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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Viernes, 29 de marzo de 2024

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Legión

Una fatigada silueta se dibujaba contra el naciente enrojecido, recortando el horizonte y acrecentando su figura con cada paso dado; el viento desencadenado le hacía bambolearse con indiferencia hacia ambos costados, mientras luchaba entre el mar de dunas contra la arena volátil del estrepitoso y grotesco escenario. Unos ajuares haraposos y enmohecidos, desfilaban como danzando sobre su cuerpo al compás del vendaval y las trazas de arenisca; la barba cundida con el material del aluvión lucía mechones foscos a simple vista, además de desordenados y deshechos a falta de cuidado e higiene.

Jacobo, se detuvo de un golpe y lanzó una mirada escrutadora justo hacia su  frente,  arriba  en  el  cielo;  allá,  golpeando  ligeramente  la  estratosfera,  un chispazo iridiscente tiritaba a ráfagas formando un surco plateado el cual destrozaba a su vez, las tenues escamas de aquel pez macarel. "Vaya ironía" pensó para sí, y es que en otra época y en tan septentrional latitud, dichos cirrocúmulos formularían el imperativo indudable de la llegada del buen invierno.

 

Dos segundos después, la exigua y escurridiza luciérnaga había desaparecido para siempre. A la rápida visión le siguió un extraño cosquilleo, que le recorrió con brusquedad desde los hombros y hasta los pies, mientras tanto, el alma de un aquejado tormento era evacuada por un melancólico y extendido suspiro, mismo que le hizo al punto, sentirse por completo vacío. Le importunó después un fuerte entumecimiento y no pudo evitar despojarse sobre sus rodillas y así, hundiendo los guiñapos de sus piernas por completo en el árido suelo, se abandonó extenuado. ¡Ah! como deseaba desertar ahora, y sin embargo, estaba tan cerca de alcanzar destino, necesitaba llegar antes de la marcha del último de los bólidos. "No puedo permitirme dar tantos días de camino por perdidos, aunque al principio creí que durmiendo dos o tres horas cada noche me sería suficiente, ahora siento como las fuerzas me abandonan". Aquello fue lo último que su mente logró articular con talante coherente, al fin se dejó caer de manera suave y casi inconsciente sobre la arena, quedándose dormido.

 

Entre la penumbra cenicienta de un vendaval de arena, lograba divisarse una figura a lo lejos, una mancha gris oscura batiéndose con modesto andar y, al parecer, siguiéndole. Tal situación le infundió un enorme temor, no sabía a ciencia cierta el por qué, ¿podría acaso ser esa cosa, uno de los maquinales? De pronto, un ciclón de arenilla ametralló la granalla desértica contra su rostro, haciéndole despertar sobresaltado. El sol se encontraba ya bastante encumbrado para ese momento, habría dormido al menos un par de horas y, no obstante, el cansancio seguía latente e irreconciliable, apostado entre sus parpados.

 

Dirigió rápido la vista hacía el lugar donde en su sueño, había percibido acercarse la fantasmal silueta, pero nadie se vislumbraba en esta, ni en ninguna de las demás direcciones. Le habría visionado en su inconsciencia de seguro, con tantos terrores vividos en tan corto tiempo, no era extraño delirar en el límite del adormecimiento. Se levantó parsimonioso y reanudó su camino, pensaba en los grandes túneles y  refugios lunares, en los excelsos pasillos y los escaparates de estos, iluminados por la acre y artificial "Selene", la cual según se rumoraba,


giraba ya en torno de nuestro satélite principal, con movimiento contrario al de su traslación y lenta rotación, planificado de forma milimétrica para que nunca estuviese sino en la cara variantemente oscura del astro rocoso; todo estaba previsto, la luna, el nuevo hogar de los humanos, tendría a su vez, su propia luna, una  inanimada  y  sintética,  ubicada  de  manera  estratégica  y  perpetua  para alumbrar y calentar al mismo tiempo, las larguísimas noches de quienes moraban sobre la tierra prometida. Con este pensamiento de optimismo continuaba su procesión  hasta  que  un  extraño  estremecimiento  le  hizo  voltear  azorado; entonces, sus ojos se abrieron de manera sobrenatural para observar como a una distancia considerable una silueta parduzca se acercaba con movimientos rápidos y gráciles, o al menos así se apreciaban desde la lejanía. Quiso esconderse, pero no era esta una empresa posible en la inexorable planicie desértica en que se encontraba. El vértigo le hizo presa, mientras invocando un esfuerzo sobrehumano aceleraba sus pasos, con lo cual, sin embargo, no podía evitar sentir como le ganaban terreno y como pronto sería alcanzado por su hábil seguidor.

