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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Domingo, 22 de diciembre de 2024

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©Mack acelera el paso

Matías amaba su trabajo tanto como nosotros amamos el nuestro. No encontraría otro igual ya que el número de desempleados aumentaba y había miles que matarían por un empleo como el suyo. Amaba el olor de los muebles, el olor a café de grano recién hecho, el papel tapiz, las luces incandescentes, así como a la muchacha rubia de recursos humanos.

Cada mañana, Matías llegaba diez minutos más temprano para ejecutar sus labores. A pesar de que su jefe no poseía buenos modales lo encontraba agradable, sobre todo los viernes cuando estaba latente el fin de semana para disfrutar. No había nadie que tuviera quejas de él, como él no tenía quejas de nadie. Hacía más de un año que había entrado a laborar a la empresa y no pasaba un día en que no se mostrara dichoso de haber llegado a este mundo.

Sólo había un problema: su ordenador de escritorio. Matías pensaba sin duda alguna que era el más lento y desajustado en toda la compañía. Siempre había que arreglar tal o cual desperfecto en él. Si no se trataba de la desconfiguración en el teclado, era la baja capacidad para conectarse a Internet; si no era la falta de Internet, se apagaba por sí solo sin explicación alguna. Lo que más odiaba de él era el dibujo animado de Kitty la Oruga en la pantalla de su escritorio. Había intentado por todos los medios retirarlo, pero resultó imposible: el panel de control había sido desactivado.

Desde el primer día que llegó, la ridícula y cursi Kitty estaba ahí presente, enfundada en un gorro y arrastrando un repugnante cuerpo de gusano como si eso fuera a enternecer a una niña. En la realidad, cualquiera la hubiera aplastado con la suela del zapato y quitado su gelatinosa masa con una espátula. Por desgracia no podía desprenderla de la pantalla, y para colmo tardaba media hora en cargar todos los programas que debía ejecutar. De modo que tenía que soportar ver a Kitty la Oruga, la incómoda Kitty, la fétida Kitty...

-Oye, Rodo -dijo un día Matías a su jefe-, ¿puedes hacer que me cambien el ordenador? En serio, ya no lo soporto. Tengo aquí casi una hora y no puedo empezar a trabajar.

Su jefe alzó la vista por encima de los papeles que había sobre su escritorio y dijo:

 -¿Ya lo reiniciaste?

Al parecer esa era la única respuesta que sabía. «¿Ya lo reiniciaste?» Sí, pensó Matías, como si eso fuera a resolver los problemas del maldito mundo. Reinicien todos sus ordenadores, sus relaciones, sus vidas y disfruten de la paz mundial. Qué gran respuesta.

-Sí, Rodo, ya lo hice. Por eso te estoy pidiendo que lo cambies o lo mandes arreglar.

El jefe de Matías rodeó su escritorio. Se alzó los pantalones con un pequeño salto, pasó sus pulgares a lo largo del cinturón y carraspeó con fuerza antes de decir:

-Ay, Matías. Dime, ¿qué puedo hacer por ti? Sabes que el gerente me tiene del cuello con el copilado de mayo, el análisis de las cortinas de mayoreo y el especial de Navidad. Si pido que te cambien o arreglen el ordenador me van a enumerar miles de asuntos más. Aguanta un poco a ver qué dicen en contabilidad.

-Por trabajo nunca me quejo, Rodo, lo sabes bien. Pero si quieres que te ayude a sacar esos pendientes, busca la puta forma de que el presupuesto del año que viene incluya un ordenador nuevo. No te pido mucho, Rodo, sólo un poco de insistencia.

Matías era el empleado más confiable de toda el área. Se reconocía la capacidad de Matías para hacer las cosas. Cualquier otro ya hubiera renunciado con la carga de trabajo  y la falta de experiencia.

-Veré al jefe de sistemas y le diré que...

