El desarrollo tecnológico y sus incesantes injerencias en el desarrollo cotidiano han pasado, en mayor o menor medida, de constituir un respiro con respecto a la anquilosada maquinaria administrativa de nuestro pasado a ser un implacable mecanismo de control y sometimiento del individuo, hasta límites en ocasiones intolerables. Caben pocas dudas respecto a la inversión progresiva de los papeles, habiéndose consumado la transformación de una tecnología al servicio de la humanidad a una humanidad que se pretende que esté al servicio de la tecnología. El despropósito de tal idea, pese a su gravedad, pasa desapercibido para el ciudadano medio, convenientemente distraído mediante una hábil combinación de propaganda repetitiva, actividades de entretenimiento y medios de difusión programados como anestésico del intelecto. En este sentido, la tecnología ha dejado de estar controlada por quienes la entienden, los técnicos, para convertirse en una herramienta de presión guiada por los mezquinos intereses de una banda de necios.
Dejando de lado algunos antecedentes aislados, Un mundo feliz (1932) de Aldous Huxley es seguramente una de las más rotundas y precisas anticipaciones de los métodos de reproducción asistida por métodos tecnológicos y el condicionamiento social basado en el consumismo, así como de manipulación de la personalidad mediante electrochoques y drogas, procedimientos que posteriormente serían incluidos entre los métodos estándar de la psiquiatría. Lo que en el momento de ser escrito aún parecía exagerado, pronto se haría realidad, junto a nuevos avances técnicos de naturaleza hasta entonces insospechada. En este aspecto, y aunque compartan algunas características, las distopías de Zamyatin y Orwell, asimismo entre las obras más influyentes que se refieren a alguna realización concreta dentro del amplio espectro del totalitarismo, no son tan representativas debido a que la tecnología es fundamentalmente accesoria al aparato de represión que se describe, encabezado y controlado por un dictador omnipresente. En el polo opuesto, un interesante ejemplo de totalitarismo ambientado en sociedades carentes de todo apoyo o desarrollo tecnológico puede hallarse en el libro El señor de las moscas, de William Golding, que hace una referencia directa a los instintos de dominio y depredación ocultos en cada persona.
Desde finales de la II Guerra Mundial, los referentes en la literatura general (y de ciencia ficción en particular) que denuncian los peligros de un imprudente sometimiento a la tecnología se multiplican exponencialmente, pudiéndose encontrar variadas e interesantes reflexiones que describen con detalle e inquietante acierto las nefastas consecuencias sociales y psicológicas que se derivan de una rendición incondicional frente a una saturación informativa o tecnológica y sus imprudentes controladores. Por otra parte, empiezan a perfilarse con cierta claridad las posibilidades de condicionamiento o manipulación basadas en la psicología, que lentamente se incorporará a la lista de disciplinas que los autores de ciencia ficción emplearán en sus creaciones.
Un primer intento de visualizar las motivaciones y contenidos de la ciencia ficción y contextualizarla dentro del marco de la psicología moderna lo hallamos en el interesante ensayo escrito por Eduardo Goligorsky y Marie Langer, que pretenden enfocar la cuestión desde una perspectiva aséptica que cubra tanto el punto de vista del escritor como el del psicoanalista profesional, aunque las conclusiones finales no resultan del todo satisfactorias. Por su parte, Martin H. Greenberg, Harvey A. Katz y Patricia S. Warrick presentan una atípica antología titulada Introductory Psychology Through Science Fiction (1974), en la que mediante relatos breves cuidadosamente escogidos se explican de forma introductoria las nociones fundamentales de la psicología, como si se tratase de un libro de texto. Recientemente, la relación entre la ciencia ficción y la psicología ha sido nuevamente sopesada con detalle en la monografía de Gavin Miller, centrándose principalmente en la psicología evolutiva, el psicoanálisis y las ciencias de la conducta.
Es indudable que la hostilidad hacia la ciencia ficción por parte de los psicólogos y psiquiatras está en parte motivada por la no menos disimulada repugnancia hacia la psiquiatría propagada por L. Ron Hubbard en sus relatos y, específicamente, en sus escritos sobre la "dianética",[1] una estrambótica filosofía camuflada de científica que se centra en las posibilidades innatas del héroe-guía, y que finalmente derivaría en un culto religioso de corte elitista que haría multimillonario a su autor. Si bien una gran parte de la argumentación de Hubbard no se sostiene ni científica- ni empíricamente, debe destacarse la justedad con la que denuncia algunos de los excesos de la psiquiatría contemporánea, obsesionada con la aplicación injustificada de métodos dudosos como el electrochoque o la lobotomía, así como a la indiscriminada dispensación de fármacos psicoactivos,[2] en lugar de centrarse objetivamente en la enfermedad del paciente. Este tipo de críticas, sean acertadas o no, están lejos de constituir hechos aislados, y muchos autores y editores contribuyeron a aumentar la controversia. J. W. Campbell, a través de sus ocasionales editoriales incendiarios en la revista Analog, ciertamente participó activamente en difundir una visión peyorativa de la psicología, influencia que sin duda se hace notar en varios de sus autores estrella. No obstante, las insinuaciones que se hacen en algunos artículos de psicología en relación con la descripción de algunos casos clínicos, así como las interpretaciones que se hacen de éstos,[3] sin duda fueron interpretados por la comunidad de la ciencia ficción como un ataque. En uno de tales trabajos, se añade al final la curiosa frase "no se pretende insinuar que los lectores de ciencia ficción o sus escritores sean esquizofrénicos", lo cual, a la vista del resto del artículo, no resulta del todo convincente. Por otra parte, debe admitirse que la figura del psicólogo, salvo excepciones, tampoco ha sido descrita favorablemente por los autores del género. Incluso Asimov retrata a los psicólogos de un modo ambiguo. Tómese como ejemplo el papel que juegan los psicólogos en la saga de la Fundación, donde hasta cierto punto, constituyen una amenaza para los integrantes de la primera fundación, ubicados en Términus. Mucho más pronunciada es la descripción del personaje de Susan Calvin, prototipo de una personalidad neurótica, que fuera de su ámbito profesional es del todo insociable y proyecta sus frustraciones sobre las creaciones cibernéticas.[4] Como ejemplo adicional, y a modo de estudio analítico, John Brunner nos relata en Quicksand (1967) los esfuerzos de un psiquiatra llamado Fidler en tratar de comprender a una joven interna aparecida de forma misteriosa, que parece ajena al mundo y habla un extraño idioma que nadie entiende. Progresivamente, el caso se convierte en una obsesión para el psiquiatra, que empieza a cuestionar su propia integridad mental. La lectura que hace Brunner de la enfermedad mental es sumamente interesante, y aunque es sutil, su juicio sobre los estándares psiquiátricos no puede considerarse favorable.