 

Justo llegando al límite de su abasto físico, detuvo en seco su huida y se volteó para afrontar a su perseguidor. Le tenía ya para ese momento muy cerca, casi a tiro de flecha, y pudo entonces apreciarle en detalle. Se trataba de un viejecillo, con mucho pelo, una sola enredadera de aquel enteramente manchado por la ceniza de las décadas, le nacía en lo más alto de su pequeña cabeza y no moría, sino, hasta cubrir por completo el pecho más allá del esternón. Una túnica plomiza y ajada, por completo deshecha en sus ribetes inferiores cubría lo que parecía ser un cuerpo maltrecho y descarnado.

-Deténgase ahí -Le gritó autoritario.

 

El hombrecillo interrumpió su andar, y levantando la mano en señal de saludo dijo:

-Dios le bendiga, buen hombre.

Esta expresión, si tenía la intención de tranquilizar a su interlocutor, no vino a causar sino solo el efecto contrario. Jacobo deseó tener alas en los pies y escapar volando en ese justo momento de aquel sitio, y, sin embargo, en apariencia solo tenía dos salidas: Atacar decididamente y sin preguntar a quien se le acercaba de manera al parecer amistosa, o tratar de comprobar por las buenas si no estaría equivocado al juzgar tan rápido. A pesar de que ambas podrían resultar fatales, parecía a todas luces más peligrosa la segunda opción y a pesar de ello, la escogió.

-¿Quién es usted y qué desea? -Volvió a gritarle, esta vez con impaciencia.

 

-¿Puedo acercarme? -Le pidió el viejo- No busco hacerle daño a nadie, y aunque así fuera ¿cree usted que un viejecillo ayuno de alimentos y de fortaleza, sería una amenaza ante un hombre joven y vigoroso, como usted?

-Aproxímese -contestó Jacobo, no sin amainar en su recelo.

El viejo de buena gana hizo caso a la petitoria; al acercarse lo suficiente Jacobo notó como sus ojos parecían vacíos, repletos de un color gris claro, casi blancos, carecían por completo de pupilas, en su mano derecha sostenía una especie de báculo ensortijado por fuertes bejucos, conformando el grueso de su cuerpo.

-Buen día, buen señor -dijo el viejo sonriendo y dejando entrever con este ademán una boca carente casi por completo de dientes. Tal escena tranquilizó un poco a Jacobo.

-Buen día -respondió este guardando aún una distancia protectora.

 

-Mi nombre es Eliseo Diantrema y vengo de Jonia -prosiguió el recién llegado continuando con su presentación.

Jacobo le miraba al rostro, mientras su escucha tenía la vista perdida hacia el cielo, ya no tan azul.

-¿Es usted ciego? -Inquirió.

-De nacimiento, señor, he sido condenado por los pecados de mis padres. -Respondió el otro.

 

El joven contuvo con dificultad un malestar punzante desde el estómago y a punto estuvo de hacerle arrojar. La respuesta dada le parecía un total arresto de ignorancia.

-¿Y cómo se mueve con tanta soltura pese a su mal? Y, aún más, ¿cómo me ha identificado de manera tan exacta? si no me ha visto, ni siquiera me ha tocado usted.

-Tengo 80 años de ser ciego, como bien le he dicho ya, es una condición heredada por maldición y debido al pecado de mis padres me acompaña desde el vientre. Además, es fácil determinar características como la estatura, la edad, el tamaño, la fuerza física, e inclusive, los motivos y determinación por conseguirlos de parte de un hombre; todo esto por medio de las huellas dejadas en la arena desértica, mis manos son capaces de descubrir todas estas cosas para mí con solo un pequeño examen, señor.

 

-¡Ah  sí! Cuénteme, Eliseo Diantrema ¿Qué  han  descubierto  sus  manos sobre mis motivos? Soy todo oídos. -Le dijo de manera sardónica.

El viejo abrió ambos brazos al sol como en señal de invocación y dijo.

 

-Viaja usted con camino a Apocalipto, escapando de un terror que, sin entenderlo, lo lleva en su interior. Va allá para tomar un cohete hacia Terranova, en Luna.

Jacobo, sintió como si aquellas palabras se tratasen de una invisible y severa mano, la cual le tomaba por los pies primero, levantándole, girándolo y haciendo caer todo cuanto había en sus bolsillos, para después desnudarle y tenderle a la luz del sol, como una escuálida radiografía de sí mismo. Sin perder tiempo y apenas saliendo del sobresalto, sacó de entre sus ropas un cuchillo y lo acercó de forma violenta al cuello de su interlocutor.

-Diga sus últimas oraciones, desgraciado.

El viejo permaneció impasible a pesar de la brusquedad en el actuar del otro, no hizo el menor movimiento y en su cara era irreconocible sentimiento cualquiera.

-No es usted un asesino señor, no al menos a sangre fría; alcanzo a sentirlo en el temblar de sus manos, y no es necesario que lo sea. Puedo explicarle con detalle cómo he averiguado todo esto en referencia suya, si me suelta y me deja hacerlo con comodidad. Le aseguro señor, no represento ningún peligro para su persona.

