El hombre del corazón negro
por Andrés Torrejón
No me gustan nada las novelas detectivescas actuales, las que vienen de los países nórdicos, así que tenía un cierto temor ante la última novela de Ángela Vallvey. Por suerte para mí (y creo que para una buena parte de lectores) el libro de Vallvey presenta a personajes mucho más cercanos a la cotidianeidad que un cura asesino noruego o una policía fría como el témpano. Aquí los personajes son los que nos podemos encontrar en cualquier momento, sobre todo si uno está acostumbrado a andar por la zona de San Bernardo y la Gran Vía, que es donde transcurre gran parte de la acción de El hombre del corazón negro. La idea primigenia del libro le vino a su autora leyendo una noticia sobre las mafias rusas y el tráfico de mujeres dedicadas a la prostitución. A partir de ahí, y lanzando cables constantes a la realidad, construye una historia que fascina, sobre todo, por su aspecto de realidad. Yo no conozco los países del este ni cómo serán sus costumbres, pero me creo totalmente que sean como en esta novela, y si realmente no son así, me da igual porque lo importante es que Vallvey ha hecho que me crea todo lo que ocurre. El libro debió ser duro de escribir, y así lo reconoce la propia autora, que ha confesado que estuvo a punto de abandonarlo unas cuantas veces, pero al final su deseo de contar esa historia (y no otra) le hizo seguir adelante. Por casualidades de la vida, una parte importante del hilo argumental principal de la novela tiene que ver con el desastre de Chernóbil, así que ahora mismo, tras las miles de información publicadas sobre esa central nuclear, la historia resultará todavía más cercana a cualquier lector. Un último apunte. Comentó Vallvey en la presentación del libro que si lo vendiese en edición digital a dos euros ganaría lo mismo que hasta ahora, porque uno sería para ella y el otro para su editor. Pero, ¿y si prescindiese de editor y lo vendiese ella directamente en su propia página web? El resultado le sería mucho más favorable porque se llevaría los dos euros y ganaría exactamente el doble.
La maldición divina
por Javier Franco
"Un idiota necesita a otro idiota aún más idiota junto a él/ que lo mire, que lo admire". Fue escuchar esta frase y pensar que el disco de Koma tenía mucho más dentro de lo que me podía imaginar a priori, más que nada porque mi fe en el heavy metal patrio está de capa caída. Ahora por fin vuelvo a creer, y eso que he leído que este potente disco no es el mejor del grupo, que puede ser su trabajo Sinónimo de ofender. Y eso de ofender se les da genial y yo que me alegro que ya estoy harto de tanta gente que se queja por todo y que está enamorada de lo políticamente correcto. Quizás sea porque el mundo está lleno de esos idiotas que dicen los chicos de Koma en su canción. Del resto del disco me quedo con Blancos de los nervios y Fantasmal.
Un tranvía llamado deseo
por la Escuela de Espectadores
Conducido por Mario Gas, circula en el Teatro Español Un tranvía llamado deseo de Tennessee Williams, un drama que ha adquirido la condición de clásico del siglo XX con el que su autor ganó en 1948 su primer premio Pulitzer. La propuesta de Gas es fiel al texto, al conflicto, los personajes y a la atmósfera que creó Williams. El argumento es de sobra conocido: Blanche du Bois, perteneciente a una familia sureña, aparece con un pasado lleno de heridas en casa de su hermana Stella que se ha casado con Stanley, un descendiente de emigrantes polacos, junto con el que vive en un barrio marginal de Nueva Orleans. Estos tres personajes tienen la difícil y rica cualidad de ser arquetípicos y vivos a la vez. Vicky Peña encarna a Blanche, la indiscutible protagonista, con fuerza y genialidad, mostrando las grandezas y miserias de una vida que se deteriora. Stanley, el antagonista al que da vida Roberto Álamo, se ajusta con gran realismo y eficacia al que nos describe Williams en sus sugerentes acotaciones. Stella, situada entre ambos e interpretada con convicción y riqueza de matices por Ariadna Gil, es el enlace y el hilo conductor que centra el conflicto y el drama. Mario Gas imprime a la acción un ritmo lento, cargado de silencios elocuentes, tensos y vivos. El paso de una escena a otra está resuelto con proyecciones sobre una pantalla colocada al fondo del escenario. El espacio y la iluminación crean una atmósfera densa y asfixiante que intensifica el conflicto entre los personajes. En conclusión, si como afirma Arthur Miller Un tranvía llamado deseo es un grito de dolor, en esta puesta en escena se escucha y se siente con claridad ese dolor.