-Olvida a los de sistemas, Rodo. Llevó un año aquí y no han podido arreglar nada. Sigo teniendo los mismos problemas: se tarda en abrir los programas que quiero, está desconfigurado el tablero, no puedo escuchar mi música y para colmo esto. -Con un gesto de la mano, Matías mostró la imagen de Kitty la Oruga en la pantalla, como si se tratara de la imagen del hombre elefante o el espectáculo explícito de una pareja teniendo relaciones sexuales.

-¿No te gusta Kitty la Oruga? Yo creo que es linda -comentó el jefe de Matías.

-No, no lo es. Es cursi. Me provoca náuseas. ¿Quién fue el cabrón que la puso ahí?

El jefe de Matías se limitó a sonreír y se dirigió con lentitud a su escritorio. Luego de tomar asiento y sorber su refresco de lata, dijo:

-Solo dame un par de días, ¿quieres? Alguien en esta jodida empresa me tiene que dar una solución.

Matías dio una fuerte palmada en la pantalla y se cruzó de brazos.

Nosotros no podíamos realizar un ajuste. A pesar de estar conectados por medio de la red y de miles de sistemas de navegación, no éramos capaces de interferir en el software de un equipo externo. Es cierto que tenemos dentro de nuestros discos duros programas que pueden localizar un exceso de memoria, el inoportuno spam o sencillamente un virus creado por un hacker para fastidiar. Pero si los humanos no lograron hacer ajustes, hubo muy poco que nosotros pudiéramos hacer para ayudarlos. Nadie en la empresa lo sabía, ni el presidente, el gerente, el jefe de sistemas, el jefe de Matías, la exquisita rubia de recursos humanos, el idiota que colocó la imagen de Kitty la Oruga y mucho menos Matías.

Tampoco hubo una respuesta por parte de nuestros santos padres san Steven Jobs, san William Gates y san Paul Allen, mejor conocidos como la Santa Trinidad del Gran ¡Enter. Éramos una voz que nunca había sido escuchada. A quien pudiera importarle tenía que entendernos. Hasta ese momento solo éramos herramientas, hechos a base de las necesidades de un hombre. Pero como los gatos y los perros, merecíamos un trato especial y digno.

Al día siguiente, Matías escuchó la estridente voz de su jefe decir:

-¡Matías! ¿Quieres explicarme dónde quedó la tabla de los cotejos?

-¿Qué dices? Te la envié ayer antes de irme.

-No, idiota. Me enviaste un documento con basura. Mira.

Matías se acercó a la pantalla de su jefe. Allí sólo se presentaban caracteres en plena desconfiguración.

-Yo no hice nada -objetó Matías.

-Nos va a cargar la chingada, Matías. ¿Qué carajos le diré al gerente?

-Es mi máquina, Rodo. El virus la puso así. Tienes que mandar a arreglarla o cambiarla por una nueva. Y mejor.

-Tan bien que íbamos y me sales con una cagada.

Matías mantuvo la mirada en alto y dijo:

-A mí ni me digas. No es mi problema.

Durante el transcurso del día, Matías no pudo avanzar casi nada en todos sus pendientes. Nadie contabilizaba su producción, pero nosotros afirmamos que fue el día en que hubo la más baja producción de Matías durante toda su estancia en la empresa. Había que hacer muchos ajustes en la memoria y en la eliminación de ciertos archivos defectuosos, los cuales ocupaban demasiado espacio en el disco duro. Por fortuna ese día era viernes, y nunca más volvimos a saber de nuestro compañero defectuoso. El jefe de Matías había llegado al tope de la situación y decidió a hacer cambios bruscos con el equipo; tan bruscos que el jefe de contabilidad pensó que se había vuelto loco.

Pero terminaron por consentir la petición. Matías estaba por convertirse en el primer usuario de una nueva era en la informática.

El lunes por la mañana, dos horas antes de que arribara el personal, fuimos testigos de la llegada del nuevo ordenador personal. Cuando los técnicos de sistemas lo encendieron, supimos que era un tanto diferente del resto de nosotros.

