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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Sábado, 21 de diciembre de 2024

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Entrevista a José Manuel Blecua: "Los jóvenes se interesan mucho por el uso de la lengua, porque la escritura está más viva que nunca"

Días antes de impartir la conferencia inaugural de la XXVII edición de los Cursos de Verano de la Complutense en San Lorenzo de El Escorial, José Manuel Blecua nos recibe en la RAE, institución que dirige. Ubicado en el centro de Madrid, junto al Museo del Prado, el edificio conjuga perfectamente la tradición con la modernidad. En sus salas hay tanto percheros nominales para los académicos como ordenadores y tabletas y, por supuesto, muchos, muchos libros, varios miles de ellos ordenados, según su tamaño, en estanterías hechas a medida en una de las más bellas bibliotecas que se puedan visitar.

- La RAE ha cumplido 300 años. ¿Le va pesando la edad?
- Al contrario. El edificio que la alberga actualmente es sólo de 1894, pero la Academia se mantiene con una actividad y un trabajo constante desde el 3 de agosto de 1713 y salvo unas interrupciones pequeñas, en la época de la guerra de Independencia cuando las Cortes de Cádiz, y otras durante la guerra civil, no ha dejado de funcionar nunca, y eso es algo maravilloso. Se conservan todas las actas y desde la primera reunión está puntualmente escrito todo, todo, todo.


- El objetivo fundacional era hacer un gran diccionario de la lengua, ¿se pensaba que con esa meta cumplida iba a desaparecer o que iba a perdurar?
- Las instituciones del XVIII, de la época del rey Felipe V, que son la RAE y la Biblioteca Nacional, que tiene un año más, son un reflejo del comienzo de la Ilustración y yo creo que había voluntad de permanencia, a imitación de las academias que existían en otros países. En Italia, la Academia de Florencia es del XVI y es la que inspira al resto de academias, y todavía sigue funcionando, lo que me parece asombroso. La francesa es de finales del XVII, así que la nuestra es la más tardía.


- Algo después de su creación se crea su famoso lema.
- Sí, el de "Limpia, fija y da esplendor".


- ¿Se podría decir que es un lema que sigue vigente?
- Bueno, todo ha cambiado mucho, porque aquel está pensado a partir del crisol, que era la técnica de la minería, sobre todo de la minería americana, para la separación de los metales. Los crisoles eran la pieza fundamental para trabajar y en la minería de América fue un gran avance tecnológico de la época. De hecho el crisol forma parte de toda una tradición científica, así que pensaron que igual que se separan los metales, también se separan las palabras, y una vez que se fijan, como el metal cuando se enfría, se le da esplendor, que era una palabra muy reciente en aquella época. Pero sí, el trabajo fundamental de la Academia sigue siendo precisamente trabajar en la limpieza del lenguaje.


- En el último estatuto de la RAE, del año 1993 se dice que la misión principal de la Academia es la defensa de la unidad de la lengua española. ¿Eso es más importante que la limpieza?
- Lo de la unidad de la lengua española va muy unido a la función de la Asociación de Academias que se creó a mediados del siglo XX, a iniciativa del presidente mexicano Miguel Alemán. Nació entonces esta Asociación que une a todas las academias de la lengua española y tiene un funcionamiento realmente asombroso, porque a pesar de todas las dificultades de la distancia, de la crisis económica y de los problemas políticos, tampoco ha dejado de funcionar nunca. Nos reunimos prácticamente todos los años los representantes de las veintidós academias y estamos muy bien avenidos, que es de las cosas más maravillosas, porque están todos los regímenes políticos y ha permanecido a pesar de todo. Ahora ya se ha creado la academia en Guinea y se unirá a la Asociación en breve. Es muy agradable pensar que todos los territorios que tienen lengua española van a estar unidos en una misma organización.


