En los últimos meses, desde algunos posicionamientos económico-ideológicos, se está cuestionando el sentido de las becas Erasmus y relativizando sus efectos y beneficios. De repente, parece que un programa elogiado en todo el continente desde su instauración en 1987 y que ha permitido a varios millones de estudiantes, profesores y personal de las universidades europeas formarse, aprender y convivir más allá de sus fronteras, puede pasar a ser considerado un "gasto superfluo" e, incluso innecesario.
La Universidad Complutense es una de las instituciones europeas que mayor presencia han tenido y tienen en el programa, estando desde hace muchos años entre las que más alumnos tanto envían como reciben. Hay, por tanto, miles de experiencias personales que a lo largo de los últimos veinticinco años avalan los beneficios de estas becas. Con la ayuda de la Oficina de Relaciones Internacionales de la UCM, hemos reunido a varios de estos antiguos becarios para que hablen sobre el Programa. No todos son estudiantes, también hay profesores (aunque finalmente no pudo asistir, el profesor Mariano de Blas atendió a nuestra petición con un artículo publicado en la sección de opinión de este mismo número) y miembros del personal de administración y servicios, porque aunque para muchos estas modalidades sean desconocidas, también los integrantes de estos dos sectores pueden disfrutar del Programa. "La verdad -cuenta Ana Isabel Bartolomé, técnica de laboratorio en la Facultad de Informática- es que mucha gente no sabe o no se anima a participar y, al final, somos casi siempre los mismos los que lo solicitamos". Ana ya ha hecho tres estancias de una semana en Islandia, Finlandia y Noruega, en los últimos años.
Marta Torres, la directora de la Biblioteca Histórica de la UCM también es asidua del programa de intercambio. Ella, a través del programa Staff Training ha disfrutado de dos estancias de una semana de duración en la Biblioteca Estatal de Berlín, donde se encuentra el mayor catálogo colectivo de incunables del mundo. "El programa me ha abierto una puerta que nunca habría abierto sin él. Para mí ha sido una experiencia profesional increíble que me ha permitido establecer una relación con ese centro de la que creo que ambas instituciones se han beneficiado a través de una serie de trabajos en colaboración que a partir de entonces estamos llevando a cabo". "En mi caso -toma la palabra Ana Bartolomé- me ha permitido conocer cómo se trabaja en otros lugares. Es una gran experiencia formativa y, a la vez, también personal. He conocido gente de muy diferentes lugares con la que guardo aún relación".
Experiencia única
Y es que, como apunta Ana, si algo ha sido y es Erasmus es una experiencia única. Alberto Coronel, estudiante de Filosofía que el pasado curso estuvo en la Universidad Carolina de Praga, considera, meses después de su regreso a Madrid, que cuestionar este programa, además de "algo ideológico y cruel" es ir en contra del propio sentido de la Unión Europea. "No se puede vivir sin convivir. Ahí está el verdadero interés de esto. Mientras aún se escriba Europa con la "pe" y la "a" debemos proteger el Erasmus o seremos un peligroso ejemplo de rechazo e indiferencia a eso común entre países conectados, pero desconocidos. El siglo pasado ya aprendimos una dura lección que esta "crisis" económica nos está haciendo olvidar. Si no queremos una Europa con Alzheimer, institucionalizar y defender cada uno de los mecanismos de nuestro sentido común debe ser -porque ya lo ha sido- el objetivo prioritario", concluye Alberto.
Miguel Ruiz, estudiante de Economía, coincide con Alberto en este peso inigualable que tiene el Programa Erasmus en el proceso de construcción de una verdadera identidad europea. "Ningún programa fomenta tanto la integración europea como este, y además en un país como España, en el que a la gente le cuesta tanto moverse, hay que hacer un esfuerzo aún mayor por promoverlo. Es algo fundamental y debería tener más fondos. Es inexplicable que mientras en Europa esos fondos están creciendo, aquí se esté haciendo lo contrario", señala Miguel.
