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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Domingo, 13 de octubre de 2024

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Pasiphae

Desde su más tierna infancia se había criado entre algodones (aunque esta expresión estuviera prohibida en Ceres, tercer planeta del sistema Nímbico). Su familia pertenecía a una élite social mantenida por un proletariado que se deslomaba por sobrevivir con un jornal mínimo. Gracias a ello, desde que dejó de ser una semilla, pudo permitirse el lujo de vivir para y por el arte; más concretamente, el de "La ópera de las plantas cantoras". Espectáculo que, como su propio nombre indica, consistía en alcanzar por medio de la luz, sensaciones, imágenes y sonido, un estado de éxtasis denominado por algunas especies "Orgasmo Espiritual". En éste, sin tener contacto alguno con los ejecutantes, la mente del espectador podía sumirse en un trance de felicidad tal que rivalizaba con la sensación de un gozo sexual extremo. Aunque, en más de una ocasión, a Pasiphae se le pasó por la cabeza perpetuarse, abrir sus flores y ser polinizada por alguna otra planta, del más rancio abolengo, sabía que aún contaba con todo el tiempo del mundo, que era joven para esos menesteres y que, dada su fama, también podía alcanzar la inmortalidad viviendo en el recuerdo del gran público.

 

-¡Ya habrá tiempo cuando me retire! -se repetía a sí misma dejándose arrastrar por la ensoñación de verse rodeada por unos descendientes, puestos a pedir, también profesionales del "Bel Canto" Su arte no era asequible para la mayoría de seres del universo conocido, aunque sí deseado por todos ellos. Más de un rumor existía sobre algún habitante, perteneciente a los planetas más aislados, que en sus últimas horas se lamentaba de abandonar este mundo sin haber vivido esta irrepetible experiencia. Sólo los poseedores de las mayores fortunas eran llamados a deleitarse con tales exhibiciones. Por ello, Pasiphae, pasó la mayor parte de su juventud ignorando los problemas reales de su mundo.

Para ella, la vida consistía en alcanzar la perfección en su arte siendo arropada, entrenada, cuidada y mimada por un séquito de servidores dedicados, en cuerpo y alma, a estas tareas. De hecho, si algo podríamos decir respecto de la acaudalada clase alta de Ceres (Pasiphae incluida) es que "Los árboles no les dejaban ver el bosque". A pesar de todo lo dicho hasta ahora, no hay duda de que era la mejor, la más bella y cotizada de todas las plantas cantoras, siendo apodada por los críticos como "La Diosa de Ceres". En su número principal, sus ramas se extendían, estiraban y retorcían mientras el aire, filtrado a través de su moldeada corteza, generaba un sinfín de hipnóticos sonidos.

Miles de "ninfas de las flores" revoloteaban entre sus hojas, centelleando sin parar, cambiando su color a medida que la melodía abrazaba a la concurrencia. En los momentos más emotivos de la obra, unas potentes feromonas eran disparadas desde sus estambres, acariciando la piel del público, consiguiendo alcanzar el tan deseado Nirvana. Justo en ese mismo instante, dentro del descomunal teatro cúpula, los juegos de luces, láser, efectos y fuentes de agua, explotaban en una colorida amalgama dejando al auditorio indefenso ante tanta belleza.

A veces, al contemplar el espectáculo, los más sensibles quedaban sumidos en una especie de catarsis. Los servicios médicos de Ceres siempre estaban preparados por si alguno de los espectadores, en especial los que asistían por primera vez, entraban en shock tras experimentar el momento culmen de la obra. Ciertamente era un show único en cuanto al deleite de los sentidos. A cambio, como primera cantante de la compañía universal del planeta, consumía la mejor tierra, llena de sales minerales en abundancia, se deleitaba con los presentes de sus admiradores e incluso era transportada en una cápsula homeostática Daisekai para que no tuviese necesidad de mover sus raíces, reservadas en exclusiva para sus actuaciones.

