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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Corazón de melón

¿Quién no ha querido alguna vez tener superpoderes? En las películas los superhéroes tienen poderes como volar, tener supervisión, leer la mente, detener el tiempo o ser invisible. Todo ello muy útil para combatir a los malvados de turno y salvar a la humanidad. Pero claro, esto es lo que pasa en las películas, no en el mundo real, pero... ¿qué pensarían si les digo que yo sí que he tenido un superpoder especial durante toda mi vida? Supongo que no me creerían, no les culpo, y los pocos que me creyeran pensarían que soy un egoísta que no he hecho nada con mis poderes para ayudar a mis congéneres. Ahora bien, la triste verdad es que en el mundo real los poderes no son tan magníficos como en la ficción. Mi poder me ha sido útil, no lo voy a negar, pero no he encontrado ningún modo de mejorar el mundo con él, y no creo que nadie hubiera podido hacer con él mucho más de lo que he hecho yo, porque mi poder es bastante curioso: hago que los melones sepan muy (pero que muy) bien.

Sí, ya sé que suena a cachondeo, pero es la verdad. Cuando cojo un melón y lo palpo un rato, básicamente como hace todo el mundo en el mercado cuando trata de ver si el melón que se va a llevar a casa es bueno o no, el melón adquiere un sabor exquisito. Ya ven, no puedo volar, trepar por las paredes ni moverme como Flash, simplemente puedo hacer que un tipo muy específico de comida esté buena. Además, el efecto no es permanente, hay que comerse el melón en menos de un día desde que lo manoseo, o de lo contrario vuelve a tener un sabor tan vulgar como mi superpoder. Tampoco puedo aplicar mi habilidad a melones que ya estén empezados, por lo que si pido melón con jamón en un restaurante tengo que rezar para que el melón (y el jamón) fuera bueno antes de que me lo dieran, porque no tengo forma de mejorarlo.

Mis padres descubrieron mi don cuando yo aún era un niño. La primera vez supusieron que era una casualidad: Tenía 6 años y me pidieron que les pasara el melón para abrirlo, y  empecé a palparlo como les había visto hacer a ellos en el mercado, haciéndome el importante. Se rieron mucho, como es lógico, y luego resultó que el melón estuvo buenísimo, así que, en broma, me dijeron que tenía que hacerlo igual la vez siguiente, que estaba delicioso gracias a mí. Evidentemente no lo creían, pero es lo que cualquiera diría a su hijo, y a mí me hizo ilusión. Así que cuando volvimos a comer melón repetimos el proceso y el melón volvió a ser excepcional. Y la vez siguiente también. Como los habían comprado en el mismo sitio, asumieron que eran buenos desde que los compraron, que yo no tenía nada que ver. Pero el proceso se siguió repitiendo, independientemente de dónde compraran el melón. Empezaron a hacer experimentos, comprando melones de todo tipo y haciendo todo tipo de pruebas. Así, después de unos cuantos melones, llegaron a la conclusión de que realmente tenía el poder de mejorarlos.

Como buenos padres protectores, su obsesión consistió en mantener en secreto mi habilidad. No querían que ninguna organización gubernamental secreta me encerrara en algún laboratorio para hacer todo tipo de estudios conmigo. Me engañaban dándome el cambiazo con melones que yo no había tocado y que por tanto eran normalitos. Es más, cogían los peores melones que encontraban, de modo que no solo dejara de pensar que yo los hacía buenos, sino que también dejaran de gustarme tanto. Así, poco a poco, dejé la costumbre de tocar los melones antes de abrirlos, y finalmente mis padres consiguieron dejar de comprar melones, saliendo por completo de la dieta familiar.

Un par de años después mis padres lanzaron otro plan más sutil para protegerme: en casa empezaron a verse películas sobre personas especiales que eran sometidas a experimentos salvajes para estudiarlos. Lógicamente solo veíamos películas en las que las cosas salían bastante mal para quienes tenían poderes. Vamos, que trataron de grabar en mi subconsciente un mensaje bastante claro.

Pero fui creciendo y, como pasa siempre, la capacidad de protección paterna se redujo drásticamente. Un día les conté a mis padres que había comido melón en casa de un amigo, que estaba buenísimo, que deberíamos comprar melones en casa y que no se preocuparan por cómo elegirlos y cortarlos, que yo ya lo había hecho una vez y me había quedado fenomenal.  Como pueden imaginarse, los pobres se quedaron blancos. Cuando salieron del estado de shock me dieron largas, diciendo algo así como "Sí hijo, puede ser buena idea, ya iremos viendo cómo están de precio cuando la temporada sea la adecuada, no ahora que ya se está acabando la temporada buena". Eso sí, al día siguiente reflexionaron y se dieron cuenta de que no podrían protegerme si me mantenían en la ignorancia, así que me dijeron que tenían algo muy importante que contarme... y así fue como redescubrí mi poder.

