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Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid

Domingo, 24 de noviembre de 2024

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Las víctimas de terrorismo siempre merecen ser escuchadas

Han pasado más de 16 años desde los atentados de los trenes de Atocha, pero para sus víctimas apenas fue ayer. Marta Oliver Santaolaya y Milagros Valor trasladaron a los asistentes al curso "El yihadismo global en transición" a aquella mañana es que sus vidas cambiaron para siempre. "Todo se te apaga en un segundo y te cambia la vida para siempre", explica Mercedes, quien aquel 11 de marzo perdió a su marido, Vicente Marín, para siempre. Marta no perdió a nadie cercano, ni siquiera a sus amigas con las que cada día cogía el mismo tren que explotó en El Pozo, pero que aquella mañana ella perdió. Sin embargo, estos 16 últimos años han sido para ella lo más parecido a un infierno que alguien sea capaz de imaginar.

 

Marta Oliver está diagnosticada en la actualidad de trastorno de estrés postraumático, trastorno de personalidad, duelo patológico y depresión mayor. Lo suyo ha sido un proceso de polivictimización, lo que ocurre cuando no se resuelve una primera situación traumática y las siguientes te van haciendo cada vez más débil. Marta recuerda que el 10 de marzo de 2004 era una joven feliz de 28 años, que se acababa de comprar un piso en el barrio de Santa Eugenia, en el que vivía con su pareja. También había encontrado trabajo en una gran empresa de ingeniería. La vida le sonreía, salía mucho, al cine, a restaurantes... Su gran pasión era viajar... Un día después todo cambió. El día 10 sus tres amigas con las que quedaba para coger el tren hacia Atocha le habían regañado por haberse de nuevo dormido. Le solía pasar y el día 11, de nuevo le ocurrió. Salió corriendo de casa, llegó a la estación de Santa Eugenia, comprobó en el torno que se le había agotado el bono de 10 viajes, compró otro a gran velocidad, pero cuando llegó al andén el tren con sus amigas partía de la estación. Espero al siguiente, se colocó en la zona del andén que mejor le venía para hacer más rápido el siguiente transbordo y en cuanto llegó el tren montó en el vagón. Al principio se apoyó en una puerta, pero después prefirió cambiar de sitio. En un momento se produjo la explosión; la puerta en la que antes estaba apoyada salió disparada. Se recuerda ya fuera del tren en el andén, haciéndose un macabro inventario de su cuerpo y comprobando que no le faltaba ninguna extremidad. Solo quería salir de allí, huir y llegar a su trabajo. Atravesó las vías y consiguió salir al exterior.

 

Sus amigas resultaron malheridas. A una incluso tardaron tres días en localizarla en un hospital. Ella físicamente estaba bien, pero por dentro algo se había desecho. No conseguía dormir, sonaba el despertador y seguía despierta, hasta estudió una nueva carrera universitaria aprovechando su miedo a la noche. En el trabajo intentaba absorber toda la carga posible. Tenía hiperactividad. Pasaron los años y la situación no mejoró. Al contrario, fue a peor. Los ingresos en centros psiquiátricos se sucedieron. Se autolesionaba. Unas veces con tijeras, con cuchillas... Otras, tomando pastillas de manera compulsiva. Hace 5 años la Seguridad Social la concedió la incapacidad permanente absoluta. Fue un nuevo golpe: "no soy apta. Me sentí fracasada e inútil para la sociedad", señaló Marta.

 

Alexandra Gil -periodista experta en terrorismo yihadista y autora del libro "En el vientre de la yihad", en que reúne los testimonios de madres de hijos yihadistas- considera que cada víctima de terrorismo merece ser escuchada el tiempo que precise, porque solo con sus testimonios se construye la memoria colectiva de un país. Marta, y también Mercedes como mostró unos minutos después también lo entienden así, y prefieren, hoy ya sí, no guardarse ninguno de esos sentimientos y pensamientos que las acompañan desde aquel fatídico 11 de marzo de 2004.

 

Mercedes incluso se decidió a escribir un libro, "El muro de cristal", en el que relata su paso por centros psiquiátricos con la intención de ayudar a otras personas que pasen por alguna situación que tenga al menos una mínima semejanza a la suya. En la escritura parece haber encontrado una, al menos, pequeña vía de escape, una "razón para levantarse". Tras realizar un taller de escritura en la UCM, se decidió matricular en un Máster en Estudios Literarios y, aunque confiesa que le ha costado porque le sigue siendo difícil concentrarse, ha conseguido llevarlo a su fin. Ahora, este verano, está realizando un curso on line de la Escuela Complutense de Verano también sobre creación literaria.

 

Milagros Valor sí ha conseguido rehacer su vida. Le costó... le sigue costando. Recuerda aquel jueves como si fuese ayer. Recuerda cómo se despidió de Vicente, cómo se negó a aceptar que pudiese ser una de las víctimas, cómo el dolor se apoderó de ella sin remisión. Pero, como hoy cuenta, poco a poco fue encontrando motivos para seguir, pequeños consuelos a los que agarrarse, como la explicación que la dieron de que su marido seguramente salvó la vida de quien viajara tras él en aquel tren, ya que su pecho absorbió todo el golpe de la explosión. También pequeños gestos, le fueron llenando, como la llamada de Joaquín Sabina, de quien Vicente era un gran fan, o del ramo de flores que el Atlético de Madrid puso en el asiento que cada 15 días ocupaba en el Calderón. Eso sí, cuando su actual pareja sufrió un accidente de tráfico y sonó el teléfono, en su cabeza resonó un estruendoso "otra vez, no". Por suerte, no hubo esa otra vez. "Cuesta mucho... Aún duele, y sí, es algo que siempre va a formar parte de mi vida... Pero hay que vivir", concluye Milagros. 

 

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