Gracias a este artefacto, podía mantener un equilibrio de temperatura y humedad ideales en las zonas desfavorables del planeta, donde también eran requeridos sus servicios. El regulador de temperatura, su sistema de aerotermia, aire acondicionado y humidificador siempre la mantenían fresca y lozana; dispuesta para brillar en todo su esplendor en la próxima actuación mientras sus sirvientes apenas podían respirar y nutrirse en los ambientes áridos de Ceres.

Los mejores "arborícolas" (seres dedicados al cuidado de las plantas de más alta cuna) eran seleccionados personalmente por sus progenitores para limar, pulir, quitar molestos insectos y aplicar aceites en su exquisito y suave tronco, entre otros incontables cuidados, bajo cualquier circunstancia. Para Pasiphae, al pertenecer éstos a una especie diferente y tener todos ellos un aspecto parecido, era como si no existieran; convirtiéndose en una "molestia necesaria" para mantener su esplendor. Si alguno hubiera dejado de aparecer, o hubiese sido sustituido por otro, no habría llamado la atención de la diva en absoluto; la cual, permanecía ajena a estas cuestiones.De hecho ocurrió así cuando fue informada de la sustitución del jefe de cuidadores, hace semanas, gracias a su osadía de pedir un aumento de sueldo.

Mientras los empleados se afanaban en sus trabajos, la diva se preguntaba, en ocasiones, cómo serían sus cíclicas y aburridas vidas. Sin embargo, siempre resultó ser poco más que un pensamiento fugaz.

Entretanto, la crisis económica iba haciendo mella en el planeta y en la galaxia. El poder adquisitivo del pueblo llano fue mermando hasta el punto de tener dificultades en adquirir productos de primera necesidad. Una educación básica, comida decente o los medicamentos para sus hijos y ancianos, se fueron convirtiendo en artículos de lujo y, aunque esta transición no se estaba dando de la noche a la mañana, los asfixiaba lentamente como si del mortal abrazo de una serpiente se tratara. De hecho, para sus cuidadores, mantenerse en este empleo era lo mejor que podía pasarle a un individuo de la casta baja. A pesar de ello, esta situación no evitaba que comenzaran a tener cierto recelo por el linaje superior, el cual continuaba haciendo alarde de su poderío económico derrochando de forma alocada.

Nuestra protagonista, continuaba disfrutando también de los lujos propios de alguien de sus características, teniendo incluso su propia «mascota-mentor» humano (Homínidos primitivos descubiertos por los exploradores de Ceres en un recóndito rincón estelar). El nombre de este mentor era Mnemos. Mnemos, a pesar de pertenecer a una raza atrasada tecnológicamente, poseía un gran conocimiento sobre el universo, almacenado en un cerebro alterado genéticamente para tal fin; además de un cociente intelectual que superaba con creces a la mayoría de miembros de su especie.

El tener cierta cultura general sobre los planetas y seres del universo conocido era visto por la élite Nímbica como un signo de distinción en sus fiestas y reuniones. ¡No digamos si esta sabiduría era extensible a las costumbres de seres poco conocidos como los humanos! ¡Esto podía convertirte en el alma de la fiesta! Pero, a pesar de todas las enseñanzas sobre otros pueblos con las que intentaba adoctrinar a Pasiphae, a ella siempre le apetecía utilizar a Mnemos como un mero narrador que la deleitase con sus "extravagantes" historias terráqueas. Para ella, más que un erudito era un divertido entretenimiento e incluso un "exótico objeto" de lo que poder presumir delante de sus amistades.

Hay que decir, en defensa de nuestra querida planta, que no por ello dejó de tratarlo con cierto respeto y cariño. Tal vez pudiéramos llegar a pensar que Pasiphae albergaba un sentimiento similar al que tenían los humanos, de esa antigua tierra, con respecto a sus perros y gatos (aquí podríamos recordar lo que alguna vez, todos nosotros, hemos sentido bajo una mirada tristona, directa y comprensiva de nuestra mascota). Así que, seguramente, este sería el vínculo más cercano que unía a Pasiphae con Mnemos.

