La artista sevillana Pilar Albarracín ha sido la segunda invitada del ciclo "Warmi Rumi. Mujeres artistas en el performance frente a la violencia de género en Iberoamérica", que se celebra en la Facultad de Bellas Artes. Las coordinadoras de esta iniciativa, Blanca Fernández Quesada y Geoconda Jácome, explican que este es "un espacio de diálogo de la Universidad Complutense que alberga a artistas del performance para que nos comenten sobre sus obras relacionadas con el tema de la violencia de género y conocer cómo estas han sido acogidas en sociedades patriarcales, racistas y misóginas". Fernández Quesada añade que "todo el programa está pensado en torno a la violencia de género en Iberoamérica", y esta segunda jornada se ha centrado en el contexto español con la participación de una "gran exponente del arte del performance". Margarita González, vicedecana de Cultura, reconoce que "estos encuentros entre los artistas y lo que se hace en la Facultad son vitales para mantener un diálogo lo más activo posible", a lo que la propia artista, Pilar Albarracín, añadió que "es fundamental compartir las experiencias en un espacio de libertad, donde no hay que seguir un esquema prefijado".
Pilar Albarracín, quien confiesa tomarse su trabajo "como una herramienta didáctica, entendido lo didáctico no solamente como lo académico, sino como todo lo que se hace en el entorno", reconoció que "el hecho de dar visibilidad a ciertas realidades nos ayuda a cambiar las cosas desde nuestro entorno más cercano".
Albarracín mostró algunos de sus trabajos, como Pyrofolies (2017), en el que tres hombres con lanzadores de serpentinas son una metáfora del "falocentrismo, de cómo las estructuras de poder están basadas y centradas en el poder patriarcal, pero eso está tan asumido dentro de todos que a veces, en las pequeñas reacciones cotidianas, no nos damos cuenta de que hay malas intenciones".
"El arte no se puede separar de la vida, es político: el arte soy yo", afirma categórica la artista, quien además piensa que "habría que empezar a deconstruirnos para construirnos sobre una base más sana". Aclaró Albarracín que cada uno consigue dar salida a sus emociones y elecciones a través de los trabajos, y entre todos "hay gente que consigue vivir de esto, o tener una cierta recepción de su trabajo, y otras personas lo pueden hacer desde otras profesiones vinculadas, como profesora o técnica. Lo importante es ser coherente e irradiarlo desde nuestra vida".
Sangre en la calle
En 1992 realizó una obra en la que ella misma se tumbaba en la calle, manchada de sangre (que le regalaba un compañero que trabajaba en una carnicería), y cuyo significado y lectura ha ido cambiando con el tiempo. En aquel momento la obra era un reflejo de lo que ocurría en la guerra de los Balcanes, y de "la situación de España, donde había bastantes atentados terroristas, y a las puertas de una exposición universal en una ciudad como Sevilla había un miedo tremendo de que ocurriera un atentado". También eran los tiempos del sida y, por supuesto, de la violencia de género, que siempre ha estado ahí.
Por lo tanto, esta obra, que se la suelen pedir para muchos temas asociados a la violencia de género, en realidad está relacionada en origen con mucha más violencia. Tiene claro Albarracín que "al final, la obra toma su vida propia y en diferentes contextos tiene nuevos significados. El artista hace un trabajo y cuando lo exhibe empieza a tomar su vida propia, y para tener un poco de control del trabajo hay que conocer las múltiples posibilidades que tienen los elementos que se utilizan". Por ejemplo, en su caso, usa elementos universales, y atemporales, como la sangre o la muerte.
Una violencia que flota como un fantasma
En aquella performance tan llamativa, reconoce que sólo le prestó atención una persona, que se acercó a ella y le abrió los ojos, al resto les producía más morbo y asco, "porque la gente no quería ver esa imagen en la vida real, estamos todos anestesiados, y en parte por culpa de los medios, que hacen que la mirada se torne a algunos sitios y se olviden otros, aunque la realidad anterior siga existiendo".
Añade Albarracín que le duele mucho que le peguen a una mujer, pero también a un niño, a un hombre o a un perro, le duele, en definitiva, que alguien se tome el poder de abusar de otro ser. Lo que ve más problemático de la violencia de género es "la aceptación de ciertas violencias que no son las que te matan, que están ahí flotando, como un fantasma, sobre todos nosotros, porque todos hemos sufrido algún tipo de violencia, que se repite en las siguientes generaciones".
Cree la artista que el futuro está en la educación de los hijos, de las próximas generaciones, porque "en España la Iglesia ha hecho mucho daño y para reescribir eso que tenemos metido en el ADN se va a tardar tiempo".
Stanley Kubrick y el traje de flamenca
La pasión según se mire, es el título de una obra de 2001, que habla de la violencia más específica y que era un homenaje a La naranja mecánica de Stanley Kubrick. Albarracín tomó la escena de la violación y la reprodujo vestida de flamenca, porque "los artistas tienen que experimentar y equivocarse todo lo que quieran", y si esta obra no ha tenido tanta repercusión como otras, sí le ha servido para llegar al punto en el que se encuentra su obra en la actualidad.
La artista no sabe cuándo empezó a utilizar el traje de flamenca en sus performances, una de sus señas de identidad, pero sí que entre 1999 y 2000 estuvo fuera de España y le llamó mucho la atención cómo se nos veía a España, con el flamenco, los toros, la paella, la tortilla... Allí descubrió que "no somos tan importantes como nos creemos, somos importantes para nuestros padres" y comenzó a utilizar los elementos tópicos de nuestra cultura.
Opina Albarracín que a los seres humanos siempre nos catalogan por sexo, nacionalidad, edad... Siempre nos cosifican, y ahí entra ese traje de flamenca, que es un elemento limitador, pero que también le vincula a su tierra, porque "está muy bien reivindicar las raíces aunque hoy en día tiene un significado, una lectura ya hecha, y lo que hace falta es darle una nueva lectura a lo tuyo, a tu pueblo, tu zona, tu punto de vista...".
En gran parte de las obras de Albarracín aparece ella misma y si empezó a trabajar con su propio cuerpo fue "por una necesidad, porque no es lo mismo que te cuenten algo a experimentarlo". Considera que ahora, con el tiempo, las imágenes en las que sale ella tienen una lectura diferente, en torno al papel del artista implicado, de tal modo que ya tiene un nuevo significado, tanto en el vídeo como en el contexto que "se mueve como soldado en esa lucha en la que están todos los artistas".