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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Jueves, 26 de junio de 2025

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El viaje en el tiempo

El descubrimiento del viaje en el tiempo fue puro azar, un resultado inesperado de una investigación encaminada a enviar grandes cantidades de energía sin necesidad de más soporte físico que el aire. La idea surgió, como otras muchas, en una tormenta de ideas lanzadas a través de vaporosas nubes alcohólicas, mezcla de cerveza y bourbon, a la salida de una poco productiva jornada en el laboratorio nacional de física experimental dependiente del ministerio del ejército.

Alguien, entre trago y trago, dijo que si el sol está a 150 millones de kilómetros y su energía calorífica nos llega hasta aquí, sustentada solo por un poquito de polvo y plasma en un ambiente de casi nula densidad (unas pocas partículas por centímetro cúbico), ¿por qué no se podría enviar de manera eficiente, y sin necesidad de soporte físico, energía a muchísima menor distancia, digamos 100 o 1000 kilómetros, por esta sopa mucho más densa que constituye nuestra atmósfera? Otro dato surgido de ese éter etílico fue que la electricidad de los rayos en las tormentas puede recorrer hasta 300 kilómetros, así que...

Puede que no estuviesen muy borrachos o quizás demasiado, la cuestión es que a algunos les quedó la idea en la cabeza y, dándole algunas vueltas, se propusieron hacer algo sobre ese tema en sus horas libres, aprovechando algunos equipos y restos de financiación que habían quedado de proyectos ya terminados.

Evidentemente el primer requisito era disponer de un sistema para poder almacenar, por una parte, energía suficiente para enviar y, por otra, tener la necesaria para activar el envío. En principio no debería haber dificultades para ello: el laboratorio se suministraba de una de las más modernas centrales de fusión nuclear en funcionamiento, ubicado cerca de ella, aunque no tanto como para que cualquier "problema" pudiese afectarlos. Otra de las premisas era que el sistema resultante fuese energéticamente eficiente, es decir, que la energía consumida en el envío no fuese mayor que la energía enviada, ni, por supuesto, que el proceso resultase más caro que los sistemas tradicionales.

El centro estaba aislado y su existencia era casi un secreto, algo que muy pocos conocían. Estaba situado lejos de cualquier núcleo habitado por el potencial peligro que suponía que las enormes fuerzas con las que se trabajaba pudiesen "escapar" al control. El propósito inicial fue construir un equipo emisor/receptor (E/R) para poder intercambiar energía entre puntos relativamente distantes. Las condiciones de trabajo en el equipo experimental E/R eran extremas, ya que se pretendía que la entropía fuese cercana a 0 (similar al espacio interplanetario), por lo que la temperatura se mantenía siempre por debajo de los 250ºK, lo que permitía trabajar con cuantos de energía, aumentando así la seguridad.

Se constituyeron dos equipos de voluntarios. Por un lado, los físicos teóricos y los informáticos, que lanzaban sus teorías, sus ecuaciones, creaban los programas de ordenador y estudiaban su viabilidad práctica. Por otro lado, físicos experimentales e ingenieros trataban de traducir en "máquinas" reales las ideas, las probaban y veían los posibles errores de funcionamiento.

Después de un largo periodo experimental, miles de cálculos y cientos de experimentos fallidos, una vez conseguido un aceptable nivel de seguridad se construyeron dos prototipos (PE-0.9 y PR-0.9) para hacer una prueba a escala real. La primera incógnita era como funcionarían a temperaturas mayores (a pesar de una potente refrigeración), con un valor de entropía más elevado. PE-0.9, que actuaría como emisor, se situó en el exterior del laboratorio y PR-0.9, como receptor, en un área desértica a unos 10 km de distancia. Ambos tenían una sincronización temporal para determinar el tiempo de tránsito de la energía enviada (una pequeña cantidad para esta primera prueba). Se activó el mecanismo y, sin un destello de luz, el emisor desapareció. Cuando, tras esa sorpresa inicial, apenas se reponían del estupor, vieron que el prototipo reaparecía intacto en el mismo lugar. Bueno intacto del todo no. El reloj marcaba que habían transcurrido casi 1000 horas desde la activación. Parecía imposible, pero era cierto: ¡en unos pocos segundos el aparato había viajado durante 1000 horas!

