenar de verdad nuestras palabras para ir más allá de la verborrea. Cargaremos el discurso de voz propia.

-Debemos ser capaces de establecer una complicidad con el alumnado, y para ello existen multitud de juegos y técnicas teatrales que pueden aplicarse en clases y tutorías.

-El teatro ayuda a comprender la importancia del silencio para la reflexión.

-Con la experimentación teatral podemos ser capaces de vencer la timidez y de quitar tensiones de nuestro cuerpo y nuestros gestos.

-El teatro es concentración y conciencia. Nos ayuda a dirigir la información hacia el receptor. No es lo mismo hablar a una sola persona que a un grupo.

-En el teatro formamos parte de un grupo, al cual debemos hacer partícipe de nuestra acción.

-El teatro potencia la creatividad mental y corporal

-En el teatro podemos aprender a vencer la voz monótona si conseguimos hablar desde la gramática.

-El teatro puede ayudarnos a mejorar nuestra lectura y nuestra comprensión lectora.

-El teatro es un lugar de socialización y contacto, con experiencias muy válidas para usar en tutorías. Aprendemos a confiar en los demás.

-El teatro despierta nuestra conciencia y relación con el espacio del discurso.

 

Las capacidades educativas del teatro existen, existen para todo aquel que lo experimente. Pero tened cuidado, porque no todos los que pretenden enseñar algo son capaces de hacer aprender: en el mundo del teatro, desde que proliferaron las escuelas, esto no es una excepción, y hoy en día, aunque pueda parecer lo contrario, es lo más común.

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