Si Miguel estuvo diez meses en la Universidad de Birmingham, en Inglaterra, uno de los grandes países de Europa en muchos sentidos, Rocío Simón estuvo en la Universidad Transilvania de Brasov, en Rumanía, algo así como "el tercer mundo de Europa. Esta bien ir a hacer la Erasmus a un lugar así -valora Rocío- para que puedas darte cuenta del contraste que existe entre tu vida de lujo en la que estás viajando con una beca y disfrutando, y sin embargo, ver cada día delante de tu ventana cómo los niños rebuscan en las bolsas de basura que tú mismo tiraste. A eso se le suma la cantidad de veces en el tiempo que estuve trabajando en las urgencias del hospital, que llegaban personas con intoxicación por comer setas venenosas. Hay que pararse un momento -continúa Rocío- y pensar en la desesperación que se debe tener para ir al campo y comer cualquier cosa que encuentres. Ver niños o ancianos, los estatus más vulnerables de la población, pidiendo por las calles era algo que también daba que pensar. Y el trato discriminatorio que se le da a los gitanos y el gran racismo que sienten hacia ellos. Hace falta mucho tiempo y mucho trabajo para que este país se desarrolle del todo. Y sus gentes se merecen ese cambio. Porque nadie, en ningún país al que he viajado, me había recibido y tratado con tanta amabilidad".
Esta vivencia relatada por Rocío, estudiante de Enfermería, es un claro ejemplo, quizá extremo, del conocimiento mutuo entre los europeos que proporciona el Programa Erasmus. Dicho de otra manera, como hace Alberto, "tras ser Erasmus nunca escucharás a nadie, por muchas cervezas que se tomen en un bar, decir que los checos son de tal manera, los franceses de tal otra o los alemanes no sé cómo, porque se estaría engañando a sí mismo. Viajar te quita muchos fantasmas de la cabeza. Generar marcos que promuevan que las personas se muevan, genera unidad".
Una de las críticas -interesadas, como recalca Alberto, para crear un mito que no es real- es el supuesto poco aprovechamiento académico que tienen las estancias erasmus. "Yo puedo afirmar -señala Miguel- que mi año de Erasmus ha sido mi mejor año personal pero también académico. Me partí la espalda a estudiar. En mi caso fue una oportunidad única porque la economía se hace en inglés e ir allí y ver el enfoque distinto que dan a lo que hacen, era algo que no podía desaprovechar". "En Praga -cuenta Alberto- cursé y aprobé tercero de Filosofía gracias a conseguir, casi de milagro, convalidar los sesenta créditos correspondientes. Para ello tuve que mantener a lo largo de todo el año una mensajería constante entre facultades, interrogatorios a profesores y finalmente, matriculándome en algunas asignaturas que no eran de filosofía, pero lo hice con cierto ánimo, pues siempre pensé que todas las asignaturas del mundo eran de mi carrera. Ante la evidencia de que si trabajaba con seriedad y, pese a las dudas iniciales, conseguí terminar el curso con un 9,90 de media, lo que, junto a ciertas ideas para investigar y mucha curiosidad, mantiene abiertas las puertas que en mi imaginación le pueden conseguir trabajo a alguien que ha estudiado, con vocación, una de esas carreras sobre las que pesa la maldición del para qué sirve, pues, con demasiada frecuencia, confundimos la utilidad con la servidumbre".
El mito de la fiesta
"Decir que la gente va de Erasmus para estar de fiesta lo único que demuestra es un absoluto desconocimiento", afirma Rocío. "Si queremos ir de fiesta, no hay mejor sitio que Madrid... ¿Para qué irnos entonces?", añade Miguel con Ironía. "Yo creo -continúa- qué depende mucho del perfil de cada uno, de sus ambiciones. Claro que hay erasmus que piensan solo en la fiesta, pero como hay estudiantes que hacen aquí lo mismo". "De todos modos, ¿qué pasa? ¿Es que los jóvenes no nos podemos divertir? Parece que es un problema que la gente se lo pase bien. Es algo diabólico. Además, pasándoselo bien es más fácil luego ponerse a estudiar. Si lo que persiguen con esto es que sólo se vaya la gente con más posibilidades económicas, lo que conseguirán es que realmente los que vayan estarán de juerga, porque se la podrán pagar. Yo con una beca de 105 euros que tuve, poca juerga pude... Es cínico y de una simpleza enorme decir que quien se va de erasmus lo hace porque quiere irse de fiesta", sentencia Alberto.