- ¿De esa unión es de donde surgió la idea del Diccionario Panhispánico de Dudas?
- Exactamente. La Ortografía de 1999 fue la primera que llevó la lista de todas las academias y el Panhispánico de 2005 es la primera obra que se hace con una comisión de academias americanas, que votan, discuten y aprueban cada uno de los artículos del diccionario.


- ¿Es una obra que se revisará en breve?
- Está siempre en revisión y además ya está en la Red que, gracias a Dios, nos ha resuelto gran parte de los problemas con algunas de nuestras obras. Por ejemplo, el Diccionario Histórico ya no se va a hacer en papel, porque es muy caro y muy complejo en estos momentos, así que sólo va a tener vida, y de hecho ya la tiene, en Internet.


- ¿De acceso gratuito para cualquiera?
- Sí, sí, todo. Y este es otro de los problemas porque cada uno de los telefonillos que se descarga el diccionario es un diccionario menos que se vende, aunque por otra parte así cumplimos el servicio a la sociedad. Hay que recordar que la Academia nació como un servicio a la nación española y así lo tenemos que interpretar. El problema es que hay que subsistir.


- ¿Lo hace con dinero público?
- La RAE nunca ha tenido financiación completa. Desde sus orígenes siempre ha funcionado a base de sistemas de parches económicos. En la primera fase el rey concedió un dinero para la impresión del diccionario, porque el resto lo pagaban los académicos, y se trabajaba en casa del marqués que era el director. Luego nos concedieron una parte de las rentas del tabaco, y eso era mucho dinero, así que fue un seguro. La época del general Franco fue de apuros económicos muy graves, pero después el Ministerio de Educación fue cubriendo hasta la mitad del presupuesto. En la época del presidente Zapatero el Diccionario Histórico fue un proyecto de Estado, así que lo pagaron, pero ahora los recortes nos han afectado a todas las instituciones, ya sea el Prado, la Biblioteca Nacional o la RAE. En estos últimos años la aportación de dinero público ha descendido notablemente, hasta un 60 por ciento. Tenemos una fundación pro RAE, que preside su majestad el rey, que es el presidente de honor, porque el presidente ejecutivo es el gobernador del Banco de España. En esa fundación están las empresas del IBEX, y gracias a esto tenemos otros ingresos, y también sacamos algo de la venta de las obras, de los derechos de autor que cada vez son menos.


- Entre esas obras hace poco iniciaron la Biblioteca Clásica, ¿qué tal está funcionando?
- Muy bien. Lo que pasa es que El libro de Alexandre o la gramática de Nebrija no son libros de gran difusión. De todos modos la Biblioteca está quedando muy bonita y son libros de muy largo recorrido, y cuando haya cuarenta o cincuenta será un fondo muy importante. En este caso contamos con un patrocinio muy generoso de La Caixa que nos permite publicar estas obras. Todo se va logrando a base de un mecanismo bastante más complicado de lo que la gente piensa.


- Ha comentado antes que al principio los propios académicos aportaban dinero. ¿Eso sigue siendo así?
- No, todavía no (risas). Hay academias en América que sí lo hacen, pero aquí de momento no.


- Lo que sí comentan los académicos es que aquí se trabaja mucho. ¿Es cierto?
- Sí, trabajan mucho. Aunque también se divierten, sobre todo los que se dedican a la parte del léxico, que es muy bonita. La parte de la gramática es más aburrida, y no le digo la mía, que es la fonética, que es aburridísima (risas).


- Supongo que a usted le gustara.
- A mí me divierte, eso es verdad.


- A veces se dice que la lengua no interesa a la gente, pero la exposición "La lengua y la palabra" que montó la RAE en la Biblioteca Histórica para conmemorar los 300 años ha atraído a miles de personas.
- La gente está muy interesada y en Twitter tenemos seiscientos y pico mil seguidores, que es una cosa asombrosa que crece día a día. Ahí contamos todas las actividades, todo lo que ocurre alrededor de la lengua y respondemos preguntas, que es un servicio complejo.


