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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 19 de abril de 2024

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La otredad [la otɾeð̞að]

Casa se transcribe como [kasa]

Familia se transcribe como [familja]

Tiempo se transcribe como [tjempo]

Lenguaje se transcribe como [lenˠgwaxe]

Vida se transcribe como [bið̞a]

Aislamiento se transcribe como [ai̯s̮lamjen̪to]

Muerte se transcribe como [mweɾte]

 

-¿Y el silencio?

-Silencio se transcribe como [silen̪̟θjo]

-A ese silencio no me refería, sino a la ausencia total de sonido. ¿Cómo se transcribe aquello que ya no suena?

-No se puede.

-¿Dices que no puedes transcribir el verdadero sonido del mundo y la verdadera voz de los seres humanos?

Quise decir algo, pero no pude. De mi boca no salía nada audible. Estaba muda, otra vez.

-Sé que estás diciendo muchas cosas ahora, pero no las escucho. Llegará el momento en el que todas las voces que hoy suenan serán olvidadas y terminarán como tú, en un absoluto silencio.

 

Desperté.

-Fue una pesadilla -me dije, esperanzada al poder escuchar mi voz.

-¡Doctora Xóchitl, que bien que ya despertó! -me dijo un hombre sentado a mi lado.

-¿Disculpe? -dije, aturdida.

Me encontraba en una furgoneta. Mis pupilos iban a bordo, al igual que Yamanik, que dormía.

El hombre que me habló tenía innumerables arrugas en la cara, abundante cabello ya en canas, una nariz redonda acompañada de un denso bigote negro; portaba además una chaqueta como las que usan los guías de los safaris que decía Dr. Carlos Ramírez.

-Disculpe usted; tuve un mal sueño y estoy analizando todo para recobrar la cordura -le dije.

-Ah, ya veo, no se preocupe. Aquí hay muchos que están... así como usted -dijo riendo y viendo a los otros tripulantes dormidos.

-Ya puedo notar de que esto no es un sueño -dije, irónica- Ya recuerdo que usted es el ornitólogo del que me contó Yamanik. Usted quien visitó por primera vez a la comunidad.

-En efecto, doctora. Hace usted un buen recuento de la situación actual. Dígame, ¿es la primera vez que colabora en una investigación de este tipo?

-No exactamente. Cuando era estudiante me encargué de realizar transcripciones en wixárica de comunidades de Nayarit.

-¿Transcripciones? No comprendo bien.

-Consiste en escuchar las palabras en el idioma que se estudia, hablado por los mismos pobladores y luego se escriben en un alfabeto fonético, donde están representados todos los sonidos conocidos que puede pronunciar un ser humano. Así cualquier lingüista, puede estudiar una lengua.

-En ese caso, ¿hará usted lo mismo con la nueva comunidad?, me refiero a transcribir.

-Sí. Será una primera fase para estudiar el dialecto. A lo que me han contado sus colaboradores, este es un idioma de tradición oral. Mi equipo y yo trataremos de recabar todas las posibles conversaciones y palabras existentes, transcribirlas y así, llegar a entender la gramática y el significado de todo lo que dicen sus hablantes. Aunque este caso es muy particular, por no decir que es sumamente raro; no sé si los símbolos fonéticos sean útiles viendo la situación en la que nos encontramos. Sé que ustedes los ornitólogos pueden estudiar el canto de las aves por medio de espectrogramas. Los lingüistas nos valemos de la misma herramienta en casos específicos. 

Después hubo un silencio entre nosotros. Solo se escuchaba la furgoneta desplazándose sobre la carretera de la sierra. Me recargué hacia la ventana de mi asiento, por donde se veía un gran bosque de pino.

Luego de unos minutos, tomé una bocanada de aire, como para recobrar las fuerzas para hablar.

-Dígame, Doctor Carlos -dije- ¿Ha visto aves en la zona a dónde nos dirigimos?

-Para serle sincera, no. Pero esperamos encontrar algunas. Si los habitantes producen sonidos similares a las aves, significa que existen estos animales por las cercanías. Es lógico pensar que las imitan. Aunque hay algo que resulta paradójico y me mantiene bastante intrigado, y es  que el sonido que imitan los pobladores no pertenece a ninguna especie viva actualmente.

-¿Cómo dice?

-A lo que me refiero es que los miembros de la etnia se comunican imitando con gran similitud el canto de una especie de ave que se extinguió hace más de ochenta años. Creemos que, si bien el ave está extinta en las regiones donde era habitual documentarlo, no lo hizo en la zona donde está asentada esta comunidad.

