Bajo el título de Historias del cannabis, el profesor Ramos Atance, catedrático de Bioquímica y Biología molecular de la UCM, acaba de publicar una serie de relatos alrededor del cannabis y sus posibilidades terapéuticas. Nos da noticia del médico de la Compañía Británica de las Indias Orientales que en el siglo XIX transmitió las propiedades curativas de la sustancia a la medicina occidental; de la investidura como Doctor Honoris Causa por la Complutense, en 2006, de Raphael Mechoulam y de sus méritos, al caracterizar la estructura del cannabidiol, del δ-9-tetrahidrocannabinol y de otros componentes de la planta, sintetizando derivados que permiten el uso como medicamento libre de efectos psicotrópicos.
Se refiere a los "padres coraje" que no aceptan la falta de respuesta a las enfermedades raras de sus hijos y buscan los remedios o paliativos que las farmacéuticas no ofrecen por su baja rentabilidad. Alude el autor al lucrativo negocio de las patentes y a la razón que "justifica" el precio disparatado de algunos medicamentos; basta pensar en los nuevos fármacos contra la hepatitis C: su precio en España es de 25.000 €, frente a los 900 de Egipto, donde rige el "precio humanitario", como en la India, donde podría "regir" el miedo a que el país produzca un genérico y lo distribuya al resto del planeta.
Y más historias: las de los prejuicios sociales, basados en la ignorancia, que rechazan cualquier investigación del cannabis porque es "una droga prohibida", olvidándose que, ya en el siglo XVI, Paracelso afirmó que las drogas no son ni buenas ni malas en sentido absoluto, y que su ambivalencia -remedio o veneno- depende de la cantidad que se use y del fin que se busque, porque "nada es veneno, todo es veneno: la diferencia está en la dosis". Esta misma idea es la que explica el significado del término griego "phármakon" (droga): es una sustancia que comprende a la vez la curación y el veneno, no una cosa o la otra, sino las dos a la vez. Pero la irracional prohibición de las drogas y la cruzada farmacológica de más de un siglo ha enterrado esa ambivalencia. El cannabis está clasificado en las Convenciones de Naciones Unidas como muy adictivo -como la heroína-, muy peligroso y con escaso o nulo valor terapéutico; dicha clasificación no soporta la más mínima evaluación científica e impide la investigación y la aplicación curativa.
También se cuenta en el libro como unos alumnos de una asignatura de libre configuración de la Facultad de Medicina sobre la neuroquímica de la drogadicción acabaron enseñando al profesor lo que era la "farlopa", la "nieve" o ciertos usos de la "salvia divinorum", pretendiendo algunos aparcar la ciencia para debatir sobre la legalización de las drogas. La narración pasa por una charla en el "Johnny", donde se explicaba a los asistentes que para investigar sobre el cannabis no era necesario ser consumidor; y termina recordando que los esfuerzos de las Administraciones para contener el consumo de drogas han fracasado, mientras un buen número de charlatanes ignorantes han hecho un negocio estupendo ofreciendo "conferencias" sobre prevención.
Son todas historias interesantes y bien contadas por alguien que ha dedicado años a conocer los efectos -buenos y malos- de la planta. Pero lo mejor del libro es el hilo conductor: la necesidad de investigar, no como fin en sí mismo, sino para poder curar sin riesgos o, al menos, aliviar a los enfermos, desterrando los prejuicios todavía hoy existentes.
Es el mensaje de un científico humanista.
Araceli Manjón-Cabeza Olmeda es profesora Titular de Derecho penal de la UCM