- ¿Gran parte de esos usuarios son jóvenes?
- Suponemos que habrá gente joven porque normalmente son los que utilizan las redes sociales.


- Así que, ¿no hay que demonizar a la juventud y decir que hablan y escriben fatal?
- No, por Dios, qué va. Los jóvenes, por el hecho de serlo, te abren los ojos a muchas cuestiones en las que nunca habrías pensado y se interesan mucho por el uso de la lengua, porque hoy en día la escritura está más viva que nunca. Lo que es evidente es que la evolución de una lengua siempre refleja la evolución de una sociedad, y cualquier sociedad es muy compleja.


- ¿La RAE no tiene que ir nunca por delante de esa sociedad?
- No debe ir por delante, pero es posible que lo haya hecho alguna vez, como por ejemplo cuando adelantó soluciones léxicas a problemas de préstamos que luego no han tenido éxito. Cuando se crea una forma romance para un anglicismo y luego resulta que el anglicismo sigue venciendo, es un fracaso de la RAE. Por eso es mejor que no vaya delante, sino que siga la evolución lingüística.


- ¿En la nueva edición del diccionario de la RAE hay anglicismos que se han convertido a lengua romance?
- Sí, claro, por ejemplo tableta. Cuando se estrenó el sistema informático con América la inclusión de esta palabra se aprobó en 24 horas, pero quizás habrá que cambiar la definición, porque nosotros pensábamos que las tabletas iban a ser cada vez más pequeñas y al revés, las tabletas cada vez son más grandes, hay incluso mesas que son tabletas. La técnica ha ido por el lado contrario de nuestra definición y ya no nos da tiempo a cambiarla porque el diccionario está ya en segundas pruebas y queda un mes para tirarlo en una imprenta de Italia con máquinas de encuadernar especiales.


- Antes ha hablado del interés de la gente joven por la lengua. ¿Cree que ahora sería posible un programa televisivo como el que tuvo usted en los años 80?
- En el programa Hablando claro lo pasamos muy bien José Antonio Pascual y yo, así como Francisco Rico, que era quien lo dirigía. Yo creo que sí sería posible un programa así, aunque es cierto que aquel era un programa en directo, muy caro, con muchas cámaras y con mucho montaje. Además se pasaba en una hora muy buena, que era la hora anterior al telediario de la tarde. Los jueves a las 8 de la tarde era un segmento cautivo de público porque sólo había una televisión. No sé cómo encajaría hoy, pero trabajar en televisión en directo fue una cosa muy bonita, aunque también enormemente complicada y con muchos riesgos. Se pasa un miedo espantoso, pero lo recuerdo como una gran experiencia porque explicar a ocho millones de personas es una cosa inverosímil, que nunca se le ha pasado por la cabeza a un profesor. Además la televisión tiene un efecto inmediato y bien manejada es un arma de futuro espléndida.


- Hablando de profesores, ¿el verdadero futuro de la lengua pasa por la educación?
- Sí. La educación hay que apoyarla todo lo que se pueda, lo que pasa es que es muy cara para un país en crisis porque necesita bibliotecas, laboratorios, viajes de estudio, becas de investigación... Todo lo que se gaste en educación e investigación es una inversión fundamental para el país, porque nos jugamos el futuro. Un pacto político para la educación es una necesidad para este país.


- ¿Desde la RAE se puede recomendar ese pacto a los políticos?
- Afortunada o desgraciadamente, la RAE no tiene ninguna competencia en materia de educación, y nunca la ha tenido. Puede recomendar lo que quiera, pero no hay que pisar los terrenos en los que uno no tiene competencia.


- Un reclamación habitual es la de aumentar el número de académicas.
- Es de justicia y se va corrigiendo, aunque todavía falta mucho porque de más de cuarenta sillones hay sólo unas siete u ocho mujeres. No se trata de tender a la paridad, sino a una cuestión de méritos, y dentro de esos méritos las mujeres tienen tantos o más que los hombres.


