"¿Somos nuestro cerebro?" Aunque así titulamos la traducción al portugués de Being brains, libro que publique en 2017 junto a Fernando Vidal, y también será el título de la obra en español que saldrá en unos meses, está claro que esta no es la pregunta correcta. No somos nuestro cerebro, eso es obvio, pero es una idea que se ha hecho posible. Es un credo más que un hecho científico probado, una idea que da forma a la subjetividad de las personas". Quien habla es Francisco Ortega, invitado por la Facultad de Filosofía este 15 de enero para, como indicó el decano Juan Antonio Valor, dedicar una mañana a pensar sobre un tema tan interesante como es la relación entre la neurociencia y la filosofía. Ortega, licenciado en Filosofía por la UCM a comienzos de los 90 y en la actualidad profesor del Instituto de Medicina Social de la Universidad del Estado de Río de Janeiro (Brasil), dedicó su intervención a explicar por qué una idea como que la mente es lo que el cerebro hace, cada vez es menos discutida a pesar de que su veracidad no se apoya en ninguna evidencia científica absoluta.
Desde la década de los años 90 del pasado siglo, a la que Ortega denominó la "Década del cerebro", han proliferado la aparición de nuevos campos de conocimiento que surgen de la relación de un área ya existente con la neurociencia. Existe la neuropolítica, la neurohistoria, la neuroeducación, el neuromarketing, la neuroteología, la neurosociología, la neuroética, la neuroestética... y hasta la neurofilosofía. Todas, según argumenta el profesor Vázquez, coinciden en dos cosas: en esa creencia ciega en que la mente es lo que el cerebro hace, y en la utilización de la neuroimagen para apoyar sus teorías. Se mira qué parte del cerebro funciona cuando se compra, cuando se miente, cuando se vota a un partido político o a otro, cuando se es pobre o rico, cuando se reza, se ama... De acuerdo con sus datos, la utilización de técnicas de neuroimagen en artículos científicos de los más diversos campos se ha multiplicado de forma exponencial desde los años 90. "Se empezó a utilizar en el campo de la neurología y la medicina, que es para lo que vale, para cada vez tener mayor presencia en todas las ciencias humanas, aún cuando lo cierto es que aportan muy poco", convino Ortega, para quien una de las causas que explica esta situación, "no digo que sea la única", es "lo complicado que tenían conseguir financiación hasta ese momento las investigaciones en ciencias humanas".
La proliferación de las aplicaciones de la neurociencia es, de acuerdo con el profesor Francisco Ortega, fruto ante todo de la cerebralización de la cultura, de la expansión continua de lo que él denomina "el universo neuro". Las personas no actúan libremente, sino determinadas por sus cerebros. El cerebro ha pasado a ser el único responsable de nuestra personalidad, incluso el sufrimiento psíquico se explica en él; ya no es necesario buscar otras explicaciones, son los condicionantes biológicos los responsables de los trastornos mentales. Esta corriente de pensamiento tiene, según señaló Ortega, uno de sus mejores ejemplos en la existencia de grupos defensores de la neurodiversidad, como por ejemplo los que defienden que el autismo no es un problema de salud y creen que tratar de curarlo es un error. "En el lado contrario hay asociaciones de padres que no entienden que no lleguen recursos para desarrollar fármacos que ayuden a que sus hijos no tengan que ponerse un casco para prevenir que en un determinado momento se den de cabezazos contra una pared", señaló Ortega.
En la mesa, celebrada en el Aula Ortega y Gasset de la Facultad de Filosofía, también participó Francisco Vázquez, catedrático de Filosofía de la Universidad de Cádiz. Para él, el libro publicado por Francisco Ortega y Fernando Vidal, Being brains, no es una denuncia del denominado yo cerebral como si se tratase de una pseudociencia, ni siquiera un alegato humanista contra la neurociencia, sino un ejercicio de "ontología histórica sobre el yo cerebral", no exento de un diagnóstico crítico, que alerta ante la idea cada vez más extendida de que el yo se reduce al cerebro cuando no existen estudios científicos sobre el cerebro que así lo afirmen.