Un tema recurrente que sin duda ha alimentado esta polémica es la transformación del individuo mediante medios materiales invasivos, influencias telepáticas o la absorción de la personalidad por formas de vida parasitarias, todos tópicos muy empleados en la década de 1950 en el contexto de la invasión extraterrestre, y perfectamente representados en los clásicos Marionetas humanas (1953) de Robert Heinlein, Poder extraño (1953) de Wilson Tucker o La invasión de los ultracuerpos (1955) de Jack Finney. Sin embargo, estos ejemplos se refieren siempre a un enemigo externo (terrestre o alienígena), a modo de reflexión o como parábola de las circunstancias geopolíticas del momento, y generalmente no hacen alusión al mal uso tecnológico. El prototipo de enemigo de esta naturaleza está tipificado, hasta bien entrada la década de 1960, por el robot. Sin ser el primer autor en abordar la cuestión, Isaac Asimov tiene el mérito de haber tratado la temática de los robots desde una perspectiva sociológica. En este sentido, el ciclo de Yo, robot analiza detalladamente la paranoia dominante en una sociedad cuya autoestima se ve amenazada por los robots, dejándose llevar por ridículos prejuicios antropomorfos. Posiblemente, como ya se ha comentado en otra ocasión, la creación de las tres leyes de la robótica responde más a la necesidad simbólica de garantizar la supremacía de la especie humana que a unos condicionamientos lógicos en su programación.[5] El fulgurante desarrollo de las computadoras y la amplia difusión de la informática son el detonante para crear una nueva amenaza mucho más sutil y siniestra por su incorporeidad, y capaz de desestabilizar sociedades enteras para sumirlas en el caos. La inteligencia artificial se convierte, de este modo, en una respuesta tecnológica efectiva cuya finalidad es corregir la propia evolución humana, reduciendo ésta a un mero catálogo taxonómico. De todo ello se deriva una paranoia colectiva en la sociedad que, por una parte, exterioriza una marcada aversión hacia las computadoras, pero por otra, capitula ante la tecnología de la industria del entretenimiento y se somete ciegamente a ella.
Esta argumentación, no obstante, es en exceso simplista y refleja solamente una deficiente comprensión o interpretación de las ciencias de la computación y sus posibilidades, tanto científicas como aplicadas a otras disciplinas como las filosóficas o artísticas.[6] La tecnología de la información es, en sí misma, inofensiva, y supone un gran avance, pese al deliberado mal uso que se haga de ella por parte de ciertos estamentos. El peligro real aparece cuando se delega en la computadora la facultad de discriminar la información, interpretarla y sacar conclusiones a modo de sentencia, sin que los parámetros intervinientes que se emplean en la programación estén bien definidos, ni lógica- ni socialmente. Es bien sabido que, en determinadas circunstancias, y fuera de un contexto específico, un proceso puramente lógico puede llevar a conclusiones que, siendo científicamente irrefutables, constituyen una solución deficiente o moralmente desechable al problema planteado. Asimismo, un exceso de información es igualmente nocivo, al mezclar hechos intrascendentes con otros relevantes. Una determinada información sólo es útil cuando el contexto está bien acotado, y quién la busca está en condiciones de discernir la veracidad y objetividad del contenido. En definitiva, debe primar la calidad sobre la cantidad de información.
Esta situación queda perfectamente retratada en el relato corto Los ordenadores no discuten (1965), en el cual Gordon R. Dickson plasma de forma brillante e irónica el extremo al que puede llegar la alienación en una sociedad completamente automatizada, en la que el factor humano no es más que testimonial al haber delegado toda responsabilidad. Un error burocrático trivial causado por la computadora de un club de lectura y la subsiguiente correspondencia con el socio contrariado derivan en una creciente cascada de errores en un hipertrofiado sistema administrativo completamente computarizado,[7] en la que finalmente el cliente es procesado y condenado a la pena capital por secuestro y asesinato, al confundir el sistema informático el título Kidnapping de la novela erróneamente enviada al acusado, origen de la polémica, e interpretar el deceso del autor del libro como consecuencia del supuesto secuestro.[8] Pese a que los representantes del sistema judicial se percatan del absurdo y reclaman al gobernador el indulto, éste no es admitido a trámite al no detectar el sistema el número de registro de la diligencia, ejecutándose la sentencia. Irónicamente, la inocente omisión del código por parte de la oficina del gobernador inicia un nuevo y kafkiano proceso contra el representante público, en la que se le acusa de suplantación de identidad de un agente del gobierno. Aunque el lector puede sentir un rechazo instintivo hacia una administración automatizada hasta tal extremo, tiende a pasar por alto que el sistema en sí mismo es completamente imparcial, y que la responsabilidad última pertenece a los gestores del sistema, que por comodidad o negligencia renuncian a supervisar las decisiones adoptadas por la computadora.[9] Cabe preguntarse hasta qué punto este relato estuvo concebido como reacción ante el imparable avance de los métodos computacionales en la ciencia, tales como el famoso programa DENDRAL desarrollado por Feigenbaum y Lederberg, entre otros, que constituye uno de los primeros sistemas expertos aplicados con éxito al análisis molecular, y empleado desde entonces por multitud de instituciones científicas y comerciales.