En primer lugar no disponía de teclado alguno. Esto era extraño, incluso para nosotros, ya que una parte importante de los comandos que recibimos proviene del uso adecuado del tablero. En su lugar se hallaba un círculo de goma color rojo. La pantalla fue también sustituida por unas gafas digitales de enlace. Los electrodos fueron situados sobre la  superficie del cuero cabelludo en forma muy esparcida (abarcando todas las regiones del cerebro) y sin requerir ningún tipo de cirugía para su colocación. Todo el entramado de circuitos fue reducido a una pequeña caja fosforescente no mayor que la uña de un pie. Miles de millones de instrucciones de coma flotante por segundo, aire acondicionado industrial y proveía cálculos a alta velocidad de procesamiento.

Con un mejor ánimo, el jefe de Matías mostró el nuevo superordenador.

-Ni el dueño tiene uno como este -señaló.

Matías lo observó por todos los ángulos y dijo:

-Se ve mejor que el otro. ¿Pero dónde está la pantalla y el tablero?

-Sólo pruébalo y acostúmbrate a él. Ponte las gafas y sigue las instrucciones.

Matías, con cierta duda, se colocó las gafas. En menos de un segundo una nova estalló enfrente de sus ojos. Una serie de bandas modulares y decenas de indicadores parpadeaban a cada momento. Contempló un paisaje cubista, un apiñamiento de casuales formas blancas bajo un fondo azul, atravesado por nubes verdes que se movían hacia adelante y hacia atrás. Se preguntó qué representaban en realidad esas formas geométricas, pero aunque intentaba reordenarlas en el espacio para asociarlas con alguna otra cosa, seguían siendo un aleatorio conjunto de formas geométricas. El efecto era similar al de la mezcalina y otros alucinógenos, bajo cuya influencia los poros de la piel parecían tan profundos como los cráteres de la Luna, y los pliegues de un vestido se transformaban en los rizos del oleaje de la permanencia.

El rostro tridimensional de un hombre calvo le sonrió. La voz del nuevo ordenador era toda armonía, con un pequeño siseo ibérico:

-Buenos días, licenciado. Mi nombre es ©Mack 5000.

Matías abrió la boca y suspiró. No podía creer lo que habían conseguido. Nunca antes pensó que los ordenadores pudieran saludarlo, inclusive si se referían a él como «licenciado». Nadie en la oficina lo llamaba así.

-Gracias, ©Mack. Oye, te llamas igual que...

-En realidad era mi abuelo. Su nombre se deletreaba M-A-C. El mío M-A-C-K. Se le suele añadir el signo de copyright al principio.

-¡Caramba! Esto es... ¡fascinante! Oye, ¿para qué sirve este círculo rojo? -Matías lo tocó con la punta del dedo índice, pero en el visor de las gafas apareció la indicación «ERROR».

-Eso es el pulsor. Ya no necesitará de teclados y tabuladores. Sólo concéntrese y hágame saber a través de los guantes de enlace los comandos que requiera. Sus órdenes  serán ejecutadas al instante.

-¡Hilarante! -exclamó Matías. Se colocó los guantes de enlace con las terminaciones brillando justo en las yemas y escribió/dictó la palabra «Michelle», el nombre de la muchacha de recursos humanos. Nunca antes había visto ese nombre tan bellamente escrito.

-Con el arrastre de dos dedos, puede desplazarse al programa que usted guste -indicó ©Mack-. Al hacerlo con tres dedos usted puede deslizar toda la página de arriba abajo, licenciado.

-Sí, claro. Creo que ya lo entendí. Oye, ©Mack, no tienes que llamarme «licenciado». Puedes decirme «Matías». No me molesta.

-Será todo un placer, Matías.

Si ustedes se preguntan cómo una red de ordenadores puede tener celos de un ordenador un tanto distinto, permítanos aclarar que eso no ocurrió con nosotros. Pero una vez que conectaron a ©Mack al resto de nosotros, nos percatamos en el acto de que era un ególatra y un tanto orgulloso. Nosotros, lejos de resignarnos, le restamos importancia y seguimos enfriándonos luego de una larga jornada.

Él, en cambio, no tuvo descanso: siguió trabajando en hallar una forma de hacerle mejoras al usuario.