No piensen que me lo creí a la primera, pero mis padres me prepararon un buen experimento con veinte melones de los que yo iba decidiendo si los tocaba o no, y luego ellos los abrían y yo mismo los probaba. La verdad es que fue una experiencia bastante desconcertante para mí. Tardé varios días en asumirlo, aunque debo reconocer que la ayuda paterna fue fundamental, incluyendo chistes tontos para aliviar un poco la tensión. Por ejemplo, mi padre decía que él ya se esperaba mi habilidad, porque cuando mi madre estaba embarazada parecía que se había tragado un melón, mientras que mi madre decía que era normal que tuviera poder sobre los melones, porque mi padre siempre se había comportado como un melón, así que yo debía ser medio-melón. Ya saben, tonterías simplonas pero que me ayudaban a salir de mi estado de bloqueo mental.

Cuando asumí mi condición, pensé que una habilidad así debía compartirla, pero las advertencias de mis padres (junto con la hipnopedia que me habían aplicado en la infancia) tuvieron su efecto, así que acepté que debía mantenerme en el anonimato. Además, al fin y al cabo, todos los superhéroes tratan de mantener su vida privada al margen de su vida de héroe, aunque sea simplemente cambiando el aspecto con unas míseras gafas. Así que pensé en cómo podía ayudar a alguien teniendo en cuenta el limitado alcance de mi don. Lo primero que se me ocurrió es que podía ayudar a niños enfermos haciendo que comieran buenos melones. Dicho y hecho, me colé en las cocinas de un hospital infantil para tocar los melones que tenían. Pero me descubrieron y pensaron que los quería robar. Conseguí escapar por los pelos, y decidí que el riesgo no merecía la pena.

Por tanto, cambié de plan. Decidí hacerme voluntario en un albergue para vagabundos, donde podría tocar tranquilamente los melones antes de cortarlos para repartirlos. Pero la verdad es que solo estuve un día: conseguí que estuvieran buenísimos los melones que se comían, pero la calidad excesiva de unos melones que se suponía que eran de baja calidad llamó la atención de los encargados. Por suerte supusieron que había sido simplemente cosas del azar que alguien les hubiera mandado un cargamento de calidad, pero me di cuenta de que si se repitiera el proceso sospecharían que había gato encerrado, y no quería que nadie sospechara nada. Por consiguiente, solo iba una vez al año a algún albergue, pero sin repetir en el mismo dos veces, de modo que no se levantaran sospechas.

Como parecía que mis intenciones altruistas no tenían mucho recorrido, pensé que al menos podía tratar de ganar dinero. Quién sabe, si me hacía millonario después podría hacer donaciones altruistas si quería, así que me convencí a mí mismo de que ese era el motivo para cambiar de objetivo. Una posible opción sería poner un restaurante, pero dado que mis habilidades como cocinero eran (y siguen siendo) muy limitadas, no parecía que pudiera tener mucho éxito un restaurante que sirviera como único plato melón con jamón, por lo que me pareció que lo sensato sería tratar de convertirme en suministrador de melones de algún chef de alta cocina. Pero antes de eso quería conocer mejor el mercado de los melones, por lo que convencí a mis padres para que me dejaran trabajar en un puesto de venta de sandías y melones. Como era de esperar, les pareció una pésima idea que mis poderes pudieran estar tan expuestos al trabajar cara al público, pero les convencí argumentando que así mis amigos no se extrañarían cuando siempre escogiera buenos melones, porque asumirían que lo había aprendido en mi trabajo.

Mi trabajo en el puesto duró solo un par de meses, pero me sirvió para darme cuenta de que mi poder no ayudaba en prácticamente nada a mis clientes. Me pedían que les diera uno bueno y yo les daba uno cualquiera diciéndoles que estaría buenísimo si se lo comían en el mismo día. Pero, la verdad, ¿quién se come un melón nada más comprarlo? Algunos pocos lo hacían y después me decían que estuvo buenísimo, pero la mayoría lo comían dos o tres días después, por lo que mi intervención era completamente irrelevante. Resumiendo, aunque trabajaba con melones, nadie sospechaba de mi don. Eso sí, mis amigos comenzaron a ponerme motes relacionados con mi trabajo, y el hecho de llamarme Ricardo se lo puso bastante fácil: "Ricardo corazón de melón" era el más habitual, pero cuando había chicas de por medio me llamaban "soba-melones". Ya se imaginarán que estos motes no eran precisamente un imán para atraer al género contrario... aunque la verdad es que pocos años después el mote me vino bien para conocer a la que sería mi esposa, Lucía. Cosas de la vida, su comida preferida era el melón, con lo que las coñas continuas de mis amigos sobre mi sabiduría melonar despertaron su interés. Conectamos enseguida y no fue simplemente por los melones que le regalé. Realmente estábamos hechos el uno para el otro. Era la única persona con la que me sentía cómodo para hablar de cualquier cosa y, de hecho, la única a la que he confesado mi don. Poco después de conocernos nos casamos, tuvimos dos hijos (Luis y Carla) y disfrutamos de una buena vida en familia, a pesar de mis rarezas. Por suerte ninguno de mis hijos heredó mi habilidad con los melones. Tal vez les fuera mejor con las chirimoyas, quién sabe...