El arquetipo de escritor de ciencia ficción atormentado por la angustia y la inestabilidad mental, cuyo estudio clínico hubiese hecho historia de haber sido realizado por un especialista de la categoría de Gannushkin,[10] y que legitima parcialmente el juicio desfavorable de la psicología, es incontestablemente Philip K. Dick, quién supo sacar un brillante partido de su situación y extasiar al mundo con sus visiones.[11] En conjunto, la obra de Dick está marcada por la duda permanente sobre el significado de las realidades objetiva y subjetiva, y las severas consecuencias que dicha ambigüedad implican para el mantenimiento de un equilibrio mental. El marco tecnológico, aunque importante, es mucho menos relevante que la manipulación de la realidad mediante las drogas, las llamadas percepciones extrasensoriales o las visiones místicas. En esta ocasión, nos fijamos en la novela Tiempo desarticulado, que, sin pertenecer a las más famosas del autor, contiene elementos que la convierten en una interesante reflexión sobre la manipulación mental. El protagonista es Ragle Gumm, habitante de un bucólico pueblecito que se gana la vida de un modo un tanto singular, participando (y ganando) diariamente en un concurso de la prensa local. Cierto día, hastiado de una existencia monótona y nada estimulante, Gumm decide dejar de lado su afición, a la que considera frívola, y salir de su pueblo. Pronto se percata de que no se le permite circular libremente, y que tanto amigos como desconocidos insisten en la importancia de proseguir con su participación en el concurso. La sospecha de Gumm de hallarse en el centro de una conspiración que pretende alejarle de la realidad, con el propósito de mantenerle concentrado en un pueril pasatiempo, va solidificándose día a día, apoderándose de él un incontrolable deseo de evasión. En su segundo intento, consigue escapar del pueblo y enfrentarse a la realidad que le ha sido ocultada. Gumm descubre su pasado militar como un estratega que jugó un papel clave (incluida la traición) en la guerra que enfrenta a la Tierra con los colonos lunares, y que en cierto momento sufrió un colapso emocional, incapaz de afrontar los hechos. No obstante, su deslumbrante capacidad para pronosticar los ataques del enemigo le han convertido en una herramienta fundamental para las autoridades terrestres, que dependen de su trabajo para mantener el statu quo bélico. La lectura que se desprende es que el gobierno, al tanto de la inestabilidad del protagonista, y temeroso de su negativa a colaborar en la estrategia de defensa contra los colonos lunares, crea a su alrededor un mundo imaginario y banaliza la fundamental actividad de defensa a través de unos inocuos concursos. A diferencia de otras obras de Dick, la realidad paralela del personaje principal no se plasma a través de sustancias alucinógenas, sino mediante un sofisticado y costoso montaje de corte teatral.
Kurt Vonnegut nos ofrece en La pianola una sombría visión de una sociedad dominada por unos tecnócratas sin escrúpulos. Después de la Segunda Revolución Industrial, la sociedad ha alcanzado el punto álgido de la automatización. Un enorme sistema informático, conocido como EPICAC, ha tomado el relevo de las autoridades y controla tanto la producción como la distribución de bienes. Salvo una pequeña élite de funcionarios e ingenieros, la población lleva mayoritariamente una existencia parasitaria, sin posibilidad para decidir sobre su destino o futuro. Un alto funcionario llamado Proteus es elegido por el sistema para infiltrarse en una organización subversiva y descubrir quién es su líder. Aunque el espía inicia su actividad con encomiable motivación, progresivamente va descubriendo la insania e injusticia del sistema. La lealtad de Proteus se disipa hasta tal punto que se convierte él mismo en el líder del movimiento subversivo. A pesar de que en un principio la sublevación minuciosamente preparada tiene éxito, desestabilizando y destruyendo parcialmente el sistema, los propios "revolucionarios", asustados ante la responsabilidad de volver a decidir y pensar por sí mismos, reconstruyen las máquinas que han destruido para reinstaurar el opresivo gobierno de EPICAC. Aunque menos impactante que otras anti-utopías, la novela de Vonnegut ilustra de manera efectiva la volubilidad e inestabilidad de las masas, y constituye un interesante ejemplo de control mental sin necesidad de medios expeditivos. La maestría con la que Vonnegut, haciendo gala de su innata capacidad literaria y satírica, combina acontecimientos reales de la historia y la política contemporáneas con otros hechos inventados, convierten esta novela en una de las más convincentes descripciones de una tecnocracia desquiciada.
Una estructura general muy similar, pero menos sólida en su concepción, puede encontrarse en una obra poco conocida titulada Year of Consent (1954), escrita por Kendell Foster Crossen. Pese a sus carencias, el texto contiene algunos elementos interesantes que la distinguen claramente de la obra de Vonnegut. Siendo el control total de la sociedad el tema central, el autor describe como las propias autoridades son controladas y espiadas por el sistema, dando lugar a las inevitables e higiénicamente saludables purgas periódicas para erradicar aquellos elementos cuya lealtad se considera insatisfactoria. La intrusión en la privacidad del individuo se realiza mediante un amplio despliegue de medios, que varían desde la vigilancia audiovisual permanente al control y registro de los parámetros vitales, tales como la presión sanguínea, la respiración o la reacción a determinados estímulos emocionales. La disidencia, reducida a una patología indeseable, se cura mediante oportunas intervenciones quirúrgicas. Todo concebido, por supuesto, para preservar el bien común y expurgar la sociedad de sujetos e ideas subversivas.[12]
Aún menos expeditiva, aunque no por ello menos lúgubre, es la narración breve El túnel adelante (1961) de Alice Glaser,[13] una editora de la en su momento importante revista Esquire, que hizo una única incursión en la ciencia ficción. En una sociedad superpoblada, que subsiste con severas restricciones materiales y una vida programada al milímetro en tareas inútiles pero ineludibles, una familia regresa de su día de playa obligado. Pese a ser conscientes de ser tratados como ganado, viviendo todos en los mismos cubículos y desplazándose en vehículos angostos y automatizados, la apatía se ha apoderado de ellos, y actúan como meros autómatas, aceptando como normales las condiciones de vida que les han impuesto. Con el fin de combatir la superpoblación, los políticos han determinado un procedimiento supuestamente equitativo e imparcial, que no discrimina entre la ciudadanía, y promocionado electoralmente como ''despoblación sin discriminación". La única salida de la ciudad de Nueva York (y presumiblemente de las restantes poblaciones del país) es a través de un túnel que, de forma aleatoria, se cierra y gasea a los infortunados que se encuentran en su interior, reduciendo así en aproximadamente tres mil personas la población sobrante. A medida que los protagonistas se acercan a la fatal barrera, comentan sobre sus posibilidades de atravesarla, aceptando con resignación, y puede incluso que esperanza, tamaña aberración. Finalmente, logran atravesar el túnel justo antes de que la compuerta se cierre tras ellos. En lugar de reflexionar sobre la situación, el único comentario del padre de familia es sobre la conveniencia de abandonar periódicamente la ciudad, para ''tomar el aire".
