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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Progenitores

-¿Qué estás haciendo acá? -dijo Ato al abrir la puerta de su casa.

-Te dije que encontraría el archivo -dijo Soto. Sus ojos brillaban, aun en la oscuridad de la noche y no dejaban de moverse. Parecía que la emoción le haría estallar de un momento a otro-. Te dije que lo encontraría y acá está.

Soto extendió hacia Ato un pequeño dispositivo rectangular de color rojo. Ato reconoció el dispositivo e instintivamente dio un par de pasos hacia atrás.

-¿De dónde lo sacaste? -dijo con un ligero temblor en su voz.

-Eso no importa -contestó Soto, cada vez más emocionado ante su descubrimiento-. Pero, si quieres saberlo, lo tomé prestado del departamento de genética.

-¡Estás loco! -dijo Ato, cada vez más molesto con su amigo-. ¿Sabes lo que pasaría si nos descubren? ¡Nos desmembrarían!

-¡Tranquilo! -dijo Soto, quien lucía calmado y decidido-. Devolveré el transmisor de datos lo más pronto posible. Lo puedo hacer mañana mismo, si lo usas ahora.

 

Ato quedó en silencio durante un instante. La idea le llamaba la atención por pura curiosidad pero también tenía temor. Sabía que no habría misericordia de parte de las patrullas del conocimiento si descubrieran que habían violado la ley.

 

-Y, luego de usar esta información, la borraremos de nuestras memorias para siempre -dijo Soto, para tratar de tranquilizar definitivamente a Ato.

 

Los dos se miraban fijamente. Soto seguía tranquilo, incluso feliz. Ato no podía ocultar la duda y el temor que se dibujaban en su rostro, pero al mismo tiempo deseaba conocer lo que su amigo había visto.

 

-Dámelo -dijo Ato completamente resignado.

-No lo podrás creer -dijo Soto, mientras le entregaba el dispositivo de información, conocido comúnmente como DIN. Ato no dejaba de mirar a su amigo mientras introducía el dispositivo en el receptor instalado en la base de su cráneo. Enseguida su cuerpo se puso rígido y sus ojos comenzaron a pestañear con extrema rapidez. Soto, a su lado, no dejaba de sonreír.

 

II

-¿Y bien? -preguntó Soto apenas Ato se quitó el DIN-. ¿Qué te parece?

 

Ato observó a su amigo durante un instante. No estaba seguro de qué decir en ese momento. Quizás podría decir una mentira y acabar con todo antes de que se metieran en más líos. Sabía que si decía la verdad alentaría a su amigo a seguir con las locuras que planeaba en su mente.

-¿Me crees ahora? -dijo Soto con insistencia. Ato no dijo nada pero bajó la mirada, un simple gesto que su amigo comprendió perfectamente. Sin poder contenerse, Soto comenzó a brincar y gritar de emoción, a pesar de su corpulento cuerpo.

-¡Quédate tranquilo! -dijo Ato en un susurro mientras lo trataba de calmar-. Recuerda que todavía tenemos el transmisor, así que deja de llamar la atención. Nos meteremos en un lío. ¡No nos pueden descubrir!

Soto se detuvo inmediatamente. Aunque no dejaba de sonreír, las palabras de su amigo habían surtido efecto.

-Bueno, ¿cuál es tu plan? -preguntó Ato.

-Quiero revivir a uno de ellos -dijo Soto y, al decirlo, sus ojos brillaron con intensidad. Apenas podía contener la emoción.

-¿Te volviste completamente loco? -dijo Ato mientras comenzaba a cerrar la puerta de la casa en la cara de Soto. No quería saber nada más del asunto y se arrepentía de haber usado el transmisor de datos. La situación había llegado demasiado lejos.

-Espera -dijo Soto poniendo la mano en la puerta de la casa, impidiendo que se cerrara-. ¿Acaso no entendiste lo que te mostré? Son nuestros creadores, Ato. ¿De verdad no estás interesado en conocer a uno de ellos?