Volviendo a mi plan de hacerme rico con los melones, ofrecí mis servicios a varios cocineros. La mayoría ni me escucharon, unos pocos probaron mis melones y reconocieron su calidad, pero no les parecía un producto cool. Resumiendo, los restaurantes caros ignoraban el melón, y solo me hicieron caso pequeños restaurantes dispuestos a poner melón con jamón en su menú del día. Pero claro, el menú del día no daba mucho margen económico. Así que, por desgracia, no conseguí hacerme rico, simplemente conseguí un trabajo que me daba algún dinerillo. Por tanto, pronto abandoné el negocio e hice caso a mis padres dedicándome a la empresa familiar, un trabajo completamente ajeno a los melones: la ebanistería.

No crean que abandoné mi interés por mi don. De hecho, simplemente decidí dividir mi vida entre mi trabajo y, digamos, mi hobby. Me ganaba la vida trabajando la madera, pero dedicaba mi tiempo libre a mi objetivo a largo plazo, que era tratar de conseguir producir una nueva raza de melones sobre la que mis poderes tuvieran un efecto mayor, de modo que no hubiera que comerlos inmediatamente después de que los tocara. Es más, idealmente deseaba producir melones que no tuviera ni que tocarlos para que fueran estupendos, pero eso me parecía aún más complicado. En cualquier caso, como les decía, este era mi objetivo a largo plazo, pero decidí que necesitaba buenas bases, por lo que empecé estudiando todo tipo de cursos tanto de biología como de botánica. Con el tiempo me convertí en todo un experto y mis experimentos comenzaron a dar sus frutos. Mi contacto con algunas plantas en los momentos más significativos de su crecimiento me permitió conseguir duplicar el efecto de mi toque sobre los melones, de modo que mantenían su mejor sabor durante dos días en lugar de solo uno. Fue sin duda un gran logro, pero no conseguía que esa propiedad se transmitiera a la siguiente generación, de modo que no fuera necesaria mi intervención durante el proceso de crecimiento de la planta.

He dedicado toda una vida a experimentar distintos métodos, consiguiendo finalmente que el efecto se propague parcialmente a la siguiente generación, pero el cambio va perdiendo intensidad de generación en generación: 2 días, día y medio, día y un cuarto y, finalmente, vuelve a un único día, como cualquier otro melón. Necesito alguna idea revolucionaria para salir del atolladero, pero acabo de recibir una noticia que no me esperaba: me han detectado una enfermedad terminal. Me queda poco más de un año de vida, donde las etapas finales serán tan dolorosas que lo más probable es que pase mis últimas semanas de vida completamente sedado, sin poder interactuar con nadie, como si fuera un vegetal. Ya no merece la pena seguir con mis estudios. Solo me queda un último recurso en el que llevo pensando desde hace algún tiempo: dejar que las semillas coman de mi cuerpo moribundo, con la esperanza de que mi don se integre en ellas produciendo una raza de mayor calidad. Estoy seguro de que Lucía lo entenderá y me ayudará a que me entierren vivo cuando ya me encuentre en estado vegetal, pero no creo que Luis y Carla lo acepten con facilidad. En cualquier caso, les debo una explicación, pues nunca han sabido de mi superpoder. En fin, dedicaré mi último año de vida a explicarles quién es realmente su padre: el superhéroe con el superpoder más cutre que cualquier guionista hubiera podido imaginar.

Espero que este pequeño resumen de mi vida que estoy escribiendo me sirva para explicar a mis hijos porqué he vivido obsesionado con el cultivo de melones, y para que se lo hagan llegar a algún experto en melones que pueda sacar mayor provecho de mis estudios que yo mismo. Tal vez así pueda dejar algún pequeño legado para la posteridad.

 

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En memoria de Ricardo García y Lucía Pérez, nuestros padres.

 

Todos debemos recordar y honrar a nuestros antepasados, aquellos sin los cuales nunca habríamos llegado a existir. Nosotros  debemos nuestra existencia al mayor superhéroe que ha existido en la historia, nuestro venerado Ricardo, y a la mujer que más luchó y protegió su legado y sin la cual nunca habríamos llegado hasta nuestro estado actual, Lucía.