Si los autores anteriormente mencionados ya advierten los peligros inherentes a una sociedad saturada por la tecnología y anticipan algunas de las discriminatorias políticas que pretenden anular el individualismo, algunos sociólogos y psicólogos, accidentalmente o no, se convierten en paladines de nuevas y aparentemente benignas reorganizaciones sociales que causan estupor por su candidez. Pese a que el contenido y la influencia tecnológica sean casi inexistentes, merece la pena recordar en este contexto la controvertida novela utópica Walden Dos (1948), del psicólogo y filósofo social B. F. Skinner, en la que se describe una comunidad experimental cuyos integrantes han sido condicionados mediante una doctrina de tipo psicológico, en lo que puede interpretarse como un fidedigno manual de la alteración y manipulación de la personalidad con fines aparentemente sociales. En la comunidad que se describe, controlada férreamente por su fundador y guía Frazier, que no deja de ser un despótico dirigente, se pretende controlar a la masa social mediante los postulados supuestamente científicos del llamado conductismo.[14] Los métodos de aprendizaje a los que son sometidos los integrantes de la comunidad se describen con una profusión de detalles realmente notable, postulándose que el método garantiza la equidad y la satisfacción. La novela está parcialmente redactada a modo de ensayo, y pretende justificar la superioridad de una sociedad manipulada mediante teorías conductistas, pese a la evidente represión de la libertad y autonomía del individuo y sus derechos. Aunque pueda constituir para algunos una imagen atractiva, una sociedad en la cual se aparenta que la curiosidad, la envidia, la maldad o el enfrentamiento no existan, fundamentada en un cooperativismo sin competitividad, y en la que se trata de escenificar la felicidad,[15] es forzosamente inestable y está condenada al fracaso, al no existir la motivación, el deseo de superación o la simple discordia, de la que a menudo surgen nuevas y productivas ideas. Tal y como lo imaginaba Skinner, un cooperativismo artificial solo puede conducir a medio plazo hacia una sociedad estancada, aunque sea estrictamente desde el punto de vista tecnológico.
Aparecida en fecha más reciente, y curiosamente profética en algunas de sus insinuaciones, la novela El jinete en la onda del shock (1975) de John Brunner nos describe las actividades y penurias de Nick Haflinger, un renegado evadido de un siniestro programa gubernamental cuya finalidad es educar y adoctrinar a jóvenes brillantes para incorporarlos como agentes al opaco aparato estatal, recurriendo incluso a inexcusables métodos de la ingeniería genética. El protagonista es un superviviente en una sociedad controlada por las redes (brillante proyección de lo que son las actuales redes sociales y su capacidad absorbente), y donde los estilos de vida, las modas y las opiniones varían y son manipuladas a un ritmo vertiginoso. Gracias a su insuperable dominio de las computadoras, Haflinger reinventa periódicamente su identidad para eludir su captura y proseguir su misión de introducir modificaciones (en forma de gusano informático) en la programación del sistema, para proteger una de las últimas ciudades libres de los EEUU, irónicamente llamada Precipicio. La sociedad descrita en la novela es caótica y confusa, en la que la intervención psicológica se ha convertido en un lucrativo negocio para la corrupta oligarquía dominante, empeñada en moldear a la población según unos cánones establecidos, así como recurrir al crimen para tapar sus fracasos. En ocasiones se ha declarado que esta novela constituye un precursor del llamado cyberpunk, aunque dicha afirmación es cuestionable por varias razones, siendo la más importante el hecho de que el universo del cyberpunk no está concebido de forma intrínsecamente pesimista, sino como una nueva realidad cuyas inmensas posibilidades sólo están al alcance de los experimentados y audaces navegantes en el océano de las redes de datos.
La angustia de la existencia en hormigueros humanos se representa fielmente en la novela La muerte de Megalópolis de Roberto Vacca, si bien puede catalogarse como perteneciente al subgénero catastrofista. El autor vaticina algunos de los problemas estructurales que se observan en la actualidad, y que reflejan la creciente desidia ante la automatización, con consecuencias previsibles e inevitables. Situada en 1993 en Nueva York, describe una ciudad y una sociedad hipertrofiadas que están en pleno proceso de declive, diezmada por la crisis energética y monetaria. Con unos sistemas de comunicación que están permanentemente colapsados, redes de distribución que funcionan de forma discontinua y unos transportes desorganizados hasta el punto de resultar caóticos, la supervivencia de la ciudadanía se ha convertido en una interminable carrera de obstáculos. Incidentes fortuitos, en otro tiempo fácilmente subsanados, desencadenan múltiples fallas e interrupciones en las cadenas de suministro que ni la poderosa ''Megamultiplex", la computadora central que lo supervisa todo, puede controlar. Con el colapso definitivo del sistema de transportes comienzan las revueltas violentas, los saqueos y los pillajes, sumiendo la ciudad y el país entero en la anarquía. Ante la imposibilidad de reconstrucción, el país se subdivide en pequeñas ciudades-estado de tipo feudal, que subsisten de forma precaria y miserable. El protagonista, un ingeniero de sistemas llamado Barnes, deberá adaptarse a la nueva situación, caracterizada por una violencia extrema derivada de la desorganización social, en la que todos sus recursos resultan insuficientes. Paulatinamente experimentará él mismo una regresión moral y cultural, convirtiéndose en el despótico y bárbaro dirigente del pequeño estado de Fairfield, enterrando definitivamente toda norma de civilización.
