Filosofía anti(viral). ¿Es posible la crítica en tiempos de pandemia? es el título del ciclo de debates online, organizado por el grupo de investigación de la UCM Cuerpo, lenguaje, poder (CLEPO). Lecturas contemporáneas a partir de Nietzsche, que ha empezado este 10 de junio. La primera de las sesiones se ha centrado en el transhumanismo y la pandemia del coronavirus, y en ella han participado Mariano Rodríguez, catedrático de Filosofía de la UCM, y codirector de CLEPO junto al profesor Óscar Quejido; Jaime del Val, desarrollador de proyectos transdisciplinares de artes, filosofía, tecnología y activismo, en el marco del Instituto Metabody, y Antonio Diéguez, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Málaga. Los tres concluyeron que el transhumanismo, que sueña con la inmortalidad, ha recibido un duro golpe con una pandemia que ha demostrado que un simple virus puede provocar cientos de miles de muertes. Pero a pesar de eso, el transhumanismo ha encontrado un resquicio para sobrevivir, quizás con más fuerza, bajo el lema que expuso Jaime del Val: "O desaparecer o mutar". Y en este mundo convulso, el profesor Mariano Rodríguez aconseja "ensayar un ejercicio de sensatez, eso que es tan difícil, y más en los tiempos que corren".
Mariano Rodríguez recordó que "en el movimiento transhumanista el mejoramiento tecnológico de lo humano se consumaría en un ir más allá de lo humano". Por tanto, el transhumanismo ambiciona, "nada más y nada menos, que diseñar el paraíso, y diseñarlo al modo de los ingenieros, lo que quiere decir abolir el sufrimiento, y abolirlo además de una manera tecnocientífica". En ese mundo con el que sueña el transhumanismo más radical, la experiencia del sufrimiento, tanto el dolor físico como el dolor psíquico, ya no sería biológicamente necesaria y podría ser sustituida, según el transhumanismo radical, por gradientes de placer.
Llevando esto al límite, al menos como lo entienden los fundadores de la organización Humanity +, "el transhumanismo sería, en el fondo, el cumplimiento real del viejo sueño, tan humano, de la inmortalidad personal, que ha sido motor de tantas religiones históricas. Unida a esta propuesta, tan atrayente para muchos, se reconoce en todo su atractivo la chocante idea de que el envejecimiento sería una enfermedad tratable, como afirman los trabajos de personajes como Aubrey de Grey".
Para Antonio Diéguez, el transhumanismo es la búsqueda del mejoramiento humano mediante la aplicación de las tecnologías a mente y cuerpo. "No es algo nuevo, sino que ha ocurrido a lo largo de toda la historia de nuestra especie, con técnicas como educación, escritura, arte, higiene, cuidados médicos... Lo que es nuevo es que el transhumanismo no trata de mejorar de forma indirecta al ser humano, sino de hacerlo directamente con tecnologías procedentes de la inteligencia artificial y la robótica, con la creación del ciborg o con biotecnologías". Cree Diéguez, de todos modos, que "las que preconizan el mejoramiento a través de la unión con la máquina y la inteligencia artificial son propuestas de ciencia ficción, sin visos de realidad al menos en un futuro previsible, a pesar del apoyo de gente muy valiosa como el filósofo David Chalmers".
De acuerdo con el profesor de la Universidad de Málaga, las que tienen más visos de hacerse realidad son las técnicas de aplicación de la biotecnología. Informa de que a finales de 2018 un científico chino anunció en YouTube que había conseguido que nacieran dos mellizas editadas genéticamente para hacerlas más resistentes al virus del sida, "aunque no sólo no consiguió inmunizar a las dos niñas, sino que además son mosaicos genéticos, porque sus cuerpos tienen dotaciones genéticas diferentes y pueden tener graves problemas de salud, así que no están biomejoradas, sino todo lo contrario".
Cree, a pesar de eso, que en un plazo previsible no sería descabellado que existieran humanos que sí estuvieran mejorados, porque ya se hace con animales, como María Blasco con ratones para alargarles la vida, "aunque no es lo mismo que hacerlo en seres humanos, porque la efectividad de las técnicas es muy baja". A pesar de eso, ya hay algunos comités de bioética que consideran que "el uso terapéutico y el mejorativo no son tan diferentes, y que se puede imaginar contextos muy especiales y delimitados en los que se podría admitir la modificación genética con vistas a su mejoramiento".
Mutar o desaparecer
Jaime del Val, que huye "como de la peste" del propio concepto de mejora, se pregunta si a "nadie le remueve las entrañas que el mundo esté mucho mejor sin el ser humano dominante". Cree del Val que no hay que generalizar, o al menos él no cree que exista una especie homogénea llamada humanos, pero "si estuviéramos de acuerdo en que sin ese humano dominante el planeta estaría mucho mejor, nos quedarán dos opciones: o desaparecer o mutar. Y como no somos una unidad unos mutaremos y otros no, veremos el conjunto que resulta".
