No puedo luchar contra un fantasma. No soy ella. No tengo sus ojos, sus labios ni su figura. No tengo su sonrisa, su porte y su alegría. No tengo su brillantez, su saber estar y su chispa. No me lo dices, pero tus ojos no logran ocultarlo. Soy tu segunda opción.
Cambio mi pelo y mi cuerpo, cambian mi cara y mis facciones. Me parezco más a ella.
¿Me querrás ahora?
No basta, lo noto.
Cambio mis andares, mis gestos, mi presencia. Me muevo como ella.
¿Me querrás ahora?
Tampoco es suficiente.
Cambio mi risa, mis momentos de alegría y de pena. Siento como ella.
¿Me querrás ahora?
No basta, nunca basta.
Cambio mis temas de conversación, mis opiniones, mi manera de pensar.
¿Me querrás ahora?
Tampoco es suficiente.
Entonces pido cambiar mis genes. Es doloroso, inicialmente autoinmune. Finalmente soy su gemela.
¿Me querrás ahora?
No. Sigues torciendo el gesto. Casi imperceptiblemente, pero lo haces.
Sólo te valdrá una cosa.
Con los miles de vídeos, textos y fotos que atesoras de ella, pido que programen el titiritero que jalará de mis cuerdas para que yo diga lo que diría ella, piense lo que pensaría ella y, sobre todo, recuerde lo que recordaría ella.
Si en adelante mi memoria a corto y largo plazo ya no me otorgarán la falsa sensación de continuidad de la existencia propia que llamamos consciencia, si ya no recordaré ser yo, si mis antiguas cuerdas se rompen y me gobiernan otras, entonces seré ella.
¿Existiré entonces?
¿La querrás ahora?