- La primera académica fue Ana María Matute, que ha fallecido recientemente. ¿Ha dejado un gran vacío?
- Con ella fuimos muy felices. Pasamos momentos muy agradables con la presencia de esa mujer que aparentaba ser débil físicamente pero que no lo era, y a pesar de los momentos malos que tuvo que pasar en su vida era una mujer muy divertida, muy ingeniosa. Su muerte es una verdadera lástima.


- Uno de los últimos libros que ha leído usted es de Almudena Grandes. ¿Le gustaría como académica?
- A mí Almudena me parece estupenda, me parece una mujer espléndida que además está muy en la realidad y tiene una capacidad extraordinaria como creadora.


- ¿Usted jamás se ha planteado escribir una novela?
- De momento dejo eso a los creadores de la Academia que lo hacen mucho mejor que yo. De joven fui profesor de Literatura y aunque me gusta mucho leer, todavía no he caído en la escritura, aunque no digo que no pueda caer en cualquier momento.


- ¿Cómo empezó su amor por las letras?
- Yo tuve mucha suerte porque mi padre era profesor de instituto en Zaragoza. Estudié con él y después tuve muy buenos profesores como don Francisco Yndurain, don Rafael Lapesa, Martínez Riquer, profesores excelentes de Literatura y de Historia de la Lengua en la Complutense. Además en mi casa había muy buena biblioteca de toda la vida y no tenía que salir a a buscar libros. También debe haber algo innato, porque mi madre ya era muy buena lectora, sobre todo de novelas policiacas que a mí también me gustan mucho, aunque ahora ya no leo porque no tengo tiempo.


- Para terminar, ¿le deseamos otros 300 años a la RAE?
- Por lo menos. Yo creo que la RAE ya tiene una permanencia y una solidez que puede hacer que dure para siempre, y que no tenga ningún problema, más allá de los económicos que afectarán a todas las instituciones.

"300 años trabajando en la misma obra"

Para la conferencia inaugural de los Cursos de Verano de El Escorial, José Manuel Blecua eligió cuatro momentos de los tres siglos de historia de la RAE. El primero de ellos, como no podía ser de otra manera, fue el acto fundacional con una primera reunión en agosto de 1713, cuando "el marqués de Villena propone hacer el diccionario más copioso que pudiera hacerse". De aquella iniciativa surgió "un diccionario en seis volúmenes, tamaño folio, una de las obras más importantes del siglo XVIII que era una herramienta moderna, siguiendo modelos extranjeros".
Explicó Blecua que desde el principio existía un esquema para construir el diccionario y cuando se publicó en 1720 era una obra nueva acomodada a la metodología científica del momento y que cumplió el objetivo de hacer el diccionario más copioso y "donde se viese la grandeza de la lengua". En ese primer momento, los académicos no tenían intención normativa, sino que juzgaban las palabras existentes, algo similar a lo que ocurre en la actualidad. De hecho, el director de la RAE asegura que "es una institución que lleva 300 años trabajando en la misma obra, ese diccionario, del que en diciembre aparecerá una nueva edición".
De todos modos, el diccionario que todo el mundo relaciona con la RAE no es ese trabajo tan voluminoso, sino el bautizado como "diccionario chico". Fue en 1780 cuando se habló de imprimir ese formato, que se vendería por 75 reales. Aquella fue "la primera edición del diccionario académico, también en tamaño folio y muy parecido a los actuales, y supuso un resumen del diccionario grande que era muy caro y no estaba al alcance de cualquiera". Ya en aquel momento se estableció "la obligación de la Academia de publicar cada pocos años una edición nueva de este diccionario chico".
Los otros dos momentos glosados por Blecua fueron la creación de la Asociación de Academias de la Lengua Española, en 1950, y la llegada de las tecnologías, desde la fotocopiadora al fax e Internet. Para Blecua "la tecnología ha creado una democratización del conocimiento y en el caso de la lingüística, la biblioteca virtual ha supuesto un paso de gigante".

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