Pablo Escobar es un delincuente a escala local que decide montar una red internacional de narcotráfico, dividiéndose Estados Unidos con un grupo de colegas colombianos. Pronto la situación se les irá de las manos, tanto en su vida pública (llena de crímenes y corrupción) como en la privada, en la que tendrá mucho que ver su amante Virginia Vallejo.
A partir del libro de la propia Virgina Vallejo, titulado Loving Pablo, hating Escobar, Fernando León de Aranoa escribe un interesante guión que nos lleva desde el comienzo de los cárteles de la droga hasta el inevitable final de Pablo Escobar. La historia se estructura como la confesión de la periodista, que articula el discurso con una voz en off que, por suerte, no resulta nada cansina, lo que es de agradecer en cualquier película.
De las 400 páginas del libro, el director y guionista elige aquellos pasajes que pueden ser más reveladores tanto de la relación bastante enfermiza entre la periodista y el criminal, como de la política y los entresijos de Colombia en los años ochenta y noventa del pasado siglo.
El camino de Fernando León de Aranoa de alejarse de los problemas más cotidianos de nuestro país ya había comenzado con su filme anterior, Un día perfecto, que era una reminiscencia moderna de En tierra de nadie, que a su vez era una reminiscencia de El gran carnaval. Reminiscencias se puede sustituir por homenajes, copias, plagias, recuerdos... Lo que cada uno quiera.
De hecho, se podría pensar que este Loving Pablo también se ha hecho un poco al amparo de otros muchos filmes y series sobre Pablo Escobar, aunque Fernando León de Aranoa lo negó de manera bastante convincente en el preestreno de la película en la Facultad de Ciencias de la Información de la UCM.
En cuanto a su trabajo como director, hay que reconocer que ha mejorado bastante con el paso del tiempo. Desde sus orígenes sencillos, y muy interesantes, de Familia hasta este Loving Pablo, León de Aranoa ha aprendido bastante de su oficio, incluso ha superado algunos altibajos espeluznantes como los de Amador. Ahora es capaz de rodar escenas intimistas, pero también policiacas e incluso ataques paramilitares y aterrizajes casi inverosímiles de un avión en una autopista.
Y lo mejor de todo, es que ha aprendido a dirigir a los actores, como demuestra al controlar y manejar a la perfección a Penélope Cruz, una actriz a la que por muchos (sorprendentes) homenajes a su carrera que le den en Francia, sólo la han sacado lo mejor algunos directores como Isabel Coixet, en Elegy, o Martha Fiennes, en aquella película olvidada llamada Chromophobia.
Javier Bardem está más que correcto, aunque su acento suene más que chocante, sobre todo al principio del filme, hasta que uno se acostumbra a escuchar a actores españoles hablando en inglés con acentos colombianos. Pero bueno, al parecer eso son exigencias de la producción para poder distribuir el filme internacionalmente, y lo importante es que Bardem hace, muy bien, de ese tipo desagradable que en algunas series de televisión es un héroe casi romántico, pero que aquí es un tipo cruel y sin ningún tipo de empatía. Justo como debía ser en la vida real.