El Joven seguía asido con violencia a los harapos del viejo, mientras el filoso  cuchillo  vacilaba  suavemente  al  compás  del  temblor  de  sus  manos excitadas.

-Bien, pero más vale tenga una explicación creíble. -Le dijo soltándole de un golpe.

-Venía  por  este  mismo  camino  porque  yo  también  me  dirijo  hacia Apocalipto, con otro interés al suyo, pero viajo al mismo lugar.  Al enredar mi pie en una huella de sus pisadas, me detuve a detallar qué tipo de individuo sería quien las habría dejado. Por la profundidad de las mismas, además de la distancia entre ellas, extraje su tamaño y peso, no podía ser un hombre rollizo y bajo quien dejara esas pisadas, que, aunque bastante profundas, también, tan distantes entre sí. Esta misma distancia y la homogeneidad entre una y otra, me habló de un hombre con prisa y con mucha energía, ¿Quién más seguiría este mismo camino con tanta diligencia, sino un varón joven, esperando llegar justo antes de la partida del último de los transbordadores a la tierra prometida?

Jacobo quedó estupefacto, no obstante, su miedo y recelo comenzaban a ceder con la explicación del viejo.

-Dígame ¿cómo diablos sabe cuál camino tomar para dirigirse hacia la ciudad perdida?

-Ahora mismo es claro, siguiendo el que marcan sus huellas; pero antes, antes el viento -respondió el viejo.

-¿El viento? ¿Qué carajos tiene el viento?

-Sopla del oeste, hace un año exacto solo sopla del oeste, y allá al oeste, se encuentra Apocalipto, el último refugio del hombre en la tierra.

Increíblemente  el  joven  no  había notado  tal  singularidad  meteorológica, pero ahora escuchándolo, relacionaba gran cantidad de acontecimientos pasados corroborando las palabras del vejete. No sin asombrarse en alto grado por las cualidades perceptivas encumbradas de los sentidos a menoscabo de alguno de ellos, terminó por rendir su defensiva.

-¿Dice usted que también viaja a la ciudad perdida?

-Así como usted lo indica es, caballero.

-¿Apunta también que su afán no es dejar el planeta?

-En efecto eso dije. Y en este momento, se lo confirmo. -Contestó cortés el viejo.

-¿Qué motivo lleva  a un hombre a realizar un viaje en extremo peligroso, para acabar en un lugar, el cual pronto estará desolado y en ruinas, en un planeta que pronto será historia?

-Disculpe, no me ha dicho su nombre.

-Jacobo, mi nombre es Jacobo Linares.

-Bien, Jacobo Linares ¿Cree usted que alguien en mi situación desee viajar a la nueva tierra? ¿Puede acaso este cuerpo albergar alguna esperanza de una nueva vida, cuando ya está llegando al final de la misma?

-Bueno, tengo entendido que todo viajante es bienvenido, inclusive, se rumora como han destinado los primeros cohetes a niños, mujeres y ancianos. Solo es necesario salvar un par de pruebas de rigor, un requisito muy básico -contestó Jacobo.

-Lo sé, es algo de lo cual ya tenía noticias. Verá usted joven, mi arraigo aquí es muy fuerte, toda mi existencia la he vagado sobre el polvo que hoy enmaraña mis pies, mismo que ayer fue tierra fértil y selva, también fue río, montaña, sembradío y ciudad de concreto. Yo no anhelo otra vida, esta vivida me ha sido de valor para ganarme un lugar en la casa de Dios, estoy listo para recibir mi tiquete de salida y como ve, no es a Terranova.

De nuevo un ardor repicó en seco sobre el vientre bajo de Jacobo, la repugnancia hacia lo que él definía como servilismo dogmático, le hacía nausear. Conteniendo otra vez el disgusto, expresó.

-Aún no me dice ¿qué lo hace viajar a la ciudad amurallada?

Y en ese preciso instante a Jacobo le pareció como si aquellos ojos huecos le miraran de manera fugaz, como de reojo. Sus miedos se restablecieron por un momento.

-¿Cómo sé que no es usted un maquinal? -Inquirió de inmediato.

El viejo no demostraba ningún cambio en los rasgos de su rostro, aparecía por completo imperturbable ante la duda del joven.

-¿Maquinales? ¿Qué es un maquinal? -contestó al fin con total naturalidad.

-Esos desquiciados pululantes en nuestras derruidas ciudades, los dueños de este mundo maltrecho. ¿Acaso no les ha visto usted?

-¿Se refiere acaso, a los posesos?

-En mi ciudad les dimos el calificativo de maquinales, humanos vueltos hacia sus instintos más animales. Lo de posesos es algo no oído nombrar por mí, hasta este momento. Solo sé que esos malditos acabaron con todo y todos en mi localidad de procedencia.

