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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Sábado, 7 de diciembre de 2024

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El viaje

El ing-des adjunto, como eran conocidos los ingenieros de desplazamiento en el Finding, recorrió los estrechos pasillos de la nave supervisando, como era su rutina, que todo siguiera en orden. Se tomaba su trabajo en serio; no en vano llegar a formar parte del Proyecto Signal había requerido muchos sacrificios. Su labor consistía en verificar el correcto flujo de energía negativa  y minimizar los elevados riesgos que pudieran producirse con la manipulación de la sustancia, capaz de generar esta energía: la antimateria.

 

 

Se acercó a su compañera para el intercambio regular de datos. Ya se conocían lo suficiente como para permitirse cierta camaradería, pero él no le perdonaba el desdén con que trataba a aquellos que consideraba inferiores a ella. El concepto de desplazamiento interestelar  alterando la constante espacio-tiempo, acortándolo en la parte delantera de la nave y alargándolo por la parte posterior, no era algo fácil de asimilar para todas la mentes, pues había de suponer  la inmovilidad de la nave, mientras todo el universo se movía a su alrededor.

La ing-des superior  ladró una orden a un pobre técnico de desplazamiento que pasaba por allí. Los datos no cuadraban, y demasiada energía en la parte frontal podría llevar al desastre.  Había demasiada tensión. El final de la primera parte de la misión estaba próximo a concluir, y se esperaba llegar al objetivo en un periodo espacio-temporal inminente. Si en algún momento la misión requería precisión en los cálculos, era precisamente aquel. Fue el Ingeniero adjunto el que descubrió el error al revisar los cálculos: la ingeniera superior se había equivocado. Aunque no era algo de lo que a ella se le pudiera informar. Se limitó a corregir los requerimientos, y procedió a informar al personal que el fallo había sido solucionado.

El relevo vino después, cuando la situación empezaba a tornarse demasiado frustrante. Decidió relajarse subiendo a la plataforma de observación. Hacía ya varias décadas que la humanidad había descubierto aquella extraña señal. Ningún dispositivo de captación había podido determinar con exactitud el origen y significado de esta señal. Pero esta era la primera vez, tras varios años de complejas investigaciones, modestos triunfos y estrepitosos desastres, que se conseguía generar antimateria suficiente como para aproximarse lo suficientemente de aquel punto en el  extremo más alejado del universo, de donde surgía aquella desconocida señal. El viaje requería incontables ciclos de sueño y una fortaleza de ánimo necesaria para soportar todos los rigores que requerían la convivencia en los habitáculos de la nave, y la exigencia de la alta concentración mental que el trabajo diario requería. El personal de la nave había sido exquisitamente seleccionado  y formado, y absolutamente nada había sido abandonado al azar.

La plataforma de observación se encontraba semidesierta.  Pequeños grupúsculos de gente se reunían y disolvían con cierta celeridad. El ingeniero adjunto solo necesitaba unos minutos de soledad, aunque sabía que era algo difícil de conseguir en aquella nave, donde lo cotidiano eran las apreturas y una convivencia feroz. Pero ahora lo estaba. Algo pasaba. Era fácil de percibir.

La plataforma de observación, diseñada a modo de recreo del personal, no era, evidentemente, una plataforma de observación verdadera. Aunque pudiera construirse una que permitiera una  observación verídica, no habría forma real de ver  lo que ocurría fuera de la nave, o estaría tan distorsionado, que no sería precisamente algo que pudiera destinarse al ocio del personal. Consistía en una recreación de las galaxias y sistemas, que eran observados desde un punto de vista de un observador extraestelar. Pero los diseñadores de tal portento habían subestimado la capacidad de tolerancia rutinaria del personal: después de tantos ciclos, resultaba aburrido.

Después de meditarlo largamente, y a pesar de saber que no era el mejor momento, el ing-des decidió aventurarse a visitar al astrofísico adjunto segundo, que habitualmente le tenía informado de todas las menudencias de los nuevos descubrimientos. Tal como esperaba, el astrofísico adjunto segundo, no se alegró de verle. Se percibía cierta presión en la plataforma de análisis, reunía más personal del que acostumbraba a ver. El comandante superior, que se había dignado a visitar la plataforma de análisis, veía mermado su poder en cierta medida, pues no era capaz de imponer  serenidad entre el personal fuera de turno, y aquellos que no trabajaban, incluso los que tocaban a sueño, se habían amontonado y dispersado sobre las diversas plataformas, en busca de información.

—Nos encontramos ahora en uno de los “pliegues del universo”, para que tú me entiendas —explicaba el Astro-Físico—; no conseguimos entenderlo bien, ni determinar de qué se trata, pero parece que la señal nos envuelve y por detrás de esta, percibimos como una especie de realidad distorsionada. Necesitamos acercarnos más para estudiar detenidamente con qué tipo de fuerza, o magnitud nos estamos enfrentando.

El ing-des nunca había conseguido entender del todo al astrofísico, pero se hacía el entendido.

—¿Y cuál es el siguiente paso? —preguntó.

—Esperamos órdenes de la tierra. Llevará tiempo.

Pero el comandante superior, no esperó. Lanzó la orden de avanzar hacia la señal.

—No podemos establecer concretamente dónde está la señal, pues en realidad sabemos que esta por aquí pero no sabemos exactamente de dónde viene —continuaba explicando el astrofísico segundo, que en realidad se sentía encantado de tener una pequeña audiencia en momentos tan trascendentes—. Lo que sí sabemos  es que las mediciones que estamos realizando según nos acercamos al foco, son imposibles. Y no son errores, lo hemos comprobado.