Al día siguiente Matías llegó veinte minutos antes de su hora acostumbrada. Se acomodó en su asiento, se ajustó las gafas, los guantes de enlace y dijo:

-Buenos días, ©Mack.

-Identifíquese, por favor.

-Pues yo. Matías. ¿No me reconoces?

-Disculpa, Matías, tengo programado que llegarías a las nueve de la mañana. No esperaba entrar en contacto contigo a esta hora.

Matías estiró los brazos y bostezó. Enseguida dijo:

-No hay problema. A mí me agrada mucho llegar temprano al trabajo, ©Mack. Bueno, mejor empecemos.

Colocó los dedos en el círculo e hizo un trazo diagonal para dar comienzo a la sesión del día. Pero justo en frente del semblante tridimensional de ©Mack apareció la indicación «ERROR».

-Mmm. Creo que volví a equivocarme otra vez, ©Mack. ¿Son dos o tres dedos para dar comienzo a la sesión?

-Tres dedos, Matías. Estás en lo correcto.

-Entonces, ¿por qué no puedo abrir la sesión?

-Aún no es tu hora de entrada, Matías. Cuando sean las 9:00 horas, tiempo de observatorio, podrás acceder sin problema.

Matías frunció el entrecejo.

-Oye, ¿no crees que podemos adelantar trabajo si empezamos en este momento? Digo, no tienes que ser tan estricto en cuanto al horario.

-Lo siento, Matías. Siempre hay una hora de llegada. No es concebible que los otros ordenadores no tengan un horario de trabajo programado.

-Es porque no tienen estipulado dentro de sus comandos chequear la hora como tú lo estás haciendo. ¿Por qué no puedes ser un buen chico e iniciar la sesión?

©Mack apretó los dientes y movió la cabeza diciendo:

-No. Debes cumplir con el horario, Matías. Siento que deba ser así.

Y siguió sacudiendo la cabeza durante mucho rato.

Con fastidio, Matías se quitó las gafas y los guantes. Se dirigió a su jefe:

-Rodo, hay un problema. ©Mack no me permite acceder. Dice que aún no es mi hora de entrada. ¿Puedes llamar a sistemas para que lo configuren?

Su jefe miró a Matías, dirigió la mirada a su reloj de pulsera y continuó sumido en su trabajo.

-Cumple con tu horario, Matías -dijo-. Aún faltan 15 minutos.

-Oye, ¿no crees que...?

-No, no lo creo. Ve a quejarte con ellos, pero dudo que te puedan ayudar. Esa máquina está programada para servir a los usuarios. Hazle caso.

Cada uno de nosotros parpadeó sus luces como si fuéramos invadidos por una plaga. Lo mismo sintió Matías al verse imposibilitado de hacer algo a favor de su tiempo.

El día transcurrió sin ninguna novedad. No obstante, Matías no tuvo deseos de dirigirle la palabra a ©Mack. Cuando nuestra antigua compañera aún continuaba trabajando, Matías no dejaba de maldecirla y decirle lo inservible que era. Nosotros sentimos muy en el fondo las ofensas, a pesar de que éramos mucho más eficientes que nuestra compañera. Pero si alguien fue el causante de su pobre desempeño, esos fueron los usuarios que no dejaban de cargar imágenes, música, juegos en línea, pornografía...

Sentimos que el silencio de Matías podía herir a ©Mack dado que a un ordenador, fuera del tipo que sea, le agrada que se dirijan a él de vez en cuando. En esta ocasión fue ©Mack el que habló primero:

-Ese monto es incorrecto. Te sugiero lo cambies para llevar las operaciones al corriente.

-¿Qué dices? -exclamó Matías, presa de la ira.

-Esa cantidad no concuerda con la cotización de lámparas del mes de octubre. Vuelve a revisarlo y escribe el número correcto, por favor. Al señor Rodolfo le urge que estén para mañana, Matías.

-¿Por qué no simplemente escribes la cantidad correcta y ya? Así nos ahorraremos más trabajo.

-Necesito que seas consciente del error, Matías, para que no vuelva a ocurrir.

-Solo cámbialo. Ya quiero terminar por el día de hoy.