-Bueno muchacho, está escrito como profecía en el libro sagrado "Vi una estrella que cayó del cielo a la tierra; y se le dio la llave del pozo del abismo. Y abrió el pozo del abismo". Bien lo dice la escritura, los demonios en el abismo han sido desatados, es el inicio del apocalipsis.

-¡Bah, pamplinas y paparruchas! La destrucción de nuestro medio si bien es un apocalipsis en el sentido estricto de la palabra, no se debe sino al impacto que durante  milenios  infringimos  por  descuido  sobre  él.  El  cambio  climático  ha desolado el planeta, en un proceso irreversible estamos viviendo la sexta extinción masiva, lamentablemente, la de la era humana. Como bien lo había vaticinado Anibal Copenghen, el último gran científico de nuestro tiempo, en su informe Gaia, hace hoy ya más de 25 años. Se dice de él que emigró a Luna, fue este, según se cuenta, uno de sus primeros pobladores.

-¿Ah sí? ¿Y cómo explicaría el doctor Copenghen, lo sucedido a esta gente? -preguntó el anciano.

-Muy fácil, él mismo lo previno y lo determinó como un simple virus, no mortal, no;  pero  que  ataca  directo  al  inconsciente,  sin  duda  obnubila  las conexiones celulares de la parte de la memoria, cerrando las vías de trasiego de información que nos ligan a nuestro ser más humano, no así las inclinaciones más básicas, la parte instintiva o animal permanece intacta. Ya hubo estudios relacionados en el inicio de la gran debacle, pero no acaeció tiempo suficiente para desarrollarlos, debido al rápido despliegue del virus sobre la población.

El viejo no respondió en absoluto, sus cuencas huecas enmarcadas en su rostro arrebujado, hacían esplendido juego con el sepia del entorno. Parecía estar escuchando sin oír, como si sus pensamientos le mantuvieran en otro lugar.

-Shh -dijo al fin- Escuche Jacobo.

 

El joven entornó su mano sobre el oído agudizando el sentido y callando por completo al punto de detener la respiración. Un quejido desgraciado y tenue, cabalgaba sobre las dunas del desierto hasta llegar de manera débil a los oídos de los ahora sorprendidos hombres.

-Son ellos, también viajan a Terranova. -Dijo el viejo, no sin antes mostrar lo que a Jacobo le pareció, un dejo de preocupación.

-¿Los maquinales?

-Sí, los endemoniados.

 

-Deben estar muy cerca, puedo escucharlos con claridad. -Mientras decía esto podía leerse en su cara la pérdida progresiva de la esperanza.

El anciano se echó al suelo y apostó el perfil de su cara directo sobre la arena, mientras levantaba la mano pidiendo total inmovilidad a su compañero. Luego se levantó y la expresión vista por Jacobo en su rostro, de algún modo le tranquilizó.

-¿Y bien?

-De momento no tenemos de qué preocuparnos, estarán a unos dos días de camino a lo sumo.

No dando credibilidad a lo escuchado, el más joven de los viajantes tomó unos prismáticos de su bolso, y auscultó con ellos en la dirección de donde creía provenía el sonido. El viejo estirando el brazo tanteó el instrumento y lo desvió unos cuantos grados hacía el norte.

-Esa es la dirección correcta. -Le dijo.

Jacobo visualizó una vasta y candente área dominada en su totalidad por la planicie dorada al sol, nada vio en lo que él calculaba los suficientes kilómetros como para creer en las palabras del viejo.

-¿Cómo ha calculado la distancia? -Le dijo visiblemente sorprendido por las cualidades de su nuevo acompañante.

-He sentido sus pisadas, la vibración emitida deja dos sentencias en nuestras manos. La primera, lo que le he dicho respecto a la distancia a la cual se encuentran, pero también nos hablan de la cantidad, al parecer son cientos de ellos. Ya lo sé, me preguntará usted cómo he calculado eso, pero será mejor apresurarnos a continuar nuestro camino si queremos mantener esta ventaja.

Como si de orden inexorable se tratase, ambos caminantes se pusieron en marcha con aires renovados. No obstante, la curiosidad de Jacobo no amainó iniciada la andadura.

-Deseo saber cómo le hace para obtener tanta información con tan poco instrumento. -Le dijo.

-Ya le he dicho, el secreto está en la vibración. Es fácil engañarse por el sonido, en estas ineludibles llanuras arenosas, por ellas, este se desliza como halcón peregrino. El menor de los ruidos es capaz de escucharse a grandes distancias, sobre todo cuando el viento decide soplar a favor o amainar, como lo está haciendo ahora.