-Entonces es posible que tal animal siga con vida, que se haya aislado y evitado desaparecer.

-Puede incluso, y en esto ya estoy muy emocionado con la simple idea, de que existan más aves y otros animales que creíamos desaparecidos habitando la misma región.

Mientras esas palabras eran pronunciadas, yo seguía mirando por la ventana. No vi a ningún ave entre la inmensidad de aquel bosque.

 

 

-Por más que nos esforzamos, no podemos avistar ningún ave. Lo único que existe en esta zona son árboles y los pobladores -me dijo el Dr. Carlos.

-Es raro un bosque sin aves -dije.

-Sumamente raro, sobre todo porque las aves pueden encontrarse en todos los sitios que se imagine. Desde selvas, desiertos y hasta en el hielo de la Antártida.

No dije nada. Él tampoco.

La situación era atípica. ¿Cómo podían los pobladores de una etnia indígena reproducir los sonidos de algo que no existe?

-Pudiera ser que esos sonidos se hayan originado por casualidad -le dije al Doctor.

-Me parece demasiada coincidencia -me respondió el Doctor Carlos, nada convencido- Una explicación más sensata sería que el ave migra y no nos encontramos en la época donde viene hacia aquí.

-Eso podría ser. En ese caso, no perderíamos nada esperando la época propicia para hacer avistamientos.

 

 

Pasó un año y medio. Ningún ave fue avistada.

            -Nos hemos dado cuenta de un fenómeno interesante -me dijo el doctor un día- analizando a detalle los cantos que cada uno de los pobladores emite, pareciera que cada individuo se comporta como un ave única. Me explico. Por lo general, cuando se imita a un animal, la imitación es generalizada y todos los que reproducen esos sonidos lo hacen de la misma manera. Pero aquí, cada persona tiene un rango de locuciones muy amplio, además, entre los pobladores hay ligeras variaciones en el canto. Eso es justo lo que se observa con una comunidad de aves real -me dijo el Doctor Carlos.

-Es como si... como si las aves vivieran dentro de las personas -dije, apenas susurrando.

-Así es. Aunque, a este punto, no sé si eso puede ser considerado un ave...

Se formó otro silencio. Sonaban los grillos. Nos miramos, serios. Creo que a ambos nos preocupaba lo mismo.

 

 

Muchas palabras derivan de los sonidos que escuchamos en la naturaleza. ¿Es eso prueba de que la naturaleza puede transformarse en palabras?

            Me agobia la idea, la simple pero inquietante idea de que también un animal se pueda transformar en palabras.

            Nosotros, quiero pensar, podemos transformarnos en palabras. Lo hacemos todo el tiempo. Cuando escribimos algo, nuestros pensamientos, esas interacciones químicas en el cerebro, se vuelven letras y palabras. ¿No es la vida lo mismo? Un puñado de letras acomodadas de tal manera que generan todas las criaturas del mundo.

 

 

-Todo indica que el ave se extinguió en su forma material. Su cuerpo ya no está, pero su información persiste. Lo hace estando dentro del cuerpo de un organismo vivo, como los pobladores. Se trata quizás de una nueva estrategia de evolución, de una manera de evitar la desaparición, o incluso, un nuevo camino para encontrar la inmortalidad. Tiene sentido, Doctora. Piense en las ventajas que tendría todo eso. El ave ahora vive en una especie que se encuentra en gran ventaja, que está en la cima de la cadena alimenticia. Puede vivir, como en latencia y reproducirse cuando lo hace el organismo huésped, que se convierte en un vehículo de ese ave inmaterial y hecho completamente de pensamientos -me dijo el Doctor Carlos, mientras recorríamos el bosque a pie.

-Eso lo he escuchado en alguna parte. Suena... suena como a un virus... -dije.

-Sí, como un virus, eso es. Los virus son... como decirlo... genes solitarios que infectan organismos más complejos. Son unos oportunistas, pero su estrategia de supervivencia es bastante eficiente.

-Pero, un ave no es solo un puñado de genes, sino un montón de células.

-Lo sé. Eso es bastante claro. Aunque, ¿sabe algo?, al día de hoy, nadie se pone de acuerdo sobre el origen de los virus. Algunos científicos piensan que fueron las primeras cosas en aparecer en la Tierra, antes de las bacterias y las células eucariotas. Otros, por el contrario, proponen que fueron las células lo primero que apareció y de ellas se desprendieron pedazos de genes azarosamente, vagando por los océanos e infectando otras células.

