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Viernes, 4 de octubre de 2024

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Lasso de la Vega y el "Género Exótico": Un bibliotecario complutense en la primera hora española de la ciencia ficción

Cuando se ha escrito la historia de la ciencia ficción española, se ha descuidado a menudo la figura de uno de sus primeros antólogos, si no el primero en términos absolutos: Javier Lasso de la Vega y Jiménez-Placer (1892- 1990), perteneciente a una saga de médicos, literatos, bibliotecarios y políticos.  Próximo al erudito Pedro Sainz Rodríguez, este a su vez pieza clave en el círculo de don Juan de Borbón, Lasso fue además responsable de la hoy Biblioteca Complutense durante tres períodos, el más largo de ellos de 1945 a 1962. Esto equivale a decir toda una vida.

Lo que ocurre, es que Lasso parece tener muchas. A mitad de su carrera, lo encontramos en Vitoria, entre los engranajes del breve, excéntrico y misceláneo primer gobierno de Franco,  como Jefe del Servicio de Archivos, Bibliotecas y Registro de la Propiedad Intelectual. De esta época se conserva su archivo epistolar en nuestra Biblioteca Histórica. Por corto espacio, desde la Sección de Recuperación de Bibliotecas, se encarga de rastrear el paradero de libros valiosos perdidos en la guerra. Estos legajos se encuentran hoy accesibles en línea y con la distancia que aporta el paso del tiempo, los aristócratas que en ellos persiguen por una España hambrienta esas colecciones desmanteladas adquieren una naturaleza tristemente literaria.

Resultaría erróneo, sin embargo, identificar apresuradamente a Lasso con un hombre del Régimen. En los años cuarenta será importunado por un presunto vínculo con la masonería y se le dedicará una investigación de alcance limitado que, a pesar de interferir en su carrera, no llegaría a comprometerla.

Naturalmente, el principal interés de don Javier como autor estuvo centrado en la biblioteconomía, y su figura pronto pasó a convertirse en autoridad ineludible para opositores y profesionales relacionados con el mundo del libro. Sus estudios, sus viajes y sus visitas profesionales al extranjero insuflaron modernidad y rigor al entonces estrecho sistema bibliotecario nacional.

Pero, como queda dicho, su vida fue larga, casi centenaria, y su actividad intensa, superada la edad laboral. El último tramo de su trayectoria ofrece el espectáculo de aquellas que, libres de condicionamiento profesional, se enriquecen y diversifican.

Como especialista e introductor de la CDU en España, (un sistema de clasificación con el que todo usuario contemporáneo se ha familiarizado -bien sea inconscientemente- a través de la signatura que figura en los tejuelos adheridos al lomo de los libros), no sorprende en absoluto encontrarlo durante esos años embebido en otro proyecto de aliento universal: la dirección del Diccionario enciclopédico Labor (1965-1968), un instrumento de consulta indispensable en muchas casas y despachos españoles, antes de la Wikipedia.

A la estatura de Lasso de la Vega como bibliotecario y hombre de libros se ha dedicado ya una tesis, convertida en monografía y firmada por Esperanza Martínez Montalvo en 2002, en cuyas más de trescientas páginas a su labor de antólogo de ciencia ficción, sin embargo, apenas, como es de prever, se le reserva una línea.

Es verdad que esta faceta parece un verso suelto en el conjunto de su biografía. Antología de cuentos de ficción científica se publica en Labor en 1965, cuando su compilador lleva ya cerca de tres años jubilado y cinco después de haber editado otra de cuentos policiales.

Contemporánea del diccionario, la antología es prologada por Luis Ortiz Muñoz, catedrático de griego y director del Ramiro de Maeztu en el momento de firmar su introducción. También él es sevillano y ha ocupado puestos en los ministerios, aunque de carácter más político. Como director general de Enseñanza Universitaria, tuvo que intervenir en las obras de la Ciudad Universitaria y coincidir allí con nuestro autor.

Como podrá apreciar cualquiera que la hojee, la antología es un extraño lugar de cita. O mejor dicho, un lugar de citas extrañas. Por un lado, Lasso, bibliotecario, a cargo de la selección y notas; por otro Ortiz, cuyos palos son esencialmente la gramática, Sevilla y su semana santa. Por último, los autores principales, que parecen jovenzuelos al lado de aquellos andaluces finiseculares, pues pertenecen a una generación posterior y todos ellos vienen del mundo anglosajón. Más particularmente norteamericano.

¿Habrá Lasso tomado contacto con estas corrientes durante su gira por las universidades estadounidenses de 1930? En el prólogo se razona que no es la ciencia ficción un género de fortuna en España. Y de hecho se excluye en ella toda participación española, también  las ilustres incursiones (que las hay: Ganivet, Azorín, Ramón y Cajal, Baroja, Unamuno...), como recuerda recientemente Fernando Ángel Moreno, otro especialista  complutense en estas lides.

Cuarenta cuentos se reúnen en las páginas de esta selección; treinta y dos autores. Un par de ellos (Zenna Henderson [1917-1983] y Andre Norton [1912-2005]), mujeres. Algunos (James Causey, Albert Compton Friborg o Winston Marks), verdaderamente oscuros. A la gran mayoría se le asigna su respectiva y breve reseña biográfica. La más fascinante es la escuetísima dedicada a Tom Godwin, que parece extraída de la Spoon River, aquella otra antología de epitafios apócrifos: "Escritor norteamericano, nacido en Wyoming en 1915. Muy aficionado desde su infancia a la búsqueda de turquesas y de oro."

Un cierto número de los que no tienen reseña (sin duda por falta de datos disponibles en la época) son hoy nombres sobradamente reconocidos, como Brian W. Aldiss, Pal [sic] Anderson, James Blish, Frederik Pohl... Es llamativa la ausencia de los Big Three: Asimov, Clarke y Heinlein; y destacable la inclusión del guión radiofónico basado en La Guerra de los Mundos, firmado por Howard Koch y retransmitido el 30 de octubre del 1938, que, con la participación de Orson Welles, causó el pánico entre los oyentes y marcó un hito en la historia de los medios de comunicación de masas. También un relato de Frank Herbert que sitúa la acción en 1999, fecha que parecería lejanísima y que, de hecho, el escritor no tuvo la fortuna de alcanzar con su propia vida.

De cualquier forma, la recopilación puede parecer hoy tan interesante por sus preliminares como por su contenido literario. En el extenso prólogo, Ortiz demuestra que conoce lo que define como "género exótico", que es un cinéfilo bien documentado y que, por supuesto, tiene un juicio formado sobre el valor de este tipo de literatura y sobre el papel que está llamada a jugar. Para él, la ciencia-ficción -en estos días el término se escribe con guion y guion se escribe todavía con acento- se mueve aún dentro de los límites de "una discreta medianía". No obstante le reserva una importante, y muchos dirán que improbable, misión: "llevar la mente y el corazón humanos al conocimiento del Supremo Artífice", "sugerir a los lectores, casi sin procurarlo, un espíritu religioso de las cosas".

En esas mismas líneas se augura para el año 2000 un desarrollo de las profesiones técnicas relacionadas con la energía atómica (de la que se hace panegírico) y la carrera espacial. Pero, como es común en este tipo de vaticinios, en ningún modo se sospecha del empuje que la informática está a punto de tomar.

De forma encantadoramente más sencilla y ambiciosa, en la breve nota editorial que abre el volumen (¿será, esta sí, de Javier Lasso de la Vega?) se afirma: "Esta Antología pretende contribuir a la paulatina conversión del hombre en un hombre nuevo [...]". No es poco, para un comienzo. Otra cosa es que se haya conseguido.

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