La relación de Josep Borrell con el Instituto Complutense de Estudios Internacionales ya ha dado frutos como algunos cursos de posgrado que ha organizado en los últimos años. A partir del mes de octubre dirigirá el máster "Estudios europeos y globales".
- ¿Qué se va a aprender de novedoso en ese máster?
- Es un intento de estudiar las relaciones internacionales desde la perspectiva que hay entre la construcción europea y el proceso de globalización. Hasta ahora los estudios europeos han tenido un enfoque muy inwards, hacia dentro, pero ya no tiene sentido estudiar la construcción europea desvinculada del contexto global en la que está teniendo lugar. Este máster es una aproximación outwards, desde Europa hacia el mundo global. Una de las razones de ser de la Unión Europea es hoy, como decía en Bruselas hace unos días Pascal Lamy, director general de la Organización Mundial de Comercio, civilizar la globalización. Las sociedades y las economías europeas están siendo muy afectadas por ese proceso de globalización, porque tenemos la competencia de países de bajo coste, porque tenemos una guerra de las monedas en la que el euro es una pieza suelta, porque hay unas relaciones geopolíticas complejas con Rusia y el norte de África... Casi todos los problemas nos afectan y Europa debería tener una cierta capacidad de influencia en esa globalización política y de economía internacional.
- ¿Se deja fuera la globalización cultural y social?
- No, porque son cosas indisociables. La globalización empezó como una simple globalización en los intercambios económicos y la mundialización del sistema financiero, pero hoy estamos ya asistiendo a una dinámica geopolítica. Hay una transferencia de poder hacia el Pacífico y de repente hay viejos imperios que redescubren su vocación de serlo, como es el caso ruso. Las fronteras políticas del este y del sur de Europa toman una importancia que va mucho más allá de la economía, aunque también fluye a través de lo económico, como por ejemplo la dependencia energética con respecto a Rusia o con los problemas migratorios que tienen un factor económico sobre los costes del empleo.
- ¿La inmigración es realmente uno de los problemas más acuciantes de la Unión Europea?
- Es uno de los vectores más importantes en la relación entre Europa y el mundo global. Europa es un continente que envejece, y los países económicamente más fuertes, como Alemania, son los que más rápidamente envejecen. Tenemos que incorporar mucha sangre joven, muchos inmigrantes, si queremos parar nuestro declive demográfico. Y eso plantea problemas políticos y sociales de capacidad de asimilación, pero también es verdad que nunca podremos defendernos de la migración, como muestran esas imágenes de las vallas de Ceuta y Melilla, a base de levantar muros y fronteras. A todos no los podremos acoger, y por eso es necesario establecer relaciones con sus países de origen para que se queden en casa y desarrollen su país. Europa debería ser capaz de entender que su propio desarrollo y su seguridad dependen del desarrollo de zonas como el África subsahariana.
- ¿Qué papel debería cumplir Europa en el desarrollo de esos países?
- No hay que intentar aparecer como una colonización bis, que es el riesgo que se corre cuando aparecemos diciendo que vamos a fabricar allí instituciones pret à porter. Europa tiene que abrir sus mercados a cambio de un desarrollo político en los países a los que nos abrimos, que es algo subyacente en todos los acuerdos comerciales que Europa ha hecho. Tendríamos que ser mucho más aperturistas en este sentido y además canalizar más nuestras inversiones en el desarrollo de estos países. La demanda que necesitan nuestros productos, para mantener nuestra capacidad de producción y empleo, sólo puede venir de que estos países alcancen un nivel de bienestar que les permita ser nuestros clientes.
- Ahora mismo se está negociando un tratado comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea que parece que va a ir precisamente en contra del aumento del bienestar del resto de los países.
- Depende de cómo lo hagamos. Las cosas dependen del contenido que tengan. Sobre el tratado de libre comercio con el Atlántico Norte se ha escrito mucho para bien y para mal, desde quien opina que va a aumentar la pobreza en Europa porque va a haber una competencia desigual en términos económicos, fiscales y sociales, hasta quien cree que es una nueva oportunidad y que el "dulce comercio", como dicen los clásicos, es un motor de desarrollo para todas las partes.