En La ciudad sin Sol (1975), Michel Grimaud retoma el asunto de una humanidad enclaustrada en junglas de hormigón y controlada por un pequeño grupo de facinerosos que pretenden ser dueños del mundo, pero con una variante que la distingue de otras novelas sobre el tema. La población vive en ciudades cerradas completamente climatizadas, sin acceso al exterior y aisladas de la radiación solar, en la que cada individuo solo cuenta con un espacio vital predeterminado. Mientras la mayoría de la gente languidece en condiciones inaceptables, la pequeña élite disfruta de los exteriores como si se tratase de parques privados. La oligarquía ostenta además el control de la distribución alimenticia, por lo que la población, controlada mediante cartillas de racionamiento, puede ser fácilmente condenada a la inanición, ya que la pérdida o anulación de la cartilla implica la pérdida del derecho a alimentarse. En este inhóspito clima, un grupo revolucionario pretende derrocar a la minoría dominante y devolver la dignidad a una sociedad abotargada y apática. La solución que eligen para reactivar el deseo de libertad es sumamente original, además de no vulnerar la legislación vigente. Dado que cada individuo tiene derecho a una estancia anual en ciertas colonias vacacionales (del tipo parque temático), los conspiradores se las arreglan para montar una agencia de viajes cuyas colonias asociadas ofrecen multitud de actividades al aire libre, en las que se vuelve a trabajar como en la época de los pioneros y cada uno es responsable de su sustento. La finalidad de estas colonias es motivar a los veraneantes a volver a experimentar la vida al aire libre, en lugar de participar pasivamente en meros espectáculos de entretenimiento. De esta forma, se va formando lentamente un ejército de resistentes adaptados nuevamente a sobrevivir en un entorno natural y mediante sus propios recursos, posibilitando en un futuro indeterminado un levantamiento general que libere a la humanidad. Más deprimente aún es No verás ningún país (1981) de Ignacio de Loyola Brandão, texto censurado en su momento por constituir una feroz crítica al sistema político dominante en Brasil en aquel momento. En ella se narra el periplo de Souza, un desheredado que busca sobrevivir en un Sao Paulo reconvertido en un vertedero, después de un colapso social y tecnológico que ha paralizado la sociedad, abandonando a una mayoría de la población a su suerte, mientras las élites políticas, ajenas a las penurias del ciudadano ordinario, siguen disfrutando de sus prebendas y lujos asiáticos, manteniendo a raya a una ciudadanía exhausta mediante un implacable aparato de represión policial. El aspecto más destacado de esta novela es la impactante descripción de la resignación de los personajes, en un ambiente de absoluta miseria y falta de expectativas, renunciando incluso a la misma dignidad humana. En contraste con otras obras mencionadas, en la novela de Brandão la tecnología no es el agente que sojuzga al pueblo, sino el decorado ruinoso de una metrópolis en decadencia sembrada con los restos férreos de una industrialización que ha arrasado sin remedio la exuberante naturaleza brasileña.
Sería imperdonable no incluir en esta enumeración la célebre y anticipadora novela Campo de concentración (1968) de Thomas Disch. Aunque la novela está claramente inspirada en las continuas intromisiones de los EEUU en la política de naciones extranjeras soberanas, los contenidos pueden extrapolarse con facilidad a nuestro presente e inmediato futuro. Como consecuencia de una dudosa intervención en Asia, los movimientos intelectuales elevan su voz de protesta para exigir responsabilidades al gobierno. Este, exhibiendo su característica indulgencia, decide que la forma más efectiva de silenciar las protestas es recluir a todos los disidentes en campos de concentración, donde además pueden servir como materia prima para experimentación por parte de un grupo de científicos (por supuesto, en calidad de ''servicio a la nación"). La novela relata la historia de Louis Sachetti, un reo al que se le inocula ''Pallidin", una variante del agente patógeno de la sífilis, que sin embargo tiene la extraña característica de potenciar las capacidades intelectuales, aunque a costa de reducir la supervivencia a unos pocos meses. El protagonista experimenta el éxtasis de la super-inteligencia, a la par que la angustia por la muerte y la desesperación por su condición de cautivo. El mayor defecto del libro es su final feliz, en el que Sachetti lograr evadir la muerte, en un giro que pone en evidencia la solidez de la narración. A pesar de este casi imperdonable desliz, la novela es un manual muy explícito sobre los métodos que los gobiernos pueden inventar e implementar para deshacerse de ciudadanos críticos e inconformistas, ondeando además la falsa bandera del bien común y el interés nacional.
Concebidas y creadas en circunstancias considerablemente distintas, diversas novelas aparecidas en la otrora Alemania Oriental son merecedoras de una mención aparte. En su mayoría obras (injustamente) desconocidas fuera del ámbito geográfico de la extinta RDA, salvo ocasionales ediciones aparecidas en la República Federal, presentan a menudo interesantes reflexiones que, lejos de haber perdido vigor, vuelven a cobrar interés en el contexto de la progresiva aniquilación del individuo y sus libertades por parte de estamentos políticos y financieros que usurpan ilegítimamente funciones que no les corresponden, atribuyéndose un papel redentor, y reemplazando el discurso racional por mistificaciones absurdas y en ocasiones ridículas que, de esta forma, se elevan de superchería a dogmas de una nueva religión. La innovación de algunas de estas obras con respecto a sus homólogas occidentales es la detallada reflexión sobre el papel que juega la tecnología, bien en la alienación del individuo, bien en la instauración de una sociedad estática y uniforme. Sin embargo, la diferencia principal es que estos autores no tienden sistemáticamente al pesimismo, sino que son firmes defensores del dominio sobre la tecnología con el fin de mejorar las condiciones sociales.