-Estoy informada sobre eso. No entiendo a qué viene todo eso que me cuenta.

-Lo mencioné porque es un claro ejemplo de que no conocemos el origen de algo tan sencillo como un virus ¿puede creerlo? ¡un virus! ¡los virus no están vivos, y los científicos se rompen la cabeza para deducir su origen! Para lo que sí está vivo, ahora tengo mis dudas. Sobre todo, con este pájaro fantasma que pareciera que vive dentro de la mente de los pobladores de la comunidad.

-¿Qué piensa usted?

-¿Qué pienso? ¡Muchas cosas!, entre ellas, que entre todos los procesos y caminos extraños que toma la evolución, esta ave haya perdido todos sus componentes celulares, generación tras generación, fue perdiendo las plumas, y luego la piel y los músculos, hasta que solo quedaron un puñado de células y finalmente unos cuantos genes, que como los virus, fueron flotando en el ambiente y fueron aspirados por los ancestros de estas personas. ¡Imagínese los disparates que estoy diciendo! ¡Estoy planteando que el ave de ser un organismo pluricelular se transformó en algo ínfimamente simple que infectó la mente de los indígenas, y una vez asentado en sus cerebros, logró perpetuarse en futuras generaciones!

Me imaginé a un ave, de incógnita fisionomía, posada sobre la rama de un alto pino, mientras se le desprendían fulminantemente sus plumas y su piel, hasta quedar reducido a prácticamente nada; ser algo invisible flotando a la merced de las corrientes de aire.

 

 

Uno de los aldeanos estaba acostado sobre la plataforma del tomógrafo, llevaba puestas unas gafas de realidad virtual. Yo acompañaba al Doctor Carlos y varios de sus colegas de otras áreas biomédicas. Frente a nosotros una multitud de monitores de computadora mostraba la actividad cerebral en vivo.

            -Enseguida se le mostrará al sujeto de prueba una serie de imágenes -dijo uno de los colegas del Doctor Carlos.

            Unos segundos después las gafas de realidad virtual mostraron diversas imágenes. Árboles, coches, aviones y algunos animales.

-¿Ve eso? -me preguntó el Doctor Carlos, señalando los monitores.

El cerebro del aldeano mostró ciertas zonas iluminadas, como pequeños destellos.

-Esas son zonas del cerebro que se están activando. La corteza visual reacciona ante las imágenes y luego la sección encargada de los recuerdos.

-Ahora viene lo más interesante -dijo uno de los colegas del Doctor Carlos.

La imagen que se proyectó en las gafas de realidad virtual fue la del ave que el Doctor Carlos y muchos ornitólogos sospechan que es la especie extinta que corresponde a los sonidos imitados por la comunidad indígena.

Enseguida, el hombre que estaba en el tomógrafo empezó a cantar.

-¡Ahí! -dijo el Doctor Carlos, sumamente excitado, señalando las imágenes del monitoreo cerebral -¡Esas partes! ¡Esa zona iluminada!

-¿Será posible? -preguntó uno de sus colegas.

-¡Claro que es posible! ¿No lo ve?

Al inicio yo no comprendía nada. Era otra zona del cerebro iluminada.

-Doctora, es raro encontrar en pacientes normales una actividad de esta intensidad en justo esa zona del cerebro. Suelen presentarse ligeros manchones en el caso de músicos profesionales, pero esto sobrepasa todo registro precedente.

-¿Quiere decir que la zona musical está muy desarrollada?

-Es más que eso. La zona de los sonidos es la más desarrollada de todo el cerebro.

Yo aún tenía dudas sobre todo esto.

 

 

            A cada objeto los lugareños reaccionaban emitiendo un canto específico, cuyas variaciones fueron analizadas minuciosamente con espectrogramas.

            Después de meses de experimentación, descubrimos que existían cantos específicos para ciertos colores y formas geométricas.

            -Es como el chino -dije, un día que estudiaba los espectrogramas- es una lengua tonal. Ligeras variaciones en el tono y duración del canto tienen significados completamente diferentes.

            Lo que parecía ser un simple canto de aves, una melodía bella y sin significado alguno para quien la escuchara, tenía realmente una lógica y representaba una parte de la realidad. Contenía al mundo, como lo hacen las palabras.

            ¿Cómo sonamos nosotros? ¿Qué sonido somos?