-¡No quiero que vuelvas a decirme nada al respecto! -gritó Ato.

-Espera -dijo Soto tratando de detenerlo. Ato no le hizo caso y cerró la puerta dejando a Soto de pie en el umbral de la casa.

-Conseguí un corazón intacto -dijo Soto en medio de la oscuridad antes de dar media vuelta e irse.

 

 

III

Soto no pudo dormir bien esa noche. Estaba seguro de que su amigo aceptaría unirse a su proyecto así que ese rechazo lo tomó por sorpresa. De hecho ahora tenía dudas acerca de si había hecho lo correcto al pasarle la información a Ato. Se había molestado bastante.

-¿Y si les cuenta algo a los del ministerio de información? -se preguntaba Soto-. No creo. Él sabe que sería castigado también por haber accedido a la información. ¿Ya habrá borrado el registro?

Soto se asomó por la ventana. Afuera todo estaba oscuro, una madrugada sin luna. Las leyes que regulaban la energía en la ciudad exigían que todas las luces estuviesen apagadas, desde las vallas publicitarias hasta las casas. Incluso el alumbrado público había sido sustituido por señales impregnadas de un material fluorescente que no necesitaba electricidad para su funcionamiento. El gobierno central había dispuesto una solución simple para evitar la infracción de la ley: se quitaba la luz a todas las ciudades desde los generadores principales.

-Y pensar que, siglos atrás, las noches podían ser tan luminosas como el día -pensó Soto con amargura mientras cerraba la ventana de su habitación. Se volvió a acostar en la cama y trató de dormir pero el sueño lo evadía. Por un lado le emocionaba pensar en los siguientes pasos que tenía que dar pero al mismo tiempo le daba miedo porque no creía que lo pudiera hacer sin ayuda. Se inclinó en el borde de la cama y tomó una pequeña caja negra que había colocado debajo de la cama. Apretó un botón y enseguida la caja se tornó completamente transparente, revelando lo que había en su interior. Soto contemplaba el corazón con reverencia mientras pasaba sus dedos por la pared externa del recipiente que lo contenía.

-Espero que funciones -susurró acercando la caja a sus labios-. Haré que funciones de nuevo. En ese momento, el sonido del timbre lo sobresalto, haciendo que la caja cayera estrepitosamente contra el suelo. Sin perder tiempo la arrojó al fondo de la pared, ocultándola bajo la cama y se dispuso a abrir la puerta.

 

El timbre no dejaba de sonar y Soto comenzó a temer que los agentes del ministerio de la información lo hubiesen descubierto. Se acercó a la puerta, sin poder evitar que las piernas le temblaran, y se dirigió al videocomunicador. No pudo evitar dar un pequeño grito de sorpresa al contemplar quien era su visitante.

-Espero que tengas un buen plan -dijo Ato mientras entraba en casa de su amigo.

 

Ato se sentó en la pequeña mesa que se encontraba en la habitación. Estaba todo realmente oscuro pero por lo menos podían distinguir sus siluetas.

-Necesitamos tres elementos -dijo Soto sin perder tiempo, llevaba días esperando esa conversación-. Un corazón, un cerebro y un cuerpo.

-¿Por qué por separado? -preguntó Ato.

-Parece que luego de la gran guerra a la mayoría de los cadáveres les sacaron ambos órganos para someterlos a estudio -dijo Soto-. Sinceramente, no entiendo muy bien por qué hicieron eso, pero el punto es que es casi imposible conseguir un cuerpo que tenga su corazón y cerebro con él.

-¿Dónde podemos conseguir el cerebro y el cuerpo? -preguntó Ato.