Mencionamos en primer lugar una composición hasta cierto punto prosaica, aunque no exenta de puntos de interés, debida a Karl Heinz Tuschel. La isla de los robots (1973) trata sobre el desarrollo cognitivo de los robots y el establecimiento de una programación autoregulada. Pese a que la narración mezcla diversos elementos pertenecientes a la ciencia ficción, la literatura de espionaje y la filosofía política, se centra principalmente en los esfuerzos de un equipo de científicos en desarrollar un nuevo tipo de robot industrial que esté dotado de una capacidad de aprendizaje. Con el fin de que los prototipos vayan adquiriendo progresivamente distintas capacidades y destrezas en trabajos industriales realizados en condiciones adversas para los operarios humanos, las máquinas son sometidas a diversas pruebas audiovisuales y cognitivas que ayuden a perfilar su ''personalidad". El punto más destacable de esta novela es la rotunda negación de las tres leyes de la robótica, que se desechan como una ligadura incompatible con la autonomía del robot. La desmitificación de las mismas se justifica tajantemente afirmando que ningún humano corre peligro de ser dañado por un robot, al ser la humanidad un factor irrelevante que no interviene en las condiciones ambientales y laborales en las que el robot desempeña su cometido.[16] Pese a que la automatización de la sociedad se presenta como inevitable, ésta no se contempla como una amenaza o un nuevo modelo que uniformice a la humanidad, sino como un factor que la complementa.
En Comando Venus 3 (1980), obra del mismo autor, un comando paramilitar es enviado a Venus para investigar una anomalía detectada en una planta industrial completamente robotizada, que en lugar de desconectarse automáticamente al haber llegado al final de su vida útil, sigue desplegando una febril actividad de naturaleza desconocida. El comando debe introducirse en unas instalaciones herméticamente cerradas al exterior, en las que es testigo de extraños fenómenos, a la vez que debe defenderse de los sutiles ataques del ordenador principal, que interpreta la presencia humana como un factor que perturba su nueva programación. Todos los intentos de comunicación resultan estériles hasta que uno de los miembros del comando, un científico reconvertido en soldado, detecta ciertos patrones matemáticos que son propios de la completitud semántica. Finalmente, después de considerables esfuerzos e ingeniosos intentos para acceder y decodificar la nueva programación del complejo, se descubre que la computadora, una vez cumplidos sus objetivos de producción industrial, ha cobrado conciencia de sí misma y ha comenzado a modificar la infraestructura de la fábrica para aumentar sus recursos de memoria y emplearlos en una nueva actividad puramente intelectual, cuya finalidad es crear una lógica filosófica de naturaleza puramente cibernética. En lugar de destruir las instalaciones, las autoridades se percatan de la valiosa información que puede aportar esta inesperada evolución, para ser aprovechada en un futuro desarrollo tecnológico.
Más reciente, y prohibida en el momento de ser escrita,[17] es La ciudad de los mil ojos de K. Frühauf, uno de los autores de la RDA que más destaca por sus reflexiones sobre la responsabilidad de la ciencia en la sociedad. En el libro se relata la historia de Monk, un alto funcionario de una sociedad futura, aislada en una ciudad-cúpula, y dividida en férreas castas basadas en criterios genéticos, controladas por una computadora, así como por un opaco y misterioso líder llamado Steenhagen. Ante los excesos de sus superiores, que actúan impunemente infringiendo las leyes que, por otra parte, aplican sumariamente a los infractores de castas inferiores, Monk se percata del engaño en el que ha vivido, y comienza a colaborar con un grupo de la casta más baja, en la que se encuentra, para su sorpresa, con algunos miembros de la élite social, hastiados de una existencia anodina dictada por una rutina inamovible e incongruente. El pequeño grupo de insurrectos, ayudados por el reticente protagonista, consiguen finalmente sabotear partes del sistema, con lo cual se produce un colapso en cadena de las infraestructuras que mantienen en funcionamiento la ciudad. La computadora principal, que ha adoptado artificialmente la identidad del líder original Steenhagen, fallecido hace décadas, se percata finalmente de que la sociedad ha madurado lo suficiente para decidir sobre su propio destino, y siguiendo un protocolo secreto concebido por sus creadores, desconecta el resto del sistema, aislándose del exterior de forma permanente. Los supervivientes, ante la irremediable destrucción total de su ciudad-cúpula, deambulan por el exterior hasta encontrar otra ciudad de las mismas características, en la que descubren, para su desánimo, que las condiciones de vida son idénticas, sometidas al arbitrio de una computadora que se ha erigido en dictador. Aunque el final es aparentemente negativo, cabe suponer que el germen de la liberación también fructificará en la nueva ciudad, por lo que finalmente la humanidad logrará emanciparse de la tiranía de las ciudades-cúpula.