 

 

-Lo que dice es absurdo. Usted misma se contradice. Me está diciendo que esos indígenas son a la vez pájaros. ¡Ridículo! ¡O son una cosa u otra! -exclamó furioso el delegado de la empresa, arremetiendo contra mí- Lo más probable es que no sean personas. ¡No lo son! ¡No tienen papeles y su idioma es inentendible!

-Son personas... -le respondí, algo dominada por el pánico, estaba muy nerviosa y sentía una incómoda frialdad recorriendo todo mi cuerpo.

-¿Personas? Los análisis científicos demuestran que también son animales, aves... ¡bestias! -sentenció golpeando fuertemente la mesa con su mano en puño- los animales, según la Constitución, son bienes materiales, igual que los muebles. No tienen derechos.

-¡No es posible que esté diciendo semejantes barbaridades.

-¿Yo, barbaridades? Barbaridad lo que propone usted. Que paremos en seco, sin ninguna razón realmente entendible y razonable, el desarrollo urbano que estamos haciendo en la zona que están ocupando ustedes y esos pájaros.

-¡Son personas!

-Los estudios demuestran lo contrario. Son una mezcla, un híbrido. Si bien pudieran ser personas, todo indica a que solo se trata del cuerpo, que es repositorio del virus aviario, ese que infecta sus cerebros y los inutiliza al grado de comunicarse y actuar como aves. Entienda, señorita Xochilt, que esas gentes no son funcionales. No tienen ni idea del enorme potencial del sitio donde están asentados. Son inútiles.

Iba a decir algo, pero el empresario me calló, logrando intimidarme con su aspecto gravemente colérico.

-¿Sabe algo? Hay algo en lo que sí son útiles estas cosas, estos híbridos que no sé cómo llamarlos. Su canto es muy útil y apreciado. Así como el de muchas aves, el canto o el idioma de los pobladores ociosos que usted tanto defiende, tiene gran valor entre cierto sector de la jerarquía social. ¿Quiere ver a lo que me refiero?

El empresario me condujo hacia un gran jardín donde me mostró algo que me provocó náuseas y un dolor muy profundo. Lo mismo que había visto en la carretera estaba aquí. Sentí que desfallecía y que algo muy importante dentro de mí moría inevitablemente.

Una jaula enorme y dentro de ella una persona. Era uno de los habitantes de la comunidad.

-¡Canta! -le gritó el empresario a la persona.

Tomó un garrote y lo golpeó repetidas veces, con violencia, sobre los enormes barrotes de la jaula. El indígena, dominado por un genuino miedo que se podía ver en sus ojos alertados, comenzó a cantar.

-¿Ve qué bonito suena el canto de las aves? -me dijo el empresario, mirándome con cierto desprecio- Sí, para esto sí sirven, para alegrar los días como estos.

Detrás de ese bonito canto, yo sabía que lo que estaban sonando eran gritos de desesperación.

 

 

Que quieren construir hoteles y plazas comerciales. Que es el destino de toda sociedad que no se adapta a los cambios. Que el progreso es imparable. Que por ahí tiene que pasar una carretera muy importante. Que ahí hay un recurso necesario para la economía del país. Que ya no es propiedad del país sino de empresas extranjeras. Que las sociedades que nunca cambian no evolucionan y si no evolucionan tienen que desaparecer. Que pueden evolucionar adoptando nuevas costumbres. Que pueden ser útiles al país si trabajan para las empresas. Que les pagarán un salario (miserable), pero salario al fin de cuentas. Que al cabo que puede convertirse en pueblo mágico. Que a lo mejor se vuelve un destino turístico. Que la gente les comprará sus artesanías para el recuerdo del viaje y luego las olvidará en un estante donde serán sepultadas por el polvo. Que se ve bien bonita la gente con sus prendas coloridas y tradicionales. Que qué exótico se ve para los extranjeros este lugar que solo vienen por fotos que cumplan sus expectativas de aventura porque están muy aburridos en su país de origen. Que qué rica la comida que preparan las mujeres de la etnia, en pésimas condiciones, pero qué rica sabe la comida al fin de cuentas, si eso es la tradición al servicio del turismo. Que posiblemente se construirán complejos hoteleros. Que tal vez puedan vender sus artesanías. Que también pueden ser servidumbre de extranjeros y gente adinerada del país, limpiando sus casas, que están asentadas donde originalmente era la casa de todos ellos. Que es algo natural que las etnias indígenas se vayan a las ciudades y adopten el idioma español. Que no hay que preocuparse. Que los hijos de estas personas cada vez rechazan sus raíces. Que cada vez olvidan quienes son. Que cada vez menos son. Que cada día, cada minuto, cada segundo, dejan de existir. Que hay cosas peores en el mundo. Que hay mayores preocupaciones. Que debería estar agradecida de que no haya una crisis en nuestro país. Que somos potencia y que eso lo vale todo. Que la economía. Que nuestras tradiciones. Que nuestra identidad. Que nuestras raíces.