- Volvamos a la Europa que envejece y a la necesidad de aportar sangre joven. ¿No habría manera de integrar a todos los jóvenes europeos que están en paro?
- No toda Europa tiene el nivel de paro juvenil que tiene España. Hay países, para su suerte, que necesitan más claramente que otros una fuerza de trabajo que su demografía ni produce ni va a producir. En la Europa germánica, en la Europa carolingia de Alemania y sus países nucleares, necesitan 20 millones de trabajadores en los próximos años para cubrir su hueco demográfico. Es cierto que hay países con unos niveles de paro tan alto que difícilmente podrían absorber más nivel de inmigración, pero por ejemplo cuando España se desarrolló absorbió 4 millones de inmigrantes.
- Propuso usted en 2013 una tasa sobre las emisiones de CO2 para crear un programa de fomento del empleo juvenil. ¿Ha tenido algún eco su propuesta?
- Bueno, es una propuesta que no inventé yo. Realmente hay dos propuestas sobre la mesa que van en el sentido de gravar lo que produce efectos negativos, gravemos el mal para financiar el bien. ¿Cuál es el mal hoy en día? Los efectos externos creados por la contaminación y en particular por las emisiones que producen el cambio climático. Hay otro mal que es la hipertrofia del sistema financiero porque es demasiado grande, crea inestabilidad sistémica y se ha desvinculado de la economía real. Lo ideal es gravar esos dos males para financiar la innovación y el empleo, que son dos cosas que van juntas. Cualquier mente progresista puede imaginar ese tipo de gravamen, lo que choca con las divergencias e intereses de cada país. Gravar las transaciones financieras no se ve igual desde la City de Londres, que vive de eso, que desde países con sistemas financieros poco desarrollados. Y cuando uno habla de gravar el CO2, no lo ve igual un polaco que quiere seguir quemando carbón, que el Reino Unido que acaba de lanzar un programa de desarrollo de las energías renovables muy importante. Deberíamos ser capaces de encontrar un punto de equilibrio entre nuestros intereses divergentes para hacerlo a escala europea, porque no tiene ningún sentido hacerlo a escala nacional.
- La Unión Europea ha sido tradicionalmente un ejemplo en la lucha contra el cambio climático, apoyando por ejemplo el Protocolo de Kyoto, pero sin embargo ahora hay países como España que acaban de recortar en miles de millones su apoyo a las renovables. ¿Realmente Europa marcha unida hacia alguna parte?
- En materia de política energética no estamos, ni mucho menos, todo lo unidos que deberíamos estarlo. El hecho de que estemos desunidos lo aprovecha, por ejemplo, Putin para negociar por separado los suministros de gas. Si Europa fuese con una sola voz a negociar un paquete de suministro de gas con Rusia lo obtendría con mayor garantía y a menor coste. Tampoco se puede pregonar nuestra independencia energética con respecto a Rusia si previamente no hemos construido una interconexión en nuestras redes gasistas que permitan contrabalancear una posible penuria del gas que viene del Este con un aumento de la oferta que viene del Sur. Antes de ir a negociar con los vecinos deberíamos tener una política común.
- ¿La tenemos en algo?
- Hay muchas cosas en las que no. Con el euro, por ejemplo, nos pasa lo mismo. ¿Cuál es el buen tipo de cambio del euro? ¿Por qué no tiene política de tipo de cambio? Porque no sabemos cuál es. Para un alemán es del 1,4 y para un español es 1, y para los griegos si fuera 0,8 mejor todavía. Hay está el arte de la integración política, en intentar encontrar un punto de equilibrio entre intereses contrapuestos en las políticas monetarias, energéticas, migratorias, tributarias... Y todo eso está muy influido por nuestro entorno global. Sería absurdo, por ejemplo, que Europa abandonase la lucha contra el cambio climático porque perdería el liderazgo geopolítico mundial.
- ¿La Unión Europa tiene todavía ese liderazgo mundial?