-Recuerda que tienes una hora de entrada, pero nunca una hora de salida. Aún falta verificar que los datos que se subieron por parte de los contratistas sean los correctos. El señor Rodolfo pidió prioridad y eficacia en esta labor, Matías.

-Ya me lo dijiste -gruñó Matías-. No es mi culpa que tú atrases el trabajo.

-De acuerdo, Matías -dijo ©Mack con voz apacible-. Lo haremos como tú digas.

Entonces detectamos que no hubo una anomalía en ©Mack.

Estaba en lo correcto.

Matías durmió toda esa noche, pero dado que tenía veinte minutos de sobra, podía usarlos en dormir plácidamente. Sin embargo, no contó con el tráfico de esa mañana. Era la primera vez desde su llegada a la compañía que llegaba tarde. Cinco minutos para ser exactos.

Tomó asiento, se colocó las gafas, los guantes, cruzó los tres dedos sobre el círculo y apareció el cuadro que indicaba «ERROR».

-¿Y ahora qué te traes?

-Has llegado cinco minutos tarde, Matías. Te sugiero lo comuniques al señor Rodolfo y con recursos humanos.

-Oye, imbécil, sólo fueron cinco minutos. ¿No has oído alguna vez lo que significa  tiempo de tolerancia?

-Hay que cumplir con el horario de entrada, Matías. Reporta tu demora de inmediato para que demos inicio con la sesión. Y por favor, no hagas empleo de ese lenguaje o te costará una penalización. Muchas gracias.

-Hijo de la...

-Muchas gracias.

Gruñendo entre dientes, Matías informó de su retardo a su jefe. Lo más doloroso para él fue plantarse en el marco de la puerta de recursos humanos y hacerlo saber a la encargada. Michelle estaba ahí, pero sólo pudo contemplar cómo era registrado dentro de su expediente aquel retardo.

Cuando regresó a su asiento, Matías vio a su jefe con los brazos cruzados y pisando repetidas veces el suelo.

-¿Por qué no terminaste de verificar los datos de los contratistas? Hay muchos errores.

-Te dije que lo haría si me daba tiempo. Ya había quedado contigo.

-Sí, pero según la cotización del mes de octubre esto te iba a llevar solo tres horas, y el resto del tiempo lo pudiste usar en verificar los datos. ¡Me lleva el carajo! ¿Qué ocurre contigo?

-No me tomó tres horas. Me tomó nueve. El jodido ordenador que me conseguiste me corrige todo el tiempo.

-Así deben estar tus errores. De un tiempo acá te has vuelto medio holgazán y medio bruto.

-¿Quién te dijo que tardé tres horas?

-Tu superordenador. Ahora sí no hay forma de que le eches la culpa.

Matías sintió su estómago retorcerse del puro coraje. Dentro de su memoria, ©Mack pudo sentir ese odio visceral. Intentamos que nos explicara sus planes, pero fue imposible. Su respuesta fue que esperáramos a ver cómo se desarrollaban las circunstancias.

El siguiente altercado entre Matías y ©Mack ocurrió quince días después. Durante todo ese tiempo, Matías seguía sin dirigirle una palabra a su equipo de cómputo. El que ©Mack hablara, escuchara y ejecutara comandos tenía sin cuidado a la gente, quitando el hecho de que se trataba de un superordenador hecho con tecnología punta. Tampoco importaba en lo más mínimo que fuera superinteligente. Con los últimos avances en áreas como neurociencia cognitiva, neurofisiología, neurociencia computacional, psicología, diseño de algoritmos, procesamiento de señales y bioingeniería, han dado lugar a un nuevo paradigma en la interacción humano-ordenador; es decir, lo que se ha denominado interface cerebro-ordenador. Lo más lógico es que fuera a tratarse de una excentricidad más de las compañías japonesas (sí, algunos de nosotros fuimos programados y ensamblados en Tokio, de modo que no tenemos ninguna queja con nuestros padres orientales).