Finalizamos este breve excurso sobre los autores germano-orientales con la mención de La impotencia de los todopoderosos (1973) de Heiner Rank, una compleja novela con tintes distópicos que, pese a cierta confusión en la trama, supone una ingeniosa crítica a la cultura del ocio y el esparcimiento. En el planeta "Astilot" los humanos llevan una existencia despreocupada y fácil en un ambiente altamente tecnologizado, libres de obligaciones y responsabilidades. El protagonista de la historia, Asmo, recupera la consciencia en un centro de regeneración. Aunque padece una amnesia que no le permite recordar quién es, está absolutamente convencido de haber sido elegido para cambiar el orden social, denunciando los errores que han derivado en una existencia carente de ambiciones y objetivos. En su búsqueda de la verdad, Asmo descubrirá que la presencia humana en el planeta se debe a un experimento de la raza "Aslot", primigenia del planeta, que exploró el cosmos en búsqueda de una raza de esclavos que les liberase del trabajo físico, para así entregarse eternamente al ocio. Con el tiempo, los Aslot se volcarán en la contemplación mística, delegando en los humanos el control del planeta, aunque permanentemente supervisados por unos entes biónicos. El protagonista, con la eterna sospecha de que está siendo manipulado y guiado, logra finalmente sacar de su éxtasis místico a un Aslot, que le revelará de qué manera puede rescatar a los humanos de su inútil y frívola existencia. El Aslot se suicidará inmediatamente después, harto de una improductiva vida contemplativa. Una sublevación contra los guardianes de los Aslot permitirá a los humanos recuperar su autonomía y controlar su destino. La narración tiene algunos puntos oscuros, tales como la presencia de Asmo en el planeta, aunque puede suponerse que son los propios entes biónicos quienes manipulan y guían al protagonista, sin que los motivos que les induzcan a ello queden del todo claros.
Al margen de los escritores de la Alemania Oriental, entre los autores de habla alemana, el austríaco Herbert W. Franke es quien goza de mayor reputación, tanto desde el punto de vista literario como científico. Sus obras trascienden el mero entretenimiento, adentrándose en profundas meditaciones filosóficas y científicas, de carácter generalmente pesimista, pero sin dejarse arrastrar por el sensacionalismo. En la mayoría de sus novelas la temática central se mueve en torno a una automatización extrema, la hegemonía de los códigos cifrados y una sociedad de corte tecnológico-policial o militar en la que el individuo se reduce a un mero peón sacrificable dentro de un complejo esquema, todo acompañado de extensas e interesantes digresiones científicas.[18] La novela Ypsilon minus se desarrolla tras una catástrofe ecológica, en la que, una vez más, la sociedad está a merced de las computadoras. Mediante un férreo control de natalidad basado en modificaciones genéticas, las capacidades individuales de los jóvenes se fomentan hasta su mayoría de edad, momento en el cual sus recuerdos y su formación son borrados, y los individuos son integrados, conforme a las capacidades observadas, en un proceso laboral altamente jerarquizado, donde las ideas originales y la iniciativa personal son severamente castigadas. En este contexto, Ben Erman, miembro de la clase R, descubre casualmente que parte de su pasado ha sido borrado. La investigación ilegal que emprende revela que Erman, en colaboración con tres contactos, pretendía organizar un grupo de resistencia. Habiendo sido detectado por el sistema y clasificado como un "ypsilon minus", es decir, como un desecho social, el protagonista empieza a recordar ciertos documentos que contienen la clave para controlar y desarticular el sistema. A partir de este instante, la existencia de Erman se centra en localizar dichos documentos y emplearlos para combatir la hegemonía del ordenador central, mientras éste sea todavía dependiente del factor humano. A diferencia de otras obras del autor, el final de esta novela es esperanzador, dejando abierta la posibilidad de cambios que alteren la perspectiva de una sociedad que ha perdido su capacidad de luchar por la libertad.
En oposición, Michael Weisser nos ofrece una visión singularmente pesimista en su novela Syn-Code 7, aparecida en 1982. El autor, un conocido artista gráfico que combina medios tradicionales con audiovisuales, denuncia con sutileza la impunidad con la que trabajan ciertas corporaciones, transgrediendo frecuentemente los límites morales y éticos que conllevan los avances científicos. Syn-Code 7 es el acrónimo de un plan de contingencia desarrollado por una empresa biotecnológica llamada Biotec, en el marco de una sociedad dominada por las computadoras y la biotecnología. La información de cada individuo de la sociedad, codificada mediante componentes basados en bioplásticos, ha convertido a la humanidad en meras secuencias numéricas a merced de las corporaciones biotecnológicas. Sin causa reconocible, este sistema aparentemente perfecto comienza a fallar, por lo que el plan de contingencia se activa y siete especialistas son concentrados en un módulo de seguridad para localizar y analizar el error. Pese a su aislamiento, se siguen produciendo incidentes inexplicables, hasta que los analistas descubren que un grupo de investigación había programado una alteración en la estructura de los bioplásticos, cuya introducción accidental en el sistema de producción ha desencadenado los cambios en la computadora central, que de este modo comienza a actuar de forma autónoma. El borrado de los datos no resulta sin embargo una tarea fácil, y varios de los especialistas pierden la vida antes de que el sistema pueda ser llevado nuevamente a su modo de funcionamiento normal.
La segunda novela de este autor, titulada DIGIT y publicada en 1983, presenta una estructura análoga, centrada en una sociedad completamente automatizada donde el individuo es meramente accesorio. En este relato, unos especialistas en computación son concentrados en una isla artificial para determinar el origen de un acceso no autorizado al sistema y neutralizar a los responsables. La tarea se complica, al negarles el ordenador ciertas informaciones vitales, con la excusa de no influir en su análisis. Cuando el grupo está cerca de obtener respuestas, la isla es asaltada por un grupo de origen desconocido que elimina a la mayoría de los especialistas. Los restantes son torturados para sonsacarles información que permita desconectar definitivamente el sistema. Se suceden nuevos episodios extraños y sucesivamente van muriendo los asaltantes, hasta que finalmente sólo quedan dos supervivientes, la dirigente del grupo agresor, Mya, y el analista en jefe Byteheart. Resignados al fracaso de sus respectivas misiones, comienzan a dialogar civilizadamente por primera vez, y de las revelaciones de ambos protagonistas se deduce que el equipo asaltante ha sido guiado y controlado en todo momento por el propio sistema, que pretende de esta forma evitar el estancamiento y la degradación mental al que la sociedad ha llegado. No obstante, Byteheart está condicionado hasta tal punto que se niega a creer que el sistema pretenda modificarse a sí mismo, y en su ofuscación acaba por asesinar a Mya, creyendo que así ha salvado el mundo. El final de la novela es incierto y deja abierta la cuestión si Byteheart será recompensado por haber evitado el sabotaje o, por el contrario, será eliminado por el sistema.