En efecto el viento que antes corriera presuroso desde el oeste, se había detenido por completo, Jacobo comprendió porqué dichos sonidos no habían sido audibles en las horas anteriores. Debían de haber pasado días siguiéndole, de seguro ellos le oirían, inclusive le olerían; pero él, incauto de esta realidad, caminaba ignorando todo peligro, mientras y gracias al viento traicionero, servía de guía a quienes deseaban alcanzar su mismo destino.

El resto de la jornada, lograron avanzar muchos kilómetros y aunque ya entrada la noche el cansancio se hacía notar, ambos hombres seguían hombro a hombro su presurosa marcha. Subieron una enorme duna casi a ciegas en la oscuridad, más adelante, luego de vencer aquella cúspide, un escondrijo empedrado les cercaba el camino a su derecha, decidieron descansar un rato en dicha guarida, unas cuantas horas de reposo no significarían ningún declive en su ventaja, o al menos esto sugirió el viejo. Se cuidaron eso sí, de no encender fuego alguno, el cual pudiese delatar con anticipo su ubicación.

-¡Ah! Tengo los pies destrozados -Profería Jacobo mientras se enroscaba entre su cálida túnica.

-Es normal, el esfuerzo ha sido sobrehumano hoy, pero nuestro destino está más cerca que esta mañana, cuando nos encontramos. -Respondía el anciano, calcando la acción de su compañero.

La luna se comenzaba a poner en el cielo, y sus ligeros destellos hicieron tenuemente visible el rostro del viejo. Jacobo, recordando una conversación no terminada, inquirió.

-¿Qué sabe usted de ellos?

El anciano parecía no escucharle, sin embargo, su rostro resplandecía perdido en el de Jacobo. Esto hizo estremecer con profundidad al segundo. Al fin unas palabras brotaron desde su boca desdentada.

-¿Los posesos? Son una simple y llana obra del demonio, normal en estos tiempos apocalípticos, está escrito.

Jacobo, quien no creía en nada relacionado con declaraciones fantásticas o escolásticas, inhaló con fuerza una bocanada de aire, y como quien se resigna ante un embaucador y su perorata, le dijo.

-Me gustaría me cuente a ese respecto, es algo en lo que, reconozco, carezco por completo del más básico conocimiento.

El viejo seguía pareciendo no escucharle, perdido en su rostro, como si de verdad pudiera verle. Jacobo volvió a sentir un fuerte escalofrío arañándole por los pies. Al fin habló.

-¿Cree usted que los gadarenos le pidieron marcharse a Jesús, por miedo?

 

-¿Quiénes? -Inquirió el joven con visible extravío.

-En el libro sagrado, Lucas 8 del versículo 26 en adelante. Se cuenta la historia de un hombre endemoniado; Jesús, Dios en persona, ordenó a miles de demonios los cuales gobernaban el cuerpo de este, a salir de él. Al cumplirse la orden del altísimo, y al ver los gadarenos como el hombre, uno de sus iguales había sido restituido por el señor, en lugar de alegrarse y agradecer a este por el milagro realizado, le interpelaron a marcharse de inmediato. ¿Entiende usted qué motivó a esa piara de mal agradecidos a actuar de tal manera?

-A mi parecer sin duda, fue el miedo. Yo habría hecho lo mismo.

-Y, sin embargo, no fue esto lo que movió sus conciencias a actuar de manera tan aciaga.

-¿Entonces?

-Fue la maldad, y el miedo, sí el miedo. No el temor a lo desconocido para ellos, como usted lo supone, no. Ellos temieron pues estaban gobernados por espíritus inmundos también, eran pecadores y en ese momento descubrieron que él podía ver con transparencia sus pecados, esto horrorizaría a cualquiera ¿no lo cree?

-¿Pero de esto no habla la escritura o sí? -Inquirió el joven ya un poco interesado.

-No, no al menos de manera literal. Sin embargo, es fácil leer entre líneas el fondo del asunto sucedido allí, la perversidad humana sale a relucir en los momentos de mayor riesgo, ahí es cuando el egoísmo deja su disfraz; esto se debe a que el corazón del hombre está lleno de maldad, es su instinto y poco menos que su esencia, y es, por lo tanto, un lugar propicio para la entrada del malévolo. Vivimos entre gadarenos modernos.

Jacobo solo logró esbozar una sonrisa nerviosa como respuesta, y una leve carcajada se escapó de sus adentros.

-Se burla usted, y, no obstante, ya ha comenzado a pensar si esto dicho por mí, podría ser verdad. La risa es muchas veces una válvula de escape a la presión causada por la duda... y el miedo.

El   joven   palideció   de   pronto,   y   otra   vez   un   escalofrío   regresaba hincándosele en la espina.

-¿Le parece bien si dormimos? Estamos desaprovechando tiempo valioso, debemos descansar, en poco tiempo amanecerá. -Indicó saliéndose por la tangente del correoso tema.