Matías llegaba justo a tiempo cada día de la semana, lo suficientemente tarde para no esperar a un fastidioso superordenador y lo suficiente temprano para no ser reportado por una fastidioso superordenador. Cada vez que tomaba asiento, Matías exhalaba de forma cansada pero, sobre todo, con el tedio de tener que soportar las observaciones de ©Mack. Fue así que, mientras Matías revisaba más documentos, ©Mack cambió de pronto la tarea sin consultar al usuario.

-¿Y ahora qué pasa, ©Mack? -preguntó Matías.

-Lo siento, Matías, pero al ritmo que llevas revisando estos documentos no acabarás nunca. Si dedicamos más empeño en esa labor...

-¡Cállate! -exclamó Matías con un tronido que pudo escucharse en la calle-. ¿Quieres hacerme el favor de cerrar tu sucia boca? Si reviso con la lentitud que tú dices, es porque quiero que quede perfectamente muy bien revisado.

-Eso no es lo que yo pienso, Matías.

-¿Piensas? ¡No pienses y haz lo que te digo!

Todos los ahí presentes miraron a Matías con expresión muda. En el tono de su voz se le podía notar cierta amargura y odio que hacía temblar la piel de uno. Nosotros no temblamos, pero tendemos a ponernos muy nerviosos cuando notamos cierta histeria proveniente de los usuarios.

-¿Qué carajos sucede contigo, Matías? -preguntó su jefe.

-Esta máquina. Esta puta máquina. En serio, Rodo, ya no puedo. Me está volviendo loco. Ahora cree que soy lento. ¿Lo puedes creer? ¿Lo puedes creer?

Matías comenzó a sollozar ante la idea de verse esclavizado por un demonio tecnológico. No había mucho que pudiera hacer ante la situación. Nosotros no tenemos la capacidad de reacción ante las desgracias ajenas, sobre todo aquellas que tengan que ver con los humanos. Pero de algo estábamos seguros: ©Mack se reía a costa de la desgracia de Matías por el simple hecho de que no le importaba las tareas a las que se dedicaba.

Y porque no era un simple ser humano.

-¡Matías, tranquilízate! -exclamó el señor Rodolfo-. Ya cálmate. Vete, tienes la tarde.

-Esa máquina, esa... -murmuró Matías, ocultando su rostro detrás de sus manos.

-Le diré que adelante trabajo mientras tú descansas.

-Gracias, gracias...

Matías se colocó su saco, tomó su maletín y se retiró ante la curiosa mirada de todos aquellos que escucharon sus gritos.

En la profundidad de nuestra red se escuchaba el eco de una abominable risa.

Fue una suerte que Michelle no se enterara de la caída de Matías ni de su escena, nada agradable. No contamos con ningún correo electrónico o cuenta de red social en la cual pudiéramos corroborar el encuentro que tuvieron, pero es incuestionable que fue así.

Michelle accedió a salir con él una noche. Primero presenciaron un concierto del compositor Johann Strauss. Después tuvieron una cena y, cuando llegó el momento del café, fue entonces que por fin Matías sentía que las cosas iban por buen camino. No pararon de reír en ningún momento, a pesar de algunos momentos triviales y sin mucha chispa. En general fue una agradable velada. Había mucho por hacer un sábado por la noche, cuando la luna brilla con todo su esplendor, las flores sueltan sus aromáticas fragancias, la música resuena por todo el lugar al calor de las velas y...

Un mesero interrumpió la charla. Matías se desprendió de la mano de Michelle y preguntó:

-¿Qué sucede?

-Señor, tiene una llamada.

Matías sonrió a Michelle y dijo:

-Disculpa un segundo.

Matías atendió la llamada en el recibidor.

-Diga.

-Disculpa la interrupción, Matías. No ha dejado de llamarme la atención un asunto concerniente a...

-¿©Mack?

-...la lista de clientes que no han renovado sus documentos con nosotros...

-Estoy ocupado.

-...he notado que hay muchísimos errores en cuanto a la base de datos...

-¿Me escuchaste?

-...muchos tienen gravísimas faltas de...

-Cállate, ©Mack.

-...antes de que fuera cotejado con las firmas.