El ing-des no lo había percibido, pero la plataforma de análisis de datos estaba a rebosar. Reconoció a sus compañeros, los que debieran estar trabajando ahora mismo. La ingeniera de desplazamiento superior había perdido todo rastro de despotismo, y su cara reflejaba consternación. Se dirigió hacia ella. Una sensación de inseguridad  se apoderó de él. La ingeniera le respondió incluso antes de que él preguntara:

—No podemos movernos en ninguna dirección. Los aplicadores de dirección han reventado… y la nave parece desplazarse…sin ningún control por nuestra parte.

—¿Hacia  dónde vamos? —Notó que la inseguridad se desvanecía. Ahora solo sentía angustia.

—No lo sabemos. Estamos intentando resolverlo, pero… 

Lo que había interrumpido a la ingeniera era el silencio total, el pánico general y una inquietante sensación de velocidad y aplastamiento. Pasó pronto, pero no el miedo. Alguien llamaba al orden y la calma; a pesar de todo, no eran personas comunes: habían recibido preparación para afrontar situaciones extremas.

El ing-des volvió con el astrofísico.

—¿Qué es lo que ocurre? —Lo preguntó con una exigencia que en otras circunstancias no habrían sido toleradas.

El astrofísico le miró con indignación, pero le respondió.

—¿Qué crees que hacemos? ¡Intentamos averiguarlo! La entropía es máxima, y sin embargo estamos seguros de que no estamos ante un agujero negro.

El astrofísico primero requirió la presencia del segundo. Habían descubierto que la señal se había hecho más corta, y repetida en frecuencias constantes. Además de eso, se había convertido en una señal interpretable: ¡era un mensaje!

Los ingenieros de sistemas buscaron en todos sus códigos conocidos, a fin de descifrar la señal. El comandante superior  revindicaba su poder dando órdenes, a veces innecesarias, pues todo el personal tenía claro su labor. Los fuera de servicio encontraron su lugar adecuado, entre no estorbar y no perder detalle de los acontecimientos. Cuando los códigos fueron interpretados, se decidió analizarlos en la plataforma de observación, que en ninguna otra ocasión estuvo tan concurrida. Lo que  pudo verse en el visor no era lo esperado, pero si lo habitual: lo que durante incontables ciclos de sueño se había podido ver en la plataforma de observación, podía verse ahora, es decir una visión extraestelar del universo, pero en un tamaño más cercano a lo que sería la percepción humana, y en el centro la fácilmente reconocible figura del Finding flotando en el espacio.

—¡No es una señal! ¡Es un espejo! —gritó un técnico de desplazamiento. Y la ingeniera de desplazamiento superior le miró con desdén.

Los astrofísicos no lo entendían. ¿Qué había allí que absorbiera determinadas señales que el universo emitía y que de alguna manera las devolviese? Y de forma reproducible, pero ¿cómo?, ¿y cómo podían estar allí simplemente visionando ese rebote?

Pero ya todos habían centrado su atención en el visor: en él se podía observar cómo la nave de pronto chocaba con algo invisible, aplastaba imperceptiblemente su casco en un principio, para después  estallar por la parte frontal transmitiéndose la implosión a la parte posterior. No dio tiempo a pensar. El terror ya había paralizado casi todos los corazones que aún latían. Solo alguna que otra mente fría, repasando conocimientos, pudo entender antes de perderse  que lo que estaban viendo no era un reflejo, solo era una reproducción de un evento inevitable.

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Seis meses después, la nave n.º 3 del proyecto de investigación Signal II flotaba a suficiente distancia de aquella extraña cicatriz en el tejido espacio-tiempo, desde donde meses antes aparentemente había brotado la extraña señal, y había tenido lugar el accidente. Ahora, la señal apenas era perceptible.

El investigador principal miraba a la pantalla ensimismado. Por fin había encontrado lo que estaba buscando. La memoria de su mentor quedaría libre de toda mofa. Sin embargo, solo podía sentir un extraño vacío interno. Recordaba a su familia, ahora tan lejana. Miró a su mano derecha, como tres meses antes hiciera su hija con tanta atención, tratando de analizar sus formas. Sonrió al pensar en los esfuerzos de su hija para entender lo que él intentaba explicarle:

“Pero entonces, ¿somos como dibujos animados?”, le decía la chiquilla. “No puede ser, papi”, y se movía lentamente abriendo los brazos y trazando círculos irregulares, dándole a entender que el mundo era mucho más amplio de lo que él decía.

Ninguno de ellos le había perdonado que se fuera y les dejará en busca de “su” verdad.

—Pues parece  que la “pantalla de cine” tiene una pequeña grieta. —Uno de sus alumnos interrumpió sus pensamientos. Lo decía con cierta sorna, pero los ojos y la sonrisa del joven denotaban la euforia y entusiasmo del momento.

—Por fin tenemos pruebas —musitó el investigador principal. Su humor no era tan excelente. No todo el mundo aceptaría la verdad. El dinero invertido, las luchas y debates, las humillaciones recibidas... Para él, los datos del hológrafo eran indiscutibles, pero siempre habría alguien que los rebatiría. Más lucha. Empezó a pensar en su exposición al mundo: comenzaría citando a un físico que vivió siglos atrás, y que proponía que el universo era plano, y continuaría aludiendo al famoso mito de Platón y su caverna, sobre como somos en realidad sombras en la pared, un reflejo y por último expondría su teoría sobre desde donde provenía la proyección que daba forma al universo.

Dirigió su mirada al estudiante, y por primera vez sonrió:

—Sí, somos dibujos animados.  

 

 

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