No obstante, para sí, se reprochaba ese sentimiento extraño que se le hacía imposible detener.  Sobresaltado  como  estaba,  se  acurrucó  entre  sus vestidos y se quedó en un instante dormido por el cansancio.

 

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Un fuerte sonido traqueteaba sobre los pisos superiores del edificio, Elizabeth estaba a su lado gimiendo, pues al parecer tenía una pesadilla, el ruido del golpeteo se hizo incesante y pudo comprobar la dirección. Provenía de la azotea del inmueble, y parecía estar bajando los niveles del mismo. Ahora un tropel de gritos dolorosos y desgarradores irrumpía en el ambiente, el infierno se habría desatado, no podía ser otra cosa, aquello era una revolución de gritos, un desastre. Presintió que lo que anduviese allí pronto estaría en su piso, y esto le motivó a de inmediato, despertar a su mujer y sacarla a horcajadas de la cama.

Elizabeth, aún impactada por la sin duda, mala ensoñación, parecía extraviada de la realidad acontecida, y como tal, se plegaba del brazo del hombre sin saber por qué razón le había arrancado de forma tan grosera del lecho. No objetó palabra alguna, eso sí, en realidad suponía cuanto ocurría, ya para ese momento todo mundo estaba avisado sobre la gran catástrofe humana.

Jacobo sintió como una vara maciza se le hundía suave en las costillas, despertándole de un sobresalto.

-Ha tenido usted una pesadilla. -Le dijo el viejo, avisándole que ya era momento de partir.

-Más bien no una pesadilla, diría, una regresión. Estos no son tiempos buenos señor, no al menos para los débiles. -Le respondió visiblemente afectado.

-Para nadie, Jacobo, para nadie. ¿Quién es Elizabeth? repetía ese nombre una y otra vez -inquirió con viveza el viejo mientras emprendían de nuevo la marcha.

-Era... era  mi  mujer, esos  desgraciados  la  arrebataron  de  mis  propias manos. -Jacobo no lograba articular las palabras con lucidez, el malestar al recordar, hacía a su lengua arrastrarse con total carencia de vistosidad.

-Jacobo ¿su mujer creía en algo?

-¿Se refiere a si era teísta? bueno, bien podría decirse que sí, no obstante en la práctica cotidiana no era nada de nada.

-En el momento de la pérdida, de la separación, ¿fue esta una acción violenta?

El  hombre  se  quedó  pensativo,  parecía  incapaz  de  responder  con sinceridad esa pregunta, de repente habló.

-Mire ahora que lo dice, no lo recuerdo con exactitud. Pero ella me pareció como poseída por algún poder sobrenatural, y bajo su propio consentimiento soltó mi mano y se paró en seco en medio de la carrera que compartíamos escapando de nuestros acosadores. Yo me detuve un momento, gritándole, tratando de persuadirla a seguir, pero entonces le vi a los ojos, ¡maldita sea! esos ya no eran los de mi Elizabeth, no guardaban ninguna similitud, no al menos lo que brotaba o podía leerse en ellos. Comprendí todo entonces, estaba infectada; y decidí largarme de allí, pero la mitad de mi ser se me desprendía en ese momento.

El joven terminó de relatar esto enarbolando un hondo y hueco sollozo, mientras llevaba sus manos al rostro escondiéndole de forma total de la óptica del viejo, seguía sollozando de manera penetrante en esta posición de resguardo.

-Me temo que su esposa ha muerto, y si no es así, es como si lo fuera. Más le habría valido morir en la carne, preservar su alma, y no parasitar por estas praderas arenosas sobre un cuerpo maltrecho y carente de espíritu.

Jacobo  cambió  por  completo  su  postura,  mientras  recapacitaba  si  ese vejete miserable y mal oliente, no se estaría divirtiendo con su sufrimiento. Se incorporó de inmediato y se limpió la cara con su brazo.

-Siento en usted un enorme arrepentimiento, eso le hace sufrir como no debiera, muchacho.

-¿Qué sabe usted de mí y de mis problemas? Nada, en absoluto.

-¡Ah, continúa subestimándome! Solo le diré algo, un gran sufrimiento siempre está ligado a su vez a una gran culpa, un yerro imborrable evocador del remordimiento como única salida.

-¡Bah!

-Su mujer ha de haber cometido algún grave delito ¿No es así?

-¿Qué carajos insinúa? Le ordeno respete la memoria de Elizabeth.

-Jacobo, nadie es poseído si no ha dejado antes una puerta abierta, una invitación de entrada a los demonios naranjas.

-¡Vaya!, ¿son de colores esos monstruos imaginarios suyos?          

-Sí, así es. Un demonio naranja es una especie de colonizador, cuando estos entran en un cuerpo es solo el inicio. Lo siguiente es invitar a toda una legión de demonios rojos y negros a habitar esa "casa". Es por esta razón que son los más temidos de entre las sombras, sin necesariamente ser los más poderosos.