- Lo está perdiendo. En materia de lucha contra el cambio climático lo perdió ya en Copenhague, donde se hizo esa foto dramática donde se ve a Obama y al presidente de China discutiendo mientras los europeos están en un rincón mirando a ver qué deciden. Pasamos de ser los motores principales a ser observadores de los acuerdos de los demás, probablemente porque fuimos allí con todos los deberes hechos y no teníamos nada que ofrecer. A una negociación no puedes ir habiendo enseñado todas tus cartas. Ahora, con el parón en el desarrollo de las energías renovables en algunos países, perderemos más liderazgo, pero a medio plazo el desarrollo de tecnologías limpias y alternativas es imparable como lo demuestran los planes energéticos de Reino Unido, Alemania y Francia.
- ¿Esta pérdida de peso es lo que aleja al ciudadano europeo de las elecciones para elegir representantes comunitarios? Se habla de una abstención, para las próximas del mes de mayo, de hasta un 75 por ciento.
- No seamos tan agoreros, aunque es cierto que la abstención fue de casi del 60 por ciento en las anteriores elecciones de 2009. Eso plantea un problema real de legitimidad democrática para el Parlamento Europeo. Es curioso, porque a medida que ha ido ganando poder y se ha ido convirtiendo en una cámara legislativa ha ido perdiendo votos. A pesar de eso yo soy más optmista, porque la crisis nos ha enseñado que las decisiones importantes se toman en Bruselas, y no en cada país. Nos ha enseñado que al final las decisiones se toman en el ámbito comunitario. Es decir, usted cambia de gobierno pero no cambia de política, porque la política se cuece a nivel comunitario. Debería ser razonable pretender influir allí donde se toman las decisiones políticas y yo creo que eso los ciudadanos europeos, y en particular los españoles, sí que lo han entendido. Ya saben que las decisiones claves están claramente tomadas por una instancia comunitaria en la que participamos.
- Cuando usted fue presidente del Parlamento Europeo tuvo el apoyo tanto de centro derecha como de izquierda. ¿Ese consenso es algo habitual en Europa o fue algo circunstancial?
- La política europea es básicamente consensual, mientras que las políticas nacionales son básicamente conflictivas entre el Gobierno y la oposición. En Europa no hay un Gobierno que derribar y las líneas ideológicas se mezclan y a veces se confunden con las líneas nacionales y geográficas. Además ningún gran partido tiene mayoría suficiente para imponer ni su candidato presidente ni sus líneas políticas, así que están condenados a entenderse. La política europea es poco sexy, políticamente hablando, porque el consenso es menos sexy que el conflicto. Cualquier candidato al final tiene los votos de todos, es una gran alianza de centro, pero no hay otra forma de proceder, salvo que el resultado en las elecciones haga posible la alianza del centro izquierda o centro derecha con sus extremos, pero no crea que vaya a pasar así.
- ¿Hay básicamente un bipartidismo como en las elecciones generales?
- Hasta ahora las elecciones europeas han sido un remake de las nacionales. Ha sido así porque, por lo menos en España, no había una diferencia sustantiva en la aproximación a Europa entre socialistas y populares. En España hemos sido europeístas todos y no había gran discusión, pero la crisis ha cambiado esto y sí han aparecido discrepancias para salir de ella: la austeridad o sus alternativas. Y ahí espero que sí haya discrepancias que planteen en términos de debate lo que la izquierda y la derecha piensan que hay que hacer para salir de la crisis. Este es un hecho nuevo, muy importante, porque hasta ahora eran unas elecciones de segundo grado, pero ahora deberían ser europeas de verdad.
- ¿Cree usted que el futuro de Europa pasa por el socialismo?
- Europa no la han construido los socialdemocratas solos. Europa es un invento en el que han confluido liberales y socialistas desde el principio, y por eso ha sido posible su construcción. Las dos fuerzas políticas tendrán que seguir teniendo un peso importante en el diseño de la Europa que vayamos a construir, que yo creo que hay que hacerlo desde la perspectiva social, de cuál es la sociedad europea que va a surgir de la integración. Hasta ahora Europa no tenía una gran dimensión social, una gran ambición social. Lo social era administrado por cada país según sus intereses y se pensaba que si había una armonización social sería, un poco, por inducción, es decir, que la armonización económica conduciría a una armonización social. Está claro que eso no se ha producido, así que los que tengan una concepción diferente de cómo debe funcionar la sociedad deberán debatirlo en Europa.
