Así que Carla había vuelto a la ciudad. ¡Después de tantos años! Qué duda cabe que, en aquel grupo de amigos, aquella visita inesperada incomodó a las mujeres de las cinco parejas. Aunque también a los hombres.
No en vano, unos quince años atrás, cuando los once eran amigos, Carla se había acostado con los cinco hombres. Con uno de ellos tuvo una relación estable aunque corta. Con otros dos tuvo encuentros puntuales antes de que ellos se emparejasen con las que eran sus actuales esposas. Y con los otros dos, dichos encuentros habían tenido lugar cuando ya estaban emparejados con sus actuales parejas. Aquella era, por tanto, una visita incómoda para todos.
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En el cobertizo, Carla y Nico se frotaban como si fueran primitivos queriendo hacer fuego. Carla estaba realmente decidida a llegar a mayores. Por un momento, Nico dudó.
-Con protección, ¿no? -objetó.
-No te preocupes, no puedo quedarme embarazada y nunca podré. Y no tengo ninguna enfermedad -respondió Carla.
Por un momento Nico se dejó llevar, pero luego volvió a parar.
-No, espera... mejor me pongo esto... -logró articular Nico.
Carla tiró el condón de un manotazo, y acto seguido sacó un papel de su bolso. Se lo enseñó a Nico.
Era un informe de enfermedades venéreas. Todo negativo. Nico rió.
-Espera... ¿vas por ahí siempre con esto? ¿Tanto haces esto? ¿Qué eres? ¿Una actriz porno? ¿O...? -ahí se cortó en seco. Luego continuó- ¿Con cuántos has...?
Carla le señaló con el dedo, furiosa.
-No, no soy una actriz porno. Me gusta y punto. ¿Por qué las tías promiscuas son reprobables pero los tíos promiscuos son unos machotes?
-Vale, vale, no pretendía...
-¡Vamos, idiota!
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Dos besos, mua mua, dos besos, mua mua. Todos sonreían a Carla en su recibimiento. Incluidas ellas.
Quince años habían pasado, nada menos.
En aquel encuentro al aire libre, Carla sabía que las chicas no desaprovecharían la ocasión de traer a sus hijos. Sin duda, se acordarían de que ella no podía, y de lo mucho que siempre había manifestado lo que eso le frustraba. Nueve hijos sumaban entre las cinco parejas. Haber logrado que asistieran también los hijos adolescentes a dicho extraño encuentro les habría costado duras negociaciones. Iban a la carga.
-Bueno, ¿qué tal te van las cosas, Carla? -preguntó Estela, esposa de Nicolás.
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El trajín había superado el umbral de lo inevitable. Entre gritos, a los fluidos de Carla se sumaron, explosivos, los de Nico.
Mientras la semilla de Nico viajaba hacia Carla, cierto virus salía de Carla y hacía el viaje contrario hacia el interior de Nico. Uretra, próstata, conducto deferente, gónadas, células germinales. Núcleos celulares.
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Todos los presentes hacían breves resúmenes de sus vidas durante los últimos quince años. Carla sujetaba en sus piernas a los dos niños más pequeños, las chicas habían insistido. "¡Venga, una foto! ¡Una foto!" dijeron. Después de la foto, decidieron que los dos niños estaban bien donde estaban, sobre las piernas de Carla.
Todos los niños aparentaban estar sanísimos.
Carla no estaba molesta ante la insistencia de las demás en que la chiquillería le rodease. Sabía lo que todo aquello representaba, pero lo llevaba bien.
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Mientras Carla y Nico se vestían apresuradamente, el virus de Carla se desencadenaba en los genitales de Nico.
Al salir del cobertizo, ambos separaron sus caminos. Estela no debía encontrarles juntos.
Carla estaba satisfecha. Recordaba lo que había pensado tantas veces antes: un hombre que resulte atrayente a las mujeres puede tener más hijos que una mujer que cumpla lo contrario. Al fin y al cabo, una mujer no puede tener más de un embarazo al año, pero un solo hombre podría dejar embarazadas a miles de mujeres a lo largo de su vida. Así que los genes masculinos son, precisamente, los que pueden expandirse de manera más explosiva en una sola generación.
Y sin embargo, pensaba Carla, una mujer normal que no sea exigente tiene mucho más acceso al sexo que un hombre normal que no sea exigente. Si una mujer se insinúa con claridad evidente y hace que todo sea directo y obvio, los hombres se le acercan en manada. En realidad, ni siquiera hace falta ser especialmente atractiva. Tampoco hace falta intentar envolver todo en una bonita historia, como suele hacer falta al revés aunque dicha historia sea breve. Ir completamente al grano suele funcionar.
Silenciosamente, los virus de Carla, portadores de los genes de la propia Carla, comenzaron a eliminar los genes de Nico presentes en sus gónadas y a ponerse ellos en su lugar. En adelante, la espermatogénesis de Nico generaría espermatozoides que esparcirían los genes de Carla, no los de Nico.
Tras tantas generaciones de invasiones genéticas, los genes del linaje de Carla habían aprendido a no levantar sospechas. En algunos virus de Carla, la información genética del último cromosoma se partía en dos, y una mitad se descartaba. Así sus víctimas también podrían tener algunos hijos varones.
Todos los hombres con los que Carla se había acostado trabajarían, durante el resto de sus vidas, para propagar los genes de la propia Carla sin que ellos lo supieran. Decididamente, la forma más explosiva de propagar los genes propios no era ser un hombre muy atrayente. Lo verdaderamente óptimo era ser de la familia de Carla. Y si además se era mujer, aún mejor.
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Algunos niños se habían alejado unos metros del grupo y jugaban en un arroyo cercano lleno de mosquitos. El arroyo parecía estancado. Carla lo miró y pensó que allí los niños podrían coger cualquier infección.
Se apresuró a su encuentro y los alejó del lugar. Aunque no estaba acostumbrada a hacerlo, sentía el deseo de proteger a sus hijos.
Desde la distancia, se preocupaba de sus hijos, y organizaba frecuentemente encuentros como éste para volver a verlos alguna vez. Tenía constancia directa de más de quinientos hijos. Podrían ser cien veces más.
Estaba hecha toda una madraza.