-¿Me  lo  parece,  o  usted  olvida  un  detalle  muy  importante?  -contestó Jacobo mientras trataba de demostrar gallardía- Yo no fanatizo en esas visiones, no puede afectarme algo si no creo en ello.

-Es cierto, y, sin embargo, el miedo es un indicio poderoso de que alguien podría estar empezando a creer. ¿Sabe usted cuan apetecible es un cuerpo como el  suyo? ¿A  quién  cree  desesperados  le  sigue  el  rastro  toda  esa  turba  de posesos? Un organismo como el mío de nada les serviría; cuando una legión de demonios se asienta, busca un individuo fuerte, joven. Como usted, señor mío.

Jacobo ya no miraba al viejo, sus ojos perdidos en el suelo calcinante no lograban esconder el terror del cual estaba siendo presa, un espasmo general gobernaba sus movimientos y a la vez, su parálisis momentánea. Mientras el anciano continuó mordaz.

-Cuando una legión se apodera de un alojamiento no le deja, no al menos hasta acabar con su último aliento vital, un cuerpo en posesión puede parecer mucho más viejo de lo que en realidad es, debido al rápido agotamiento al que es expuesto. Es entonces cuando se preparan para buscar otra víctima, para saltar como las pulgas de un perro agonizante a uno novel y vigoroso.

-¿Cuan... cuánto tiempo puede perdurar un cuerpo poseído?

-Noto un extraño interés para ser alguien que no toma en serio estas cosas.

-Solo es curiosidad, cultura general. Las leyendas y costumbres maravillosas de los pueblos son de interés, aunque subsistan de meras fantasías.

-Jacobo, ellos se alimentan de su miedo... y de su pecado. Estas son las puertas, cada quien sabe en su conciencia si hay alguna abierta. Tenga cuidado.

Ya  para  aquel  momento  habían  alcanzado  el  medio  día,  la  ciudad amurallada no estaría a más de 16 horas, sin duda lo conseguirían póstumo al amanecer de la siguiente jornada, aun inclusive, descansando unos momentos antes de la llegada.

Todo el transcurso de la tarde y parte de la noche lo hicieron en completo silencio. Jacobo sentía como se iba distanciando del anciano, y como cada vez su urgencia por llegar era mayor, ya deseaba desembarazarse de él de una buena vez. No obstante, ponerse la pálida luna por completo entre el destello de la vía láctea, el anciano se detuvo y habló.

-Bien, descansemos un rato, nos hará bien llegar con fuerzas renovadas a nuestro destino.

-Ni pensarlo, yo no me detengo, no perderé el último de los cohetes por flojera y falta de convicción.

-Pero, ningún aparato volará antes de bastante entrada la mañana, lo sabe bien. Usted y yo por igual los hemos visto, y sabe tan bien como yo esto que le digo.  Venga  hombre,  descansemos  un  rato,  ya  estamos  a  resguardo prácticamente.

"Maldito  demonio" -pensó. Quería  abandonar  al  viejo  y  continuar  en solitario, pero sabía que el mismo le seguiría a toda costa. No le pareció extraño imaginar dicha escena y escalofriarse como ya antes le había ocurrido, justo al encontrarse por primera vez con su haraposo acompañante. Sopesando en todo esto, aceptó de mala gana.

Con la aspiración de franquear de manera menos triste las últimas horas, decidió motivarse especulando sobre el grandioso viaje que le esperaba, todo sería tan distinto en Luna lejos de ese mundo en extremo teísta, no veía la hora de su llegada. Entonces una idea se entrecruzó por completo con sus pensamientos y le hizo caer en la  cuenta de sus pendientes;  debía aun llegado superar dos pruebas muy importantes, la primera no le inquietaba en lo más mínimo, pues consistía  en  abdicar  de  cualquier  religión  o  creencia  sobrenatural,  analizó inclusive, si no sería esta la razón del anciano para negarse a viajar. Sin duda algo de eso tendría que ver, no cualquiera eludiría con éxito los complejos sistemas detectores emplazados en Apocalipto.

Empero, la siguiente prueba sí le mortificaba en extremo, extrañamente al inicio de su viaje esta carecía de valor, pero después del encuentro con el viejo, tal cosa tomó una grave importancia, al punto de mantenerle un buen rato despierto hasta que el cansancio terminó por vencerle una vez más, y se desvaneció entre vagos pensamientos emocionales. En el fondo, sin embargo, y de manera casi consciente, había estado tratando de evitar dormirse, sentía terror de volver a sus lúgubres regresiones hiladas al parecer, por el mismo Morfeo.