Se hicieron mil y una comprobaciones y todo funcionaba como debía, así que volvieron a intentarlo, esta vez grabando imagen y sonido y disponiendo un doble control de tiempo. La energía enviada se redujo a la mitad para evitar cualquier sospecha de sobrecarga. Activado el dispositivo ocurrió lo mismo que la vez anterior, con la diferencia de que el tiempo de "ausencia" medido fue de 500 horas, la mitad que la primera vez, mientras que el tiempo real transcurrido entre la activación (y desaparición) y la reaparición fueron apenas 5 segundos. Había una relación directa entre la energía que se trataba de enviar y el tiempo que "viajaba" la máquina. Tras un buen número de discusiones, teorías más o menos disparatadas y desesperación por no entender qué estaba pasando, llegaron a la conclusión de que eran capaces de hacer viajar objetos por el tiempo.

En ese momento a uno de los implicados se le ocurrió comentarlo con alguno de los responsables militares del complejo. Aquello desató un verdadero maremágnum. A los militares se les pusieron los ojos en blanco pensando en todas las posibles utilizaciones que podría tener ese descubrimiento aplicándolo a sus actividades. Los científicos, que sólo habían considerado las opciones históricas hacia el pasado o hacia el futuro, empezaron a asustarse.

A los pocos días una amplia delegación formada por miembros del gobierno, de los servicios secretos y de las más altas esferas militares, se presentaron allí. Reunieron a todos los implicados en el descubrimiento y, después de haberles interrogado a fondo y haberles hecho firmar una montaña de documentos sobre secretos oficiales, preñados todos ellos de mil y una amenazas, les ofrecieron financiación absoluta para desarrollar el proyecto y ser capaces de enviar personas hacia adelante o hacia atrás en el tiempo, vamos, que pidiesen por esas boquitas lo que necesitasen que lo tendrían.

Después de bastantes pruebas, se lograron definir las ecuaciones que controlaban el proceso del viaje, en el que influía de manera notable la energía de impulso y la masa que se movía. Se construyó una máquina experimental, con un sistema de programación que la hiciese volver automáticamente al presente al cabo de unos pocos segundos de viaje. Se realizaron varios experimentos a distancias temporales progresivas (restringidas a unos pocos cientos de años) primero con plantas y después con pequeños roedores y otros animales, hasta el definitivo, con un chimpancé. Hay que dejar claro que no fue tan sencillo como aquí se resume. Las primeras plantas volvían (siempre los viajes eran de 5 s) marchitas, chamuscadas, con los frutos desarrollados, en fin, que sí se dieron problemas, como cuando el ratón que se envió en el experimento R-56 regresó sin cabeza, o cosas más extrañas, como el envío de un gorrión macho que volvió con un nido y cinco huevos. Pero todos esos "fallos" fueron subsanándose hasta lograr resultados que, repetidos una y otra vez, fueron completamente satisfactorios.

Conscientes de los peligros, comprobaron todos los datos y construyeron un dispositivo portable en una mochila que permitiría viajar, de momento, un máximo de 2000 años al pasado. Estaban razonablemente seguros de que en ese tiempo no habría cataclismos geológicos que hiciesen materializarse al viajero en el interior de una montaña o en el fondo del mar. Los viajes al futuro suponían un riesgo mucho mayor, así que de momento quedaban aparcados para una segunda fase.

Por fin llegó el día de la prueba. Decidieron que irían tres personas con el fin de poder ayudarse si algo iba mal y, aunque no era necesario más que uno, cada uno de ellos llevaría una versión del dispositivo de control temporal que, en caso necesario, podría hacerles regresar a los tres. Ni que decir tiene que los oficiales del ejército responsables del laboratorio, los políticos invitados y agencias varias de nombres raros, estaban, no solo expectantes, sino entusiasmados, frotándose las manos pensando ya en las aplicaciones que podría tener tal descubrimiento.

Se eligió un corto viaje que los mantuviese un minuto en la fecha del uno de enero del año mil como primera estación. Salieron todos al exterior, los viajeros, provistos de elementos de grabación de imagen y sonido, activaron las máquinas y desaparecieron; al minuto exacto reaparecieron los tres y todos empezaron a aplaudir; desaparecieron otra vez y al minuto exacto volvieron a aparecer y todos empezaron a aplaudir; desaparecieron otra vez y al minuto exacto volvieron a aparecer y todos empezaron a aplaudir; desaparecieron otra vez y al minuto exacto volvieron a aparecer y todos empezaron a aplaudir...

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