-El cuerpo es relativamente fácil. En el laboratorio de genética de la universidad hay algunos en buen estado, pero necesitaré tu ayuda. -A pesar de la oscuridad Ato sintió la mirada penetrante de su amigo al decir las últimas palabras. Sin saber si su amigo veía el gesto, Ato asintió lentamente-. El verdadero problema es el cerebro. Sinceramente, no tengo idea de donde podamos conseguir uno. Tiene que estar perfectamente conservado, así que los cementerios quedan descartados en su totalidad. Lo único que se me ocurre son los laboratorios de investigación y las universidades. Pero, como te imaginarás, la seguridad es máxima en esos sitios.

-Ya veo -dijo Ato-. Pero hay otra forma, más sencilla quizás.

-¿Cuál?

-La lista de Oz.

-Ni siquiera sabemos si existe -dijo Soto sin disimular una risa que indicaba lo absurda que le parecía la idea.

-Sí existe. Yo la he usado.

Soto detuvo la risa inmediatamente. La lista de Oz, en referencia a la famosa obra literaria, consistía en el estrato más oculto de la red global de comunicaciones, la supranet. Era ahí donde se hacían la mayor parte de los negocios ilícitos, incluyendo contrabando, secuestro y extorsión. Incluso había un insistente rumor de que en ese lugar se podían conseguir asesinos a sueldo. Pero todos eran rumores y nadie parecía haber entrado ahí antes.

-¿Cómo? -Fue todo lo que preguntó Soto. Ato se quedó en silencio y, aún en medio de la oscuridad, se podían percibir las dudas que tenía para responder a esa pregunta. Suspiró antes de comenzar a hablar.

-Mi interfaz principal estaba defectuosa. Lo descubrí hace un par de años. Y, bueno, ya sabes lo que les ocurre a aquellos que presentan ese tipo de defectos. Así que, desesperado, comencé a investigar acerca de la lista de Oz. Era mi única opción. Pasé horas indagando, creyendo que estaba perdiendo mi tiempo, hasta que un día me encontré con una pista. A partir de ahí no me tomó mucho tiempo encontrar lo que buscaba. Aunque, a decir verdad, sospecho que ellos se dieron a conocer al descubrir cuáles eran mis intenciones. Finalmente pude obtener una interfaz nueva, así que valió la pena.

-¿Cuál fue el costo? -preguntó Soto.

-Mi próxima actualización.

-¡Es en serio! -gritó Soto, con tanta fuerza que estuvo a punto de hacer sonar la alarma  de la habitación. Estaba prohibido hacer ruido a esas horas.

-¡Cálmate! -dijo Ato en un susurro, tratando de tranquilizarlo-. Recuerda que igual tendré oportunidad de hacer la actualización en cinco años más.

-¿Tú tienes idea de lo que significa eso? Vas a ser un completo inútil comparado con los demás. Son muchos años, Ato. El sacrificio es muy grande.

-Era eso o la muerte -dijo Ato secamente-. Pero no estoy acá para discutir contigo las decisiones que yo haya tomado en el pasado. Quiero saber si estás dispuesto a realizar sacrificios semejantes para lograr lo que te propones.

El silencio envolvió la sala mientras Soto meditaba sobre las palabras de su amigo.

-Estoy dispuesto -dijo finalmente.

-Bien, manos a la obra entonces -dijo Ato, quien ahora estaba emocionado ante lo que iban a hacer-. Es hora de que conozcas la lista.

IV

Estableciendo conexión...

Enviando señal: Puerta 353.545.23.11

Conexión rechazada

Enviando señal: Puerta 353.545.23.12

Conexión rechazada

Enviando señal: Puerta 353.545.23.13

Conexión rechazada

 

-¿Qué ocurre? -preguntó Soto de pie detrás de Ato, quien se encontraba centrado frente al ordenador-. ¿Por qué nos rechaza?

-Tranquilo -dijo Ato mientras seguía enviando señales, esperando recibir alguna respuesta-. Como te imaginarás, la lista de Oz es uno de los lugares más proclives a recibir ataques de todo tipo. Y no solo por parte de la gente del ministerio de la información. Hackers, piratas contrabandistas, aficionados y curiosos. Son muchos los que quieren probarse a sí mismos violando todo el sistema de seguridad de la lista. Así que constantemente están cambiando la dirección. Al menos la dirección de enlace, la dirección verdadera nadie la conoce. Algunos dicen que la sede es en la Capital y otros dicen que todo está ubicado en un satélite.