 

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Ahora su mujer se sostenía con fuerza asida a su brazo, mientras él, casi sin respirar por miedo a que dicha acción no le dejase escuchar algún golpe inesperado, se pegaba con discreción contra la puerta principal. Abrió con lentitud y observó hacia las escaleras elevándose sobre el piso, ambas direcciones del pasillo principal estaban atestadas de maquinales endemoniados, los cuales barrían sin contemplación todas las piezas del gran edificio (y a quien encontraran en ellas). Desesperado ante la situación, Jacobo cerró la puerta y observó con detenimiento a su mujer, la pobre al fin comprendiendo a cabalidad lo que sucedía se hallaba muda por el terror, el cual evidenciaba en su esquizofrénico temblar y en lo dislocado de las órbitas de sus ojos. Entonces, en un arrebato impulsivo el hombre abrió la puerta y le echó fuera, atrancando de golpe y poniendo el cerrojo; los  gritos  desesperados  de  ella  no  se  hicieron  esperar,  mientras  adentro  el culpable de su desgracia reculaba en dirección contraria a la de la salida. Un golpeteo estruendoso hizo réplica sobre las paredes interiores, a la vez que un aullido terrorífico era proferido por la desgraciada mujer, de seguro la estarían despedazando allá afuera. "!Bien ganado te lo tienes, puta!" le gritó desde dentro, ella misma le había asegurado apenas unos días atrás que le dejaría, que ya no le deseaba y que pensaba marcharse con un desgraciado, un don nadie, un tal, Juan Bosco; pensando esto tomó la veloz y fatal decisión, y acertada o no, ya era muy tarde para arrepentirse; sin duda la misma acción le daría el tiempo suficiente para escapar, la ventana del frente daba al exterior y le conectaba con el jardín; en efecto, por allí podría huir de los maquinales, un piso de altura no sería problema, ya la había utilizado en alguna ocasión nocturna, para escabullirse de su esposa sin sus sospechas, y sin hacer necesaria la activación del registro electrónico de la puerta. Las píldoras que la mujer utilizaba para sus nervios sensiblemente alterados, eran a la vez un fuerte somnífero, y el mismo Jacobo nunca desaprovechó esto para hacer de las suyas en las nocturnas esferas citadinas. "Ya  tuviste  tu  merecido,  desgraciada,  al  tal  Juan  también  le  daré  su  porción llegado el momento" susurró en voz baja mientras se enmarcaba por entre la ventana, se detuvo en el alfeizar de la misma, aguzando el oído en dirección de la puerta justo antes de saltar. Una batahola de horrendas y graves voces colmaban el ambiente, expresiones inentendibles vibraban entre los ductos de la ventilación, luego sobre las paredes mismas y al momento Jacobo podía sentir como desde su propia cabeza oscilaban aquellas extrañas ondas de sonido, el bullicio se entremezclaba caprichoso haciendo cada vez más difícil la individualización de las voces, y cada vez con más fuerza blandía en su cabeza un estruendoso averno. Jacobo dio un giro violento y saltó hacia el jardín, justo en el momento de dar el salto, su pie se entrelazó con la enramada crecida desde el patio, dando vuelta a su cuerpo y haciéndole caer de bruces.

De nuevo, la ventisca arenosa le despertaba con sus molestas y traviesas partículas. Al abrir los ojos, arribó a su mente de inmediato la segunda prueba; los asesinos no podían viajar a Luna, debía mentir, evadir el nutrido sistema de detección. Empero, el sentir la ahora reconfortante y aún cálida arena del desierto abrazándole su espalda, mientras las estrellas en el cielo palpitaban con suma ligereza, como saludándole de regreso a la realidad (a la libertad), le hizo mejorar su disposición sobre ese pendiente y le envalentonó de manera decidida.

Se encontraba aún recostado calculando de acuerdo a la posición de los astros los minutos restantes para la salida del sol, ya no habría más retrasos, ni nadie le impediría a plena luz correr hacía el encuentro con su dulce destino. Eso pensó, hasta que de pronto, el escándalo diabólico que le atormentase apenas minutos atrás, en su fatídico sueño, pareció regresar y continuar más fuerte al mezclarse con su contexto real; levantando incrédulo la morra para echar un vistazo, pudo atestiguar lo inesperado; junto a él, el viejo desgreñado era sacudido con violencia por una mano invisible, mientras destellos de una lúgubre luz naranja le abandonaban en cada arremetida, cada centella sombría y saliente del cuerpo del viejo, venía acompañada de una ronca y malévola onda, distintas todas ellas y cual más de todas, igual de terrorífica. Jacobo, solo alcanzó a deliberar sobre las puertas abiertas... sobre su pecado. Minutos después, un cuerpo descarnado, arrugado y haraposo yacía reposando para siempre entre las dunas arenosas, mientras en dirección de la última morada del humano en la tierra, la figura desgarbada de un hombre gobernado por sus más básicos instintos, avanzaba con furiosos y maquinales pasos.

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