Un buen día, nuestra diva pidió a su maestro que le explicara un concepto que no alcanzaba a entender del todo bien: el de "Revolución Política", sobre todo en referencia a la antigua historia de la humanidad. Aunque, en un principio, le pareció la típica "chifladura aburrida" de Mnemos, en su interior la llama de la curiosidad comenzó a arder. Quizás un instinto, dormido hace tiempo en lo más recóndito de su alma, despertaba alertándola de un peligro próximo y, sin saber muy bien por qué, lo relacionaba con la narración de su maestro.

En Ceres, era inconcebible que un grupo de individuos se sublevara de forma tan violenta contra los que les alimentaban. Además de ser en esencia una sociedad pacífica, su biorritmo era bastante más lento que otros seres pertenecientes al reino animal y, por tanto, reflexionaban con más calma sus decisiones.

Para Mnemos resultó ser una tarea titánica, teniendo en cuenta que los cambios eran pocos comunes en las especies vegetales de tan larga vida. Esto, a su vez, provocaba cierto sentimiento de ternura, por parte de Pasiphae para con su profesor, al ser consiente de que los homínidos terráqueos apenas superaban los 200 años, tras someterlos a cuidados extremos.

Pensándolo bien, y teniendo en cuenta este dato, quizás ahora creo que la mascota más adecuada con quien comparar a Mnemos, antes que el perro o el gato, fuera la tradicional cobaya o el más típico aún pececito naranja que, tras su corta vida, es arrojado por nuestros retretes. Aún así, y a pesar del esfuerzo intelectual que tuvo que realizar nuestra protagonista, la idea caló tan honda que llegó a quedarse alojada en algún punto de su subconsciente, convirtiéndose en algo parecido a una revelación.

A partir de entonces, sus cuidadores "existían" e incluso los observaba con mayor cautela y desconfianza. Con el paso del tiempo, incluso comenzó a reconocerlos. Imágenes inconexas de matanzas, linchamientos y nobles guillotinados de albas pelucas acudían a su mente en los momentos que era mimada por los arbóreos; poniéndola tensa, desvirtuando la suavidad de su corteza y, a veces, generando algún que otro molesto nudo.

Poco a poco, y por razones ajenas a ella, el público fue mermando, acudiendo en menor número a su representación. La primera vez que observó algunas butacas vacías entre el respetable apenas le dio importancia. Sin embargo, la recesión económica ya se extendía a los planetas cercanos y los magnates de lejanos mundos empezaban a contentarse con diversiones más mundanas. Los poderosos dejaron de hacer alarde de sus riquezas aunque las aumentaran a costa de empobrecer al resto. En el fondo, temían que éstos últimos se sublevasen ante tales exhibiciones. Así que optaron por llevar sus entretenimientos y vicios cada vez con mayor discreción.

Con el tiempo, el teatro comenzó a estar más vacío, yendo a sus representaciones sólo algunos incondicionales. Aunque los arbóreos ponían todo su esfuerzo y tesón en mantener a la diva, algunas de sus bellas flores comenzaron a retraerse, fruto de la tensión.

Un día en concreto, unos cuantos empleados se postraron ante ella y, presentando mil excusas, se despidieron de su trabajo. ¡Pasiphae no daba crédito a sus múltiples aurículas! ¡La mayoría de ellos huían del planeta en espera de una vida mejor!

De forma constante el resto de personal, por una u otra razón, también fueron abandonando sus puestos. Solamente Mnemos y el jefe de los cuidadores Rhesus aún permanecían fieles a su misión. Para ellos y dado que nunca los había tratado mal, aunque sí con cierta indiferencia, la diva más que un "empleo" era alguien que necesitaba ser atendido, casi como una hija adoptiva mal criada.

La bioquímica de la cantante comenzó a cambiar: sus ramas se llenaron de espinas, su tronco se endureció más de lo habitual y sus flores se tornaron venenosas. Su cuerpo, en definitiva, se preparaba para el combate.

A diario recibía, a través del aire, polen neurotransmisor perteneciente a otros miembros de su especie; lo cual provocaba estas mutaciones.

-¿Qué ocurría? ¿Por qué estaba cambiando? -se preguntaba. -Ella era un artista. Creaba belleza. Provocaba llantos, amor, adoración y éxtasis. ¿Contra qué clase de peligro se preparaban los suyos?