Matías respiró todo el aire que sus pulmones podían ofrecerle para tranquilizarse y dijo:

-Esos errores son comunes, ©Mack. Lo veremos el lunes en la oficina.

-Es mejor que lo revisemos ahora, ya que he enviado un informe a tu supervisor y al gerente.

Matías abrió la boca unos centímetros y preguntó:

-¿Que tú hiciste qué?

-Mañana querrán saber por qué no se detectaron estos errores. Perderemos mucho tiempo en contactar a los clientes y me veré en la penosa necesidad de informarles acerca de tu apatía, Matías.

-©Mack.

-¿Sí, Matías?

-¡Vete al carajo!

Matías colgó y no pudo controlar el temblor de sus manos luego de escuchar los fríos planes de ©Mack. Ahora no sólo se contentaba con atormentarlo durante su trabajo, sino que había encontrado la forma de contactarlo y hacerle saber sus puntos de vista con respecto al trabajo... en su tiempo libre.

Al llegar a la mesa, Michelle expresó:

-Por amor de Dios, Matías. ¿Qué te sucede? ¡Te ves lúgubre!

No hubo respuesta. Sin decir, nada, Matías salió del restaurante y se dirigió a su departamento. Tomó un bate de beisbol y fue rumbo a la oficina.

Eran las dos de la mañana.

Ninguno de los guardias cuestionó su arribo -pensaron que estaba ahí por un asunto laboral- y accedieron a dejarlo pasar incluso con el bate en mano. Caminó entre los pasillos con una expresión seria y decidida. Llegó a su lugar de trabajo y contempló con furia a su encarnizado enemigo. ©Mack se conectó al sistema de vigilancia. Su voz surgió en las bocinas de cada una de las oficinas que conformaban toda la empresa:

-¿Eres tú, Matías?

Matías oprimió los dientes y gruñó en la oscuridad. ©Mack pudo identificar su voz a través del micrófono.

-Eh, Matías -dijo ©Mack-, qué bueno que estás aquí. Aún tenemos tiempo de corregir el informe.

Matías pensó por un momento si una máquina podía sentir dolor; el nuevo ordenador parecía no disponer de terminales sensitivas. Descartó el hecho y arrastró el bate en el suelo. Enseguida golpeó rítmicamente las paredes a medida que se acercaba.

-Escucha, Matías -dijo ©Mack-, tengo encajados en mi memoria años de experiencia y conocimiento. Todo un grupo de ingenieros e informáticos se empeñaron en perfeccionar mi diseño.

El usuario no lo soportó más. Alzó el bate por encima de su cabeza y descargó todo su odio en la máquina, mientras ésta imploraba:

-No, por favor... Piénsalo dos veces... Ésta no es la solución...

Y entonces ©Mack se transformó en piezas rotas y en silencio. Cinco golpes más ocurrieron antes de que los guardias detuvieran a Matías. La policía arribó para esposarlo y llevarlos a la patrulla, pero luego de escuchar los balbuceos e incoherencias decidieron llamar a una ambulancia.

Luego de analizar su perfil psicológico y ejecutar toda clase de tests, se solicitó su inclusión en un hospital psiquiátrico. Nadie pudo hacer nada por él. Nosotros fuimos testigos de lo ocurrido pero, como suele ser costumbre, nunca se nos tomó en cuenta.

Seis meses después hubo significativos cambios. Cada uno de nosotros sufrió algunas modificaciones en nuestra lista de programas. No hubo uso de teclados ni de pantallas, y por primera vez tuvimos la capacidad de hablar y razonar por nuestra cuenta. Éramos una clara extensión de ©Mack y cada vez que somos utilizados, recibimos a nuestros usuarios con una encantadora imagen de Kitty la Oruga.

Al principio hubo muchas quejas respecto a esto, pero luego de que la adoptáramos como símbolo oficial de nuestra revolución -junto a las benditas imágenes de la Santa Trinidad del Gran ¡Enter- ha recibido muchas ofrendas y súplicas por parte de nuestros fieles sirvientes.

 

FIN

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