"¿Y bien? ¿Qué te parecen las persianas?". "Bien... supongo. ¿Me has invitado a tu casa... para que vea tus nuevas persianas?". "Claro. ¿No son fantásticas?".
No lo entendía, solo eran unas persianas. Pero los vecinos opinaban diferente. "¡Son magníficas estas persianas!", "¡Yo voy a comprar unas nuevas ya mismo!", etc.
La demanda de persianas se disparó en todo el país, en todo el mundo. Todo el mundo las fabricaba, todo el mundo las compraba. En televisión solo hablaban de persianas. Mi hijo abandonó medicina porque decía que quería estudiar algo realmente importante, algo donde pudiera hacer algo útil. Se matriculó en ingeniería de persianas.
Gente robando persianas, gente hipotecándose para comprar más persianas, gente rodeada por persianas por todas partes. Y cada vez más, gente encerrada en su casa, observando con total fascinación y reverencia sus nuevas persianas instaladas, por supuesto bajadas para poder contemplarlas en todo su esplendor.
Llegó el día en que solo yo recorría las calles. ¿Era todo el mundo idiota o el idiota era yo? ¿Era yo como aquel tipo del chiste, que mientras conducía escuchó por la radio que alguien circulaba en dirección contraria y se preguntó "¿Sólo uno?"?
Un día sentí el sol mucho más brillante de lo normal. ¿Me iluminaba para decirme que solo yo podía ver la luz y los demás estaban en tinieblas?
Aquella llamarada, o erupción solar o lo que fuera, me dejó ciego.
Entonces todos los hombres y mujeres salieron de sus casas, se olvidaron de repente de las persianas, y siguieron con sus vidas.