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Miércoles, 18 de diciembre de 2024

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Crítica de cine. Birdman (o La inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro González Iñárritu

Texto: Jaime Fernández, - 8 ENE 2015 a las 14:23 CET

Riggan es un actor al que sólo se recuerda por su papel de Birdman, un superhéroe a quien interpretó 20 años atrás. Obsesionado por romper con su pasado decide montar una obra de teatro en Broadway.

El guión que debería ganar el próximo Oscar en esta categoría está firmado por el director del filme Alejandro González Iñárritu, junto a Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris y Armando Bo. Con Giacobone y con Bo ya había trabajado en el guión de Biutiful, y Dinelaris es un novato en esto del cine.

La historia se articula en torno a un número muy reducido de actores y a un par de escenarios, esencialmente un teatro neoyorquino, ya sea sobre las tablas, entre bambalinas, en los camerinos, en su azotea o incluso en los alrededores. Casi todo lo que vemos en la pantalla son conversaciones entre los personajes, con la excepción de una irónica escena que imita y ridiculiza el cine de superhéroes. De hecho, este filme es una crítica contra ese tipo de cine, que es sólo un divertimento que "atonta al espectador" y que además encasilla a algunos actores de por vida (como le ha ocurrido al propio Michael Keaton desde que hiciera de Batman a finales de los ochenta). Los diálogos profundizan en el mundo de Hollywood frente al mundo teatral que aparece como más auténtico, pero también con sus propios monstruos encarnados en actores que ya sólo viven para lo que hacen sobre el escenario (algo que descubrimos, sobre todo, gracias al papelón de Edward Norton). El filme también machaca a la crítica, en este caso teatral, por considerarla superficial y barata, ya que insultar o repudiar no cuesta nada. Todo eso se engarza de tal manera que da como resultado una obra maestra que a mi entender sólo tiene un pequeño defecto en sus últimos planos. Aunque quizás sólo me pase a mí, porque odio el realismo mágico y lo que ocurre en ese final es propio de esa corriente cultural. En ese terreno su rival en los Oscar, Boyhood, gana por goleada, porque tiene un final realmente bueno.


González Iñárritu rueda la que es probablemente su mejor película, y lo hace con un movimiento casi constante de cámara en un espacio mínimo que se hace grande. De todos modos ese movimiento aquí parece necesario y no es fruto de esos experimentos vanguardistas tan pesados que daban dolor de cabeza. Demuestra, una vez más, que es un gran director de actores y actrices.

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