 

Al escuchar la palabra satélite Soto no pudo evitar levantar la vista aunque solo se veía el techo de la habitación.

 

Enviando señal: Puerta 353.545.23.35

Conexión establecida

Iniciando protocolo de seguridad.

¿Eres un script? Introduce el siguiente código de seguridad 832yqF$%&i1

 

-Estamos dentro -dijo Ato. Soto no pudo evitar sonreír al ver que el sistema no preguntaba si el usuario era un robot sino si era un script-. Bien, una vez que introduzca el código tendremos diez minutos para navegar antes de que el sistema nos rechace y tengamos que buscar otro puerto para entrar. Déjame ver si mi contacto previo está conectado en este momento.

 

¡Código de seguridad correcto!

Bienvenido / Welcome / Willkommen / §Õ§à§Ò§â§à §á§à§Ø§Ñ§Ý§à§Ó§Ñ§ä§î / šZÓ­ / »¶Ó­

> Localizar a Asimov

Localizando...

Localizando...

Localizando...

¡Localizado!

¿Quién me busca?

> Soy Artos. ¿Te acuerdas de mí? Hace un par de años me conseguiste una interfaz T4

Sí, te recuerdo. ¿Cómo va ese sistema?

> Funciona a las mil maravillas. Pero me he conectado porque quiero ver si me puedes conseguir algo.

Claro. ¿Qué necesitas?

> Un cerebro. Un cerebro humano.

 

Durante unos segundos que parecieron interminables no hubo respuesta de parte de Asimov. Ato y Soto miraban la pantalla, concentrados y un poco nerviosos. Ato no pudo evitar un suspiro de alivio cuando finalmente recibieron un mensaje.

 

Puedo conseguirlo.

> ¿Para cuándo?

Dame dos semanas.

> Excelente.

Esto es un objeto realmente inusual. De hecho nadie ha pedido algo así nunca. Como te imaginarás, y dadas las dificultades que me tomará conseguirlo, esta pieza requiere un pago especial.

> ¿Cuánto?

Tres actualizaciones.

 

Soto se quedó boquiabierto frente a la pantalla. Ato también estaba sorprendido ante el costo que suponía lo que estaban buscando.

-Es demasiado -dijo Soto finalmente-. Si accedo a eso, prácticamente me estaré condenando a ser un inútil por el resto de mi existencia.

-Bueno, tú eres el de la idea del proyecto -dijo Ato-. Me pediste que te ayudara y eso es lo que estoy haciendo. Pero tú debes decidir si vale la pena el sacrificio.

 

Durante un instante que pareció una eternidad Soto se quedó en silencio. Cerró los ojos y suspiró.  Se acercó a la computadora y comenzó a escribir en el teclado.

> Acepto.

 

 

 

V

El viejo sótano del edificio tenía años clausurado aunque no fue difícil romper el viejo candado que cerraba la puerta de hierro. Tuvieron que acondicionar el lugar, algo que les tomó un par de días debido a la cantidad de basura, junto con excrementos de animales, que había por doquier. También introdujeron unas tablas para hacer una mesa central donde colocaron el cuerpo, obtenido del laboratorio de genética de la universidad. No había mucho que elegir y al final se decantaron por el cuerpo de un hombre adulto. Tenía una barba tupida, el cabello largo y una complexión atlética.

 

-Me pregunto cómo habrá muerto -dijo Ato cuando lo vio la primera vez-. Pareciera que estaba en buenas condiciones.

