¿Conocéis la frase: "la vida son tres días"? Pues, para mí, es real.
Me presento, soy Efímera. Solo tengo tres días para conocer el mundo y morir plácidamente pensando que hice todo lo posible por aprovechar mi existencia. Es cierto que no gozo de una infancia larga, pero ahí está la gracia de la vida, salir y explorar, ver qué secretos se esconden a nuestro alrededor. Entre tanto te entretienes luchando por sobrevivir en un entorno que no sabes lo que depara.
Es curioso cómo el hecho de respirar y querer morir de forma natural resulta ser un acto de rebeldía. Todo sea por mantener la vida. Un día tras otro te lo pasas huyendo de esos grandes verdugos.
Todo se resume en una idea: sobrevivir.
Pero, ¿qué significa realmente vivir cuando el tiempo se mide en horas? Tres días podrían ser una condena; para mí, son un regalo. El primer día apenas aprendo a usar mis alas. El viento me sostiene y el sol me calienta. Todo me deslumbra.
El segundo día busco a otro como yo y durante unos instantes siento que el universo se detiene. No hay miedo, no hay prisa.
El tercer día amanece silencioso. Mis alas se debilitan, pero mi mente está en paz. La eternidad no es tiempo, es intensidad. Morir no es desaparecer, sino volver a formar parte de aquello que siempre estuvo vivo.
He sido breve, sí, pero también libre. Y eso, al final, basta para decir que he vivido.