El concepto de transhumanismo de del Val está muy relacionado con la corporalidad, de hecho cree que tenemos en nuestros tejidos la potencia emergente que se encontraba en el origen de la vida en el planeta Tierra, de "pensamiento no lineal, porque el cuerpo puede llevar a cabo diferentes tipos de pensamiento, lo que lo relacionaría con el pensamiento nietzschiano de la gran razón y también de la gran salud, de esa capacidad de moverse de múltiples formas al mismo tiempo, sosteniendo multitud de fuerzas simultáneas". Para del Val, "la inteligencia corporal se enfrentará a esa patraña de la supuesta revolución de la inteligencia artificial, que no es más que un sistema de dominación y reducción repulsivo, que lo que hace es bloquear la evolución". Frente a ello, propone esa inteligencia corporal, que es "donde está de verdad el sustrato de una verdadera evolución y revolución que nos ayude a saltar por encima de este pliegue de sistemas algorítmicos destructivos, y nos ayude a llegar más lejos que nunca".
Desde una perspectiva quizás más canónica, Mariano Rodríguez considera que el movimiento transhumanista implica la afirmación del valor del control total, nos pone en las manos la cultura tecnocientífica. Ese control total nos promete blindarnos, inmunizarnos contra todos o casi todos los males de la vida, hasta ahora humana. El mal es, simplemente el sufrimiento y "se supone que ya podemos aspirar a ese control, y hacerlo del modo más efectivo gracias a las tecnologías NBIC (Nano-Bio-Info-Cogno), con lo que tendríamos la suerte completamente domada, porque sólo la tecnociencia es capaz de no dejar nada al azar".
Añade Antonio Diéguez que algunos científicos, como un genetista de Harvard, defienden que la biología sintética podría crear nucleótidos artificiales que se insertasen en células humanas para hacernos inmunes a los virus. De hecho, esos nucleótidos se han creado ya en laboratorio y con los cuatro tradicionales forman el que se conoce como hachimoji (ocho letras en japonés) de ADN, que "parece que las bacterias pueden integrarlo, aunque con ello empieza un camino que parece muy largo hasta llegar a los humanos".
El coronavirus
Le sorprende a Díeguez la rápida salida de algunos filósofos de más fama para aclarar su posición sobre el asunto de la COVID-19, que incluso han llegado a publicar ya libros. Esas reacciones tan rápidas "fueron fruto del desconcierto y la incertidumbre, porque el virus es muy desconocido y no se sabe si habrá una segunda oleada ni qué intensidad va a tener. La ciencia y la tecnología no han tenido una propuesta unánime que ofrecer y eso desconcertó mucho a mucha gente, porque hay personas que piensan que en la ciencia la unanimidad se consigue fácilmente, aunque no es así realmente en los temas de investigación de vanguardia".
Para el profesor de Málaga, los filósofos que intervinieron rápidamente lo hicieron "cometiendo un error, que fue pensar que el esquema conceptual que han elaborado para otros temas se pueden aplicar a este tema, y eso es muy arriesgado porque la realidad no siempre encaja en las predicciones que a los filósofos les gusta hacer".
El catedrático complutense añade que "a la inmensa mayoría de filósofos y filósofas reconocer la situación de este modo no les da casi ocasión de insertar palabras en discursos, lo que al fin y al cabo sería su profesión". Su apuesta es por un término medio equidistante, entre la lógica del ser y la trágica, excesivamente incompatible con nuestra forma de vida humana, "es decir, ensayar ante la pandemia un ejercicio de sensatez, eso que es tan difícil, y más en los tiempos que corren. Y tener sensatez es tener sentido, en el sentido de tener buen sentido, que sin duda es lo peor repartido del mundo: buen juicio, prudencia...".
Continúa Mariano Rodríguez señalando que sin duda "la sensatez es un don que algunos tienen y otros no tanto, pero que se puede cultivar, y para eso debería estar hoy la Filosofía. Por ejemplo, sin buscar cabezas para cortar haremos bien en eliminar errores, votando a los menos malos, a los menos impresentables, reforzando el sistema de salud universal, los lazos de prevención social, comunitaria, el apoyo mutuo, la solidaridad, las restricciones democráticas al capitalismo financiero...". Sobre todo, la sensatez nos exige, en episodios excepcionales como el que estamos viviendo que "la dirección de la vida social pase a manos de los científicos que saben de virus y epidemias, porque son ellos los que tienen las mejores herramientas para lidiar con el azar, de manera que nos destruya lo menos posible".
Eso sí, "la sensatez no sirve para vender muchos libros ni para ganar seguidores en las redes sociales, pero ¿qué filósofo de verdad quiere eso hoy hasta el punto de hundirse en la estupidez?".