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Sábado, 5 de octubre de 2024

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Crítica de cine: Selma, de Ava DuVernay

Texto: Jaime Fernández, - 11 MAR 2015 a las 12:33 CET

Unos dos años después de su marcha a Washington para pronunciar su mítico discurso ("I have a dream"), Martin Luther King decide volver a la carretera para reclamar que la segregación se acabe de manera realista, y en concreto para exigir el voto en esas ciudades del sur, como Selma, donde todavía les está prohibido.

Paul Webb es un señor que ha salido de la nada para escribir este guión en la mejor tradición de las buenas historias del cine americano. La cinematografía estadounidense está llena de historias como esta, en la que se elige un fragmento muy concreto de la vida de alguien, famoso o no, y a partir de ahí se crea una historia poderosa. Y esta lo es, y mucho. Cuenta con una de las luchas más importantes que ha habido en este planeta, la de dar voz a los sin voz, pero además deja claro el papel de un presidente un tanto mojigato que busca el respaldo del FBI para vigilar a un líder carismático y no violento. En la historia se incluyen, como mera referencia, los asesinatos de Kennedy y de Malcolm X, que sobrevuelan todo el tiempo sobre los personajes y les tienen atemorizados, sobre todo cuando la violencia se hace real, ya sea en forma de llamadas telefónicas o en palizas mortales. Y para conseguir eso, al guionista no le hace falta más que ir incluyendo una serie de pinceladas que crean ese ambiente de tensión que debía suponer echarse a la calle a protestar contra una auténtica barbaridad sabiendo que probablemente ibas a acabar golpeado por el KKK, por la policía o por el propio ejército norteamericano.


La directora Ava DuVernay lleva desde 2009 haciendo de todo en este mundillo (escribir, dirigir, ser responsable de publicidad...), pero esta es su primera gran película. DuVernay dirige igual de bien las escenas de masas apaleadas, como las más intimistas en las que Luther King y su mujer intentan encauzar sus vidas, e incluso las que transcurren en los pasillos de la Casa Blanca. En estas últimas hay, eso sí, una extraña conexión con El discurso del rey o con Ida, con esos planos en los que el personaje aparece en una esquina mientras el resto muestra el vacío, o un sofá o alguna parte de la habitación. Y aquí esos planos sólo entran en la Casa Blanca por algún motivo que a mí se me escapa.


En cuanto a los actores, lo más sorprendente es el papelón que hace David Oyelowo como Luther King. Hasta ahora Oyelowo era sólo un actor de esos que están por ahí de relleno y que lo hacen correcto, pero aquí se supera con creces.

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