Con sus últimas voluntades, Ricardo entregó su último aliento de vida para que naciera una nueva raza. Es por ello que todos debemos conocer su historia y transmitirla a nuestros descendientes, de modo que los orígenes de nuestra especie no se pierdan con el paso del tiempo. Su naturaleza excepcional le permitió conectar a dos especies aparentemente lejanas, aquellas conocidas antiguamente como humanos y melones. En aquellos tiempos, la especie animal de los humanos cultivaba melones, una especie vegetal que les servía como fuente de alimentación. El gran Ricardo tenía el poder de alterar los melones, y sus trabajos permitieron acercar paulatinamente la genética de humanos y melones, hasta que en su último golpe de genialidad integró a humanos y melones en una única y nueva raza, los ricardianos, que nacieron de las semillas germinadas en el propio cuerpo de Ricardo.

Los primeros ricardianos brotaron del melonar ante la mirada estupefacta de la gran Lucía, quien pronto comprendió que los chicos y chicas que estaban creciendo en sus tierras no eran realmente humanos, eran los primeros seres de una nueva especie. Ella los cuidó hasta que maduraron, pero más importante todavía, los protegió de la humanidad manteniendo en secreto su origen hasta que los ricardianos pudimos expandirnos lo suficiente. Todos los ahorros familiares se dedicaron a comprar tierras de cultivo lo más aisladas posibles donde depositar nuestras simientes, mientras que los ricardianos trabajaban duro para aumentar dichos ahorros. Por fortuna, el aspecto externo de los ricardianos es casi igual al de los humanos, por lo que resultaba muy sencillo pasar desapercibidos e incluso podían trabajar entre ellos, siempre que nadie viera cómo se reproducían. Así, gracias a la generosidad de Lucía y al trabajo duro y anónimo de las primeras generaciones de ricardianos, nuestra especie se aposentó sobre el planeta Tierra.

Pocas generaciones después, debido al crecimiento de nuestra población, dejó de ser posible seguir viviendo en secreto ante la humanidad. Afortunadamente ya nos habíamos asentado en colonias por todo el planeta, por lo que nuestra supervivencia como especie estaba casi garantizada. Fue entonces cuando nos dimos a conocer ante la humanidad. Los primeros acercamientos fueron muy convulsos, incluso tuvimos muchas pérdidas de vidas debido a grupos aterrorizados de humanos que trataban de exterminarnos, pero pronto las autoridades consiguieron controlar la situación, comprendiendo que ambas especies podíamos convivir en simbiosis.

Una ventaja evolutiva de los humanos era que disponían de una larga infancia en la que a pesar de ser muy vulnerables les permitía adaptar su cerebro a entornos muy diferentes, lo que les había permitido llegar a controlar todo el planeta que habitaban, e incluso desarrollar tecnología espacial para enviar naves a otros planetas. Pero debido a sus cortas vidas y su sistema reproductivo animal, eran incapaces de viajar a otros sistemas solares. Por nuestra parte, nuestro sistema reproductivo vegetal era ideal para el viaje espacial. Nuestras semillas podían mantenerse latentes durante un centenar de años mientras una nave nos llevaba a nuestro destino, y después podíamos germinar en el momento oportuno, naciendo individuos en lo que equivaldría a la adolescencia humana, que además heredaban parte de los conocimientos de sus padres. Por si fuera poco, podíamos reproducirnos muy rápidamente, colonizando en poco tiempo un nuevo planeta.

Así pues, los ricardianos nos convertimos en los emisarios de los humanos en las estrellas. Nos enviaron a los planetas habitables más cercanos que conocían, y nosotros les informábamos de todo lo que encontrábamos en ellos al llegar, y después proseguíamos poco a poco nuestro avance por la galaxia, siempre enviando nuestros informes al planeta Tierra. Así, con el tiempo, hemos llegado a expandirnos por toda la galaxia, y aunque hace millones de años que no recibimos respuesta desde la Tierra, seguimos manteniendo nuestra costumbre de honrar a nuestros antepasados informando a aquel planeta de nuestros avances.

Nuestro sistema reproductivo vegetal combinado con nuestro sistema nervioso animal nos ha hecho únicos, y nos hemos convertido en la especie dominante de la galaxia, pero añoramos volver a contactar con los humanos, quienes seguramente se extinguieron en su planeta natal, pero cuyo destino final nunca descubriremos, pues prometimos no volver a visitarlo nunca. Quién sabe, quizá cuando su sol esté a punto de destruir la Tierra volverán a contactar con nosotros para pedirnos ayuda. ¡Ojalá sea así! Salvarles de la extinción sería la forma más grandiosa de darles las gracias por todo lo que nos han dado y, sobre todo, de honrar al gran Ricardo salvando a su especie.

Te adoramos Ricardo.

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