La tristeza invadía a Pasiphae que tornaba la belleza de antaño por un robusto cuerpo de guerrera sin poderlo evitar.

Con lágrimas en los ojos, Rhesus y Mnemos entraron en el recinto de "La Diosa de Ceres" y le hablaron sin pedir audiencia en esta ocasión:

-¿Qué ocurre y qué clase de intromisión es ésta? ¿A qué se debe vuestra falta de protocolo? -bramó, un tanto escandalizada, la cantante.

-Ya no son necesarios los protocolos "Diva" -contestó con cierto descaro Rhesus. -Ahora... todos somos iguales.

-¿¡Pero qué clase de insolencia es ésta!?

-La clase de insolencia que nos ha permitido eliminar a la mayoría de miembros de tu especie -respondió el cuidador Rhesus en tono glacial.

Pasifae quedó paralizada y la realidad le golpeó con todas sus fuerzas.

-Déjame hablar a mí -rogó Mnemos al arbóreo -y éste le regaló una reverencia en señal de respeto.

-Los arbóreos -comenzó el humano -decidieron que preferían morir luchando antes que morir de hambre. Durante bastante tiempo se ha ido reduciendo su jornal para alimentar a los suyos, ha empeorado su calidad de vida y todo ello se ha producido ante la indiferente mirada de los de tu raza. Vuestros empleados no tenían posibilidad de poder pagar tratamientos para sus familiares enfermos, emigraban en busca de vidas mejores y, los que no pudieron, se dedicaron a robar, matar o hacer lo que fuera necesario para sobrevivir. Finalmente, se dieron cuenta de que todos los recursos eran acaparados por los tuyos y no tuvieron más remedio que eliminarlos. De esa forma pudieron recuperar lo que eran bienes comunes del planeta; regalos que nos otorgaba la naturaleza a todos por igual pero que sólo disfrutaban unos pocos. Pasifae, lamento informarte de... que tu familia... ha muerto.

Tras oír esta noticia, y de forma inconsciente, la planta se irguió y ensanchó como nunca lo había hecho antes, tapando por un breve instante la luz del sol.

Mnemos y Rhesus, en un acto reflejo, dieron unos pasos atrás:

-¿¡Cómo dices, Mnemos!? -preguntó la planta.

Éste, con voz temblorosa, continuó:

-Algunos han logrado escapar y, dada la amistad que nos une, le he rogado a Rhesus que te deje huir junto con los supervivientes de tu especie. Escúchame, Pasiphae, sé que nunca has albergado auténtica maldad en tu corazón y, por esta razón, me gustaría que te salvaras de esta locura. Ya han caído demasiados inocentes. Así que.... tengo una nave preparada, oculta tras las montañas azules. Creo que tu arte debería perdurar contigo. Tal vez, en un futuro, ambas especies o lo que queda de ellas aprendan a convivir en igualdad de condiciones. Tu hogar ya no es seguro y, de todo corazón,...siento lo de tu familia. Créeme.

Un millar de emociones encontradas recorrían el cuerpo de la cantante. El viento resoplaba con fuerza por sus orificios, sus espinas se hinchaban preparadas para el ataque, sus flores se abultaban para disparar un veneno letal y su inmenso cuerpo crecía, alcanzando una altura hasta el momento desconocida por todos ellos. Por fin entendía que para que unos pocos vivieran como reyes, el resto debía de estar sumido en la más absoluta de las miserias

¿Qué haría Pasiphae con su destino ahora? ¿Lucharía contra los arbóreos para aplacar su sed de venganza en una lucha que sabía injusta? ¿Huiría para vivir como una exiliada, preservando el arte al que había consagrado su vida?...y lo más importante: ¿Se podía fiar realmente de Rhesus y Mnemos o la estaban llevando directa a una trampa?

-El final de esta historia te la dejo a tí, lector, al igual que su moraleja con tan solo una reflexión: ¿No te resulta familiar esta situación hoy?

Firmado: "Neotokio"

 

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