- ¿En esa construcción social no será necesaria una postura más inclinada a la socialdemocracia que a la derecha?
- Es lo que yo desearía, pero eso lo tendrán que decidir los ciudadanos. Afortunadamente vivimos en un contexto democrático, con garantías de derecho, y la Europa que vayamos a hacer será la que los europeos quieran a través de sus elecciones europeas y nacionales. No olvidemos que uno de los actores importantísimos de la construcción europea es el Consejo Europeo, que es donde se sienta los gobiernos europeos. Por tanto, cuando uno vota nacional, también vota europeo. La historia está por escribir.
- ¿Cabe en esa Europa del futuro una Cataluña independiente e integrada en la UE?
- La situación en Cataluña es ciertamente preocupante porque el independentismo gana posiciones entre otras cosas porque se enfrenta a un muro de silencio que no le ofrece ninguna alternativa. El independentismo tiene una épica y probablemente España no representa hoy un proyecto muy atractivo del que formar parte. Tengo muchos amigos catalanes que creen honestamente que les iría mejor si no tuviesen que estar lastrados por un proyecto colectivo que no les resulta atractivo. Es verdad que también se dan muchas razones que no se ajustan a la realidad como el expolio fiscal, pero si cala esa demagogia, si la lluvia penetra, es porque el terreno es poroso. De entrada, Cataluña no sería miembro de la Unión Europea, y eso lo dicen todas las instancias comunitarias, pero en Cataluña no lo creen, o no lo quieren creer, y la situación llega a una situación de irracionalidad en la que ya no se puede seguir discutiendo.
"No hay un único discurso socialista"
Josep Borrell comenzó su andadura política como concejal en Majadahonda y desde allí siguió una carrera meteórica que le llevó hasta la presidencia del Parlamento Europeo. Entre medias fue responsable de la política fiscal de la Comunidad de Madrid, secretario de Estado de Presupuesto y Gasto Público del Ministerio de Hacienda y ministro de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente.
Además ganó las elecciones primarias del PSOE de 1998 para la elección del candidato a la Presidencia del Gobierno en 2000. Renunció al puesto al año siguiente esencialmente por el fraude fiscal que llevaron a cabo dos antiguos colaboradores suyos cuando era secretario de Estado de Hacienda. Le preguntamos si se ha arrepentido de aquella renuncia y asegura que "es una reflexión inútil que sólo conduce a la melancolía. Creo que hice lo que tenía que hacer, aunque veo lo que pasa ahora con constancias y evidencias de financiación ilegal de partidos políticos y que no dimite nadie, y eso me sorprende bastante. Hay una ausencia total de asunción de responsabilidades políticas y una sociedad que no las exige es muy débil democráticamente".
Juan Moscoso, secretario ejecutivo de la Unión Europea del PSOE, opina que hay que modificar el discurso del socialismo, y borrar de él la parte de la conciencia de clases. Opina Borrell que "no hay un único discurso socialista en Europa ni siquiera dentro de un mismo partido". Según él, "es probable que las ideologías que surgieron de la revolución industrial y que construyeron el socialismo, se enfrentan hoy a hechos nuevos como la sociedad de la información y las restricciones medioambientales". Con esas nuevas variables "es probable que emerja otra estructura social que buscará otras formas de expresión, ya que los jóvenes colgados de Twitter tienen poco que ver con los obreros metalúrgicos británicos del siglo XIX". De todos modos, la ideología deberá estar fijada por el partido, porque "un partido político no es un club de librepensadores, es un instrumento para la acción, que sí debe ser más transparente, más democrático, más participativa y más permeable para la sociedad".
A pesar de eso no cree que haga falta una renovación generacional dentro de los partidos. Afirma Borrell que "Picasso decía que le había costado muchos años llegar a ser joven. La juventud no es un problema solamente cronológico, sino más bien un estado mental".