¿De qué raíces me están hablando cuando ya no queda absolutamente nada en este...

 

D E S I E R T O        E S T É R I L?

 

 

 

¿Cómo suenan las cosas?

¡Ayuda!, suena a un canto hermoso de aves.

¡Me estoy muriendo!, suena a un canto hermoso de aves.

¡Libertad!, suena a un canto hermoso de aves.

¡No lo mates, no, no mates a mi madre!, suena a un canto hermoso de aves.

 

 

Hace un bonito día, ¿no lo crees? Además, ¿escuchas el hermoso canto de las aves? Me pregunto qué dirán...

 

 

Ha cambiado todo.

            Quedan pocos pinos. Ahora veo solo plantíos de palmeras o de frijol extendiéndose infinitamente sobre cada rincón de la sierra.

            En el cruce de una carretera algo me desconcertó mucho.

            -¡Llévele, llévele!, ¡Para adornar su casa con su bello canto! -pregonaba un vendedor ambulante, mientras caminaba sosteniendo un letrero que decía:

            CANARIOS

            -Lo que hay en esas jaulas no son canarios... ¡son personas! -exclamé, aturdida y al borde de la desesperación.

            Eran cuatro enormes jaulas en cuyo interior había personas, los habitantes de la comunidad. Estaban cantando, pero sabía que su canto significaba algo preocupante.

            -¡No puede tener a esas personas así, eso es esclavitud! -grité.

            Me bajé del carro, furiosa, dirigiéndome hacia las jaulas, de las que tomé con mis manos tensas los barrotes de metal. Empecé a jalonear violentamente. No me daba cuenta de mi fuerza y que casi provocó que la jaula se cayera junto a la persona que contenía.

            -¿Qué chingados le pasa, vieja pendeja? -me gritó el vendedor, corriendo hacia mí a gran velocidad -¡Este es mi trabajo, de esto vivo, chingados! -añadió, mientras me tomaba fuertemente de mis hombros y me apartaba de la jaula.

            -¡¿Qué rayos le ocurre?! -le grité, al borde del cólera- ¿¡Está usted loco?!

            El vendedor me miraba con sumo desprecio.

            -¡La que está loca es usted!, ¡Este es mi trabajo, es legal!, ¿Quiere ver mi permiso?

            El hombre, notablemente molesto, sacó de uno de sus bolsillos una credencial donde se le acreditaba como vendedor de... canarios.

            -¿Canarios? -dije, incrédula.

            -¡Pos si!, ¿qué más son sino canarios?, ¿que acaso no oye cómo cantan?

            -¿Quién le dio este permiso? -inquirí.

            -¿Cómo que quién?, ¡Pos el gobierno!, ¿Quién chingados más? -me respondió, pesadamente.

            Dos de mis estudiantes me tomaron suavemente de los hombros, tratando de tranquilizarme. No me había dado cuenta a este punto de que ellos habían bajado del auto. Todo pasó tan deprisa por mi mente.

            No dije nada. No pude decir nada más.

            Fueron mis estudiantes quienes se encargaron de apaciguar el delicado ambiente.

            Pronto ya estábamos de vuelta en el auto.

            Estuvimos todos serios y callados.

            Recordé en ese momento las palabras de aquel sueño que tuve hace tiempo:

Llegará el momento en el que todas las voces que hoy suenan serán olvidadas y terminarán como tú, en un absoluto silencio.

Y terminamos así, mis estudiantes y yo. En silencio.

Mientras el coche avanzaba sobre la carretera, ya venía la multitud de camiones con troncos seccionados sobre sus plataformas. Eran cientos, cientos de camiones y miles de troncos.

            El bosque, en breves instantes (podía afirmarlo), estaba siendo olvidado.

            Quise decir algo, sobre lo que veía, sobre lo que pensaba, pero no pude. Las palabras no me salían de la boca, a pesar de todos mis esfuerzos.

            Intenté gritar, pero en vez de eso, en vez de sonar un grito de desesperación y de angustia, lo que salió de mi boca fue un sonido similar al canto de un canario.

El canto hermoso de un ave.

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ISSN: 1989-8363