Hay muchas maneras de viajar, un viaje de estudios sirve para aprender conocimientos, otras maneras de pensar y entender la realidad y en el caso del Programa Erasmus, fomentar la construcción de una identidad supranacional europea, Unamuno señaló que los nacionalismos se curaban viajando. Probablemente la última oportunidad de conservar nuestra identidad, y quizás independencia, como europeos.
Lo aprendido en el viaje de estudios revierte en el individuo y en su entorno, bien al retorno a su país de origen, bien en el lugar de la visita. Es un enriquecimiento mutuo que se aprecia en el ambiente universitario, los estudiantes extranjeros introducen nuevos enfoques de trabajo, incluso, a veces, pueden cursar asignaturas o contenidos que no se imparten en nuestras facultades. Cuando un profesor viaja para impartir unas clases, también es un viaje de estudios, porque aprende y hace aprender.
El reconocerse entre las diferentes sociedades permite la empatía con otras culturas y con maneras de comportarse y trabajar. Las lenguas constituyen un enriquecimiento cultural. En el viaje de estudios, se fomenta una necesaria lengua común europea que, obviamente, en la actualidad es el inglés, también el acceso a otras lenguas, desde las más conocidas, a las menos y minoritarias. Es una educación que vacuna contra el concepto de ‘bárbaro', el otro que ‘no habla en cristiano', que farfulla un ‘bar-bar', para convertirse en un vecino, en otra ‘persona' (como nosotros mismos) a la que se respeta y aprecia.
Estudiar fuera es muy caro. Muchos estudiantes no podrían sostenerse con la sola aportación de la UE. Evidentemente, si se quiere propiciar oportunidades a los estudiantes que lo merecen por sus capacidades y resolución, tiene que existir un marco amplio de becas. Un Estado avanzado debe comprender la necesidad de invertir educación e investigación y la dotación de las becas debería ser considerada como una prioridad. No es admisible el argumento de que una mayor inversión no mejora la calidad de la enseñanza. Resulta indefendible racionalmente este criterio, ahora esgrimido, en una España bajo los parámetros del capitalismo, por los que precisamente lo apoyan. Paradójicamente se toman como modelos de referencia países, en algunos unos aspectos, obviando otros que resultan incómodos para la argumentación interesada. Por ejemplo, se pone a Alemania como paradigma de rendimiento en el trabajo, en su balanza comercial, en sus empresas, pero no se termina el argumento mencionando su incremento en la inversión en educación e investigación precisamente al comienzo de la crisis.
Lo que es muy diferente es la emigración forzada por la necesidad de buscar empleos fuera del país de origen. Esto es la imposición de un sistema social, en donde se sacrifica a las personas en aras del beneficio de una minoría privilegiada que impone esfuerzos y renuncias, que ella no asume para sí. Es una sangría para la sociedad, es un despilfarro en la inversión que un país hace en la educación. Las sociedades más ricas y avanzadas son las que reciben inmigración y no al contrario. No es estupendo que los jóvenes se vayan a trabajar fuera bajo esta necesidad. Una cosa es el viaje de estudios y una movilidad elegida y otra es la ‘exportación' de los más preparados y valientes, mientras que la mano de obra de España se abarata para ‘hacerse competitiva'.
Por Mariano de Blas
Vicedecano de Relaciones Internacionales de la Facultad de Bellas Artes