El papel ya no existe. Escribo en las paredes con restos de comida para recuperar un rastro de las sensaciones que ni siquiera me pertenecen, que conocí gracias a los recuerdos transmitidos por el robot arraigado en mi cerebro con metálicas garras, que me dan vida y me destruyen a la vez.
Me pregunto si siguen existiendo las emociones o si la rabia y el anhelo que siento ahora son solo sensaciones que el ordenador alimenta a mi cerebro. Quiero arrancármelo de la mente, lo he intentado, pero no puedo. Exprime mis pensamientos, mis ideas, mis sentimientos, me deja con nada salvo una estúpida sonrisa en la cara, riéndome de cualquier basura que están inyectando en mi cerebro a diario, porque es más fácil comer de la cuchara de otro que alimentarte solo, y pienso para mí mismo solo algunos minutos a la semana, cuando el sonido del agua cayendo a mis pies consigue cubrir el estruendo del maldito ordenador.
Y las personas que caminan con sonrisas tontas a mi lado en las calles grises, debajo de la esterilizada luz blanca de miles de lámparas, ¿reciben los mismos recuerdos que yo? ¿Acaso no nos hemos convertido todos en copias reemplazables del semejante?
Sufro. Han intentado deshacerse del sufrimiento con la afluencia de placer, pero sin lo malo no existe lo bueno y solo queda lo malo, así que sufro.
¿Por qué hemos dejado en manos de una máquina que solo entiende unos y ceros nuestra autonomía?