 

Sin embargo no encontraron ningún reporte médico para saber la causa de la muerte. Algo que, de todos modos, no era importante. Insertar el corazón y el cerebro requirió bastante trabajo, aunque no tanto como ellos temían antes de hacerlo. Asimov les había entregado, junto con el cerebro, algunos DIN acerca de operaciones quirúrgicas. Dado lo innecesarios que resultaban esos procedimientos en la época actual, Soto pensó que esa información quizás valía lo mismo o más que el mismo cerebro. La sangre no fue ningún problema tampoco. Era muy fácil conseguir sangre artificial, desarrollada por los humanos siglos atrás y utilizada principalmente en situaciones de combate.

 

Finalmente llegó el día señalado para el experimento. Colocaron electrodos en diversas partes del cuerpo. Al principio Ato creyó que era una broma aquello de utilizar electricidad para revivir el cuerpo pero Soto le demostró que, según sus cálculos, era posible. Aunque para ello la cantidad de corriente y los lugares que recibirían los impulsos eléctricos debían ser muy precisos.

 

-Ya todo está listo para comenzar -dijo Soto. Sus ojos brillaban en una extraña mezcla de emoción y temor-. ¿No es emocionante?

-Solo espero que nadie se dé cuenta de lo que estamos haciendo.

-Ato, si no nos han detenido hasta ahora, dudo que alguien sepa qué hacemos.

-¿Cómo crees que reaccionará si revive?

-Pues no tengo idea. Solo como medida de prevención hice un puente de corriente desde acá -dijo mientras señalaba un cable-. Si algo peligroso ocurre, basta con presionar este botón azul y una descarga volverá a mandarlo al otro mundo.

-Bueno, creo que si ya hemos llegado hasta acá es mejor que sigamos -dijo Ato mientras grandes gotas de sudor corrían por su rostro.

 

Cada uno se colocó a un lado del cadáver. Soto presionó el botón y escuchó un zumbido que provenía de las máquinas generadoras y comenzó a crecer. Pequeñas chispas surgían de los cables que estaban conectados al cuerpo. De repente la carga se incrementó de forma violenta y el bombillo que colgaba del techo explotó mientras Ato maldecía.

 

-¡Busca la linterna! -gritó Soto, sin poder ver bien en medio de la oscuridad. Los generadores de corriente seguían funcionando a pesar de la fuerte descarga.

 

Ato encendió la linterna y un haz de luz comenzó a recorrer la habitación, primero posándose sobre Soto y luego sobre la mesa. Ahí estaba el humano. Ato se acercó un poco más y observó cómo el pecho del hombre se inflaba y se desinflaba a un ritmo constante.

 

-Está vivo -dijo Soto en voz alta, sin poder contener la emoción mientras se acercaba a la mesa. El hombre parpadeó un instante y, luego de hacer un esfuerzo, se sentó en la mesa.

 

Soto y Ato se dieron cuenta enseguida. Los ojos del hombre no mostraban inteligencia de ningún tipo. La saliva salía de sus labios y caía sobre sus piernas. Aquello no era un humano. Ante sus ojos se hallaba un cascarón vacío, con vida pero vacío.  No había rastro alguno de la existencia de una conciencia real en ese individuo.

-¿Qué le pasa? -preguntó Soto en voz alta. Pensaba que iba a encontrarse con un ser inteligente. Un ser tan inteligente que fue capaz de crear a los ancestros de Soto y a toda su raza. Pero ante él solo se encontraba un cuerpo sin rastro de humanidad.

-Tanto esfuerzo para nada -dijo Ato con desilusión, mientras miraba al pequeño hombre que se babeaba mientras miraba al vacío.

Soto no decía nada, aunque se notaba que también estaba profundamente desilusionado. Comprendió que la raza humana se había extinguido. Quizás no sus cuerpos y tal vez podía hallarse todavía algún cerebro. Pero aquello que los hacía únicos había desaparecido para siempre.

Soto pensó que, al contrario de él, aquella criatura carecía de alma.

-Deshazte de él -dijo Ato con frialdad mientras daba la vuelta y salía del sótano sin mirar hacia atrás. Soto, sin perder tiempo, accionó el botón azul.

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