"En nuestro caso -habla Marta Torres, la directora de la Biblioteca Histórica-, quizá es todo lo contrario. Salir fuera, aunque sea en periodos tan cortos como una semana, nos exige un gran esfuerzo personal y familiar. Esto a veces parece que se olvida. Incluso desde el punto de vista profesional require un gran esfuerzo. Tienes que elaborar un proyecto, pensarlo muy bien, elegir dónde quieres ir. Luego llegas allí, tienes que explicar a qué has ido... Salir fuera, y creo que esto se puede aplicar también a los estudiantes, es un gran esfuerzo, un gran reto. Es más, me atrevo a decir que es algo que debería valorarse más. Quien hace este esfuerzo es porque le gusta asumir retos, ir un poco más allá". "Estoy totalmente de acuerdo -añade Ana Bartolomé-, pero lo hacemos porque realmente ir durante unos días a otras universidades aporta mucho en todos los sentidos. Siempre sirve para traer ideas nuevas, para intentar trasladar a tu trabajo lo que se hace en otros sitios con buenos resultados... No es trabajo, es formación, y eso siempre es positivo y necesario". "Yo, incluso -habla Miguel-, y aunque a algunos puede no gustarles esto, creo que el hecho de ver gente que teniendo la oportunidad y las posibilidades de salir fuera no lo hace, creo que les debería penalizar. Gustará o no gustará pero quien opta por salir fuera, por aprender otros idiomas, conocer otras culturas, demuestra un interés en su formación que otros no tienen".
Alberto aporta otro, a su juicio, gran beneficio que supone la experiencia erasmus para un país como España en el que el paro juvenil supera el 50 por ciento. En este contexto, de acuerdo con Alberto, "las becas Erasmus cobran un sentido muy especial; no solo alientan a conocer idiomas sin los cuales tus posibilidad de encontrar empleo se reduce a la par que aumenta el riesgo de marginación; no solo ofrecen una oportunidad única para conocer sin misticismos, como ya he dicho, lo que supone vivir y trabajar alejado de amigos y familiares; el Erasmus, valga la metáfora, realiza en España la misma función que el bastón del ciego. Un tanteo que permite a muchos moverse y no caer. Ver antes de pisar. Leer antes de firmar. Y deben entender las personas responsables aquello de lo que han sido testigo muchísimos Erasmus españoles o ceder dicha responsabilidad".
¿Obligatorio?
¿Debería ser obligatorio realizar algún tipo de intercambio internacional durante la carrera o, incluso, para quienes trabajan en las universidades? "Tanto como obligatorio -responde Rocío- yo diría que no, pero tampoco nadie debería quedarse fuera. Todos los que se presenten deberían poder ir". "Me parece básico -toma la palabra Miguel-. Aquí la gente, ya sea por idioma o por motivos culturales se queda en su país. No lo pondría obligatorio por no escarbar dentro de la sensibilidad del que no puede, pero sí creo que fomentarlo es básico". "Debería orientarse como una necesidad", sentencia Alberto. "Es muy enriquecedor, pero algo obligatorio tampoco creo que debería ser. En el caso de los trabajadores hay muchos condicionantes personales que hay que tener en cuenta", concluye Ana.
Nada mejor que cerrar este breve alegato pro erasmus con unas palabras de Miguel, el estudiante de Económicas: "Todos hemos descubierto que tenemos muchas cosas en común con gente de otros países. Si hubiésemos tenido la oportunidad todos nos habríamos quedado. Fue en ausencia de mi propia estructura social cuando me di cuenta de cómo era realmente. Cuando empiezas de la nada, la gente te conoce por las cosas que haces. Es entonces, cuando estás lejos de tu pasado, cuando puedes elegir convertirte en lo mejor de ti mismo".