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Crítica de cine. La montaña rusa, de Emilio Martínez Lázaro

Texto: Jaime Fernández, - 15 MAR 2012 a las 16:49 CET

Una compañera de colegio le dijo de pequeña a Ada que el sexo es como la montaña rusa. Con el paso de los años, y a pesar de intentar captar esa sensación, ha sido incapaz de ver el paralelismo, así que se da por rendida y decide dar prioridad al amor antes que al sexo. Será justo en ese momento cuando descubrirá esa montaña rusa con la que tanto había soñado. Lo malo es que no será con Lorenzo, el hombre a quien ama, sino con Luis, que casualmente es el mejor amigo de Lorenzo.

El guión de La montaña rusa está firmado por Daniela Féjerman y Emilo Martínez Lázaro, que es también el director del filme. Féjerman, durante un tiempo, formó un dúo creativo con Inés París, y entre las dos hicieron películas como A mi madre le gustan las mujeres y Semen, una historia de amor. Después Féjerman voló por libre y dirigió 7 minutos. La carrera de Martínez Lázaro es bastante más larga, comenzó allá por los años 70, y en los últimos tiempos se ha revitalizado (en su faceta de guionista) con títulos como Las 13 rosas, Los 2 lados de la cama, Carreteras secundarias, El otro lado de la cama y La voz de su amo. Al parecer Martínez Lázaro, Féjerman y París ya escribieron un guión conjunto hace muchos años, pero jamás llegó a rodarse. Ahora por fin los dos primeros han conseguido llevar a la pantalla una historia romántica en la que lo más sorprendente es el trato tan abierto que se hace del sexo y la desmitificación del mismo. Consiguen que la historia resulte creíble y además uno puede identificarse con los tres personajes en momentos diferentes de la historia. Lo único que desentona es una pelea entre los dos actores protagonistas disfrazados de payasos en un plató de televisión. Ahí, Martínez Lázaro parece querer convertirse en Álex de la Iglesia, y además en el Álex de la Iglesia menos afortunado.

La montaña rusa

Aparte de ese momento, una característica del cine de Martínez Lázaro es el aspecto tan natural que da a sus películas. Te pueden gustar o no, pero lo que no se puede negar es que no hay artificios. Cuando se entra en una casa, se pasea por las calles, se mantienen relaciones sexuales o conversaciones profundas te lo crees. Incluso puede hacerte creer que Verónica Sánchez sabe tocar el violín a la perfección aunque no tenga ni idea de cómo hacerlo sonar. Esa naturalidad es algo que se echa de menos en gran parte del cine español actual y además la nueva hornada de actores se empeñan en exagerar excesivamente.

Por suerte en este filme se ha contado con tres intérpretes ya consagrados. Alberto San Juan da el pego total en su papel de estrella mediática que está harto de serlo. Ernesto Alterio borda al dicotómico que es tan buen amante como celoso. Y la estrella de la película es, sin duda, Verónica Sánchez, que está estupenda tanto físicamente (algo de lo que por suerte podemos disfrutar abiertamente en todo el metraje), como interpretativamente. Lo mejor que se puede decir de ella es que parece que no está actuando, y eso es algo que hoy no tiene precio. El reparto cuenta también con la presencia del violinista Ara Malikian, que ya había hecho antes otros pinitos delante de la cámara y que tiene madera para esto de la actuación.

En definitiva, una película que te hará pensar si lo más importante de la pareja con la que estás es que te haga viajar o no en una montaña rusa.

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