A modo de síntesis, la literatura de ciencia ficción, al igual que otros géneros de amplia difusión, ha sido repetidamente el objeto de estudio por parte de los psiquiatras y psicólogos, fundamentalmente a partir de 1955, cuando la tendencia dominante deja progresivamente de estar centrada en los estereotipos de la conquista espacial y la figura heroica para comenzar a fijarse en cuestiones socialmente sutiles, tales como la ideología, la organización social y el impacto (negativo) de una saturación tecnológica. La correlación entre un exceso de información, el avance tecnológico, la aparición de nuevos síndromes psicológicos o psiquiátricos y la disconformidad social, postulada en la literatura especializada en psicología, aunque objetable en ciertas de las implicaciones que se establecen, no deja de ser un fenómeno palpable que se ha ido consolidando a lo largo del tiempo.[19] No obstante, las conclusiones de los psicólogos son generalmente negativas, y no son pocos los especialistas que asocian la ciencia ficción con conductas antisociales, fantasías insanas o tendencias radicales, reduciéndola a obsesiones enfermizas que frecuentemente se justifican recurriendo a las controvertidas hipótesis freudianas. Por otro lado, la ciencia ficción manifiesta una sana desconfianza hacia la psicología, dado que ésta puede transfigurarse en un arma de doble filo cuya pretensión sea uniformizar la sociedad. Sea como fuere, las representaciones culturales del llamado postmodernismo y las nuevas tecnologías han sido un constante tema de debate en la ciencia ficción, que, lejos de asimilar mansamente los postulados que se pretenden imponer como nuevos dogmas de fe, se rebela contra éstos y nos induce a no renunciar a las armas más poderosas que están a nuestro alcance, que son el raciocinio y el espíritu crítico. Se nos plantea la cuestión personal e intransferible de qué variante es preferible: la del ciudadano modélico que admite sin discusión el orquestado patrón oficial, o la del individuo que se niega a delegar en otros la tarea de discurrir sobre la realidad que le rodea y sacar conclusiones, aún a costa de ser anatemizado como elemento discordante y potencialmente desestabilizador. Faber est suae quisque fortunae.
REFERENCIAS
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[1] Véase Hubbard LR 1956 Dianetics: The Modern Science of Mental Health (Silver Spring MD, Distribution Center Inc.).
[2] Las alarmantes condiciones reinantes en algunos de los psiquiátricos estatales quedan bien reflejadas, a pesar del continuo sensacionalismo, en el libro Deutsch, A (1948) The Shame of the States (New York, Harcourt, Brace & Co.).
[3] Véase por ejemplo el artículo de Bernabeu y las referencias citadas allí.
[4] El ejemplo más notorio de la inestabilidad de Calvin puede encontrarse en el relato ¡Mentiroso! (1941).
[5] Las citadas leyes, conforme a la política editorial instaurada por J. W. Campbell, debían plasmar su característico antropocentrismo. Cabe pensar que esto oculta un cierto temor a ser superado por la tecnología.
[6] Véase por ejemplo H. W. Franke (1970) Estética cibernética, Boletín del Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid 12, 11-15.
[7] El error está basado en un intercambio de palabras, al confundir "Kim" de Rudyard Kipling con "Kidnapped" de R. L. Stevenson.
[8] Robert. L. Stevenson falleció en 1894, estando el relato ambientado en 1965.
[9] Aquí interviene el problema aún no resuelto de la correcta interpretación semántica por parte de las computadoras. Este hecho también ha sido analizado por parte de los psicólogos. Véase la referencia de Winograd.
[10] Piotr Borisovich Gannushkin (1875-1933), célebre alienista ruso y uno de las principales autoridades en el estudio de los desórdenes de la personalidad.
[11] Véase asimismo el ensayo sobre la esquizofrenia incluido en The Shifting Realities of Philip K. Dick citado en la bibliografía, que ofrece un interesante punto de vista sobre esta dolencia.
[12] Este libro es un inquietante ejemplo que ilustra como la complicidad entre los medios audiovisuales y la política constituyen una poderosa herramienta para moldear la opinión pública y desacreditar a los escépticos, y en la que la psiquiatría ha actuado en ocasiones como un oscuro aliado.
[13] Aparentemente, la única traducción al español de este relato apareció en el nº 8 de la revista Minotauro, accesible en el enlace https://ahira.com.ar/revistas/minotauro-fantasia-y-ciencia-ficcion/
[14] Formalmente, no existen diferencias sustanciales entre esta teoría, propagada por el propio Skinner, y los estudios de Pavlov, siendo el objetivo final el mismo, la obtención de sujetos dóciles y exentos de autonomía propia.
[15] Cualquiera que sea el significado que se le atribuya a este término, no deja de ser una percepción puramente subjetiva.
[16] Esta explicación, siendo una consecuencia directa del materialismo dialéctico, es en todos sus aspectos más razonable y realista que las quimeras antropocéntricas defendidas por otros autores.
[17] La opresión y connivencia estatales que se sugieren en esta obra, al margen del momento y lugar específicos en que fue escrita, no han perdido vigencia pese a los años transcurridos.
[18] Franke es asimismo autor de numerosos libros de divulgación científica y de la llamada estética cibernética, en la que es un especialista de reconocido prestigio. Es igualmente notoria su colaboración con M. Weisser en este ámbito.
[19] En este sentido, la saturación informativa se ha convertido en una de las herramientas predilectas para confundir y manipular la opinión pública, al renunciar ésta al exigente proceso de contrastar la fidelidad de las fuentes, dejándose llevar por un sensacionalismo cuidadosamente estudiado.