Durante la guerra civil española un grupo de niños es enviado a Moscú. Con ellos se irán voluntarios para cuidarles, algunos de ellos lo harán por motivos políticos y otros por motivos mucho más personales.
Que vaya por delante que Un franco, catorce pesetas, la anterior película de Carlos Iglesias, me parece un gran filme. Y ahora, vayamos con Ispansi. Asegura el director-guionista que ha hablado con muchos descendientes de los niños de la guerra para documentarse, pero lo cierto es que no se nota en absoluto. La historia que nos cuenta es insulsa y los diálogos son terribles, y no sólo eso, sino que además los "niños de la guerra" no tienen ningún protagonismo en la historia, cero protagonismo. Muchas veces he dicho que en nuestro país los guionistas lo pasan fatal, sobre todo porque los directores no recurren a ellos y prefieren escribir sus propios guiones. Es verdad que Un franco, catorce pesetas era una historia muy buena, pero al fin y al cabo era una biografía del propio director y sus familiares. Una vez contado eso, ¿por qué no ha contratado a un guionista para hacer su siguiente historia? ¿Por qué hay tantos directores españoles que se creen autores totales? De todos modos, siendo el guión y los diálogos de Ispansi terribles, todavía hay algo mucho peor: el resto.
Sorprende muy negativamente e incluso da un poco de pena por Iglesias (que me cae bien como persona) lo mal dirigida que está la película, lo mal seleccionados que están los planos, lo terrible que es la dirección de actores y, sobre todo, esa voz en off totalmente inservible que ha añadido a la historia. Si veo a unos niños en una clase, ¿por qué una voz en off me dice "los niños siguieron estudiando"? Si un hombre mira a una mujer con ojos de cordero degollado y se comporta con ella como un enamorado, ¿qué me aporta una voz que afirma "me empecé a enamorar de ella"? Parece de principiante absoluto o de alguien con una gran confianza en sí mismo, y ya sabemos que la ilusión de autoconfianza es una de las peores ilusiones de un ser humano. El rodaje de los bochornosos diálogos (en los que tenemos que creernos que Iglesias es un tipo con un sex-appeal salvaje) está hecho de tal manera que la gente habla por turnos. De hecho más que un diálogo es como si leyeran una frase en un teleprompter.
Y ahí viene lo peor de toda la película: el trabajo con los actores. Iglesias les deja actuar, sobreactuar más bien, sin indicarles absolutamente nada. Y todos se convierten en malos actores de teatro al estilo de la magistral parodia de Fernando Fernán Gómez en El viaje a ninguna parte.